Los microplásticos han llegado prácticamente a todos los rincones del planeta

Un conjunto de estudios nuevos aporta más pistas sobre dónde y cómo se propagan los microplásticos.

Por Laura Parker
Publicado 10 ago 2020, 13:17 CEST
Fotografía de las Maldivas

Las Maldivas, vistas en parte desde arriba, constan de 1192 islas. Este diminuto país insular también alberga los niveles más elevados de microplásticos en sus playas y en las aguas cerca de su litoral.

Fotografía de Agencia Espacial Europea

El archipiélago de las Maldivas se encuentra en el océano Índico y consta de 1192 islas. En 1992, el gobierno añadió una más: una isla artificial que hace las veces de vertedero, donde tiran 500 toneladas de basura al día.

Dos obviedades de la vida insular se aplican especialmente a las Maldivas. La primera, que la mayoría de los bienes de consumo deben transportarse en barco desde el exterior. La segunda, que la mayor parte de los residuos los producen los turistas. En las Maldivas, un país en vías de desarrollo sin apenas fábricas locales, un solo turista genera cada día tantos residuos como un residente de la capital, Malé, y cinco veces más que los residentes de las otras 200 islas pobladas, según estadísticas gubernamentales. Por consiguiente, el año pasado el diminuto estado insular se clasificó como el cuarto mayor productor per cápita de desechos mal gestionados del mundo.

Ahora, los científicos marinos de la Universidad Flinders cerca de Adelaide, Australia, han añadido otra estadística previsible a la historia de terror de la basura de las Maldivas: el archipiélago, célebre por su biodiversidad marina, también alberga los niveles de microplásticos más altos del mundo en sus playas y en las aguas cercanas a la orilla.

En 22 emplazamientos de Naifaru, la isla más poblada, el equipo de Flinders contó concentraciones elevadas de microplásticos en la arena de las playas y en las aguas poco profundas de los arrecifes de coral. Además del volumen, el equipo descubrió algo aún más desalentador: la mayoría de las partículas tenían el mismo tamaño que las presas consumidas por varios habitantes marinos de los arrecifes.

No es una buena noticia para un ecosistema marino tropical que sustenta más de 1100 especies de peces y otras 929 especies, de anfípodos a cetáceos, así como 170 especies de aves marinas. Los 71 peces ballesta capturados por los investigadores tenían plástico en el estómago, con una media de ocho fibras por pez.

“El tamaño de los microplásticos es importantísimo porque se introducen en los peces e invertebrados más pequeños, que a continuación son consumidos por peces más grandes”, explica Karen Burke Da Silva, bióloga de conservación de Flinders y autora del estudio.

Los hallazgos de las Maldivas, publicados el 2 de agosto en la revista Science of the Total Environment, forman parte de un conjunto de literatura científica publicado este año que añade nueva información sobre el grave problema del plástico y que podría contribuir a las iniciativas para combatirlo.

El ciclo de los microplásticos

“Para comprender cómo mitigar la contaminación por plástico, tenemos que conocer su flujo”, indica Chelsea Rochman, ecóloga marina de la Universidad de Toronto. “Una cosa es saber que está ahí, pero ahora debemos saber a qué ritmo se introduce en cada lugar, en los puntos calientes y qué ocurre conforme se mueve por los ecosistemas”.

Aunque la mayor parte de la investigación preliminar se centraba en los plásticos de mayor tamaño hallados en las playas y flotando en la superficie, los trocitos de plástico menos visibles y más omnipresentes se han extendido hasta casi todos los rincones del planeta, desde las fosas marinas más profundas hasta las montañas alpinas más altas. Algunos microplásticos son tan pequeños que forman parte del polvo que circula por el planeta, en lo alto de la atmósfera.

En los últimos años, los científicos han rastreado los microplásticos hasta miles de lugares. La nueva investigación marca un cambio de rumbo hacia desentrañar lo que Rochman denomina “ciclo de los microplásticos”, es decir, cómo se desplazan, dónde se acumulan y cómo se transforman por el camino.

El término microplásticos describe partículas de plástico que miden menos de cinco milímetros. Hay dos tipos básicos.

Los microplásticos primarios, como las microesferas presentes en productos de higiene personal o los pélets empleados para la elaboración de plásticos, se fabrican intencionadamente con un tamaño reducido. Los microplásticos secundarios son la consecuencia de una de las ventajas más valoradas del plástico: su durabilidad. Al principio son productos desechados que se van descomponiendo en los mares por la acción de las olas y la luz solar. Con el paso del tiempo, los fragmentos se vuelven más y más pequeños y, supuestamente, pueden sobrevivir durante siglos.

Muestra de partículas de plástico

Una muestra recogida en Hawái contiene partículas de plástico.

Fotografía de David Liittschwager, Nat Geo Image Collection

Los científicos aún están intentando responder la pregunta fundamental de la investigación: ¿cómo perjudica la ingesta de microplásticos la salud humana? Se han detectado microplásticos en el agua potable, la sal y otros alimentos. Por ahora no se ha demostrado que causen daños, pero en el caso de los peces y otros animales marinos y de agua dulce varios estudios desvelan que los microplásticos alteran los sistemas reproductivos, retrasan el crecimiento, disminuyen el apetito, provocan inflamación de los tejidos y daños hepáticos y alteran el comportamiento de alimentación.

Las cifras crecen en los mares

En 2015, se estimaba que la cantidad de desechos plásticos que desembocaba cada año en los océanos desde las regiones costeras del mundo era una media de 8,8 millones de toneladas. El mes pasado, en un nuevo informe de Pew Charitable Trusts y Systemiq, un laboratorio de ideas medioambiental con sede en Londres, los científicos concluyeron que aproximadamente un 11 por ciento de la cantidad que desemboca en los mares —en torno a 1,4 millones de toneladas— incluye cuatro fuentes principales de microplásticos: neumáticos, pélets de producción, textiles y microesferas.

Si cerráramos el “grifo” de plásticos en los océanos mañana mismo, los microplásticos seguirían acumulándose durante generaciones a partir de los residuos que ya están en el mar. Esta fragmentación continua dificulta calcular cuántos microplásticos flotan en el océano en la actualidad. La mayoría de los recuentos estiman la cantidad que hay en la superficie. Recuentos de 2014 situaban la cifra en entre 5,25 y 50 billones de fragmentos. Este año, una nueva investigación determinó que esas estimaciones son demasiado bajas.

Un equipo del Plymouth Marine Laboratory, la Universidad de Exeter y el King’s College en el Reino Unido y el Rozalia Project en Vermont, Estados Unidos, que suministró el barco, tomó muestras en aguas costeras de ambos lados del Atlántico. Los investigadores utilizaron redes más finas para recoger nanoplásticos y fibras más pequeñas que se parecen a las presas que habían pasado por alto otros recuentos. Su estimación, publicada en Environmental Pollution, sitúa el total de microplásticos global en entre 12,5 y 125 billones de partículas, al menos el doble que las cifras anteriores.

“Hemos subestimado por mucho la cantidad de microplásticos que hay ahí fuera utilizando métodos de muestreo tradicionales”, señala Matthew Cole, ecólogo marino de Plymouth y coautor del estudio. “Con redes lo bastante pequeñas, es posible revelar este mapa oculto del interior de los océanos, que de lo contrario sería invisible. Y esto es solo en la superficie. Lo que se hunde hasta el fondo no se incluye en estos cálculos globales”.

Los científicos han reconocido que el fondo del mar es un sumidero de microplásticos considerable. Sin embargo, apenas hay información sobre su concentración y distribución. Un equipo de Alemania, Francia y el Reino Unido ha descubierto que las intensas corrientes del fondo desempeñan un papel crucial a la hora de concentrar microplásticos en puntos específicos, unas versiones profundas de las “islas de basura” flotantes que se acumulan dentro de los giros oceánicos en la superficie.

El equipo, que escudriñó el fondo del mar Mediterráneo al oeste de Italia, descubrió acumulaciones de microplásticos superiores a las que se han registrado jamás, incluso en fosas marinas profundas. Un solo metro cuadrado contenía una fina capa de hasta 1,9 millones de microplásticos.

Otro aspecto preocupante es que estos puntos calientes también son hábitats clave para esponjas, corales de aguas frías y ascidias, que son particularmente vulnerables a los microplásticos porque se alimentan por filtración.

La tierra firme no se salva

Los investigadores también están detectando microplásticos en agua dulce y en el suelo y detectando posibles puntos de entrada en la cadena trófica.

En 15 emplazamientos fluviales del sur de Gales, los científicos que estudiaban los excrementos y regurgitaciones de los mirlos acuáticos europeos descubrieron que las aves, que se alimentan de invertebrados de agua dulce que ingieren plásticos, consumían unos 200 fragmentos de plástico al día. Los científicos concluyeron que esto daba la oportunidad de que el plástico ascendiera por la cadena trófica, hallazgos que han publicado en la revista Global Change Biology.

Científicos de la Academia China de Ciencias Agrícolas determinaron que la práctica agrícola de colocar acolchado plástico podría suponer una amenaza a largo plazo a los rendimientos de las cosechas. La técnica consiste en extender láminas de plástico sobre los campos para conservar la humedad, controlar las malas hierbas e incrementar las temperaturas del suelo, que a su vez incrementan los rendimientos de los cultivos una media de entre un 25 y un 42 por ciento. La práctica suele emplearse en pequeñas explotaciones de China, que equivalen a casi un 13 por ciento del total de tierras de cultivo del país. Su uso está aumentando en China y en el resto del mundo a medida que las sequías se agravan en las regiones áridas y semiáridas.

Las láminas de plástico que más se utilizan se rompen y se descomponen con facilidad con el paso del tiempo. En una investigación publicada en Global Change Biology, se concluyó que la práctica sería segura si las láminas se recogieran tras la cosecha. Sin embargo, el 66 por ciento de los agricultores chinos encuestados contaron a los científicos que no lo hacen. Se estima que se han acumulado más de medio millón de toneladas de plástico en los suelos chinos.

Los fragmentos de plástico alteran la estructura y la composición química del suelo; los aditivos como los ftalatos se han vinculado a la contaminación del suelo. Los cultivos que crecen en suelos que contienen restos de plástico tienen menos rendimiento, altura y peso de las raíces. El estudio desveló que la contaminación por plástico ya ha reducido los rendimientos del algodón en China.

En el aire, en todas partes

La investigación sobre el movimiento de los microplásticos por el mundo solía centrarse en los mares. El movimiento del polvo global se ha estudiado durante décadas, pero hace poco se descubrió que ese polvo transporta “cantidades considerables de microplásticos”, dice Rochman.

Janice Brahney, científica de la Universidad Estatal de Utah, se topó con los plásticos cuando estudiaba cómo los vientos extienden nutrientes como nitrógeno y fósforo por los Estados Unidos occidentales. “Estudio el polvo y cómo transporta nutrientes a ecosistemas remotos”, explica.

Pero mientras examinaba muestras tomadas en 11 parques nacionales y zonas silvestres con un microscopio, le sorprendió encontrar fibras de plástico diminutas.

“Al principio pensé que había contaminado la muestra”, apunta Brahney. “Después me di cuenta de que no debería haberme sorprendido”.

Concluyó que, cada año, más de 1000 toneladas de microplásticos vuelan hasta las zonas silvestres y los parques nacionales del oeste de Estados Unidos. Su análisis, publicado en la revista Science, desveló que los microplásticos circulaban a niveles diferentes en la atmósfera. Las partículas más grandes se depositan con tiempo húmedo y la mayoría procede de lugares cercanos. Las fibras diminutas y ligeras viajan distancias largas y pasan a formar parte del movimiento global del polvo antes de asentarse en el suelo, normalmente con tiempo seco.

“El plástico está cayendo del cielo en todas partes”, dice Brahney. “Lo que debería quedar grabado en la opinión pública general es que, aunque acabemos de advertir este problema, no es un problema nuevo. Va a empeorar antes de mejorar. Hay muchas incógnitas y es muy difícil comprender del todo las implicaciones de la omnipresencia de los plásticos”.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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