¿Cómo se manifiesta la COVID-19 en niños?

Mientras los colegios se preparan para reabrir, los expertos sopesan si ser joven otorga protección contra el virus y con qué facilidad pueden contagiarlo los niños.

Por Sarah Gibbens
Publicado 27 jul 2020, 13:19 CEST
Fotografía de una madre y su hija en un covid-auto

Una madre observa cómo toman la temperatura a su hija en una clínica covid-auto en Corea del Sur. Un estudio de 65.000 personas publicado hace poco por el Centro para el Control de Enfermedades de Corea del Sur descubrió que los niños de más de 10 años eran igual de propensos que los adultos a contagiar el virus.

Fotografía de Chung Sung-Jun, Getty Images

En general, desde el comienzo de la pandemia de coronavirus, los niños se han librado de los peores síntomas de la COVID-19. El mismo virus SARS-CoV-2 capaz de matar a una persona de 50 años puede dejar ileso a un niño de cuatro.

Ahora, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos recomiendan que los colegios del país reabran este año y alegan que los riesgos sanitarios tendrán que sopesarse con el perjuicio de quedarse en casa. Esto afecta de forma desproporcionada a los niños que pertenecen a minorías, los de hogares con bajos ingresos o que tienen discapacidades y que dependen de programas como los comedores escolares o las actividades extraescolares. Cuando esos niños no pueden ir al colegio, sus notas bajan, su salud física y mental se ven afectadas, pierden momentos fundamentales para socializar y muchos no reciben las vacunas que les corresponden a tiempo.

«Los niños sufren de formas diferentes a los adultos», explica Megan Tschudy, pediatra de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins.

Sin embargo, los científicos tienen dificultades para comprender cómo afecta el virus a los niños y si los niños pueden contagiárselo a los adultos que los cuidan. Rachel Graham, epidemióloga de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, señala que, en general, no se sabe por qué varios tipos de coronavirus —como el que causa la COVID-19 y sus parientes virales SARS y MERS— se manifiestan con niveles de gravedad diferentes según el grupo de edad.

Graham, que habló con National Geographic en marzo acerca de los efectos de la COVID-19 en niños, dice que lo que sabemos sobre por qué el virus no parece afectar tanto a los niños no ha avanzado mucho desde entonces. Incluso con el aumento de los test que demuestran que más niños de los que pensábamos pueden contraer el virus, los expertos solo pueden plantear teorías sobre por qué los niños no se ven afectados por la versión «intensa» de la COVID-19 que aflige a tantos adultos.

Tampoco está claro con qué facilidad pueden contagiar el virus, tanto a otros niños como a los adultos. Un estudio realizado en casi 65 000 niños publicado por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Corea del Sur la semana pasada demostró que los niños del grupo de edad de 10 a 19 años podían propagar la COVID-19 dentro de los hogares con la misma eficacia que los adultos.

Según los CDC estadounidenses, solo un dos por ciento de los casos de COVID-19 domésticos han ocurrido en niños de menos de 18 años, pero datos recopilados por Bloomberg demuestran que dichos porcentajes pueden variar mucho según la región. Hasta la fecha, en Estados Unidos han fallecido 20 niños de menos de cinco años por COVID-19.

Un pequeño porcentaje de menores que dan positivo en COVID-19 desarrollan una afección potencialmente mortal llamada síndrome inflamatorio multisistémico infantil (MIS-C). Se desconoce si la enfermedad tiene otras consecuencias a largo plazo.

«Deja cicatrices duraderas en los pulmones y puede provocar un proceso más grave más adelante», afirma Graham, que añade que «ese tipo de cosas tendrán que estudiarse a más largo plazo en niños que se hayan recuperado de la enfermedad». En cambio, como muchos jóvenes no sufren procesos tan graves, «se les ha investigado mucho menos y se les han hecho muchas menos pruebas», dice Tschudy.

En Estados Unidos se está llevando a cabo un estudio a gran escala para comprender cómo infecta la COVID-19 a los niños, mientras padres y pediatras afrontan el inminente comienzo del año escolar conforme aumenta la tasa de infección.

¿Con qué eficacia pueden propagar la enfermedad?

«En igualdad de condiciones, los niños son mucho más propensos a transmitir cosas», explica Graham, que se refiere a la forma en que tienden a interactuar los niños entre sí y a tocar todo tipo de objetos y partes del cuerpo. Sin embargo, señala que no hay datos suficientes para demostrar que sí transmiten el virus al mismo nivel que los adultos.

Aunque el estudio de Corea del Sur demostró que los niños de más de 10 años propagan el virus de manera eficaz, los niños mucho más pequeños eran un 72 por ciento menos propensos a propagar la enfermedad que los adultos.

Con todo, no es imposible que un niño de menos de 10 años transmita el virus. Un estudio desveló que los niños muy pequeños, incluso los bebés, pueden dejar restos del virus, aunque no está claro cómo de infecciosos son estos vestigios. Por su parte, otro estudio rastreó a un niño de nueve años positivo en COVID que visitó tres colegios sin transmitir el virus. La gestión de los niños parece desempeñar un papel importante en la transmisión. Las guarderías que siguieron abiertas durante la pandemia han vivido todo tipo de experiencias, desde grandes brotes en campamentos hasta guarderías sin infecciones.

Una de las teorías que trata de explicar por qué los niños podrían ser menos propensos a propagar la enfermedad está relacionada con el hecho de que la COVID-19 se propaga principalmente a través de las gotículas que expulsamos. Es posible que los niños respiren con menos fuerza y más cerca del suelo.

Barnett dice que, «si tienes hijos, sabes que pueden gritar mucho, pero eso podría no traducirse en una transmisión mayor» si tenemos en cuenta que los chillidos de los niños no tienen la misma fuerza que la tos o los estornudos de un adulto.

«Aunque se congreguen, no están hacinados en el metro de Nueva York ni en bares ni en eventos deportivos», apunta.

Y mientras que un adulto puede ir a trabajar a una oficina compartida aun estando enfermo, los niños enfermos suelen quedarse en casa.

En última instancia, Barnett señala que los expertos solo pueden aportar teorías.

«Una cosa que facilitaría entender todo esto son los resultados del rastreo de contactos», indica Graham. «Así podríamos hacernos una mejor idea de cuántas personas entran en contacto».

¿Por qué parece que los niños de menos de 10 años no enferman con tanta gravedad?

«Al principio de la pandemia, se sabía muy poco en todos los grupos de edad», afirma Tschudy. «Se asumía que todas las edades podrían verse igualmente afectadas y había mucha preparación». Ella alega que los cierres de los colegios podrían haber contribuido a proteger a los niños del virus.

Las pruebas también se limitaban a personas con síntomas visibles de una posible infección de COVID-19 y Tschudy dice que es probable que los niños infectados y asintomáticos pasaran desapercibidos.

Una de las principales teorías por las que los niños de menos de 10 años no parecen ponerse tan enfermos tiene que ver con una enzima llamada ECA2. Cuando el SARS-CoV-2 entra en el cuerpo, las glicoproteínas espiculares que rodean el virus se fijan a la ECA2 como una llave que encaja en una cerradura.

«Una de las teorías es que los niños tienen los receptores [ECA2] de este virus en la nariz [y] las vías respiratorias altas más que en los pulmones, y los adultos tienen estos receptores en los pulmones», explica Elizabeth Barnett, jefa de enfermedades infecciosas pediátricas en el Boston Medical Center y profesora de pediatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston.

Apunta que la producción de más receptores ECA2 en los pulmones es una de las teorías que explicaría por qué los adultos padecen infecciones más graves.

Un estudio de 305 personas de entre cuatro y 60 años determinó que las enzimas ECA2 eran menos activas en niños de menos de 10 años.

Alvaro Moreira, neonatólogo del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en San Antonio, indica que los sistemas inmunitarios más resilientes y adaptativos podrían ayudar a los niños a repeler la enfermedad. Describe dos métodos de ataque empleados por el sistema inmunitario de una persona: «Uno que no necesita memoria y otro que sí».

Con el paso del tiempo, a medida que envejecemos y nos exponemos a virus y bacterias, nuestro sistema inmunitario crea células que recuerdan virus específicos y pueden atacarlos con mayor eficacia. El cuerpo de un niño, que aún construye esta memoria, depende del otro método de ataque del sistema inmunitario.

«Ese es el sistema inmunitario innato», afirma Moreira. «Y sabemos que los niños son menos propensos a poner en marcha una respuesta innata exagerada».

Cuando el sistema inmunitario innato ataca, las células inmunes se enfrentan de forma indiscriminada a los patógenos que penetran en el cuerpo. Durante este ataque, el cuerpo libera unas moléculas denominadas citocinas que ayudan a las células a comunicarse entre sí. Cuando el sistema inmunitario libera demasiadas citocinas, estas atacan el tejido sano. Algunos de los pacientes de COVID-19 adultos más enfermos han fallecido por las denominadas «tormentas de citocinas».

Tschudy señala que los niños suelen tener niveles de citocinas más bajos para protegerlos de dichas tormentas, posiblemente porque «los niños pequeños se exponen a infecciones nuevas constantemente, así que cuando sus cuerpos se exponen a un virus nuevo como la COVID-19, sus sistemas inmunitarios podrían estar preparados para responder con la fuerza suficiente para combatir el virus y no causar daños en el cuerpo».

Algunos niños corren más riesgo

Aunque el sistema inmunitario de un niño podría estar preparado biológicamente para combatir la COVID-19, no todos los niños se ven afectados por igual.

«La gran mayoría de los niños con COVID grave suelen tener otros factores de riesgo», cuenta Philip Zachariah, especialista en enfermedades infecciosas pediátricas en la Universidad de Columbia y epidemiólogo del New York-Presbyterian Morgan Stanley Children's Hospital.

En un estudio que publicó a principios de junio, Zachariah revisó los casos de 50 niños ingresados con COVID-19. Todos se recuperaron, salvo uno. La obesidad en niños de más de dos años se ha vinculado a manifestaciones más graves de la enfermedad, aunque Zachariah insiste en que esto podría reflejar los barrios atendidos por su hospital.

«Creo que, en general, los datos coinciden con el hecho de que los niños de hogares con bajos ingresos y de minorías raciales se infectan más», dice.

En general, dice que incluso los niños pequeños que enferman parecen más propensos a recuperarse que los adultos enfermos. Las mismas medidas de seguridad en adultos— la distancia social, llevar mascarillas y lavarse las manos— ayudarán a los niños a contener el virus.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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