El coronavirus ha paralizado la «capital del hardware» de China
Las barricadas improvisadas y la falta de trabajadores migrantes han puesto patas arriba la vida y la industria en Yongkang, uno de los principales centros de producción de China.
Yongkang se considera la «capital del hardware de China». La ciudad se encuentra en el corazón de la provincia oriental de Zhejiang y sus casi 10 000 fábricas elaboran productos como brazos para robots, partes de automóviles y electrodomésticos. Cada año, envían a todo el mundo mercancías por valor de casi 3700 millones de euros.
Al menos, así era la vida en Yongkang (cuyo nombre significa «siempre sano») antes de que el nuevo coronavirus infectara a más de 72 000 personas en China.
Aunque tres cuartos de los afectados de esta enfermedad infecciosa residen en la provincia de Hubei, el brote y las restricciones de transporte de las tres últimas semanas han tenido un efecto negativo en el trabajo migrante en China, sobre todo en centros de producción como Yongkang. Moody’s Analytics, una empresa dedicada a la gestión de riesgos financieros, prevé que el brote podría provocar la pérdida de un uno por ciento (unos 130 000 millones de euros) del PIB de China
«Si no entra dinero, no sé cuánto tiempo aguantaremos», afirma Wang Weiwang, de 32 años, director de Mali’ao Industry & Trade Limited, una pequeña fábrica de Yongkang que elabora productos eléctricos de cocina, como fogones y placas de horno. Aunque la ciudad solo ha confirmado cinco casos, la provincia de Zhejiang figura en tercer puesto en el país, con 1117 infectados de COVID-19, el nombre que ha puesto la Organización Mundial de la Salud al nuevo coronavirus.
La fábrica de Wang debería haber reanudado la producción hace una semana, pero el gobierno central prolongó las festividades del Año Nuevo Lunar ante la epidemia. Pese al fin de las festividades el lunes pasado, aún le preocupa que la planta no vuelva a estar operativa en el futuro próximo debido a la necesidad de trabajadores migrantes.
En esta ciudad de un millón de habitantes, casi la mitad están registrados como trabajadores migrantes, muchos de los cuales recorren más de mil kilómetros desde provincias lejanas como Sichuán, Yunnan y Guizhou para trabajar en las fábricas de Yongkang. China depende de 300 millones de operarios de regiones rurales de todo el país y el 60 por ciento (174 millones) son migrantes, según los medios estatales. Eso quiere decir que la mano de obra migrante de China equivale a casi la mitad de la población total de los Estados Unidos.
A partir de la semana pasada, los directores de las fábricas pueden solicitar al gobierno municipal permiso para reanudar su actividad, «pero las condiciones son muy estrictas», cuenta Wang. Las personas que no son de la ciudad deben someterse a una cuarentena obligatoria durante 14 días tras llegar, según el Yongkang Daily. Las autoridades municipales exigen que las fábricas desinfecten todos los lugares de trabajo y proporcionen mascarillas a los empleados. También puede exigirse que la plantilla viva en un lugar concentrado proporcionado por el empleador, que coma junta y que le tomen la temperatura corporal a diario.
«No podemos permitirnos hacer algo así», afirma Wang. Aunque pudieran, «tampoco es que haya nadie por aquí».
El pico de no retorno
El pico de retorno de los trabajadores (normalmente más de 100 millones tras el Año Nuevo Lunar) debería haber ocurrido hace dos semanas. Pero la epidemia de coronavirus ha obstaculizado los viajes domésticos, ya que aún hay restricciones estrictas en autobuses, trenes y aviones.
«Pensé que terminaría pronto. Pensé que acabaríamos recobrando la sensación de normalidad», cuenta Roban Wang, un fotógrafo local de 31 años que no tiene relación con Wang Weiwang.
Desde principios de febrero, Roban Wang ha documentado cómo Yongkang y las aldeas circundantes, al igual que muchos lugares más del país, han intensificado las medidas de cuarentena conforme ascendía el número de casos confirmados en las megaciudades cercanas, como Hangzhou y Wenzhou.
«Este fuego viral se está extendiendo a nuestro alrededor», dice Roban Wang. Recuerda que el 1 de febrero le pareció el primer día alegre en semanas. Hacía un calor inusual para la estación, estaba soleado y el cielo, despejado. Casi podía notarse la primavera en el aire, así que salió a dar un paseo por el parque local.
«Había mucha gente. Se reunió un pequeño grupo para jugar a las cartas. Algunos no llevaban mascarillas», afirma Roban Wang.
Pero las autoridades municipales se enteraron de estas reuniones informales y cerraron el parque al día siguiente. Roban Wang cuenta que el gobierno local ha reiterado la importancia de evitar las reuniones públicas hasta que la epidemia acabe. «La batalla aún no ha terminado».
La ciudad también ha bloqueado la entrada de cualquier pasajero que llegue a las estaciones de tren sin hukou, una serie de documentos de registro de China continental que validan la ubicación de la vivienda de una persona. Estos extranjeros son quanhui («persuadidos para regresar»). Un hotel construido cerca de la estación tras el comienzo del brote proporciona alojamiento a los viajeros que están atrapados hasta el próximo tren a casa.
Los vehículos de pasajeros también se topan con cortes en las carreteras, algunos menos oficiales que otros. La ciudad ha cerrado casi todas las salidas a la autopista y solo se permite el paso a personas con identificación local por salidas limitadas. Las metrópolis, ciudades y aldeas de Yongkang han colocado barricadas improvisadas (con vallas, palos de bambú o tierra) para impedir la entrada de los forasteros.
El mensaje en la ciudad y el resto del país es tajante: no vayan a ninguna parte ni regresen a casa todavía.
«Es un dolor de muelas», afirma Wang Weiwang. La fábrica debe pagar el alquiler, los préstamos del banco y los sueldos y la seguridad social de los trabajadores. Cada día que permanece cerrada es un día más de pérdidas financieras, tanto en China como en el extranjero. Por ejemplo, Moody's estima que el brote podría costar a los Estados Unidos casi 93 000 millones del PIB debido a la disminución de los viajes de negocios, el turismo y la demanda de exportaciones americanas.
Aunque su situación le impide dormir por las noches, es mejor que la de muchos de sus compatriotas. La mayoría de su clientes son chinos, pero algunas personas de su círculo laboral trabajan para fábricas que venden principalmente al extranjero.
«Las sanciones a los cargamentos que lleguen con retraso son increíbles. Las pérdidas financieras no son su peor pesadilla. Es la bancarrota», afirma Wang Weiwang.
Roban Wang, que nació y creció en Yongkang, es un fotógafo colaborador de Contact Press Images.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.