Siglos de cría selectiva han modificado los cerebros de los perros

La función para la que se cría a un perro —como traer aves— se refleja en su estructura cerebral, según un estudio de 33 razas.

Por Liz Langley
Publicado 5 nov 2020, 6:57 CET
Perro
Los humanos han influido en la evolución de los perros de muchas maneras, entre ellas la estructura de sus cerebros.
Fotografía de Robert Clark, Nat Geo Image Collection

Hay cientos de razas de perros en todo el mundo, desde el diminuto chihuahua al enorme San Bernardo, todo gracias a siglos de cría selectiva por parte de los humanos. Con un abanico tan amplio de tamaños y temperamentos caninos, no sorprende que en el proceso hayamos modificado sus cerebros y sus cuerpos.

Un nuevo estudio ha llevado a cabo resonancias magnéticas de 33 razas y ha descubierto cómo se refleja la cría de un perro en su estructura cerebral.

Por ejemplo, los perros criados para ser pequeños —como el Lhasa Apso— tienen cabezas redondeadas y cerebros igualmente redondeados que ocupan la mayor parte del cráneo. Una raza más grande, como el golden retriever, tiene una cabeza más larga y estrecha y, por consiguiente, un cerebro más alargado que no ocupa todo el espacio del cráneo.

«La mayor sorpresa fue observar las resonancias», cuenta Erin E. Hecht, la líder del estudio y neurocientífica evolutiva de la Universidad de Harvard. «En la ciencia, es fantástico cuando obtienes un resultado en el que no tienes que realizar estadísticas sofisticadas para poder determinar que ocurre algo».

Hecht, cuyo estudio se publicó en la revista Neurosci, añade que este análisis de la mente de los perros ofrece una mejor comprensión de cómo están programadas las razas, lo que a su vez puede ayudar a los futuros dueños de los perros a escoger la raza idónea para su hogar.

El cerebro de los perros

Para el estudio, Hecht y sus colegas contaron con 62 perros de hogares americanos de razas como beagles, Yorkshire terriers, Dóbermans y bóxers, entre otras.

Tras observar los diferentes tamaños y formas cerebrales, el equipo analizó las diferencias intracerebrales, observando cómo variaban regiones determinadas según la raza ante ciertos rasgos conductuales.

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    Los bulldogs, por ejemplo, se criaron en un principio para enfrentarse a toros cautivos, pero más adelante los criaron para ser adorables mascotas familiares. Esto los clasifica en los grupos de «lucha deportiva» y «compañía explícita». El equipo del estudio empleó la página web del American Kennel Club para obtener datos sobre los papeles originales de las razas.

    A continuación, los científicos elaboraron seis redes cerebrales que pudieran discernirse según el comportamiento de un perro, como la caza por olfateo o la compañía.

    Por ejemplo, en la parte del cerebro denominada corteza prefrontal, un área asociada al tamaño grupal y la interacción social presentaba la misma variación entre perros criados para el pastoreo; el trabajo policial, militar o de guerra; el control de plagas; la recuperación de aves; y la lucha deportiva.

    Esto tiene sentido, ya que estas razas desempeñan funciones «cognitivamente complejas y exigentes, de forma que podrían necesitar un mayor apoyo de la corteza prefrontal», afirma Hecht.

    Daniel Horschler, estudiante de doctorado en la Universidad de Arizona que estudia la anatomía cerebral de los perros, ha halagado el enfoque del estudio.

    «No intentaron dividir el cerebro en las propias regiones. Creo que es un buen enfoque, porque aún no sabemos muy bien cómo están organizados los cerebros de los perros», afirma Horschler, que no participó en la investigación.

    Según él, fue inteligente que el equipo indicara las áreas en las que los cerebros de los perros tendieran a cambiar del mismo modo y, a continuación, vinculara esos cambios a los rasgos específicos de cada raza.

    «Resulta muy emocionante», añade. «Los perros son un modelo fantástico para este tipo de cosas y nadie lo había explorado antes».

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    Horschler explica que, aunque en el pasado los perros domésticos fueron ridiculizados por los científicos como «animales falsos» indignos de investigación científica, se han convertido en sujetos de estudio más comunes, sobre todo dentro del estudio de las emociones y la cognición. Por ejemplo, 20 000 años de convivencia han convertido a nuestras mascotas en perfectos intérpretes de las emociones humanas, posiblemente más que cualquier otra especie.

    Hecht y sus colegas también llevaron a cabo un análisis estadístico que pone de manifiesto que las variaciones cerebrales se han producido más recientemente en el árbol familiar perruno, no en el pasado distante, lo que sugiere que «la evolución cerebral perruna ha ocurrido deprisa», afirma Hecht.

    «Recalca cómo los humanos alteran el mundo que los rodea», afirma. «Es bastante profundo que nuestros cerebros cambien otros cerebros del planeta».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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