Las "caracoles más bellos del mundo" están amenazados por el comercio ilegal
Estos caracoles cubanos en peligro crítico de extinción están muy solicitados por sus conchas de colores espectaculares, pero varios científicos trabajan duramente para salvarlos.
Un conjunto de de caracoles pintados de Cuba (Polymita picta) añade vivos colores al laboratorio del biólogo Bernardo Reyes-Tur, en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. Las seis especies de caracoles, que solo viven en la costa este del país, están en peligro crítico de extinción.
Sus conchas adoptan en una amplia variedad de colores: amarillo pastel y rosa, rojo teja y negro, blanco perlado y ocre. Independientemente del tono, las marcas de las seis especies de caracoles pintados de Cuba, su nombre común, acentúan la forma verticilada de sus conchas del tamaño de una uva, que forman un remolino sobre sí mismas. Uno puede perderse contemplando estas maravillas de la naturaleza, como si estuviera mirando una escalera de colores caprichosos que se extiende hasta el infinito.
Cuba alberga la mayor diversidad de caracoles del mundo, pero ningún otro tiene conchas con una gama de colores tan amplia ni patrones tan complejos. Los caracoles pintados, del género Polymita, han sido codiciados durante años por los coleccionistas, que venden las conchas a los turistas o en el extranjero, sobre todo en los Estados Unidos y Europa. Esta demanda es una de las razones por las que Cuba ha clasificado a los seis caracoles como especies en peligro crítico de extinción y por eso durante más de una década ha sido ilegal capturar a estos caracoles en el medio natural. La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés), que regula el comercio global de especies silvestres, prohíbe su compraventa desde 2017.
El biólogo Mario Gordillo sostiene un caracol pintado en el laboratorio de Reyes-Tur. Se sabe muy poco acerca de los caracoles, como cuántos quedan en la el medio natural.
"Por su aspecto llamativo... estos caracoles son considerados los más bellos del planeta", dice el fotógrafo Bruno D'Amicis. En 2019, el encanto de los gasterópodos lo llevó de su ciudad natal, en Italia, a Cuba para retratar a los caracoles y conocer al pequeño grupo de investigadores y conservacionistas que trabajan para comprenderlos y protegerlos. Al mostrar a los caracoles en todo su esplendor, D'Amicis espera concienciar sobre los peligros que afrontan —no solo la captura ilegal, sino también el aclareo de la vegetación, la depredación por parte de especies invasoras y el cambio climático— y estimular las iniciativas para garantizar su futuro.
Los caracoles pintados viven en un delgado cinturón de vegetación a lo largo de la costa este de Cuba. Aunque los científicos no saben cuántos caracoles pintados hay, han descubierto que ocupan áreas pequeñas porque dependen de microhábitats con la proporción de plantas adecuada. Los Polymita sulphurosa, por ejemplo, una de las seis con colores más vivos, se observa solo en unos pocos kilómetros cuadrados cerca del parque nacional Alejandro de Humboldt, donde abundan las especies silvestres.
El fotógrafo Bruno D'Amicis y la bióloga Norvis Hernandez tardaron todo un día en encontrar este caracol vivo (Polymita brocheri) en un arbusto.
Los colores y patrones de esta especie, Polymita sulphurosa, lo convierten en uno de los caracoles pintados más exuberantes.
D’Amicis pasó todo el día cerca del parque con Norvis Hernández, una bióloga que trabaja para el parque y que lleva 20 años estudiando a los caracoles pintados, buscando otra especie, el Polymita brocheri. Solo encontraron uno: "como una aguja en el pajar", dice D'Amicis.
En gran medida, los caracoles viven en árboles y arbustos, donde se alimentan de líquenes y musgos, fuentes de los minerales que dan a sus conchas esos colores impresionantes. Se desconoce si su coloración los protege de los depredadores o si proporciona alguna ventaja más, señala Bernardo Reyes-Tur, biólogo de conservación y experto en caracoles de la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. Los caracoles son ecológicamente importantes como fuente de alimento para especies autóctonas y raras como el gavilán caguarero, en peligro crítico de extinción. Además, Reyes-Tur indica que, al alimentarse de musgos y hongos de la corteza, también mantienen los árboles sanos, incluso los de las plantaciones de café.
Una especie, Polymita venusta, es tan sedentaria que “algunos individuos permanecen en el mismo lugar durante seis meses”, dice Reyes-Tur. Las formas de movimiento lento de los caracoles y las exigentes necesidades de hábitat los hacen vulnerables a las perturbaciones. El aclareo de tierras por parte de los caficultores y para otros tipos de agricultura ha reducido mucho sus áreas de distribución, indica Reyes-Tur. También son presas de especies autóctonas como el gavilán común, así como de animales invasores, como las ratas.
El sol sale sobre El Yunque, una montaña cercana a la desembocadura del río Toa, en el este de Cuba. Esta región no solo alberga caracoles pintados y otras especies de caracoles, sino también loros, almiquíes (mamíferos parecidos a musarañas), colibríes y plantas raras.
Las temperaturas más cálidas y las sequías más intensas asociadas al cambio climático suponen otra amenaza, ya que pueden hacer que las condiciones se vuelvan inhóspitas para la vegetación que necesitan los caracoles para sobrevivir. Un estudio de 2017 publicado en la revista Tentacle sugiere que el cambio climático podría eliminar un hábitat esencial para dos de las especies para 2050.
Tráfico organizado
El público cubano es cada vez más consciente del daño causado por la recolección de conchas y las otras amenazas. Hernández recuerda una visita escolar a una plantación de café cuando era una adolescente, hace tres décadas. Su grupo se topó con una masa de caracoles pintados pegados a los árboles. Ella se quedó maravillada. "De repente, los niños empezaron a matarlos para hacerse con sus conchas. Las niñas también, con palos y pinzas para el pelo. Me eché a llorar y fui a contárselo a los profesores". Ni siquiera los profesores se opusieron, porque matar y recoger los caracoles era lo normal, cuenta Hernández.
Entre 2012 y 2016, el departamento de aduanas de Cuba realizó 15 incautaciones con un total de más de 23 000 conchas de caracoles pintados destinados a Estados Unidos. Según Adrián González Guillén, experto en caracoles y fotógrafo afincado en Cuba, la prohibición de la CITES no ha detenido el comercio ilegal, principalmente a Estados Unidos, España y a varios países asiáticos.
Las seis especies de caracoles pintados pertenecen al género Polymita. Este es un Polymita picta, la especie más grande, con más de 2,5 centímetros de diámetro.
González Guillén dice que los funcionarios de aduanas son "muy eficaces" a la hora de impedir que los turistas saquen pequeñas cantidades de conchas del país, pero los grandes cargamentos siguen saliendo. "El verdadero comercio ilegal destinado al mercado negro está vinculado a un equipo de personas bien organizado", dice.
Reynaldo Estrada, investigador de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, una organización no gubernamental cubana centrada en temas culturales y científicos, está de acuerdo. “En Cuba hay redes organizadas de tráfico”, afirma.
Bernardo Reyes-Tur mide un Polymita pictashells en su laboratorio. Espera que descubrir más información sobre los raros caracoles pintados sea de ayuda en las iniciativas para protegerlos.
Una mujer vende joyas y miles de conchas de caracoles pintados en un pueblo cerca de Baracoa. La captura de caracoles, ya sea para la venta en Cuba o el comercio en el extranjero, está prohibida.
El departamento de aduanas de Cuba y el Ministerio del Interior no respondieron a numerosas solicitudes de comentarios sobre el comercio ilegal de caracoles.
Las conchas de caracol pintado están disponibles en páginas web de los Estados Unidos, España y Taiwán. Había cientos de conchas disponibles en eBay, pero cuando National Geographic preguntó a la portavoz de eBay, Ashley Settle, acerca de estos anuncios, ella respondió que habían violado la norma de la empresa de no vender productos de especies silvestres prohibidos conforme a la CITES. Cuarenta y ocho horas después, la mayoría de los anuncios habían sido eliminados.
Recoger y vender caracoles pintados en Cuba puede conllevar a multas de hasta 20 dólares por incidente, según Reyes-Tur. Para comprobar cómo de eficaz es ese elemento disuasorio, D’Amicis recorrió tiendas para turistas cerca de la ciudad de Baracoa, no muy lejos del parque nacional Alejandro de Humboldt.
Según contó, los vendedores no ofrecían públicamente conchas de Polymita, así que decidió hacerse el turista ingenuo y decir en las tiendas que quería comprar algo especial. Una pareja local enseguida lo invitó a su casa y le enseñó cinco bolsas de basura de casi 100 litros llenas de conchas de caracoles pintados. Tenían "fácilmente 30 000", estima D'Amicis.
El Polymita sulphurosa, observado sólo en unos cuantos tramos de bosque, podría ser la más amenazada de las seis especies. El aclareo de bosques, el cambio climático y la captura ilegal son presiones que hacen que el biólogo Reyes-Tur tema por la supervivencia a largo plazo de los caracoles pintados de Cuba.
Para proteger a los caracoles pintados de Cuba, Reyes-Tur, Hernández y sus colegas están trabajando para educar a los cubanos y los visitantes sobre la rareza y vulnerabilidad de los animales. Están estudiando la biología de los caracoles con el fin de criarlos en cautividad y liberarlos en el medio natural. También están colaborando con agricultores del este de Cuba para alentarlos a que cuiden de los animales en sus tierras. En el futuro, Hernández cree que se podrían organizar excursiones de observación de caracoles, lo que proporcionaría un incentivo económico para su conservación.
"Verán que vale más la pena protegerlos vivos que venderlos muertos", dice.
Para Hernández, que ha dedicado su vida a salvar a los caracoles pintados, es una vocación intensa y agotadora. “No tengo ni hijos ni marido... Solo amo a mis Polymitas", dice. “Creo que lo más importante es continuar con esta noble tarea de estudio, capacitando a quienes toman las decisiones, impartiendo educación ambiental a niños y jóvenes, que son el futuro de la sociedad. Debemos invertir mucho amor a esta tarea y no cansarnos nunca”.
El fotógrafo italiano de fauna silvestre Bruno D’Amicis se especializa en reportajes sobre la conservación de la biodiversidad. Vive en los Abruzos, Italia. Síguela en Instagram y Facebook.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.