Toda la información que necesitas sobre las mascarillas caseras
Esto opinan los científicos y los trabajadores sanitarios sobre la fabricación de equipo de protección y suministros médicos caseros en plena pandemia de coronavirus.
La modista Elase Wong fabrica mascarillas con una tela estampada en una tienda de Hong Kong el 20 de febrero de 2020. Debido a la falta de material en pleno brote viral, los residentes de Hong Kong han empezado a elaborar sus propias mascarillas. De fábricas profesionales a modistas están creando equipo con sus máquinas de coser.
En cinco minutos, Brianna Slatnick puede enseñar al personal hospitalario cómo fabricar una mascarilla de filtración del aire similar a las mascarillas N95 recomendadas para mitigar la propagación del coronavirus. La versión que han creado sus colegas y ella, elaborada con partes sencillas que cuestan menos de tres dólares en total y son habituales en los hospitales, no se parece a los que se hacen en las fábricas, pero ellos sostienen que funciona.
En un vídeo viral de la técnica desarrollada en el Hospital Infantil de Boston, Slatnick, investigadora de innovación quirúrgica y residente de cirugía general, coloca un filtro básico a una máscara de anestesia, fija unas gomas elásticas y se pone el artilugio en la cara. El Instituto Nacional para la Seguridad y la Salud Ocupacional (NIOSH, por sus siglas en inglés), la agencia federal encargada de la supervisión de la seguridad laboral, no ha sido aprobado el invento y el hospital de Boston aún no está usando el dispositivo cerca de los pacientes porque aún cuenta con suministros estándar.
Conforme se acelera la propagación global de la COVID-19, este tipo de respuesta «casera» al déficit de EPI (equipos de protección individual) es cada vez más habitual; investigadores médicos, empresas y científicos ciudadanos están diseñando sus propias mascarillas, mascarillas respiratorias y ventiladores mecánicos.
«Los CDC han anunciado medidas adicionales que pueden tomar los estadounidenses para defenderse de la transmisión del virus. A la luz de estos estudios, los CDC han recomendado el uso de tela no médica para cubrirse la cara como medida de salud pública adicional y voluntaria», declaró el presidente Donald Trump en una rueda de prensa en la Casa Blanca el 3 de abril, en la que citó una reciente investigación sobre los casos asintomáticos.
“Un estudio publicado el 12 de abril en The Lancet determinó que el coronavirus podía sobrevivir en telas durante al menos un día y en mascarillas quirúrgicas durante un máximo de siete días.”
Pero ¿son seguros estos equipos improvisados? Hasta la fecha, las evidencias son exiguas y dispares, y aunque algunas ideas parecen prometedoras, hay cierto temor por que estos recursos provisionales agraven la situación. Un estudio publicado el 2 de abril en The Lancet descubrió que el coronavirus podía sobrevivir en telas durante al menos un día y en mascarillas quirúrgicas durante un máximo de siete días.
«Lo último que queremos es que el personal sanitario tenga una falsa sensación de protección y lleve a cabo [inconscientemente] un procedimiento arriesgado en un paciente», afirma Christopher Friese, profesor de enfermería y salud pública en la Universidad de Míchigan, Ann Arbor.
Esto es lo que sabemos sobre el equipo casero propuesto más frecuentemente y cómo están recibiendo esta tendencia los trabajadores sanitarios en momentos de extrema necesidad.
La fabricación de mascarillas
Internet está plagado de instrucciones para elaborar mascarillas quirúrgicas caseras y de artículos plagados de discusiones sobre cuáles son los mejores patrones y materiales, pero la opinión médica sobre las mascarillas caseras es dispar.
En un estudio de 2013, unos investigadores británicos probaron una serie de materiales cotidianos como filtros para mascarillas quirúrgicas, como camisetas de algodón, paños de cocina, fundas de almohada y bolsas de aspiradora. Aunque las mascarillas caseras eran mejores que nada, ninguno de los materiales funcionaba tan bien como una mascarilla quirúrgica comercial, que filtraba el triple de partículas en una cámara de ensayo y bloqueaba el doble de gotículas en una prueba de tos.
Sin embargo, la coautora del estudio Anna Davies, facilitadora de investigación de la Universidad de Cambridge y exmicrobióloga de salud pública, explica que las versiones caseras sí impedían que algunos microbios las traspasaran, lo que sugiere que las mascarillas improvisadas eran mejores que nada.
El desinfectante para manos casero puede ser eficaz siempre y cuando las instalaciones esterilicen el equipo y empleen materiales de alta calidad. En la foto, Abby Gruppuso, directora de operaciones, y Peter Cornillie, destilador jefe de la Better Man Distilling Company, vierten los productos químicos que se usan para elaborar desinfectante de manos el 1 de abril de 2020 en Patchogue, Nueva York. Ante la crisis de coronavirus, la destilería ha pasado de producir bebidas alcohólicas a fabricar desinfectante para manos. El desinfectante para manos se distribuirá a servicios municipales como el Departamento de Policía de Nueva York, el Servicio Postal de Estados Unidos, la Red Eléctrica Nacional, las Ambulancias Voluntarias de Patchogue y el Departamento de Bomberos de Patchogue, pero por ahora no se destina al público general.
Otro estudio de 2015 arroja más dudas sobre las mascarillas caseras. En un ensayo aleatorio en Vietnam, el personal sanitario que llevaba mascarillas de tela contraía más infecciones respiratorias y enfermedades similares a la gripe que sus colegas con mascarillas quirúrgicas. Los ensayos de laboratorio demostraron que las mascarillas dejaban pasar el 97 por ciento de las partículas, frente al 44 por ciento en mascarillas quirúrgicas. Un matiz es que este estudio no comparó llevar mascarillas de tela con no llevar mascarilla, así que las infecciones adicionales podrían deberse a la reutilización de las mascarillas de tela.
Con todo, Davies indica que aunque las mascarillas de tela no sean perfectas, en teoría podrían ralentizar la propagación de una enfermedad al impedir que el virus salga de la nariz y la boca de las personas. Un pequeño estudio publicado el 2 de abril en Nature Medicine demostró que las mascarillas que llevan las personas enfermas pueden bloquear la propagación del coronavirus, ya sea mediante gotículas respiratorias o aerosoles.
Por su parte, Davies escribió en un resumen reciente de los hallazgos de su equipo que el distanciamiento social, lavarse las manos y evitar tocarse la cara son de lejos las medidas más eficaces para proteger a la sociedad y añadió que las mascarillas deben ser el último recurso para prevenir «un riesgo de exposición inevitable».
La fabricación de mascarillas con filtro
Las mascarillas N95 —recomendados por los CDC estadounidenses y que filtran hasta un 95 por ciento de las partículas en suspensión— se consideran la mejor línea de protección facial para los trabajadores sanitarios que tratan a pacientes con COVID-19. Un inconveniente es que tienen que desecharse tras cada uso, por eso algunas personas intentan encontrar formas de limpiar sus mascarillas con filtro.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Duke ha desarrollado un procedimiento de descontaminación con peróxido de hidrógeno y la Universidad de Nebraska creó un protocolo similar con luz ultravioleta. Sin embargo, no todos los investigadores se han centrado en limpiarlas; algunos han echado mano de la inventiva.
En marzo, un grupo que incluía a cirujanos, estudiantes de medicina, residentes y terapeutas respiratorios, entre otros, participaron en una hackatón de COVID-19 en el Hospital Infantil de Boston. Tras debatir ideas por videoconferencia, se reunieron en una sala grande —perfecta para el distanciamiento social— y trabajaron durante 10 horas con tijeras, cola, silicona, elásticos, filtros de café, mascarillas de anestesia y filtros médicos para crear un ventilador nuevo para una pandemia nueva.
A última hora del día, habían fabricado un prototipo de mascarilla con filtro casera que funcionaba y que aparece en el vídeo del equipo, narrado por Slatnick. (Y ya han fabricado una segunda versión.) Las pruebas preliminares en 11 personas sanas que siguieron sus instrucciones para fabricar sus propias mascarillas con filtro indican que los usuarios tenían niveles de oxígeno, pulsos y respiración estables tras llevar la mascarilla durante 20 minutos.
Aún quedan retos de ingeniería: la mascarilla debe ser duradera, ajustarse bien y filtrar las partículas. Con todo, el diseño del hospital de Boston parece estar cobrando impulso. «Hemos recibido fotos de personas de todo el mundo que usan el dispositivo. En muchos centros hay un déficit grave de EPI y el hecho de que los médicos se pongan en contacto con nosotros para plantearse usar un dispositivo no aprobado por el NIOSH evidencia que están muy preocupados», afirma Slatnick.
La invención de ventiladores mecánicos nuevos
El déficit de ventiladores incita inquietud por la capacidad de los hospitales para tratar un aumento de los casos de COVID-19. Por ejemplo, según una estimación, Estados Unidos cuenta con unos 160 000 ventiladores, que no son suficientes para cubrir los que se calcula que se necesitarán, algo que también han predicho estudios pasados que identificaron los puntos débiles más graves de las cadenas de suministro médico. Una técnica experimental para usar un ventilador en varios pacientes recibió atención —y muchas críticas por parte de los especialistas médicos— cuando algunos hospitales neoyorquinos adoptaron esta práctica arriesgada.
Ante la demanda de ventiladores mecánicos, Samsun Lampotang, ingeniero mecánico y profesor de anestesiología de la Universidad de Florida, ha respondido con un tubo de PVC, una válvula de aspersor de jardín y placas de ordenador. El ventilador improvisado de Lampotang, basado en planos de código abierto y construido con la ayuda de su grupo de investigación —que antes fabricaba ventiladores tradicionales— está casi terminado.
Su objetivo es diseñar un ventilador casero fiable que pueda ensamblarse con hardware y software básicos en menos de cinco horas y por solo 250 dólares. Sería mucho más rápido y barato que lo que hará falta para que empresas no sanitarias como General Motors aumenten la producción de ventiladores tradicionales, según las indicaciones de la Casa Blanca.
Una vez se construya el dispositivo, deberán probarlo con pulmones artificiales continuamente durante tres semanas —el periodo máximo durante el que un paciente podría necesitarlo— antes de que el equipo considere que esté listo para su uso en humanos. Según Lampotang, los informes preliminares son prometedores y ya ha recibido varias solicitudes de médicos.
Pero ¿qué pasa si aún están diseñándolo y probando cuando hospitales como los de Nueva York se queden sin ventiladores? ¿Usarán la versión de Lampotang de todos modos? «Ahí está el dilema ético», afirma. «Por desgracia, se nos está agotando el tiempo».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.