Este fotógrafo documenta la vida de los buitres, los «antihéroes» del ecosistema
Un buitre moteado reclama una cebra muerta en el parque nacional del Serengueti, Tanzania, mientras otros buitres moteados y buitres dorsiblancos africanos intentan aprovecharse. Pueden dejar un cadáver limpio en minutos.
Me encantan los buitres, y no solo porque sean carismáticos, inteligentes y psicológicamente increíbles. También me encantan los buitres en un sentido más asqueroso. Lo que hacen cuando se alimentan de un cadáver resulta repulsivo, pero —seamos francos— contemplarlos es fascinante.
Los buitres son el antihéroe definitivo: son feos, agresivos y tienen hábitos de alimentación más bien podridos. Pero también son una de las familias de aves que mengua a más velocidad en la historia y por eso National Geographic los destacó en el número de enero de 2016.
Un vendedor ofrece el esqueleto de un buitre orejudo en un mercado de muthi, o medicina, en Johannesburgo, Sudáfrica. La demanda de partes de buitre ha aumentado, sobre todo del cerebro, que se seca y se introduce en cigarrillos o se inhala en forma de vapor. La piel de un pangolín —uno de los animales más traficados del mundo— está a la derecha, sobre una papelera.
Los buitres son el desastre medioambiental olvidado por el mundo. Leones, elefantes y rinocerontes corren grave peligro, pero la situación de los buitres es, si cabe, peor. En Sudáfrica, por ejemplo, seis de las ocho especies del país se encuentran en peligro de extinción.
Los buitres no tienen el aspecto ni el atractivo de otras criaturas, pero el papel que desempeñan dentro del ecosistema es de vital importancia. En las llanuras de Masái Mara, en Kenia, por ejemplo, los buitres consumen más animales muertos que todos los depredadores y carroñeros juntos.
Si se echa sobre la carroña, unos pocos gramos del insecticida carbofurano pueden matar cien buitres.
He pasado mucho tiempo grabando y fotografiando buitres, y he aprendido que no les gustan las cámaras. Son aves inteligentes y tímidas, siempre alerta frente a cualquier cosa sospechosa. Sabía que fotografiarlos de cerca sería complicado.
Así es como saqué las fotografías del artículo de la revista.
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Un buitre moteado adulto ataca a otro. Los encuentros agresivos son habituales cuando las aves se alimentan, ya que cada ave lucha por conseguir una posición sobre el cadáver. El cuello del buitre es fuerte y elástico, por lo que interacciones como esta rara vez provocan daño alguno.
Mi amigo Simon Thomsett y yo estábamos en las llanuras de África Oriental con el experimentado conductor Basili Peters. El Land Rover estaba cargado de equipo fotográfico y teníamos un taller montado en el campamento. Cada día, conducíamos por las llanuras en busca de buitres o animales muertos. Fotografiaba con un objetivo largo para capturar imágenes de la conducta de los buitres: lucha, alimentación, acicalamiento. Después, queríamos instantáneas amplias, en primer plano. Para conseguirlo, queríamos encontrar un cadáver y colocarle cámaras. Pensé que podría camuflar una Canon 50D y colocarla justo al lado o dentro de un animal muerto. Simon me advirtió de que no funcionaría, pero yo quería demostrarle que se equivocaba.
Encontramos el cadáver de un ñu con buitres que se alimentaban de él. Salí del coche, coloqué la cámara con un disparador wireless y nos alejamos. Los buitres volvieron corriendo hacia el cadáver, pero se detuvieron de inmediato a pocos centímetros de la cámara. Simon tenía razón.
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Colocar las cámaras en las cavidades de los cadáveres no es un trabajo agradable.
Lo volvimos a intentar varias veces. El interior de un animal muerto es oscuro y las exposiciones eran lentas. Las aves golpeaban la cámara mientras tiraban del cadáver con sus fuertes cuellos y picos; así que solo me quedaron encuadres de sangre y tripas y un objetivo muy sucio. Debía encontrar una solución.
Primero, intentamos fabricar un cráneo de ñu con papel maché y colocar la cámara dentro. Eso tampoco funcionó. Fabricamos la réplica de un tocón y los buitres no se acercaron a él. Entonces se me ocurrió: «GoPro». Y eso dio resultado.
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Los buitres no parecieron advertir las GoPro, pero todas las imágenes estaban desenfocadas. Yo soy el tipo de persona que decide abrir una cámara para arreglarla, así que desmonté una GoPro, luego otra, y ajusté el enfoque colocando un trocito de cartón entre el objetivo y el sensor.
Así, empezamos a conseguir imágenes íntimas llenas de acción de la melé de buitres sobre el cadáver y saqué 20 000 encuadres con la GoPro antes de decidir probar algo diferente.
Tras unos días en el vientre de un cadáver, la Lumix estaba empezando a pudrirse. Puede adivinarse qué es la materia marrón.
Tenía una Panasonic Lumix GX7 que me había prestado Panasonic. Es una cámara sin espejo que tiene un modo silencioso, dispara en RAW y tiene un disparador remoto, algo aparentemente perfecto para este trabajo. Tras resolver una gran cantidad de problemas técnicos, la colocamos en un cadáver. Pero, de nuevo, a los buitres no les gustaron las lentes grandes.
Ya llevábamos tres semanas fotografiando y empecé a preocuparme. Se trataba de mi primera gran historia para National Geographic y no era precisamente barata. Tenía muchas fotos acumuladas, pero no tenía la foto, esa que sorprende a todo el mundo. Con todo, no me rendí. Persistí hasta tal punto que Simon me pidió que me rindiera.
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Incluso Darwin los tachaba de «asquerosos». Pero los buitres son más vitales que viles, porque limpian los cadáveres que, de lo contrario, se pudrirían y extenderían pestilencia. Aquí vemos a un buitre moteado arrancando tejido de la tráquea de un ñu muerto.
Pero todo empezó a cambiar poco a poco, cuando los buitres y yo empezamos a entendernos. Algunos eran cada vez más atrevidos. Los buitres se observan de forma obsesiva y entienden sus señales. Si uno se come un cadáver con una cámara, otro puede reunir el valor necesario para imitarlo. Nos dimos cuenta de que, si irrumpíamos en pleno banquete, dejábamos la cámara y nos íbamos, las aves volvían al cadáver sin advertir la presencia de la cámara.
Finalmente, unos días antes de terminar la sesión de fotos, el plan funcionó y conseguimos la foto con la que había soñado.
Esta era la foto que buscaba. Lo tiene todo: acción, agresividad, buena luz, un encuadre perfecto. Te desvela cómo conviven los buitres, cómo se alimentan, dónde viven. El costillar se desencuadra a la perfección y el buitre principal tiene el pico abierto. La pata agresiva que aparece también es perfecta y un ala enmarca la parte superior de la imagen. Incluso pueden verse un marabú africano y otro buitre aguardando su turno tranquilamente. Este encuadre fortuito es mejor de lo que me había imaginado.
En el Serengueti, un chacal se enfrenta a un buitre dorsiblanco africano que se entromete en su comida, un ñu muerto.
La Lumix estaba cubierta de sangre, contenidos estomacales y materia fecal. Simon intentó limpiarla con alcohol y un cepillo de dientes, pero todos los botones y la preciosa superficie negra se volvieron de color rojo y verde oscuros. El objetivo estaba tan empapado de un líquido tan horrible que no puedo ni describirlo. Las GoPro apestaban y una tenía orina de chacal. Las otras tenían arañazos en los objetivos. Los marabús africanos cogieron las GoPro y deambularon con ellas. Atropellamos una con el Land Rover, pero sobrevivió.
No sé cómo Simon y yo no contrajimos brucelosis, tuberculosis, ántrax, giardiasis u otra enfermedad; quizá nos salvara la botella de desinfectante que llevábamos. Trabajar con buitres es asqueroso, pero divertido. Les reservo un lugar muy especial en mi corazón. Son criaturas muy especiales y las necesitamos más de lo que creemos.
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Puedes ver más fotografías de Charlie Hamilton James en su página web.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.