¿Funciona el plasma de convalecientes como tratamiento para la COVID-19?

Estados Unidos ha autorizado el uso de emergencia del plasma de convalecientes. Sin embargo, los datos sobre el tratamiento no han confirmado su eficacia para tratar el coronavirus.

Por Michael Greshko
Publicado 25 ago 2020, 13:09 CEST
Pasma de convalecientes

El plasma de convalecientes se ha utilizado durante más de un siglo para combatir enfermedades infecciosas, pero ¿podrá combatir la COVID-19?

Fotografía de Sergei Bobylev, TASS via Getty Images

A principios de año, se albergaba la esperanza de que la transferencia de la parte líquida de la sangre de pacientes que habían superado la COVID-19 a personas con la enfermedad sirviera como remedio para los casos más graves del virus pandémico. Los médicos han empleado este tratamiento tradicional —conocido como plasma de convalecientes— para combatir brotes desde antes de la pandemia de gripe de 1918. Como ese plasma sanguíneo está repleto de anticuerpos, que etiquetan a invasores microbianos como el coronavirus para destruirlos, esta terapia ha servido como estrategia simple para compartir inmunidad.

Pero meses después del comienzo de este tratamiento, los datos sobre el plasma de convalecientes no han confirmado su eficacia para tratar la COVID-19, pese a que hay más de 70 estudios clínicos sobre él en todo el mundo. Ahora, una de esas investigaciones ha acabado en medio de una polémica académica y política.

El 23 de agosto —un día después de acusar a la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos de ralentizar los tratamientos y las vacunas contra el coronavirus—, el presidente Donald Trump anunció que la FDA autorizará el uso de urgencia del plasma de convalecientes para tratar la COVID-19. Esta última medida del gobierno de Trump en la carrera para aprobar terapias pandémicas se basaba en gran medida en los resultados preliminares positivos publicados a principios de mes por la Clínica Mayo, un centro médico de fama mundial con sede en Rochester, Minnesota. El estudio, que no ha sido sometido a revisión científica externa, señalaba que administrar plasma a los tres días de la hospitalización reducía la tasa de mortalidad del paciente en un 3,2 por ciento.

Con todo, aunque este estudio ha recibido millones de dólares federales y ha contado con la participación de decenas de miles de pacientes estadounidenses, presenta un fallo evidente. El estudio carece de grupo de control —personas que no recibieron plasma— como punto de comparación. Este escollo dificulta la interpretación de los hallazgos de la Clínica Mayo y forma parte de una tendencia más generalizada de carencias en estudios preliminares sobre el plasma de convalecientes.

«Espero que las instituciones y los particulares reconozcan que el tema no está zanjado», afirma Daniel Cuvler, neumólogo de la Clínica Cleveland, en Ohio. Aunque indica que la investigación sobre el plasma de convalecientes resulta prometedora en general, él y otros expertos temen que la autorización de la FDA se considere un apoyo mayor y haga que más pacientes y médicos soliciten un tratamiento que no ha sido probado.

El uso compasivo

El proyecto de la Clínica Mayo surgió de un esfuerzo comunitario de los médicos del país, que concibieron dos formas de implementar de inmediato el plasma de convalecientes. Una era en ensayos clínicos investigados debidamente; en la otra, el equipo preveía una red de programas de «uso compasivo» o «acceso ampliado» que proporcionarían plasma a personas con síntomas potencialmente mortales de la COVID-19, fuera de las aprobaciones tradicionales de la FDA.

Sin embargo, un concepto acabó por eclipsar al otro. Aunque los programas de acceso ampliado salieron adelante muy por encima de las expectativas de sus partidarios, la falta de financiación e infraestructura ralentizó los esfuerzos para poner en marcha ensayos clínicos.

«Lo que he aprendido de esta experiencia es que, en este momento, el sistema no está diseñado para poner en marcha un ensayo rápidamente», afirma Liise-anne Pirofski, experta en anticuerpos y jefa de la división de enfermedades infecciosas del Albert Einstein College of Medicine en Nueva York. «No es que no hubiera un protocolo, investigadores dispuestos ni pacientes dispuestos; lo que no había era financiación ni una supervisión organizada».

Según informó WIRED el 21 de agosto, los programas de acceso ampliado en Estados Unidos enseguida se extendieron a más de 2700 hospitales, algunos de los cuales carecían de las instalaciones o la experiencia para organizar ensayos clínicos. El programa de la Clínica Mayo ha recibido 48 millones de dólares del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos para el uso de plasma de convalecientes en pacientes hospitalizados.

«Su popularidad dio la impresión de que era el líquido dorado que otorgaba una cura, lo cual es impreciso», afirma Mila Ortigoza, especialista en enfermedades infecciosas en el Centro Médico Langone Health de la Universidad de Nueva York. «La verdad es que hay indicios —ahora mismo todos los estudios no aleatorizados muestran indicios positivos sobre el plasma—, pero no tenemos la seguridad para afirmar que funciona».

La regla de oro de la evidencia médica es un ensayo a gran escala en el que los participantes con una enfermedad reciban de forma aleatoria un tratamiento real o un placebo como parte del grupo de control. Pero, por ahora, investigadores de todo el mundo han realizado ensayos reducidos o estudios de observación, como el de la Clínica Mayo, que no utilizó un placebo. Sin grupo de control, cuesta deducir si las personas habrían mejorado por sí solas o si habrían obtenido los mismos resultados sin haber recibido plasma de convaleciente.

“Francamente, al final no tienes ni idea de si has ayudado, perjudicado o dejado igual a las decenas de miles de personas que han recibido plasma de convalecientes. No lo puedes saber.”

por MARTIN LANDRAY, UNIVERSIDAD DE OXFORD

«Francamente, al final no tienes ni idea de si has ayudado, perjudicado o dejado igual a las decenas de miles de personas que han recibido plasma de convalecientes. No lo puedes saber», afirma Martin Landray, profesor de cardiología de Oxford y codirector de los ensayos RECOVERY sobre la COVID-19 en el Reino Unido.

El 30 de julio, un grupo encabezado por Michael Joyner, de la Clínica Mayo, subió una revisión a medRxiv que sostiene que, al combinar los hallazgos de los estudios a pequeña escala, estos sugieren que el uso de plasma de convaleciente en pacientes de COVID-19 es beneficioso. En un memorando de 17 páginas, la FDA justificó sus acciones citando los mismos ensayos y estudios, así como los resultados de acceso ampliado de la Clínica Mayo. Pirofski, coautora de la revisión, dice que la autorización está justificada en cuanto al fondo, pese a la presión evidente a la que está sometida la FDA.

«Creo en la ciencia, creo en los datos [y] tengo muchos motivos para creer que está decisión se basa en ellos», afirma. «Se ha producido una confluencia de acontecimientos que ha sido bastante desafortunada».

Qué significa la decisión de la FDA

La autorización de uso de urgencia de la FDA no significa lo mismo que la «aprobación de la FDA», un umbral estricto que ningún tratamiento contra la COVID-19 ha pasado por ahora en Estados Unidos. La FDA declaró en un comunicado que «el plasma de convalecientes de COVID-19 aún no representa un tratamiento habitual según las evidencias disponibles actualmente», sino que «es razonable concluir que los beneficios conocidos y potenciales del [plasma de convaleciente] superan los riesgos conocidos y potenciales».

Con todo, ante el apoyo del gobierno de Trump al plasma de convalecientes —y su anterior defensa de la hidroxicloroquina, ahora desacreditada—, los científicos se preguntan si el presidente presionará a la FDA para que acelere las aprobaciones antes de las elecciones presidenciales de 2020. El 23 de agosto, el Financial Times informó de que algunos funcionarios del gobierno de Trump estaban planteándose acelerar la vacuna anti-COVID-19 para este otoño, antes de la fecha de finalización prevista de los ensayos a gran escala. El 20 de agosto, Reuters informó de que un alto funcionario de la FDA había prometido dimitir si la agencia aprobaba prematuramente una vacuna cuya eficacia no estuviera probada. Y el gobierno federal ya ha destinado ocho millones de dólares a anuncios digitales y de radio solicitando a los estadounidenses que donen plasma, pese a que no está aprobado.

Por ahora, al investigador de la Universidad de Arizona y director médico de la UCI Christian Bime no le preocupa la presión política, ya que confía en los científicos que han participado en el proceso.

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    “Confío en que los científicos hagan lo correcto.”

    por CHRISTIAN BIME, UNIVERSIDAD DE ARIZONA

    «Confío en que los científicos hagan lo correcto», escribió Bime en un email a National Geographic. «Hay demasiado en juego y las consecuencias son demasiado graves si los científicos no siguen las prácticas óptimas».

    La confusión respecto al plasma de convalecientes pone de manifiesto uno de los muchos escollos de la respuesta de Estados Unidos a la COVID-19: la ausencia de un proceso de ensayos clínicos nacional y coordinado.

    Actualmente, Pirofski dirige un ensayo comparativo y aleatorizado de plasma de convalecientes que por ahora cuenta con 190 participantes. Cuando comenzó el ensayo el 17 de abril, en Nueva York, carecía de financiación federal. Aunque ella, Ortigoza y sus colegas se apresuraron a seleccionar pacientes, los casos de Nueva York menguaron semanas después del inicio del ensayo, lo que ralentizó su avance. Ahora, meses después, les ha llegado financiación de los Institutos Nacionales de Salud para que expandan el ensayo a Connecticut, Florida y Texas. «Hemos intentado ponernos al día», dice.

    Los médicos entrevistados por National Geographic indicaron que esperan ver ensayos clínicos aleatorizados que confirmen la eficacia del plasma de convalecientes.

    «Hay riesgos teóricos y reales de las transfusiones de plasma humano y posiblemente riesgos adicionales por el plasma con baja concentración de anticuerpos que no se han evaluado adecuadamente», afirma Culver. «Ese [riesgo] solo puede evaluarse mediante ensayos comparativos y aleatorizados».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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