Los perros ponen su olfato al servicio de la fauna y flora silvestres

No solo detectan drogas, bombas y cánceres: los perros también pueden olfatear las larvas de mejillones invasores y las flores en grave peligro de extinción.

Por Douglas H. Chadwick
fotografías de Adam Ferguson
Publicado 18 ene 2021, 14:19 CET
Tule, un pastor belga de seis años

Tule, un pastor belga de seis años, busca excrementos de osos cerca del valle de Big Hole, en el sudoeste de Montana. Se han avistado osos grizzly en la zona tras muchas décadas y el ADN de los excrementos proporcionaría información a los biólogos y los administradores de tierras que trabajan para devolver a esta especie amenazada al lugar del que procede.

Fotografía de Adam Ferguson

Pepin, un pastor belga fuerte, desenfadado y centrado (un cachorro de la misma camada formó parte del equipo de los Navy Seal que eliminó a Osama bin Laden), ha trotado por la sabana de Zambia en busca del rastro de leones, leopardos y guepardos y recorrido las selvas tropicales de las tierras bajas de Birmania en busca de pistas de elefantes salvajes. Sus dotes para detectar los excrementos de animales diferentes han proporcionado a los conservacionistas una forma rápida de estimar las poblaciones de dichos animales.

Ahora, a orillas de un arroyo de montaña de aguas transparentes cerca de la cabecera del río Misuri, en Montana, Pepin se queda en cuclillas y mira fijamente a la ecóloga Megan Parker.

Es la señal de que ha localizado un objetivo. Llevaba toda la mañana guiándola hasta excrementos de lobos, pumas, osos y otros carnívoros mientras ella y otros dos adiestradores con perros recorrían una gran propiedad privada protegida de los proyectos de construcción.

Intentaban hacerse una idea más detallada de cómo usaban estos animales un terreno que forma parte de un pasillo ecológico fundamental en el Gran Ecosistema de Yellowstone, de nueve millones de hectáreas.

Con osos grizzly y pardos vagando por la zona, el hecho de que Pepin hubiera descubierto otro montón de heces de oso no era inusual.

Salvo porque estos excrementos se encontraban en el fondo del arroyo, bajo 25 centímetros de agua fría.

Lily, un labrador hembra

La «empleada» de WD4C Lily, un labrador hembra, busca madrigueras de hurones de pies negros para ayudar al Departamento de Caza y Pesca de Arizona a realizar un seguimiento de estos miembros de la familia de los mustélidos en el Double O Ranch, cerca de Seligman, Arizona.

Fotografía de Adam Ferguson
Tule de localiza hurones de pies negros

Es el turno de Tule de localizar hurones de pies negros. Tras décadas de esfuerzos para recuperar a los animales, su población silvestre aún es de 300 o 400 ejemplares. «La buena noticia es que la localización [de los perros] de esta población en Arizona es ocho veces más rápida que los equipos humanos y cuesta la mitad», explica Pete Coppolillo, de WD4C.

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    Un labrador hembra entrenando

    En un centro de WD4C, un labrador hembra de cuatro años es adiestrado para detectar el olor de una muestra de aleta de tiburón oculta en una de las latas de este dispositivo de prueba en forma de tiovivo. Si lo logra, podría ayudar a los agentes de aduanas a inspeccionar los cargamentos en busca de este producto, cuya importación a Estados Unidos es ilegal desde el año 2000.

    Fotografía de Adam Ferguson

    Parker y sus colegas de Working Dogs for Conservation (WD4C), una organización sin ánimo de lucro que cofundó a mediados de la década de 1990, ya habían observado antes este tipo de superpoder olfativo. «Todo empezó cuando nos preguntamos qué más podrían decirnos los perros sobre las cosas que están en el agua», contó.

    Por ejemplo, ¿se puede adiestrar a los perros para identificar la presencia de peces olfateando el aire sobre la superficie del agua? Las pruebas dieron una respuesta afirmativa.

    ¿Podían aprender a distinguir especies de peces diferentes olfateando muestras de la mucosidad de la piel? También podían.

    Vale, entonces ¿podían los perros distinguir aguas que solo albergaban especies autóctonas de trucha y aguas que también albergaban a la trucha de arroyo invasora? Otro sí.

    Así, los administradores de pesquerías descubrieron un nuevo instrumento capaz de hacer a los equipos de vigilancia más rápidos, baratos y seguros que dar una descarga eléctrica en el agua para ver qué especies flotaban en la superficie, aturdidas o, a veces, heridas o muertas.

    «Estos perros han completado con éxito casi todas las tareas que les hemos propuesto», dijo Pete Coppolillo, biólogo de conservación que estudió la fauna de diferentes continentes antes de convertirse en director ejecutivo de WD4C. «Recibimos consultas bastante raras de investigadores y administradores de fauna y flora que se preguntan si los perros podrían detectar esto o aquello. Nos han sorprendido tantas veces que últimamente decidimos probarlo. Y rara vez nos arrepentimos».

    Con un sentido del olfato considerado entre mil y 10 000 veces mejor que el nuestro, los perros son miembros indispensables de todo tipo de profesiones. Ayudan a los equipos de búsqueda y rescate tras los desastres naturales o tras denuncias de personas perdidas en zonas naturales. Los perros adiestrados para alertar de explosivos y enemigos ocultos son aliados en las operaciones militares. Otros perros ayudan a la policía a buscar a presos fugados o los cuerpos de víctimas de asesinato. Algunos ayudan a los agentes de aduanas a encontrar contrabando, desde drogas hasta marfil de elefante. Otros siguen el rastro de los cazadores furtivos, patrullan buques de carga en busca de ratas que puedan escapar en puertos distantes o revelan insectos perjudiciales para los bosques en cargamentos de madera del extranjero.

    Los perros pueden detectar síntomas tempranos de la enfermedad de Parkinson, la diabetes, varios tipos de cáncer, crisis epilépticas inminentes y la malaria, entre otras afecciones. También están mejorando mucho a la hora de detectar infecciones de coronavirus en las personas, una iniciativa a la que hace poco se sumó WD4C.

    Pero como demostró Pepin el pastor belga en Montana en 2009, algunos de los roles emergentes más esperanzadores —y menos familiares— para los perros han surgido en la esfera de la conservación de la naturaleza.

    Justo a tiempo.

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        El labrador Lily se prepara para detectar hurones

        Con unas «botas» para protegerse de las espinas de los cactus, el labrador Lily se prepara para empezar a trabajar con Aimee Hurt —cofundadora y directora de proyectos especiales en WD4C— en la detección de hurones de pies negros en Arizona. El currículo de Lisa incluye detectar taray y mastuerzo, especies invasoras, en el parque nacional de Gran Teton; heces de gorila en las selvas de Camerún, y mejillones cebra invasores en los cascos de los barcos de Estados Unidos.

        Fotografía de Adam Ferguson

        Bajo la presión de las actividades de una población humana que se acerca a los 8000 millones, los lugares salvajes y sus habitantes se enfrentan a perturbaciones abrumadoras. Hay algunas previsiones que sostienen que podríamos perder a un tercio de las especies o más antes de que termine este siglo. Con esto, no cabe duda de que los ecosistemas de los que todos dependemos corren grave peligro.

        Me he dispuesto a descubrir los proyectos de conservación que utilizan perros olfateadores adiestrados y acabé encontrando comunidades enteras de plantas y animales salvajes que reciben ayuda de una herramienta científica poderosísima, una que además te cubrirá la cara de lametones si le dejas.

        Un molusco polizonte

        Durante los años ochenta, probablemente en las aguas de sentina de buques de carga, los mejillones cebra procedentes de Eurasia colonizaron la región norteamericana de los Grandes Lagos, dominando las playas y los hábitats de fondo, ensuciando tuberías y atascando los sistemas de enfriamiento de las centrales eléctricas.

        Al mismo tiempo, estos moluscos que se alimentan por filtración acapararon una proporción desmesurada del plancton que forma la base de las cadenas tróficas acuáticas. Desde entonces, como una sola hembra es capaz de producir un millón de crías al año, los invasores se han propagado a toda velocidad por el continente. Ya han causado 5000 millones de dólares en daños solo en la región de los Grandes Lagos.

        Para Cindy Sawchuk, especialista en especies invasoras acuáticas del Ministerio del Medioambiente y Parques de la provincia canadiense de Alberta, los mejillones cebra figuran en el primer puesto de su lista de cuestiones preocupantes. Por ahora, Alberta se ha librado de los mejillones cebra. «Si entran aquí, los costes anuales de mantener los miles de kilómetros de acequias y tuberías que sustentan nuestro sector agrícola podrían ascender en 75 millones de dólares, y eso sin contar los daños a los ecosistemas autóctonos», me contó Sawchuk.

        Por eso se exige que los vehículos que transportan embarcaciones a Alberta se detengan en uno de los puestos de control en las carreteras principales. Ahora, es probable que el equipo de inspección incluya a un perro rastreador de un programa desarrollado por Sawchuk llamado Conservation K9.

        Aunque el mejillón cebra adulto medio tiene el tamaño de una uña, los juveniles pueden ser tan diminutos como una semilla de amapola y pueden pasar desapercibidos en una grieta húmeda o en un orificio de drenaje. Pero no pueden ocultar su olor de los perros.

        Esto aún deja el problema de los charcos de agua que podrían albergar larvas de mejillón. Estas larvas, llamadas velígeras, no solo son casi transparentes, sino que también son más pequeñas que las amebas y es imposible verlas sin un microscopio.

        Para detectar a las larvas, no hay otra alternativa que contar con un equipo especializado con circuitos integrados elaborados: en otras palabras, la nariz del Canis familiaris.

        En sus experimentos, el equipo de Sawchuk descubrió que sus perros eran capaces de detectar hasta dos larvas velígeras en un cubo con 12 litros de agua.

        Puesta a punto

        Adiestrar perros para detectar especies silvestres no es un proceso excesivamente complicado. Pero es largo y continuo y exige altos niveles de paciencia, intuición y empatía, por eso el adiestramiento es tanto un arte como una rutina de instrucción.

        La nieve caía la mañana de finales de invierno en que acompañé a Sawchuk, a dos de sus colegas humanos; a Hilo, un labrador negro; a Seuss, un pastor alemán; y a Diesel, un labrador retriever, a un almacén en la ciudad de Lethbridge. «Han pasado meses desde que estos perros encontraron mejillones», dijo Sawchuk. «Es hora de repasar el adiestramiento, una puesta a punto antes de que reabran los puestos de control».

        Melissa Steen y Tule

        Tras un día buscando hurones de pies negros, Melissa Steen, especialista de campo de WD4C, y Tule comparten un bonito momento. El vínculo establecido entre humanos y perros en la Edad de Piedra sigue enriqueciendo las vidas de ambas especies, y cada una sigue cuidando y aprendiendo de la otra.

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          La perra Lily

          Quizá la mejor recompensa por cumplir las instrucciones son los halagos y la oportunidad de coger la pelota con una cuerda atada y empezar un tira y afloja. A lo largo de su carrera, Lily, de 12 años, ha sido adiestrada para detectar hasta 23 olores de plantas y animales.

          Fotografía de Adam Ferguson

          Los cuidadores colocaron una hilera de cajas con agujeritos en la parte superior. Una contenía mejillones secos que habían almacenado. Aunque les quedaba poco olor, todos los perros se detuvieron frente a la caja correcta.

          Tras más pruebas, los perros descansaron fuera mientras los encargados metían los mejillones en cajones y entre otro material almacenado. Dejaron que entrara un perro cada vez y lo instaron a olfatear el entorno. Cada éxito se celebraba con aplausos tan pródigos que uno pensaría que el can había encontrado oro. Mejor que cualquier tesoro resplandeciente, los halagos iban acompañados de tirar la pelota para que el perro se la trajera al trabajador y después jugar al tira y afloja.

          Para reclutar perros para esta labor de detección, muchos adiestradores acuden a refugios de animales con una pelota u otro juguete. Buscan perros con mucha energía y ansiosos por hacer algo, cualquier cosa. Estos son los que suelen elegir las familias de entre una camada porque destacan por ser los más listos y juguetones. Y en cuanto dejan atrás la etapa de cachorros, son los que más probablemente acaben en un refugio porque son demasiado exigentes para una familia.

          Sin embargo, para el adiestrador, un perro en alerta que se obsesiona con un juguete tiene muchas posibilidades. De todos los perros disponibles, ¿cuántos no son seleccionados pero son capaces de superar pruebas de resistencia, confianza, compatibilidad y otras cualidades propias de una carrera como detectores? Quizá uno de cada 600, me dicen.

          La estrella de Sawchuk, Hilo, fue elegido en un refugio para trabajar como perro guía para personas ciegas. Aprendía enseguida, pero era demasiado curioso y animado para encajar en un régimen de adiestramiento estricto, así que lo retiraron del programa. Por suerte, se lo presentaron a Sawchuk, que vio el potencial de esa energía incontenible combinada con su inteligencia.

          Estos rasgos hacen a Hilo lo bastante flexible para concentrarse en los mejillones durante una semana y después pasar a moverse por marismas con Sawchuk en busca de hierbas invasoras, y a continuación —con el mismo entusiasmo— ayudar a una agencia de recursos a localizar jabalíes invasores, que destrozan hábitats naturales y tierras de cultivo.

          De flores a mariposas

          Más del 99 por ciento de la pradera autóctona del valle de Willamette, en Oregón, se ha convertido en tierras agrícolas o se ha destinado a otro tipo de proyectos de explotación. Como cabía esperar, ahora la existencia de muchas plantas y animales que antes eran comunes pende de un hilo.

          Una de las más raras es la especie Lupinus oreganus, o lupino de Kincaid, una flor silvestre en peligro de extinción. Resulta que además es la única anfitriona de una criatura todavía más escasa: la mariposa azul de Fender (Icaricia icarioides fenderi), que solo pone sus huevos en las hojas de esa planta y se alimenta de ella durante la fase larvaria. La mariposa, considerada extinta en el siglo XX, se redescubrió en 1989 y se declaró en peligro de extinción en el año 2000.

          Kayla Fratt lava a Barley

          Barley, un border collie, se refresca mientras la especialista Kayla Fratt, de WD4C, lo lava tras el trabajo sobre el terreno. La mayoría de los perros que detectan especies silvestres son rescatados de refugios de animales, donde los perros que de cachorros eran muy juguetones y que se han convertido en perros hiperactivos son abandonados por familias que se ven incapaces de mantenerlos.

          Fotografía de Adam Ferguson

          Para proteger a ambas especies amenazadas, David Vesely, asesor del Instituto de Fauna y Flora de Oregón, en la ciudad universitaria de Corvallis, sabía que el primer paso sería identificar las áreas donde quedara una mayor concentración de la planta. Pero también sabía cuánto tiempo perderían intentando distinguirla de varios tipos de lupinos relacionados al ir de planta en planta con una lupa para estudiar su anatomía.

          Así que Vesely llamó a dos de las fundadoras de WD4C, Alice Whitelaw y Deborah Woollett. Cuando los adiestraron para detectar el olor del lupino de Kincaid, sus perros —acompañados de Rogue, el pastor belga negro de Veseley, un rastreador experto— consiguieron localizar a esta subespecie en cada fase de su ciclo vital, desde los brotes primaverales hasta su deterioro otoñal. A lo largo de un año, el equipo cartografió más de 30 lugares con poblaciones importantes de lupino de Kincaid.

          Ahora, el segundo paso consistía en proteger estos sitios. Las agencias federales intensificaron los planes de conservación de la pradera autóctona en terrenos públicos y empezaron a restaurar algunos tramos mediante el uso selectivo del fuego. El Greenbelt Land Trust, una organización local, hizo lo mismo con terrenos privados llegando a acuerdos con los dueños.

          Mientras Vesely y yo contemplábamos una zona de 38 hectáreas llamada Lupine Meadows, me dijo: «La estrategia a largo plazo es unir los restos de pradera para que puedan funcionar como el ecosistema original». Las especies y subespecies raras como estas no recibían mucha atención hasta que un periodista local escribió sobre los perros rastreadores, me dijo. «De repente, todo tipo de personas estaban interesadas. Se convirtió en una oportunidad fantástica para enseñar al público el valor de conservar la diversidad biológica».

          La unión de las soluciones para la fauna y la flora y el calentamiento global

          En 2009, Berkshire Hathaway Energy, una división del conglomerado Berkshire Hathaway de Warren Buffet, anunció que planeaba construir la granja solar de Topaz en las tierras secas de la llanura de Carrizo, en la zona centro-occidental de California.

          Con nueve millones de paneles extendidos a lo largo de casi 25 kilómetros cuadrados, esta sería la mayor instalación de energía solar del mundo en aquella época. También se construiría en un terreno ocupado por el zorro de San Joaquín (Vulpes macrotis mutica).

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            Tule guía a Rob Terwilliger y a Megan Paker

            Tule conduce a Rob Terwilliger, biólogo afiliado con WD4C, y a Megan Paker, cofundadora y directora de investigación de WD4C, por la región del valle de Big Hole, Montana, en busca de rastros de osos grizzly. Si uno hubiera pasado por aquí y dejado excrementos, un humano solo los vería de pura casualidad. Es mejor no perder de vista a Tule mientras su nariz distingue los olores.

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            Parker y su amiga y colega Tule

            Parker y su amiga y colega Tule continúan la búsqueda de heces de oso grizzly y de su ADN en una ladera calcinada de Montana llena de pinos torcidos jóvenes. La clave para recuperar a esta especie amenazada al sur de Canadá será proteger los bastiones y pasillos ecológicos restantes que permitan que los osos se desplacen, intercambien genes y se adapten a las condiciones cambiantes.

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            Con apenas 30 centímetros de alto y un peso de poco más de dos kilos —menos que el gato doméstico medio—, este es el cánido más pequeño de Norteamérica, un grupo que incluye a otros zorros, coyotes, lobos y, por supuesto, perros.

            Los zorros de San Joaquín eran abundantes en los pastizales áridos del centro de California hasta que su espacio vital se vio remplazado en gran medida por la agricultura. Su suministro de alimentos se vio diezmado por los insecticidas y los venenos para roedores, y estas sustancias químicas tóxicas empezaron a acumularse en los cuerpos de los propios zorros, alcanzando niveles perjudiciales.

            En 1967, el zorro de San Joaquín, con una población de unos 7000 ejemplares, fue incluido en la lista de especies en peligro de extinción.

            Berkshire Hathaway Energy contrató a una empresa de asesoría ecológica para que los aconsejara sobre cómo minimizar las repercusiones del proyecto en los zorros y en otras especies, desde roedores hasta antílopes americanos, en el emplazamiento de Topaz.

            «Para conocer la reacción de los zorros necesitábamos un censo muy exacto, pero carecíamos de una metodología para hacerlo», contó Dan Meade, científico principal de la empresa. Cuando se enteró de que Deborah Woollett había estudiado a los zorros de San Joaquín durante años, Meade se puso en contacto con ella.

            Woollett diseñó una cuadrícula de reconocimiento densa que abarcaba la granja solar y apareció con perros olfateadores. Patrulló sus rutas para recoger excrementos de zorro, confiando en que los perros los distinguieran de las heces de los coyotes y los gatos monteses locales, que tienen un aspecto similar.

            A continuación, envió los excrementos para que analizaran su ADN y descubrir a cuántos zorros representaban las muestras. Woollett siguió haciéndolo antes, durante y después de la construcción de la granja solar, un periodo de ocho años. Al contrario de casi todas las expectativas, descubrió que la población del zorro de San Joaquín estaba aumentando de forma constante.

            La llanura de Carrizo es un semidesierto. La sombra de los paneles solares impedía que el suelo se secara tan rápidamente como en zonas abiertas. Esa humedad adicional fomentaba el crecimiento de gramíneas y otras plantas, que a su vez atraían a las presas de los zorros de San Joaquín: insectos, lagartos, aves y el alimento básico del cánido en la zona: ardillas terrestres.

            Como los paneles estaban levantados del suelo y dispuestos en hileras espaciadas, los zorros tenían espacio suficiente para moverse, cazar y excavar sus madrigueras, donde daban a luz y criaban a sus cachorros.

            Para conseguir el permiso del proyecto de Topaz, la empresa había pagado millones de dólares a cambio de reservar casi 7000 hectáreas de terreno como hábitat para la flora y la fauna silvestres.

            Parte de esas hectáreas eran tierras agrícolas cerca del proyecto. Después de su restauración como pastizales, los zorros de la población creciente de Topaz empezaron a desplazarse, expandiendo su área de distribución, otro resultado positivo.

            Me reuní con Woollett a 270 kilómetros al este de la llanura de Carrizo, en el valle de Panoche, donde sus perros y ella también habían buscado zorros de San Joaquín. En aquel momento, estaba comprobando si los perros eran capaces de detectar los excrementos del lagarto leopardo de nariz roma (Gambelia sila), una especie más amenazada que los zorros. Los reptiles suelen vivir en las madrigueras de la rata canguro gigante, otra especie en grave peligro de extinción y también el alimento principal para los zorros de la zona.

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              Un perro rastreador recorre el terreno

              El mejor y más viejo amigo de la humanidad recorre el terreno para encontrar un objeto de forma mucho más eficaz que cualquiera de nosotros, demostrando que también es uno de los mejores amigos de la flora y la fauna en esta época de pérdida de hábitats generalizada e índices de extinción elevados.

              Fotografía de Adam Ferguson

              El remplazo masivo de los pastizales del valle Central de California por agricultura intensiva ha dejado a muchas comunidades de fauna y flora aisladas las unas de las otras y en una situación cada vez más vulnerable. Dicho esto, nos encontrábamos en un nuevo refugio, la reserva natural del valle de Panoche, de casi 11 000 hectáreas, donde se veían guaridas de zorros de San Joaquín y madrigueras de ratas canguro por todas partes.

              Ben Teton, el administrador de la reserva, estaba explicando cómo se había formado el refugio a partir de un rancho bovino que habían adquirido. El dinero procedía de otra compañía energética que también quería instalar una granja solar, esta en la zona de Panoche. Conforme a la Ley de Especies en Peligro de Extinción, para conseguir la aprobación del gobierno la empresa tuvo que hallar un modo de compensar las posibles repercusiones para la fauna y flora amenazadas en el emplazamiento de proyecto.

              Con gramíneas jóvenes y pétalos de flores abiertos sobre el terreno como si fueran un gran manto de terciopelo, parecía oportuno sentir optimismo por un futuro en el que las plantas y los animales salvajes y la energía alternativa prosperen en armonía.

              Los perros, amigos en el trabajo y en el juego que nos ofrecen una vía para ser más conscientes de las capacidades mentales y las vidas emocionales de los seres no humanos, son unos compañeros únicos. En el caso de los perros que detectan especies silvestres, también son compañeros de los zorros de San Joaquín, las mariposas azules, los osos grizzly y un amplio abanico de criaturas, ayudándolas en su lucha por sobrevivir.

              Todavía no sabemos cuánto más pueden hacer para conservar el mundo natural en esta etapa crucial de la historia de la Tierra. Aún no hemos alcanzado los límites de sus capacidades para distinguir olores y comunicar información. Ahora mismo, los únicos límites son los de nuestra imaginación.

              Douglas H. Chadwick es biólogo, autor y activista de Conservation Land Trust. Su último libro, Four-Fifths a Grizzly: A Fresh Understanding of Nature that Might Save Us All, será publicado por Patagonia esta primavera.
              Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
              Cotón de Tuléar

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