Los caballos y los perros comparten un lenguaje de juego común
Estas dos especies utilizan las mismas expresiones faciales cuando juegan, lo que sugiere que este comportamiento está profundamente arraigado en la evolución.
Perros y caballos son enemigos evolutivos, pero la domesticación les ha permitido tener una coexistencia pacífica.
La invitación de un perro a jugar es inconfundible. Se inclina doblando las patas delanteras y mueve la cola como diciéndole al otro perro: «¡Es hora de divertirse!». Los dos animales se persiguen y se pelean, imitando los movimientos del otro, normalmente con expresiones que los humanos interpretamos como sonrisas.
Por primera vez, se ha desvelado que los perros y los caballos juegan juntos de forma similar, abriendo la boca y con comportamientos imitados de forma sincrónica.
Lo que quizá sea más sorprendente es que ambas especies imitan las expresiones faciales de la otra, un comportamiento denominado «imitación facial rápida». Este fenómeno se da en primates, perros domésticos, suricatas y osos malayos, pero nunca se había documentado entre compañeros de juego de especies distintas.
«Es un estudio fantástico y lleva las cuestiones sobre el comportamiento de juego a otro nivel. En particular, han demostrado el juego entre dos especies en las que era inesperado», afirma Sue McDonnell, especialista en comportamiento animal en la Universidad de Pensilvania, Filadelfia, que no participó en el estudio.
En la actualidad, los caballos y los perros coexisten de forma pacífica gracias a siglos de domesticación. Con todo, desde el punto de vista evolutivo son depredadores y presas, así que resulta desconcertante que ambas especies compartan un lenguaje del juego común.
Es más, el estudio refuerza la idea de que el juego es universal. El comportamiento se da en un abanico tan amplio de criaturas (como cocodrilos, nutrias o avispas) que los científicos creen que ha evolucionado en varias ocasiones. Pese a sus orígenes diversos, los comportamientos de juego (luchar, correr, saltar, perseguir) son muy similares en toda la naturaleza.
Con todo, el propósito exacto del juego es menos conocido. Podría ayudar a los animales jóvenes a desarrollar habilidades sociales y de caza; los adultos podrían utilizarlo para relajarse o mantenerse saludables. El nuevo estudio, entre animales tan diferentes, añade un nuevo elemento de intriga al misterio.
Amigos improbables
En 2018, un alumno de Elisabetta Palagi, experta en conducta animal de la Universidad de Pisa, en Italia, le envió un enlace de un vídeo de YouTube donde aparecían un perro y un caballo jugando juntos. «Me di cuenta de que estaban sincronizados», afirma Palagi.
Intrigada por esta relación especial entre perros y caballos, decidió estudiar el juego entre ambas especies desde el punto de vista científico.
Hay muchos ejemplos anecdóticos de juego entre especies diferentes: los perros y los gatos de una misma casa juegan juntos a menudo. También se han observado animales salvajes retozando, como un babuino joven y una cebra joven, un ñu adulto y un rinoceronte juvenil e incluso una loba adulta y un oso pardo adulto.
Palagi pidió a sus alumnos que buscaran en YouTube vídeos similares de perros y caballos jugando con unos criterios determinados: los animales no recibían interferencias humanas, tenían libertad de movimiento y las sesiones de juego duraban al menos 30 segundos. Entre diciembre de 2018 y febrero de 2019, Palagi y sus alumnos analizaron cientos de vídeos y finalmente escogieron 20 para el estudio.
Específicamente, a Palagi le interesaba encontrar y analizar casos de imitación facial rápida entre las dos especies. Este fenómeno depende del grado de tolerancia, afiliación y familiaridad entre los compañeros de juego. Cuando el equipo de Palagi empezó su estudio, se desconocía si podía producirse imitación facial entre individuos de especies diferentes.
Los científicos analizaron las sesiones centrándose en la variabilidad de los comportamientos de juego que mostraba cada animal, en cualquier estrategia de autodiscapacitación (del inglés self-handicapping) empleada y en las señales de imitación facial.
Tácticas compartidas
Cada sesión comenzaba cuando uno de los individuos (el perro o el caballo) empezaba a divertirse y su compañero respondía del mismo modo. Las sesiones terminaban cuando ambos dejaban de jugar o uno se iba e interrumpía la conducta. Las sesiones de juego duraban una media de 79 segundos.
Algunos de los comportamientos de los perros y los caballos imitaban el del otro; por ejemplo, los perros y los caballos podían intentar morder, pero no llegaban a hacerlo. El equipo descubrió que saltaban, se empujaban, se golpeaban o se perseguían; jugaban con un objeto; o se autodiscapacitaban colocándose boca arriba o sacudiendo la cabeza.
Los investigadores se concentraron en un comportamiento denominado «despliegue de boca abierta relajada» (del inglés relaxed open mouth display), una señal importante de imitación, y desvelaron que 12 perros y 10 caballos ponían esta cara.
De los 20 vídeos, los científicos seleccionaron aleatoriamente fragmentos de 10 segundos de cada vídeo y los analizaron en busca de comportamientos de juego específicos, como conductas de ataque o defensa. A continuación, el equipo registró las variedades de dichos comportamientos con un índice estandarizado.
Su conclusión es que las dos especies no presentaban diferencias marcadas en sus estilos de juego.
«Eso sugiere que tienen algunas tácticas compartidas [que] posibilitan el juego social entre especies diferentes», afirma Palagi, coautora del estudio publicado en el número de mayo de Behavioural Processes.
Salvando la brecha entre especies
Aunque el estudio no documenta cómo comenzaron las relaciones de juego entre perros y caballos, sí desvela que el lenguaje del juego que comparten es lo que mantiene su lazo, según escribió por email Barbara Smuts, ecóloga del comportamiento de la Universidad de Míchigan.
«Es un estudio importante porque demuestra cómo dos animales de aspectos y comportamientos tan diferentes pueden conseguir negociar el juego de forma que sea cómodo para ambos», afirma Smuts.
«Es aún más destacado por la gran diferencia de tamaño entre perros y caballos. El perro es vulnerable a que el caballo lo hiera y el caballo tiene la tendencia arraigada de temer a los animales parecidos a los lobos».
Aunque los perros y los caballos han seguido vías evolutivas diferentes, Palagi señala que ambas son especies domesticadas que reconocen las expresiones faciales de sus semejantes y las de los humanos. Estos factores podrían ayudarlos a sintonizar con las emociones de otras especies más que a las criaturas salvajes.
Con todo, el lenguaje del juego que comparten sigue siendo un misterio. Palagi dice que quizá incluso las especies muy distintas puedan dejar de lado sus instintos y divertirse juntas.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.