¿Por qué hay más plástico en el Ártico que en otros lugares de la Tierra?

Las corrientes oceánicas y el aire transportan el plástico hasta el lejano norte, donde se acumulan, a veces incluso dentro de los animales que lo habitan.

Por Cheryl Katz
Publicado 31 oct 2019, 12:59 CET
Fibras de plástico
Diminutas fibras y restos extraídos durante un muestreo de un testigo de la banquisa de Groenlandia iluminados bajo un microscopio en el laboratorio del buque de investigación Kronprins Haakon.
Fotografía de Lawrence Hislop

En un témpano en el mar de Groenlandia, muy por encima del círculo polar ártico, Ingeborg Hallanger aspira plástico.

Nos encontramos en una franja de «hielo fijo», que se llama así porque permanece congelado en un revoltijo de icebergs pegados a la plataforma poco profunda de la costa nordeste de Groenlandia. Una superficie blanca y arrugada, salpicada de estanques azules de agua del deshielo y atravesada por grietas, se extiende hasta el horizonte. Los glaciares de Groenlandia brillan en la distancia.

Hallanger, investigadora del Instituto Polar Noruego de Tromsø, Noruega, mira por un agujero perforado en el hielo e introduce una manguera hasta la superficie líquida inferior. Mientras otros miembros de la expedición de investigación patrullan con rifles en caso de osos polares, cuya aparición los obligaría a retirarse precipitadamente al barco, Hallanger enciende una bomba y empieza a filtrar partículas diminutas del agua marina.

Esta zona del Ártico, a cientos de kilómetros de la ciudad más cercana, alberga unas de las mayores concentraciones de plásticos del planeta. Muchos estudios hallan concentraciones superiores de microplásticos en la banquisa en estos puntos remotos de latitudes altas que en las cinco infames islas de basura oceánicas. Un informe reciente ha determinado que los microplásticos aerotransportados caen mezclados con la nieve en el lejano norte.

Hallanger, que es ecotoxicóloga, quiere saber cómo afecta este diluvio de materiales sintéticos a la vida en los hábitats al borde del hielo que compone la base de la cadena trófica marina.

«Si es cierto que el hielo alberga tantos plásticos, entonces los organismos que viven en él y bajo él podrían habitar uno de los espacios más contaminados del mar», afirma.

Plásticos por todo el Norte

La zona donde trabaja Hallanger es una de las partes del Ártico con más contaminación por plástico. En el paso entre el este de Groenlandia y el archipiélago noruego de Svalbard —un punto neurálgico de corrientes oceánicas llamado estrecho de Fram—, un estudio reciente halló más de 12 000 partículas de microplásticos por litro de banquisa. Dicha cifra es similar a las mayores concentraciones documentadas que flotan en costas urbanas contaminadas. La superan las 14 000 partículas por litro detectadas hace poco en la nieve sobre la banquisa del estrecho de Fram.

Sin embargo, la invasión del Ártico por parte del plástico no se limita al estrecho de Fram. Se han hallado microplásticos por todo el extremo Norte, del mar de Beaufort a las aguas siberianas, pasando por el archipiélago canadiense, y se está empezando a desentrañar el porqué. Las aguas superficiales del océano Glacial Ártico albergan más plásticos que cualquier otra cuenca oceánica. Las cantidades de partículas medidas en algunas partes del fondo del océano Glacial Ártico son las más altas del mundo. Los fragmentos de materiales artificiales aparecen en especies silvestres árticas. Sobre todo en aves. Y más concretamente en un ave denominada fulmar boreal, que se ha convertido en un imán para los plásticos.

«Todos los grupos de fulmares que hemos analizado en el Ártico en los últimos 30 años tenían plásticos dentro», afirma Jenn Provencher, directora de la unidad de salud faunística del Servicio Canadiense de Fauna.

La inundación de plásticos a la que están sometidos nuestros mares —se estima que cada año se vierten al mar hasta 12,7 millones de toneladas métricas de residuos plásticos— es un problema global. Pero además de soportar una de las mayores cargas de microplásticos del mundo, el Ártico es muy vulnerable a los efectos que pueda tener dicha carga debido a las duras condiciones de vida, la cadena trófica limitada y los enormes cambios climáticos que se están produciendo.

«Estamos añadiendo más estrés a los animales que habitan este entorno», afirma Hallanger, que examina la exposición, las rutas y los efectos de los microplásticos en aves, zorros y otros animales árticos. «Es posible que este sea el factor que los lleve al límite».

¿Por qué consumen plástico estas diminutas criaturas marinas?

Plástico ubicuo

Ya en el Kronprins Haakon, un rompehielos de investigación del Instituto Polar Noruego, Hallanger, el estudiante de posgrado Vegard Stürzinger y yo decidimos llevar a cabo un experimento improvisado con microplásticos. Las muestras de Hallanger, que incluyen testigos de hielo, fragmentos de «tortitas» de hielo recién formadas y agua marina más profunda, aguardan a que las analicen en el laboratorio del instituto en Tromsø. Pero en el barco filtramos varias muestras de hielo fundido raspado de la parte superior del témpano, que nadie ha pisado, y examinamos los restos con el microscopio.

Los filtros están salpicados de manchitas rojas, azules, negras y amarillas de un tamaño inferior a la goma de un lápiz, el máximo para entrar en la categoría de microplásticos. La mayoría parecen ser fibras sintéticas acompañadas de virutas y esquirlas.

Nuestro proceso no es científico en absoluto. No hemos calibrado las mediciones, estandarizado nuestros métodos ni evitado la contaminación de forma escrupulosa —algo que Hallager sí hará en sus análisis de laboratorio—, aunque estamos en un laboratorio limpio y sellado donde no se permite la ropa sintética.

A pesar de todo, resulta revelador. «¡Es altísima!», exclama Hallager sobre la cantidad de motas plástico que observamos.

¿De dónde procede todo este plástico del Ártico y cómo llega a un entorno supuestamente prístino?

Plástico en movimiento

Erik van Sebille, oceanógrafo de la Universidad de Utrecht en los Países Bajos, ha cartografiado el movimiento del plástico en los mares. Hay tanta basura en el océano Ártico que ha descubierto que podría estar formándose otra isla de basura en el mar de Barents, sobre Noruega y Rusia. Al parecer, gran parte de los residuos proceden del noroeste de Europa y al costa este de Norteamérica.

Van Sebille tiene la hipótesis de que los plásticos se acumulan cerca del límite meridional del océano Glacial Ártico porque el agua del atlántico que se desplaza en dirección norte se enfría y se hunde en esa zona, poniendo en marcha un sistema de corrientes oceánicas llamado Circulación Atlántica Meridional de Retorno. El plástico es flotante y se queda atrás.

«Yo lo llamo el mojón que no se traga la cisterna», afirma van Sebille.

Pero la gran mayoría de los microplásticos no flotan en la superficie del mar, sino que se mezclan por toda la columna de agua. Estos fragmentos sumergidos no solo se acumulan en el Ártico, sino que también se dirigen hacia la Antártida. En un nuevo estudio, van Sebille y sus colegas han determinado que las corrientes subsuperficiales pueden desplazar grandes cantidades de microplásticos desde latitudes medias a ambos polos. De hecho, cuando se transporta en corrientes subsuperficiales, «es mucho más probable que el plástico acabe en regiones polares», afirma.

Es más, van Sebille ha observado que los plástico también circulan hacia los polos en las olas, un proceso de transporte marino llamado deriva de Stokes. Como la mayoría de los modelos que estiman la cantidad de plásticos marinos no incluyen el viaje que les proporciona la deriva de Stokes, la concentración del Ártico podría ser muy superior.

Por su parte, la banquisa transporta y almacena cantidades enormes de microplásticos en el Ártico. Con todo, Ilka Peeken, bióloga marina del Instituto Alfred Wegener para la Investigación Marina y Polar de Alemania, explica que ese almacén debería considerarse temporal ante el deshielo acelerado que se está produciendo.

Peeken, que estudia los efectos de los cambios ambientales en los organismos que viven en la banquisa ártica, ha descubierto 17 tipos de plástico diferentes en el hielo y que los envases, fragmentos de tapones de botellas, pinturas, nailon y trocitos que probablemente fueron colillas solo representan la mitad del total de partículas. Sostiene que es probable que el nailon y la pintura procedan de fuentes locales, como aparejo de pesca y barcos, mientras que artículos como envases y tapones deben de haber recorrido largas distancias. Algunos podrían haberse filtrado desde la isla de basura del Pacífico y circulado hacia el norte por el estrecho de Bering. La basura atrapada en hielo, recogida por el congelamiento del mar, atraviesa el Ártico en la deriva Transpolar.

Ahora, un nuevo estudio sugiere que los microplásticos también flotan en las corrientes de aire y aterrizan en el Ártico en forma de nieve cargada de plástico. Además de introducirse en el agua, estas partículas minúsculas y prácticamente invisibles pueden inhalarse, según la autora del estudio Melanie Bergmann, ecóloga marina del Instituto Alfred Wegener.

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      Estrecho de Fram
      La banquisa del estrecho de Fram puede contener tantos microplásticos como los que hay en las costas de las zonas urbanas.
      Fotografía de Lawrence Hislop

      Posibilidades espantosas

      Se sabe relativamente poco sobre cómo afecta la contaminación por plástico a los ecosistemas árticos. Además de en aves, se han hallado microplásticos en los estómagos de algunas especies de peces polares, así como en mejillones, cangrejos azules y estrellas de mar abisales, según un informe reciente sobre la basura del océano en el extremo Norte llevado a cabo por el grupo de trabajo del Consejo Ártico, Protección del Medio Marino Ártico. Sin embargo, se ha investigado poco en esta región dura y remota y aunque los experimentos han detectado daños, como la alteración del comportamiento de peces expuestos a los microplásticos, no se han detectado impactos en la salud en animales a nivel poblacional.

      No obstante, Hallager indica que los estudios de laboratorio ponen de manifiesto que los productos resultantes de la descomposición de los microplásticos, denominados nanoplásticos, son capaces de traspasar las paredes celulares. Incluso podrían penetrar la barrera hematoencefálica. Quizá hasta podrían atravesar la placenta y llegar a los fetos. Las condiciones árticas —el congelamiento y el deshielo, la acción del hielo, los vientos y las olas— pueden resultar especialmente favorables para convertir microplásticos en nanoplásticos.

      «Da miedo», afirma Hallanger.

      Como en otros lugares, aquí preocupa mucho la posibilidad de que los plásticos lleguen a los alimentos. Si las criaturas pequeñas de la base de la cadena trófica consumen microplásticos, estos pueden «biomagnificarse» cuando estos organismos son devorados por otros sucesivamente más grandes y llegar hasta los humanos.

      De hecho, los humanos consumimos plástico. Un nuevo estudio ha determinado que los estadounidenses comen y beben hasta 52 000 partículas de plástico al año, cifra que se eleva a 121 000 si se suman los plásticos inhalados.

      Pero el Ártico no es como otros lugares. La contaminación por plástico plantea un problema excepcional en este lugar porque alberga a muchas personas que dependen casi exclusivamente del ecosistema marino para obtener alimento y por motivos culturales.

      «En el Ártico, la cadena trófica marina está muy conectada al consumo humano», afirma Provencher. «Si tienes plásticos en una especie y hay personas que dependen de esta especie como fuente de alimento, puede tener consecuencias mucho más amplias en otras zonas del planeta».

      Peter Murphy, coordinador regional de Alaska del programa de desechos marinos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) estadounidense, coincide.

      «La subsistencia en Alaska es un problema y una preocupación reales, porque hay comunidades donde muchas de las calorías ingeridas proceden de la tierra y el agua que las rodea», dice sobre los grupos indígenas de la costa y las islas alaskeñas.

      La contaminación por plástico de estas zonas ejerce «un impacto más directo», afirma. Un estudio de 2015 a 2017 que midió los microplásticos de la arena de las playas de los parques nacionales estadounidenses descubrió que la cantidad de contaminación en algunos lugares remotos de la costa alaskeña era similar a la observada en una zona densamente poblada cerca del puente Golden Gate de San Francisco.

      Por ahora carecemos de pruebas fehacientes de que la contaminación por plástico se magnifique al ascender por la cadena trófica y de que plantee un riesgo para las personas que consumen productos del mar. Pero una nueva iniciativa está a punto de empezar a supervisar la contaminación por plástico y sus efectos en el Ártico. El proyecto, dirigido por Islandia cuando asuma la presidencia del Consejo Ártico, consistirá en un grupo de trabajo especial del Programa de Supervisión y Evaluación del Ártico. Hallanger y otros expertos participarán en este proyecto.

      Los científicos que estudian el Ártico sostienen que aún queda mucho por descubrir sobre las consecuencias de la lacra de la ubicuidad del plástico.

      «En realidad, no lo tenemos controlado», cuenta Hallanger, contemplando desde el barco un fragmento de hielo donde unas aves marinas buscan peces.

      «El Ártico es un lugar excelente para demostrar que se trata de un problema global», afirma. «Y tenemos que hacer algo al respecto a nivel global».

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

      Microplásticos

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