La muerte de George, el caracol más solitario del mundo, supone la extinción de su especie
La muerte de este famoso caracol pone de relieve la difícil situación a la que se enfrentan los diversos caracoles hawaianos, de los que antaño existían cientos de especies.
El caracol más solitario del mundo ha pasado a mejor vida.
George, un caracol hawaiano —y último miembro de la especie Achatinella apexfulva— murió el día de Año Nuevo. Tenía 14 años, una edad bastante avanzada para un caracol de su especie.
George nació en un centro de cría en cautividad de la Universidad de Hawái, en Mānoa, a principios de la década del 2000 y el resto de sus parientes murió poco tiempo después. De ahí su nombre, en honor al «solitario George», la tortuga gigante de Pinta que también era la última de su especie.
Durante más de una década, los investigadores buscaron en vano otro miembro de la especie con el que George pudiera aparearse. (Aunque estos caracoles son hermafroditas, dos adultos deben aparearse para producir crías y los investigadores se refieren a George con el pronombre «él».)
«Estoy triste, pero también enfadada, porque era una especie muy especial y pocas personas la conocían», afirma Rebecca Rundell, bióloga evolutiva de la Universidad del Estado de Nueva York que solía cuidar de George y su especie.
A lo largo de su vida, George fue la imagen pública de las dificultades a las que se enfrentan los caracoles terrestres de Hawái. Su muerte pone de relieve tanto la gran diversidad de los caracoles autóctonos como su compleja y desesperada situación.
«Sé que solo es un caracol, pero representa mucho más», afirma David Sischo, biólogo de fauna silvestre del Departamento de Tierra y Recursos Naturales de Hawái y coordinador del Programa de Prevención de la Extinción de los Caracoles.
Un bosque silenciado
Antes, los caracoles eran extraordinariamente abundantes en Hawái y la pérdida de una especie supone un duro golpe para el ecosistema. Según documentos del siglo XIX, cada día podían recogerse más de 10.000 conchas de caracol. «Cualquier cosa que abunde en el bosque es una parte integrante de este», explica Michael Hadfiel, biólogo de invertebrados que dirigió el programa de cría en cautividad de los caracoles hawaianos autóctonos raros hasta finales de la década del 2000.
Estas criaturas poseen una diversidad impresionante: antes existían más de 750 especies de caracoles terrestres en Hawái, entre ellas más de 200 en la familia de los caracoles arborícolas.
Cuando llegaron a las islas, los caracoles se ramificaron y adoptaron diversos papeles ecológicos. Algunas de estas especies empezaron a funcionar como descompositores —como las lombrices, que no son autóctonas de la isla— y cumplen el papel ecológico fundamental de descomponer los detritos.
Los caracoles arborícolas hawaianos se especializan en la suciedad que crece en las hojas. Al alimentarse, reducen la cantidad de hongos sobre las hojas y aumentan la diversidad fúngica y, como consecuencia, podrían haber contribuido a proteger sus árboles de diversas enfermedades. Algunos biólogos creen que las poblaciones sanas de caracoles podrían haber evitado el actual brote de Ceratocystis fimbriata, un nuevo hongo patógeno que destruye los árboles autóctonos.
En cierto modo, estos caracoles se parecen más a mamíferos o aves que otros invertebrados. Suelen vivir hasta la adolescencia, tardan cinco años o más en alcanzar la madurez sexual y dan a luz a menos de diez crías al año. Los veneran en las leyendas hawaianas, que cuentan que los caracoles arborícolas tienen un canto hermoso y se los conoce como «la voz del bosque». (No está claro por qué, ya que no emiten sonidos audibles, que se sepa.)
Una diversidad amenazada
Hace casi una década, se creía que más del 90 por ciento de las especies de caracoles de Hawái habían desaparecido. Sin embargo, los investigadores han redescubierto decenas de especies consideradas extintas y han descubierto varias especies nuevas.
Con todo, los caracoles restantes de Hawái corren un grave peligro. La mayoría solo habitan en una sola cordillera o valle y, en los últimos años, el descenso se ha acelerado con la introducción de depredadores, que han invadido sus últimos refugios.
«Hay poblaciones que hemos supervisado durante más de una década y parecían estables... Pero en los dos últimos años, han desaparecido por completo», afirma Sischo. «Todos nos hemos venido abajo y llorado sobre el terreno».
Según Sischo, es probable que estos caracoles se extingan en cuestión de meses o años si no se les protege en la naturaleza o se crían en un laboratorio.
Esta es una situación que se repite por todo el mundo. Los caracoles y las babosas de tierra representan casi el 40 por ciento de las extinciones animales documentadas desde el año 1500. Es probable que desaparecieran antes de que la ciencia los identificaran y, ahora, muchas especies están al límite. El único lado positivo de la muerte de George es que podría atraer atención a esta crisis de extinción oculta que afecta a los moluscos del planeta mientras todavía quede tiempo de actuar.
Un rápido descenso
La disminución de los caracoles puede atribuirse a las especies invasoras, que los devoran y los conducen a la extinción. En particular, son víctima del caracol lobo (Euglandina rosea), una especie especializada en caracoles y babosas introducida en la isla para alimentarse de otros moluscos: los caracoles africanos gigantes. Pero descubrió que los caracoles endémicos eran mucho más sabrosos y ha devorado especies enteras a un ritmo alarmante desde su introducción en 1955.
Los investigadores sospechan que el aumento de las precipitaciones y las temperaturas han permitido a los caracoles lobo aventurarse en los refugios en altura de los caracoles hawaianos. Además, la larga vida de los caracoles podría haber enmascarado su salud mermada, ya que las poblaciones podían persistir más tiempo tras haber dejado de producir nuevas generaciones.
El descenso ha sido rápido. El pasado abril, Melissa Price, ecóloga molecular de la Universidad de Hawái en Mānoa que emplea métodos genéticos para conocer la ecología y la evolución de los animales, descubrió que su especie favorita, A. lila, estaba extinta en estado salvaje. Ella misma contribuyó a su recuento demográfico hace tres años, cuando quedaban unos 300 ejemplares en una cordillera que da al valle de Punaluʻu y la bahía de Kāneʻohe.
«Era uno de los lugares más mágicos de la Tierra y había caracoles preciosos con los colores del arcoíris colgando de los árboles», recuerda. Pero cuando los científicos regresaron el año pasado, buscaron durante 20 horas y solo descubrieron un ejemplar.
Lo mismo ha ocurrido con otros caracoles en el resto de islas. «Se están desvaneciendo», lamenta. «Un grupo taxonómico entero está a punto de desaparecer de la faz de la Tierra».
En los años 80, un género entero de caracoles arborícolas hawaianos pasó a estar en peligro de extinción. Esto hizo que Hadfield fundase un centro de cría en cautividad con la esperanza de salvar a las especies más raras. «Sabemos que estamos contemplando a los últimos caracoles de este tipo», afirma.
¿Qué queda?
Fue en ese laboratorio de la Universidad de Hawái en Mānoa donde George nació a principios de la década del 2000. Los padres de George, junto a otros miembros de su especie, fueron recogidos de entre la última población conocida en unos cuantos árboles cerca del sendero de Poamoho, en Oahu, en 1997.
Solo produjeron unas pocas crías, pero ellas y sus progenitores no sobrevivieron mucho tiempo. Para mediados de la década del 2000, «todos los Achatinella apexfulva habían muerto, a excepción de un caracol joven, George», afirma Sischo.
Los investigadores de caracoles convirtieron en tradición pararse en el lugar habitado por los últimos A. apexfulva y sacar sus prismáticos para estudiar los árboles. «Esperábamos encontrar más», afirma Hadfield. Pero nunca consiguieron ver otro. Así, George alcanzó la madurez sexual en 2012, pero nunca tuvo una pareja. El caracol vivió más de una década solo en un terrario y murió el primer día de 2019.
Los restos de George se han preservado en etanol y su concha pasará a formar parte de los más de dos millones de especímenes de caracoles terrestres de Hawái de la colección malacológica del Museo Bernice Pauahi Bishop. (La malacología es el estudio de los moluscos.)
En 2017, se cortó con cuidado un diminuto fragmento del pie de George y se envió a científicos de «Frozen Zoo» del Instituto de Investigación de Conservación del zoo de San Diego para aportar ADN en caso de que los científicos quisieran clonarlo, algo que no es posible en la actualidad pero que probablemente lo será en el futuro próximo. Todo animal que fallece en un programa de cría en cautividad se conserva y Hadfield señala que a veces es posible extraer ADN de conchas antiguas, de forma que podría existir una diversidad genética suficiente para recuperar a la especie. Sin embargo, si no se restauran los bosques donde viven y se retiran los animales invasores, no habrá un lugar seguro donde introducirlos.
«Love shack»
George pasó los dos últimos años dentro de un recinto modular de 3,6 metros por 13 metros en Oahu al que algunos han llamado «love shack». En el programa de cría en cautividad, del que Sischo y el Programa de Prevención de la Extinción de los Caracoles se hicieron cargo en 2016, hay 30 especies de caracol hawaiano que o están extintas en estado salvaje o son cada vez más raras. En varias de esas especies quedan solo 50 ejemplares.
Cuidar de 2.000 caracoles no es tarea fácil. Los animales viven en terrarios diseñados a medida en seis grandes cámaras medioambientales con controles de luz, temperatura y humedad. Casi todos los días, les traen ramas recién cortadas de los árboles donde habitan para que se puedan alimentar de las algas y los hongos que crecen en las hojas de forma natural. El equipo también cultiva hongos arborícolas autóctonos para añadirlos a su dieta.
Los investigadores esperan que estas iniciativas eviten la extinción de más especies y que George ayude a crear conciencia del problema, como hizo en vida.
«La extinción de los caracoles terrestres no tiene mucha publicidad», señala Rundell, a pesar de que «estas especies son una parte importante de la vida en la Tierra y, cuando empiezan a extinguirse, significa que algo va mal en el medio ambiente que nos sustenta».
«Mientras lloramos a George, creo aún más en que todavía queda esperanza para estos caracoles autóctonos», afirma Norine Yeung, directora de la colección de malacología del Museo Bernice Pauahi Bishop. «Por favor, no los olvidéis».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.