¿Por qué a algunas personas les duele el brazo después de vacunarse?

El dolor y los sarpullidos son respuestas normales a que nos inyecten sustancias extrañas en el cuerpo. Pero la cantidad de dolor que se siente depende de muchos factores.

Por Emily Sohn
Publicado 24 mar 2021, 14:24 CET, Actualizado 23 dic 2021, 17:55 CET
Vacuna

Si una vacuna causa dolor en el brazo o incluso un sarpullido depende de varios factores.

Fotografía de Simon Lambert, Haytham-rea, Redux

Para la mayoría de las personas que han recibido la vacuna anti-COVID-19, el pinchazo de la aguja no es nada. Sin embargo, en las horas posteriores muchas acaban con dolor en el brazo, según casos anecdóticos y datos publicados.

Ese efecto secundario habitual no es exclusivo de las vacunas contra el coronavirus. Pero a medida que varios países emprenden grandes campañas de vacunación en masa, la prevalencia generalizada del dolor en el brazo genera preguntas sobre por qué algunas vacunas duelen tanto, por qué algunas personas sienten más dolor que otras y por qué algunas no sienten ningún dolor.

Entre las vacunas que están desarrollando los científicos españoles se encuentra también el pinchazo como método de inoculación del virus, pero estudian a la par otros métodos de administración, siendo una de ellas la vía intranasal. "Sin embargo, hay que tener en cuenta que cualquier vía de administración que no sea la convencional, es decir, intramuscular, requiere muchas más pruebas e investigación para cumplir con los requisitos de las agencias reguladoras", afirma la investigadora del CSIC Sonia Zúñiga.

Los expertos señalan que la buena noticia es que el dolor en el brazo e incluso los sarpullidos son respuestas normales a la inyección de sustancias extrañas en el cuerpo. «Que te dé una reacción en el sitio [de la inyección] es exactamente lo que cabría esperar de una vacuna que intenta imitar a un patógeno sin causar la enfermedad», afirma Deborah Fuller, vacunóloga de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en Seattle. Esta reacción, llamada 'brazo covid', se da casi siempre en mujeres, según están estudiando los médicos.

Debido a las muchas complejidades del sistema inmunitario y a las peculiaridades individuales, no sentir dolor también es normal, explica William Moss, epidemiólogo y director ejecutivo del Centro Internacional de Acceso a las Vacunas de la Facultad de Salud Pública Johns Hopkins en Baltimore. «Las personas pueden desarrollar respuestas inmunitarias protectoras y no sufrir ningún tipo de reacción local», afirma.

Señales de peligro

Varias vacunas son famosas por el dolor que causan en el lugar de la inyección y por qué comienza con las denominadas células presentadoras de antígenos. Estas células están constantemente al acecho en nuestros músculos, piel y otros tejidos. Cuando detectan a un invasor externo, ponen en marcha una reacción en cadena que, finalmente, produce anticuerpos y protección duradera contra patógenos específicos. Ese proceso, denominado, respuesta inmunitaria adaptativa, puede tardar una o dos semanas en intensificarse.

Por su parte, minutos o incluso segundos después de vacunarnos o de detectar un virus, las células presentadoras de antígenos también mandan señales de «peligro» que dicen: «Aquí hay algo que no debería estar. Tenéis que venir aquí. Hay que deshacerse de esto», explica Moss.

Esta reacción rápida, conocida como respuesta inmunitaria innata, involucra a una gran cantidad de células inmunitarias que llegan a ese lugar y producen proteínas conocidas como citocinas, quimiocinas y prostaglandinas, que atraen a más células inmunitarias y tienen todo tipo de efectos físicos, explica Fuller. 

Las citocinas dilatan los vasos sanguíneos para aumentar el flujo sanguíneo, causando hinchazón y rojez. También pueden irritar los nervios y causar dolor. Las citocinas y las quimiocinas inducen la inflamación, que también es dolorosa. Las prostaglandinas interactúan directamente con los nociceptores (o receptores del dolor) locales.

La respuesta inmunitaria innata no cesa en el brazo. Para algunas personas, el mismo proceso inflamatorio también puede provocar fiebre, dolor generalizado, dolor articular, sarpullidos o dolor de cabeza.

El motivo por el que algunas vacunas causan más síntomas que otras —una tendencia llamada reactogenia— se debe a las estrategias e ingredientes que emplean. Por ejemplo, la vacuna triple vírica (contra el sarampión, la rubéola y la parotiditis) está fabricada con formas vivas y debilitadas de los virus, que causan de forma intencionada una forma leve de infección y estimulan la respuesta inmunitaria innata del cuerpo, provocando una serie de síntomas que incluyen el dolor en el brazo.

Otras vacunas, como algunas antigripales, introducen virus inactivados. La vacuna contra la hepatitis B presenta parte del virus junto a sustancias químicas llamadas adyuvantes que están diseñadas para alterar las células presentadoras de antígenos y potenciar la respuesta inmunitaria adaptativa.

Esas sustancias, explica Fuller, «son el primer desencadenante que hace que tu cuerpo diga: “aquí pasa algo y tengo que responder”».

Los perfiles de dolor en el brazo

Las vacunas anticovídicas autorizadas en España se administran introduciendo una aguja en el brazo y todas causan el mismo tipo de dolor que suele acompañar un pinchazo rápido. Después, los perfiles de dolor en el brazo tras la vacunación varían, según datos de las empresas recopilados por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.

Tras la primera de las dos dosis de Moderna, el 87 por ciento de las personas de menos de 65 años y el 74 por ciento de aquellas de más de 65 en los ensayos clínicos describieron un dolor localizado, lo que hace eco de investigaciones que demuestran un descenso de la reactividad inmunitaria con la edad. Tras la segunda dosis, la cifra ascendía al 90 por ciento en el grupo de edad más joven y al 83 por ciento en el grupo mayor.

Igualmente, la primera dosis de Pfizer causó muchos brazos doloridos en los ensayos: el 83 por ciento de las personas de hasta 55 años y el 71 por ciento de las personas mayores de 55. En la segunda dosis, el dolor se daba en el 78 por ciento del grupo más joven y el 66 por ciento del grupo mayor.

La vacuna de una dosis de Johnson & Johnson causaba menos dolor en el brazo: el 59 por ciento de las personas de menos de 60 años y el 33 por ciento de las personas de más edad.

Los índices elevados de dolor en el brazo de las vacunas de Pfizer y Moderna podrían estar relacionados con la tecnología que utilizan, señala Fuller. A diferencia de J&J, que emplea un virus modificado para entregar un gen que encomienda a nuestras células que fabriquen la proteína de la espícula del SARS-CoV-2, Pfizer y Moderna dan las instrucciones para fabricar la proteína a través del ARNm. Los investigadores saben que el ARN, utilizado por algunos virus para transportar su material genético, es un desencadenante potente para el sistema inmunitario innato.

De hecho, dice, cuando los científicos empezaron a plantearse el ARNm como estrategia de vacunación hace 30 años, rechazaron la idea en parte por el temor de que estimulara en exceso las vías inflamatorias. También eran demasiado inestables para funcionar. Los avances más recientes de la capacidad de modificar el ARNm y encapsularlo en nanopartículas lipídicas han posibilitado la nueva generación de vacunas, pero las reacciones adversas comunes son relativamente elevadas. La propia cobertura de nanopartículas actúa como un adyuvante que probablemente contribuya a las reacciones locales, añade Fuller.

Una reacción más sorprendente

Poco después de la aprobación de la vacuna de Moderna en diciembre, la alergóloga e investigadora Kimberly Blumenthal empezó a recibir fotografías de brazos enviadas por sus colegas del Hospital General de Massachusetts, en Boston. En las imágenes aparecían grandes manchas rojas alrededor de los lugares de inyección de los pacientes. Algunas personas tenían un segundo sarpullido bajo el primero. Otras tenían marcas rojas con forma de anillos. Algunos sarpullidos habían aparecido en codos y manos.

Tras acumular una docena de imágenes, Blumenthal escribió una carta para el New England Journal of Medicine con el fin de alertar —y tranquilizar— a los médicos sobre el potencial de reacciones tardías a la vacuna. Algunos médicos estaban recetando antibióticos por supuestas infecciones, pero el patrón que observó sugería que los antibióticos eran innecesarios.

A diferencia de la rara y peligrosa reacción anafiláctica que puede ocurrir justo después de una inyección, los sarpullidos tardíos no suelen requerir tratamiento, afirma Blumenthal. En una biopsia de un paciente, sus colegas y ella hallaron diversos linfocitos T que sugerían un tipo de hipersensibilidad. Añade que los sarpullidos tardíos también aparecen de vez en cuando con otras vacunas y pueden ser una señal de hipersensibilidad o una parte normal de la respuesta inmunitaria. Los investigadores todavía no saben qué ocurre con la vacuna de Moderna. En este caso, podrían parecer especialmente habituales porque se está vacunando a mucha gente a la vez.

Con todo, los sarpullidos de aparición tardía podrían ser más comunes de lo que sugieren los datos oficiales. En ensayos clínicos, Moderna los documentó en el 0,8 por ciento de las personas vacunadas cuatro días o más después de la primera dosis y en el 0,2 por ciento tras la segunda. Pero los sarpullidos tardíos suelen aparecer una media de siete u ocho días después de la inyección y los ensayos iniciales no se diseñaron para detectar todos los síntomas que aparecían tan tarde, dice Blumenthal, probablemente porque no se esperaban.

Ha creado un registro para que los médicos notifiquen los sarpullidos tardíos y está trabajando en otro para pacientes, con el fin de comprender todo el abanico de posibles aspectos que pueden adoptar y detectar patrones sobre qué sarpullidos pueden ser más preocupantes. «Desde que publicamos esto, mi bandeja de entrada ha recibido un aluvión de fotos», afirma.

¿Quién siente el dolor?

De las personas vacunadas que conozco, algunas han sufrido poco dolor o no lo han sentido. Otras pasaron días sin poder dormir por el dolor. Un amigo que se puso la de Pfizer me dijo que era como si un boxeador profesional le hubiera propinado un puñetazo.

En síntomas como el dolor en el brazo, la variación individual es lo normal y los estudios sugieren varias explicaciones. La edad puede disminuir las reacciones inmunitarias, por ejemplo. Lo mismo ocurre con los IMC elevados, según descubrió una reciente prepublicación.

Los expertos señalan que es probable que la genética esté implicada de formas variadas y complejas. Y el sexo también importa. Además de la vasta literatura sobre diferencias sexuales e inmunidad, las mujeres parecen sufrir más efectos secundarios que los hombres por la vacuna anticovídica, según pruebas emergentes, aunque el propio virus parece afectar más a los hombres.

La percepción del dolor es otro factor. Cada persona procesa las señales de dolor de forma diferente. Y el miedo y la ansiedad pueden exacerbar las sensaciones de dolor, señala Anna Taddio, profesora de farmacia en la Universidad de Toronto que estudia el dolor relacionado con las intervenciones médicas en niños.

Existen estudios que demuestran que, para muchas personas, el miedo a las agujas es una barrera importante a la vacunación. En un estudio de 2012 realizado por Taddio y sus colegas, un cuarto de los adultos dijeron tener miedo a las agujas. Según un análisis de 119 estudios publicados, el 16 por ciento de los adultos y el 27 por ciento de los trabajadores hospitalarios evitaban ponerse la vacuna antigripal por miedo a las agujas.

Ante los esfuerzos para vacunar a la gente lo antes posible, las autoridades de salud pública suelen pasar por alto las oportunidades de hacer la experiencia más positiva, dice Taddio, que ha desarrollado un método para reducir el miedo y fomentar las estrategias de afrontamiento para mejorar la experiencia de vacunación.

Y existen muchas formas sencillas de hacer que la gente sienta menos angustia por las agujas. Las estrategias útiles, según el método de Taddio, pueden incluir recordar a la gente que lleve una camisa de manga corta a la clínica para facilitar el acceso al brazo; permitir que las acompañe alguien que las apoye; fomentar el uso de distracciones; respirar profundamente y emplear anestésicos tópicos; e invitar a las personas a hacer preguntas para que se sientan informadas y preparadas.

También recomienda que los proveedores y las autoridades de salud pública hablen de las vacunas en términos neutrales, insistiendo en la capacidad de protegerse del coronavirus en lugar de asustar a las personas con frases como «inyección en el brazo».

«Puedes hablar todo lo que quieras sobre las vacunas anticovídicas y lo seguras que son, pero no abordamos el problema subyacente para ciertas personas», afirma. «¿Dónde se oye hablar de cómo van a hacer que sea una experiencia cómoda para ti?».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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