El rastreo de contactos de casos de COVID-19 será la investigación sanitaria más compleja de la historia
Para detener la propagación del virus, los expertos sanitarios de Estados Unidos sostienen que los estados deben contratar rastreadores de contactos que localicen a las personas que se hayan expuesto.
Un rastreador de contactos del Ministerio de Sanidad de Turquía hace un chequeo a una mujer en su casa de Estambul. Cuando su compañera de piso dio positivo, empezó a tener síntomas de la COVID-19. Estados Unidos, el país con más casos, va muy rezagado en el rastreo de la propagación del coronavirus. Los expertos sostienen que el país necesitará 180 000 rastreadores de contactos; actualmente tienen unos 11 000.
El 3 de agosto de 1900, una mujer que vendía pescado junto al río Clyde en Glasgow, Escocia, empezó a vomitar sin parar. En cuestión de días, ella y la nieta con la que vivía habían muerto. Las autoridades sanitarias enseguida confirmaron sus peores temores: La «Sra. B» había contraído la peste bubónica, el primer brote en siglos en el Reino Unido.
Las autoridades actuaron rápido. Detectaron a todas las personas que habían tenido contacto con las fallecidas. Localizaron a un niño pequeño al que probablemente contagió una niñera que asistió al velatorio de la abuela. Rastrearon la enfermedad de un trabajador de fábrica hasta sus compañeros, que habían visitado a la familia de las víctimas. Los trabajadores sanitarios aislaron a unas cien personas, desinfectaron sábanas y fumigaron apartamentos. Para cuando contuvieron el brote, habían muerto 35 personas, pero podría haber sido mucho peor.
Gracias a la medicina moderna, hoy en día pueden practicarse cirugías con robots y láseres. Pero nuestra mejor oportunidad de rastrear el avance de la transmisión de enfermedades como el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 es el mismo proceso laborioso usado durante la época de la reina Victoria.
La práctica, denominada rastreo de contactos, tiene el fin de identificar quiénes podrían ser los siguientes afectados por el virus. Se trata de una labor indispensable para romper la cadena de transmisión de un patógeno y ayudar a la sociedad a volver a la normalidad, según la mayoría de las organizaciones sanitarias, entre ellos los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades estadounidenses. Sin embargo, en Estados Unidos, las idiosincrasias y la escala de esta pandemia (y la intensa polarización de este momento particular de la historia del país) prometen convertir el rastreo de contactos en la investigación sanitaria más compleja y difícil de la historia.
«Será difícil»
En todo el mundo, los sanitarios de muchos países han pasado meses esforzándose por llamar a la gente para hacerle saber que podría haber estado en contacto con alguien que portaba el virus. Este ejército de rastreadores insta a quienes se han expuesto a ponerse en cuarentena para no contagiar a otras personas. Desde Corea del Sur a Singapur, el rastreo de contactos ha ralentizado, aunque no parado, la propagación de la COVID-19, la enfermedad provocada por el virus.
Pese a tener más casos que ningún otro país, Estados Unidos solo acaba de empezar. Para que el rastreo funcione en una América amante de la libertad deberán cambiar muchas cosas cuanto antes. A finales de abril, un grupo bipartito de trabajadores sanitarios sugirieron que el país necesitaría 180 000 rastreadores de contactos para detectar y seguir el movimiento del virus desde ahora hasta que se fabrique una vacuna. A principios de mayo, una encuesta de la Radio Pública Nacional determinó que había unos 11 000 rastreadores.
Con todo, mientras se incrementa el personal, las entrevistas con casi dos docenas de expertos apuntan al tribalismo político, la desinformación, la demonización de comunidades vulnerables y la ausencia de una respuesta federal cohesiva como factores que complican la tarea. El rastreo solo tendrá éxito si la gente confía en las autoridades sanitarias, dice la verdad y responde cambiando su comportamiento.
«Será difícil. Este virus es nuevo y poco conocido, y eso asusta más a la gente. Es una época divisiva en este país y, en un clima como este, ¿cómo movilizas a la gente para que forme parte de nuestra respuesta?», afirma Janet Baseman, epidemióloga y decana adjunta de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Washington.
El país también va peligrosamente rezagado. El número de casos nuevos que aparecen cada día oscila drásticamente, de 13 000 el 19 de mayo a 24 000 al día siguiente, aunque gran parte del país esté confinado. Y esos son solo los casos conocidos. Hasta que Estados Unidos trabaje mejor para averiguar quién está infectado, será imposible que los rastreos sigan el ritmo de la pandemia.
Ahora mismo, el país hace test a unas 300 000 personas al día. Según las autoridades sanitarias, es una fracción de lo que se necesitará; las estimaciones varían de 900 000 a tres millones y hasta 20 millones. Los resultados de muchos de esos test exigen una espera de varios días, retrasos que permiten que el virus campe a sus anchas. El gobierno de Trump ha insistido en que es improbable que se superen los 500 000 test.
Un rastreador de contactos hace llamadas para informar a gente que podría haberse expuesto al coronavirus en Paterson, Nueva Jersey, que se ha convertido en pionero en la iniciativa para frenar la propagación de la COVID-19.
Marc Lipsitch, director del Centro de Dinámica de Enfermedades Transmisibles de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard, es pesimista. Aunque el 80 por ciento del país consiguiera rastrear los casos de forma efectiva (algo que, según él, «sería milagroso»), el 20 por ciento restante podría ser una fuente constante de nuevas infecciones. Una nueva investigación que aún no ha sido revisada por pares sugiere que el rastreo tendría que detectar al menos la mitad de todos los nuevos casos para reducir la transmisión un 10 por ciento. «En mi opinión, es improbable que esto funcione. Pero dada la falta de alternativas, tenemos que intentarlo y, con suerte, se demostrará que me equivoco», señaló Lipsitch.
Sin embargo, su colega Ashish Jha del Instituto de Salud Global de Harvard cree que estos obstáculos son superables. Con todo, para tener posibilidades, la campaña tendrá que avanzar rápido.
Técnicas de rastreo perfeccionadas a lo largo de décadas
El rastreo de contactos suele caracterizarse como trabajo detectivesco, pero se parece más al trabajo social. Para rastrear los contactos, los investigadores preguntan a las personas enfermas o a su familiar más cercano dónde han estado unos días antes de mostrar síntomas para buscar a cualquier persona a la que se haya acercado el contagiado a menos de dos metros o durante al menos 15 minutos. Esos contactos se pasan a un rastreador que los llama por teléfono.
Esta segunda ronda de conversaciones sigue un guion ambiguo. La persona que llama explica a la otra persona que podría haberse expuesto. Responden a sus preguntas y preguntan sobre sus síntomas y el acceso a la atención médica. Preguntan a las personas expuestas si tienen comida y un baño. Las instan a aislarse en casa y llamar a su médico. A su vez, el rastreador pregunta a estas personas a quién podrían haber infectado inconscientemente.
Krysta Cass, una rastreadora de Boston, ha hecho cientos de llamadas como estas en los dos últimos meses. «Llega un momento en el que quieres hacer una pausa y permitir que digieran lo que has dicho. Tienes que esperar y escuchar, y después ser su amiga», explicó. Su tarea principal es tranquilizar a la gente.
«El componente humano no puede subestimarse. Básicamente les pides a las personas que te revelen partes de tus vidas», señaló Nahid Bhadelia, directora médica de la unidad de patógenos especiales en el Centro Médico de Boston y profesora adjunta de enfermedades infecciosas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston.
Este proceso puede parecer intrusivo, pero las agencias de salud pública lo han perfeccionado a lo largo de décadas. Usan el rastreo de forma rutinaria para los brotes de sarampión y de intoxicación alimentaria, o para rastrear el VIH/sida y la gripe aviar. Fue fundamental para erradicar el ébola en el África Occidental tras el brote de 2014. «Hacemos que la gente nos cuente quiénes son sus contactos públicos cuando tienen sífilis. Sabemos cómo hacerlo», afirma Kristen Progreba-Brown, profesora adjunta de epidemiología en la Universidad de Arizona.
“El virus es nuevo y poco conocido, y eso asusta más a la gente.”
La tecnología podría ayudar a algunas personas. Apple, Google y otras seis empresas están desarrollando aplicaciones de móvil que usan el GPS o la tecnología Bluetooth. Estas aplicaciones pueden alertar a los usuarios de que hace poco han estado cerca de una persona contagiosa o permitirles rastrear sus pasos para comprobar si se han cruzado con un portador. Pero la mayoría de los expertos insisten en que la tecnología solo apoyará el rastreo humano, no lo suplantará. Y en Estados Unidos podría no llegar a ser tan eficaz como en otros países.
«Las cosas que intenta hacer la gente pasivamente, con aplicaciones móviles, no son iguales al rastreo de contactos activo», afirma Eric Perakslis, profesor de ciencia de datos de la Universidad de Duke que trabajó en Sierra Leona durante el brote de ébola y ha asesorado a varios estados sobre el rastreo de casos de COVID-19. «Lo del Bluetooth es seguimiento de proximidad. Es similar al rastreo de contactos. No es lo mismo que entrevistar a las personas... asegurarse de que tengan comida o medicina, preguntarles si necesitan ayuda. No es comparar manzanas con naranjas. Ni siquiera es comparar manzanas con chuletas de cerdo».
Las soluciones tecnológicas solo son valiosas si se adoptan de forma generalizada, y las encuestas demuestran que los estadounidenses son escépticos y les preocupa que las aplicaciones infrinjan la privacidad de datos. Además, Estados Unidos tiene tantos casos que no puede recurrir a una colaboración masiva débil con una penetración limitada para detectarlos todos. Por su parte, en gran parte de Asia los brotes virales anteriores han generado una comodidad y un respeto suficientes hacia el rastreo y hay menos necesidad de la supervisión que ofrecen los rastreadores humanos. En unos pocos países, entre ellos China, los gobiernos autoritarios tampoco dejan muchas opciones a sus ciudadanos salvo participar.
Por su parte, los estadounidenses están menos sensibilizados sobre la necesidad del rastreo, son más independientes y sospechan más de la supervisión del gobierno. Eso también conlleva complicaciones.
Los escépticos siembran dudas sobre el rastreo
La meta del rastreo es detectar a la gente rápidamente (lo ideal son 48 horas) y hacer que tome medidas para detener la propagación del patógeno. En las mejores circunstancias, no es un trabajo sencillo. No todo el mundo recuerda cada contacto. Algunas personas no responden las llamadas. Otras no pueden permitirse quedarse en casa.
Y los Estados Unidos modernos están casi condicionados a la perfección para acentuar estas dificultades. El virus ha afectado más a las comunidades minoritarias del país, pero tras años de redadas de inmigración recrudecidas y demagogia racial, mucha gente es reacia a pronunciarse.
«Hay desconfianza, desinformación, un estigma, no hay frente unido. Creo que no hemos hecho un buen trabajo a la hora de llegar a partes diferentes de la población», afirma Rupa Narra, pediatra en el campus de Brooklyn Sur de la Universidad de Nueva York que ha trabajado en el extranjero con Médicos Sin Fronteras y fue epidemióloga de los CDC. En su hospital ha visto a padres con niños enfermos que restan importancia a sus propios síntomas pese a que los ve toser.
Los presentadores de noticias y los legisladores de varios estados, como Luisiana y Minnesota, han demonizado el rastreo de contactos. El representante de Washington Jim Walsh, un republicano de la comunidad costera de Aberdeen, atacó el rastreo en un mitin hace poco. «Me preocupa mucho la retórica de los “ejércitos” que van a obligar a la gente a darles los nombres de las personas con las que han estado», declaró más adelante en una entrevista.
A muchos legisladores les preocupa el coste, creen que el rastreo es una barrera para la reapertura de los estados o lo consideran un tema con el que atacar a adversarios políticos, críticas que han enturbiado las iniciativas para desarrollar un apoyo público. A mediados de mayo, tras varias quejas, el gobernador demócrata de Washington Jay Inslee rescindió los planes para exigir que los clientes de los restaurantes dejaran sus nombres e información de contacto cuando reabran. Quería que los dueños pudieran enviar los datos a los rastreadores en caso de que hubiera un brote en su establecimiento. El departamento de salud del estado también emitió un raro comunicado para desmentir los rumores de que el rastreo pudiera llevar a cuarentenas forzosas; el rastreo es voluntario.
Por otra parte, una característica de la salud pública (que la mayor parte del control es local) se traduce en que el alcance y las prioridades de las labores de rastreo variarán considerablemente de un estado a otro. Y en general, las normas de privacidad sobre la información sanitaria impiden que los distritos sanitarios contacten directamente con personas fuera de su estado. Es probable que eso resulte engorroso cuando los estados reabran y aumente el contacto, sobre todo porque las autoridades sanitarias que rastrean casos ya trabajan a contrarreloj.
«Si llamo a Joe Schmoe y me dice que ha tenido cinco contactos y había una persona que venía de visita desde Florida, técnicamente yo no puedo contactar con esa persona de Florida. Tengo que lidiar con el sistema sanitario de Florida», explicó Pogreba-Brown.
El rastreo y los test se aceleran
Entonces ¿qué se puede hacer al respecto? Los CDC deberían unir a los estados para mejorar el intercambio de datos y asegurarse de que el rastreo de contactos llegue a los lugares que más lo necesitan. «Es claramente un desastre nacional y debería coordinarse a nivel nacional», señaló Ben Brunjes, experto en gestión y contratación de emergencias de la Universidad de Washington.
Ante la falta de una respuesta federal rigurosa, Partners in Health, una organización sin ánimo de lucro con sede en Boston, ha insertado sus equipos de expertos en distritos sanitarios de todo el país para construir programas de rastreo y proporciona asesores para que ofrecen asistencia técnica. En abril, el grupo colaboró con el gobernador de Massachusetts Charlie Baker para contratar a 1000 rastreadores. Para mediados de mayo, estos trabajadores habían contactado con 32 000 personas. Ahora, la organización pretende añadir otros 600 rastreadores en Massachusetts.
Por su parte, Jha señaló que los test por fin están en alza. Ha estimado que el país necesita 900 000 test al día. Según él, podrían salvarse los obstáculos para conseguir ingredientes como los reactivos para detectar el virus en muestras recurriendo al engatusamiento. «He hablado con las empresas», explicó.
Los test también podrían multiplicarse si se agrupan las muestras. Como la gran mayoría son negativos, las autoridades podrían combinar una docena de especímenes en una remesa y después repetir el test a los especímenes individualmente si la remesa da positivo. «Si tienes 20 kits de test, puedes hacerles el test a cien personas», afirmó Jha. Si los test permiten que la gente descubra si es portadora más rápido, sería más receptiva al rastreo y sería más improbable que incumpla las cuarentenas autoimpuestas.
Para combatir el recelo público, los expertos sostienen que Estados Unidos necesita una campaña constante de información fiable apolítica que deje claro que el rastreo es voluntario, confidencial y seguro. Los expertos señalan la Comisión de Salud Pública de Boston, la más antigua del país, que ha pasado décadas logrando avances en comunidades minoritarias. Con un personal diverso que habla ocho idiomas, han desarrollado contactos que sortean las barreras políticas. «Hay que establecer relaciones», afirmó Thomas Lane, director adjunto de la Oficina de Enfermedades Infecciosas de la comisión.
Jha indicó que los distritos sanitarios también deberían intentar establecer contactos en los movimientos de protesta y rastrear a los escépticos. La idea es que recibir la llamada de un rastreador no debería ser más polémico que recibir una llamada del médico.
Pogreba-Brown señaló que, entre tanto, las personas enfermas deberían alertar a amigos que podrían haberse expuesto, como mínimo. «Que te llegue una alerta al móvil o una llamada de un desconocido es muy diferente a que un amigo te diga que se encuentra fatal, que te has expuesto y que te cuides», explicó.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.