El brote de coronavirus de Sudáfrica podría ser un «catalizador de la transformación»
La experiencia del país combatiendo el VIH y la tuberculosis ha ofrecido esperanzas y reveses en su batalla contra la COVID-19.
Un hombre recibe el test del nuevo coronavirus, COVID-19, en Vrededorp, Johannesburgo, el 5 de junio de 2020. El 4 de junio de 2020, Sudáfrica anunció 3267 nuevos casos de coronavirus en 24 horas, el mayor aumento desde que la pandemia llegó al país.
La línea de triple y las gradas son la primera señal de que el hospital de campaña de Khayelitsha es atípico. En este antiguo polideportivo comunitario hay unas 60 camas de hospital distribuidas por la pista central. Las equipación deportiva ha sido sustituida por las mascarillas, pantallas y batas de hospital verdes que llevan los trabajadores sanitarios para atender a los pacientes de COVID-19.
El hospital se encuentra en un vasto mosaico de chabolas y casas bajas a las afueras de la segunda ciudad más grande de Sudáfrica. Aquí, las condiciones de vida hacinadas y el mal saneamiento dificultan el distanciamiento social y el lavado de manos. Los ingresos de subsistencia se traducen en que el confinamiento pasa una factura inmediata al sustento de la gente.
El Dr Zweli Mkhize, ministro de Sanidad, visita el Centro Multiusos de Thusong en Khayelitsha, que servirá como hospital para casos de COVID-19, el 1 de junio de 2020 en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. La ciudad ha designado varios lugares que servirán de hospitales de campaña y alas de aislamiento y cuarentena.
Esto se aplica especialmente a la comunidad de Khayelitsha, un punto caliente de coronavirus que también posee la mayor prevalencia de la tuberculosis en la zona metropolitana de Ciudad del Cabo; además, en 2015 un tercio de las embarazadas estaban infectadas por el VIH.
«Las personas que ya tenían dificultades son el doble de vulnerables», afirma Claire Keene, coordinadora médica en Khayelitsha para Médicos Sin Fronteras (MSF), que dirige el hospital de campaña en colaboración con las autoridades sanitarias locales.
La epidemia de COVID-19 de Sudáfrica se ha resistido a las tendencias observadas en otros países. El confinamiento anticipado, solo tres semanas después de la confirmación del primer caso el 5 de marzo, parece haber librado al país del rápido aumento exponencial observado en España e Italia. Pero el país ha sido incapaz de detener la propagación, como sí lograron Corea del Sur y Nueva Zelanda. Los modelos de enfermedades pronostican que la COVID-19 se cobrará entre 40 000 y 48 000 vidas sudafricanas para finales de año.
Ahora, mientras el país atenúa las restricciones —lo que permitirá que los ciudadanos con problemas de liquidez se ganen la vida—, Sudáfrica se prepara para una ola de infecciones. Las redes sanitarias diseñadas para combatir la coepidemia más devastadora del mundo —VIH y tuberculosis— se han subsumido en la respuesta a la COVID-19. El gobierno ha desplegado a más de 28 000 trabajadores sanitarios de la comunidad para hacer chequeos del coronavirus en zonas pobres y los equipos que antes rastreaban los contactos de pacientes de tuberculosis han pasado a gestionar la pandemia de este año.
Con todo, muchos temen que la transición de estos recursos pueda deshacer todo el laborioso progreso en la lucha contra el VIH y la tuberculosis. Los datos nacionales demuestran que durante el confinamiento el número de test de tuberculosis disminuyó a la mitad, ya que la gente ni podía ni quería visitar las clínicas por el miedo a contraer el coronavirus. Según muchos trabajadores sanitarios, durante el confinamiento se observó un descenso de los pacientes que accedían a los tratamientos para la tuberculosis y el VIH, y una encuesta nacional del Consejo de Investigación de Ciencias Humanas del país desveló que un 13 por ciento de los pacientes han tenido dificultades para acceder a la medicación regular durante el confinamiento por la COVID-19.
«Tardaremos años en recuperar lo que hemos perdido en los últimos meses», afirma Gavin Churchyard, consejero delegado del Aurum Institute, una organización sin ánimo de lucro de salud e investigación con sede en Johannesburgo.
Una intersección de epidemias
El hospital de campaña de Khayelitsha es una de las muchas instalaciones temporales establecidas para los pacientes de COVID-19 en Ciudad del Cabo que, con dos tercios de los más de 50 000 casos de coronavirus del país, es el actual epicentro de la epidemia en Sudáfrica. En total, los hospitales de campaña de Ciudad del Cabo planean añadir 1400 camas para fin de mes, pero las proyecciones demuestran que la ciudad podría quedarse sin camas cuando alcance su pico en julio.
Los residentes de Khayelitsha afrontan todo tipo de dificultades, como la inseguridad alimentaria, la precariedad laboral, la violencia de género o el consumo de drogas. Aunque cualquiera de estos problemas podría sumir a alguien en la pobreza o hacer que abandone su tratamiento de VIH o tuberculosis a largo plazo, la COVID-19 «agravará la situación», advierte Keene.
Una fotografía sacada el 4 de mayo de 2019 muestra un asentamiento informal en Khayelitsha, Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
Otro problema es el estigma que acompaña un diagnóstico de COVID-19. En marzo, cuando detectaron a los primeros pacientes de coronavirus en Sudáfrica, muchos de los 500 000 residentes de Khayelitsha no se preocuparon por una enfermedad que, a su juicio, solo afectaba a los turistas ricos. Cuando el virus llegó a los asentamientos informales, los que daban positivo fueron rehuidos y ahora la gente tiene miedo, explica Nompumelelo Zokufa, directora de apoyo al paciente de MSF. «Tiene miedo de dar positivo y de que la estigmaticen, o de no recuperarse», indica.
Nadie sabe cómo se comportará el coronavirus en lugares como Khayelitsha. En gran parte, los patrones de quién muere por la COVID-19 en Sudáfrica reflejan los observados en otras partes del mundo: los ancianos se ven más afectados, así como las personas con enfermedades preexistentes, como la diabetes. Pero no hay mucha información sobre cómo interactúan el VIH, la tuberculosis y la COVID-19. Esto convierte Khayelitsha y otras comunidades similares en centros de vital importancia para entender mejor esta tríada de pandemias.
El 9 de junio, el gobierno regional de Ciudad del Cabo publicó los primeros datos sobre las causas subyacentes que influyen en las muertes con coronavirus. Desvelaron que las personas que viven con VIH o tuberculosis activa eran el doble de propensas a fallecer con COVID-19 que las personas que no vivían con esas enfermedades. Las víctimas de la COVID-19 eran más propensas a tener diabetes, hipertensión o nefropatía, tendencias similares a las observadas en China y Estados Unidos. Con todo, aún quedan muchas incógnitas, como por qué los pacientes que toman antirretrovíricos eran igualmente propensos a morir como las personas infectadas por el VIH que no tomaban dichas medicaciones, una respuesta que se contrapone a lo que esperaban los científicos.
MSF ha empezado a experimentar combinando los chequeos de tuberculosis y COVID-19 en algunos de sus centros en Sudáfrica. Al ofrecer test de VIH autoadministrados en los sitios de chequeo de COVID-19, la organización espera llegar a las personas que, de lo contrario, se pasarían por alto en sus programas estándar de VIH.
El 11 de abril de 2020, amigos y familiares se sientan al aire libre una noche de sábado para entrar en calor en Thokoza, un municipio cerca de Johannesburgo, Sudáfrica.
A medida que se acalora la batalla contra el coronavirus, estos planes bienintencionados podrían acabar relegados a un segundo plano. La respuesta de Sudáfrica a la COVID-19 ya empieza a verse afectada. Los laboratorios públicos del país han tenido dificultades para responder a la demanda de test y a principios de junio había un retraso de 100 000 test en todo el país. El tiempo de espera para los resultados es de hasta dos semanas, una demora que ha afectado mucho a la capacidad del país para anticiparse a la epidemia rastreando y testando a los contactos de casos confirmados, que se duplican cada 13 días.
«Si no recibes los resultados de los test el mismo día, el resto de las cosas que hagas no importará», afirma Churchyard en Johannesburgo. «Está claro que amortiguamos el aumento, pero no fuimos capaces de invertirlo».
¿Un rayo de esperanza?
Los lugares más vulnerables podrían ofrecer las mejores oportunidades para estudiar la COVID-19 en Sudáfrica y encontrar soluciones integrales. Durante dos décadas, los investigadores de Durban han recopilado datos sanitarios de los residentes del distrito rural de uMkhanyakude, en la costa este de Sudáfrica. En los 18 meses previos al brote de COVID-19 fueron más allá: recopilaron un conjunto de datos sanitarios sin precedentes que incluía placas torácicas y muestras biológicas de más de 17 000 residentes.
Si la COVID-19 llega a uMkhanyakude, este proyecto de investigación podría estar preparado para desentrañar los factores genéticos de las enfermedades y demostrar cómo interactúan las enfermedades infecciosas como la tuberculosis y la COVID-19 con enfermedades no contagiosas como la diabetes, explica Emily Wong, del Africa Health Research Institute (AHRI), una de las científicas que encabezan la iniciativa. Pero espera que esta oportunidad no llegue.
La capacidad sanitaria rural de Sudáfrica está muy por detrás de la de las zonas metropolitanas, donde se han registrado la mayoría de las infecciones de COVID-19. La falta de recursos hospitalarios y el hecho de que los ancianos dirigen muchos hogares rurales significan que «si la COVID-19 llega allí, será un verdadero desastre de salud pública», afirma Wong.
Con todo, la pandemia de coronavirus podría tener un lado positivo para los pacientes de tuberculosis y VIH. Antes del brote, muchos pasaban un día al mes en la clínica haciendo cola para recoger sus medicinas. Pero estos obstáculos por fin están siendo abordados porque la transmisión de la COVID-19 en hospitales es cada vez más preocupante.
Ahora se dispensan medicamentos para varias semanas en cada visita y los pacientes pueden optar por la entrega a domicilio o la recogida de sus medicaciones en máquinas expendedoras. En este sentido, la pandemia está impulsando un avance muy necesario hacia la atención sanitaria centrada en el paciente en los hospitales públicos de Sudáfrica, apunta Regina Osih, experta en VIH y tuberculosis del Aurum Institute de Johannesburgo.
Durante años, el sector sanitario público de Sudáfrica ha intentado integrar sus programas de VIH y tuberculosis con recursos relativamente suficientes, pero independientes, con sus servicios sanitarios generales con recursos insuficientes. Según Wong, la crisis de coronavirus podría ser un catalizador de la transformación: «Consideramos la respuesta a la COVID una oportunidad para acelerarla».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.