La historia de las orcas: de cazadas a adoradas y en peligro
Cuanto más aprendemos sobre las orcas, más las adoramos. Pero ¿podrán sobrevivir a los drásticos cambios en su entorno?
No hace mucho tiempo, las orcas eran vilipendiadas como plagas feroces. Balleneros, pescadores y gobiernos disparaban contra ellas, las atravesaban con arpones e incluso las ametrallaban. Hoy, el mundo ha empezado a apreciar a estas criaturas, no solo como superdepredadores, sino también por sus complejas sociedades y su capacidad de sentir dolor. Pero como explica Jason Colby en su nuevo libro, Orca, nuestro romance con las orcas podría haber llegado demasiado tarde, ya que la disminución de las poblaciones de peces, la contaminación marina y otras fuerzas las están empujando hacia la extinción.
Cuando National Geographic habló con Colby en Hawái, nos explicó cómo las orcas muestran una conducta social compleja e incluso dolor, por qué un polémico oleoducto en Canadá pone en peligro su supervivencia y cómo escribir este libro fue también un viaje personal de redención.
Sugiere algunas razones interesantes de por qué a los seres humanos les atraen las orcas. Háblenos de ellas.
A la gente le han atraído las orcas en lugares y contextos diferentes por varias razones. Al principio, cuando sabíamos relativamente poco sobre ellas, había algo llamativo en que estos depredadores blancos y negros con dientes de lobo aparecieran entre la bruma del Noroeste. Pero conforme las fuimos conociendo mejor, empezamos a apreciar sus denominados vínculos familiares. Aquello transformó nuestra percepción. Solemos valorar a los animales que nos recuerdan a las personas, con rasgos que imaginamos en nosotros mismos. Por eso a la gente le fascinan los vínculos familiares de las orcas, sobre todo sus unidades matrilineales. Conecta con los sentimientos de la gente y nos hace verlas como algo más que depredadores solitarios, como los tiburones blancos.
Tanto en cautividad como en la naturaleza, sus interacciones suelen ser tiernas y complejas, algo que reconocemos cada vez más como interacción cultural. Las poblaciones del Noroeste tienen sus propios itinerarios y prácticas culturales. Por ejemplo, las residentes del norte tienen un spa en Robson Bight, donde acuden a restregarse en las piedras suaves de la playa. Parece ser una práctica habitual entre ellas, una forma de socializar.
Las [orcas] residentes del sur tienen un ritual fascinante que realizan cuando se encuentran. Se colocan en líneas rectas cuando se ven, a 100 o 200 metros de distancia, se detienen y aguardan unos instantes, y a continuación empiezan a retozar y saludarse. Parece como si se reunieran con seres queridos a quienes no ven desde hace mucho tiempo.
Sugiere que los cetáceos podrían suicidarse. Háblenos de Haida y su dolor, y de cómo un flautista le ayudó a recuperarse.
Hay quien ha sugerido que los cetáceos se suicidan, como Richard O’Barry, activista en contra de los delfines en cautividad del Dolphin Project en la zona de Miami que apareció en el documental The Cove. Sugiere que uno de sus delfines, que estaba deprimido o enfermo, se suicidó. No voy a decir que no ocurrió; no lo sugiero en el libro.
Haida es otro gran ejemplo del tipo de relación que establecen las orcas. Llevaba varios años en cautividad con una rara orca blanca llamada Chimo, que murió. Haida atravesó un periodo que, según sus cuidadores, sería como una depresión. Algunas personas dicen que también estaba enfermo, pero parecía estar sumido en una especie de melancolía.
Una de las formas de sacarlo de esa depresión fue interactuar con un famoso flautista de jazz llamado Paul Horn, que tocó para Haida, y esto pareció sacarlo de su abatimiento. Es peligroso proyectar sentimientos humanos en animales, pero parece que las orcas, como las personas, son capaces de sentir sufrimiento y altibajos emocionales.
Históricamente, orcas y humanos han sido adversarios, pero también existían comunidades cazadoras indígenas que colaboraban con las orcas. ¿Puede hablarnos del pueblo kamchadel?
Son detalles que aparecen en informes de la Expedición a Pekín sobre los indígenas kamchadel, en la actual Rusia oriental, donde los kamchadel habían desarrollado una caza cooperativa en la que las orcas, devoradoras de mamíferos marinos, parecían colaborar con ellos para hostigar y herir a grandes ballenas, que los seres humanos podían despachar y cuya carne compartían con las orcas.
Había un ejemplo mucho mejor documentado en Australia, en Twofold Bay, donde los cazadores de belugas establecieron centrales balleneras en la década de 1830. Durante un siglo, esta población de orcas colaboró con los balleneros: les alertaban cuando pasaban las ballenas más grandes nadando hacia la bahía y dando golpes con la cola para llamarlos, y a continuación colaboraban con ellos.
Todos hemos oído hablar de los ladrones de ganado, pero usted describe a los ladrones de ballenas. Denos la primicia acerca del ladrón más famoso, Ted Griffin.
En los años 60, Ted Griffin era un personaje conocido en los muelles de Seattle. Había fundado el Acuario Seattle Marine en 1962, durante la Feria Mundial de Seattle, y se hizo famoso en el estrecho de Puget por capturar orcas. También fue la primera persona conocida que nadó con una orca.
Una que trajo desde la Columbia Británica, llamada Nabu, alcanzó la fama mundial cuando se rodó una película de Hollywood sobre ella. Griffin también publicó un artículo en National Geographic, en marzo de 1966, titulado Making Friends with a Killer Whale, que leyeron personas de todo el mundo.
La otra cara de su carrera llegó tras la popularidad de Namu y cuando la demanda de orcas cautivas se puso por las nubes en todo el mundo. Griffin satisfizo la demanda capturando orcas locales que, según sabemos ahora, eran residentes del sur. En el estrecho de Puget, capturó a decenas de orcas y las vendió a parques marinos de todo el mundo. A medida que las capturas continúan y el recelo de la gente aumenta, en solo unos pocos años Griffin pasa de ser un héroe, el mejor amigo de las orcas, a ser su mayor amenaza, al menos para las orcas del noroeste, y finalmente se convierte en una especie de paria en el Noroeste.
¿Podría contarnos lo que ocurrió con la estrella de Liberad a Willy? No tuvo el final feliz de las películas, ¿verdad?
No, y entre los partícipes la historia es polémica. Keiko, la estrella de Liberad a Willy, fue capturado en Islandia en 1979 y actuó en varios lugares. Pero para cuando se rodó la película a principios de los 90, se encontraba en unas instalaciones deficientes a las afueras de Ciudad de México. Cuando la película triunfa, se inicia una campaña para llevarlo a instalaciones mejores. Pero pronto se convierte en una campaña para devolverlo a su hábitat natural en Islandia. Se gastan millones de dólares para llevarlo al acuario de Newport, Oregón. Pero el proyecto de liberarlo en las aguas islandesas se enfrenta a varios retos.
Primero, Keiko no era un animal sano. Además, nadie tenía ni idea de la estructura social de los grupos de orcas islandesas o a qué familia podría estar vinculado. Se produjo una lucha interna entre los que querían que estuviera en sus aguas natales, pero temían que nunca pudiera cazar peces de nuevo, y quienes creían que, si simplemente lo liberaban, establecería un vínculo con orcas locales y empezaría a cazar de nuevo.
También había gente que alegaba que debería considerarse un final feliz, porque en última instancia estaba nadando en libertad. Algunos decían que nunca había cazado peces salvajes. Pero la gente con la que he hablado, que cuidó de él en Islandia, insiste firmemente en que no hay pruebas de que cazara peces salvajes y acabó muriendo de neumonía en invierno, en la costa de Noruega.
En muchos sentidos, es un ejemplo de cómo nuestra fascinación con una única historia dramática de Hollywood acerca de la vida de una orca puede prevalecer sobre cuestiones más complicadas acerca de la salud ecológica y la conservación, y la supervivencia de los cetáceos en la naturaleza.
El grupo de orcas residentes del sur está en peligro de extinción y ahora hay otros grupos extintos. Háblenos de su difícil situación y de qué podemos hacer para salvarlas.
Cuando escribí este libro, las residentes del sur solo contaban con 76 miembros salvajes, tres grupos en total. Este verano ha desaparecido una más, así que quedan 75. No hemos visto cifras tan bajas desde mediados de los 80. Debo señalar que las orcas están bien a nivel mundial, pero esta población está clasificada como especie en peligro de extinción a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y Canadá.
Es probable que en un momento dado hubiera entre 200 y 250, cuando contaban con un ecosistema sano y disponían de su presa más importante, el salmón real. Pero los daños al medio ambiente y sobre todo el agotamiento de su presa principal les han pasado una factura enorme. Algo que me gusta contar a la gente es que, tras poner fin a la captura en vivo en la región en 1976-1977, es probable que quedasen unas 70 orcas residentes del sur. Para finales de los 90, se habían recuperado, con 100 ejemplares. Pero en los últimos 20 años, han vuelto a caer drásticamente.
Lo que más las perjudica es la falta de presas. Los ríos Columbia y Sacramento tienen presas y se ha observado un desplome enorme en el desplazamiento de los salmones reales. Otras amenazas son la contaminación, el aumento del tráfico marino y la polémica expansión del oleoducto cerca de Vancouver. Las residentes del sur no solo dependen principalmente del salmón real, sino también del salmón real del río Fraser. Y el oleoducto Trans Mountain, del que el gobierno canadiense ha empezado a hacerse cargo, amenaza la producción de salmones y el acceso al río.
Tenía nueve años cuando su padre volvió a la bahía de Pedder, donde había capturado tres orcas para la industria de las exhibiciones. Acabemos por el principio con esa historia.
Tenía una razón muy personal, además de académica, para escribir este libro, porque en los años 70 mi padre participó en capturas en vivo de orcas a ambos lados de la frontera y, durante mi infancia, vi cómo luchaba con parte de este legado y la culpa que sentía.
Tenía nueve años cuando volvimos a la bahía de Pedder. No me contó la razón de la visita. Solo íbamos a alquilar un barco para salir al agua. Pero empezó a contarnos con todo detalle la historia de cómo había capturado orcas. Al acabar su relato, un grupo de orcas entró en la bahía de Pedder y empezó a nadar y retozar alrededor del barco. Nunca había estado tan cerca de orcas salvajes, y un macho enorme se acercó tanto que casi podía tocarle la aleta.
Fue un momento impresionante y mi padre tuvo una respuesta muy emotiva, casi una crisis emocional. Empezó a llorar al ver a las orcas. Ahora sé que le afectaba toda la culpa que sentía al saber que tres de las cuatro orcas que había sacado de estas aguas habían muerto en cautividad. No creo que superase nunca ese sentido de responsabilidad y, más adelante, le horrorizó saber que eran las últimas residentes del sur capturadas en la naturaleza que acabarían en cautividad. Por eso, mientras escribía este libro, lidiaba con la responsabilidad de mi familia en esta historia y la responsabilidad de nuestra región con este animal emblemático que tanto nos ha enseñado.