¿Son los sustitutos del BPA realmente más seguros?

Los productos que no contienen bisfenol A pueden contener sustancias químicas "primas" que también pueden dañar el cerebro, el hígado y el aparato reproductor, y aumentar el riesgo de padecer ciertas enfermedades.

Por Sharon Guynup
Publicado 6 mar 2024, 9:53 CET
La FDA considera el BPA "un aditivo alimentario indirecto"

La FDA considera el BPA "un aditivo alimentario indirecto" porque se filtra fácilmente en los alimentos a través de los envases de plástico.

Fotografía de Rebecca Hale, Nat Geo Image Collection

Al caminar por cualquier pasillo de un supermercado, las etiquetas "sin BPA" declaran que los alimentos, las botellas de agua, las tazas para bebés y otros productos están libres de bisfenol A (BPA), una sustancia química utilizada en el plástico y como revestimiento en las latas de alimentos. Los graves problemas de salud relacionados con el BPA llevaron a los fabricantes a sintetizar docenas de sustitutos químicos que ahora se incorporan a miles de productos. Pero, ¿son seguros?

Los productos sin BPA no están libres de bisfenol. Se fabrican con sustancias químicas "primas" del BPA que comparten una estructura química casi idéntica y problemas de salud similares. Muchos científicos los llaman "sustitutos lamentables", dice Patricia Hunt, bióloga reproductiva de la Universidad Estatal de Washington (en Estados Unidos).

"Lo que no se sabía en aquel momento era que estaban sustituyendo el BPA por el BPS", afirma Laura Vandenberg, endocrinóloga de la Universidad de Massachusetts Amherst (EE. UU.) que estudia los efectos sobre la salud de las sustancias químicas que alteran las hormonas.

Los plásticos aparecieron en el mercado en la década de 1950; hoy el mundo nada en ellos. Pero su comodidad y asequibilidad tienen un coste. Se sabe que el BPA presente en el plástico transparente y duro altera la actividad de las hormonas naturales; en concreto, imita la acción del estrógeno e influye en el desarrollo y funcionamiento del organismo. Miles de estudios demuestran que, incluso en dosis minúsculas, el BPA puede dañar el cerebro, el hígado o el sistema reproductor, tanto en hombres como en mujeres. Se ha relacionado con problemas de fertilidad, abortos espontáneos, mayor riesgo de diabetes, enfermedades cardiacas y otros.

La exposición durante el desarrollo temprano es especialmente preocupante, y el BPA puede atravesar la placenta, afirma Hunt.

En 2008, Canadá declaró el producto químico "sustancia peligrosa". Cuatro años después, en 2012, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) prohibió el BPA en biberones y tazas para sorber, y después en los envases de preparados para lactantes. Ante la avalancha de prensa negativa, muchos fabricantes se apresuraron a comercializar productos "sin BPA".

La industria argumenta que el BPA es benigno. "Las pruebas científicas que respaldan la seguridad del BPA son sólidas y no deben descartarse", escribió un portavoz del American Chemistry Council en un correo electrónico.

Sin embargo, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) no está de acuerdo. Tras revisar más de 800 estudios realizados desde 2013, la agencia redujo en 20 000 veces su nivel de "ingesta diaria tolerable" recomendado anteriormente, es decir, la cantidad que se considera segura para nuestro organismo. Según estas nuevas directrices, una persona de 70 kilos consumiría unas 264 veces los niveles permitidos de BPA en una lata estándar de atún, según El País.

La evaluación de la EFSA plantea serias dudas sobre los posibles daños, si las normativas gubernamentales son suficientes y cómo protegernos a nosotros mismos y a nuestras familias.

National Geographic se ha puesto en contacto con la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) para preguntarle si, a la luz de la evaluación de la EFSA, debería reevaluar qué exposición al BPA es segura. No respondieron en el momento de la publicación.

La FDA considera el BPA "un aditivo alimentario indirecto" porque se filtra fácilmente en los alimentos a través de los envases de plástico, los recipientes de comida para llevar, los utensilios de plástico, los productos enlatados y las latas de refresco. La agencia consideró que cierta exposición era segura para los adultos en 2014, aunque no incluyó los sustitutos del BPA en esa evaluación.

Mientras tanto, estamos inundados de productos de plástico, fibras sintéticas y resinas. El BPA y sustancias químicas estrechamente relacionadas se encuentran en casi todo: juguetes, botellas de agua, jabones, champús, dispositivos médicos y equipos deportivos, envases, ropa (incluida la ropa deportiva, impermeable y de bebé), coches, cosméticos, electrónica, tapicería, gafas, pinturas, suelos y mucho más.

Incluso antes de que aparezcan signos de degradación, los plásticos exudan sustancias químicas.

"Nuestra principal vía de exposición [al bisfenol] es la oral, principalmente a través de los alimentos y el agua", afirma Vandenberg. Los envases contaminan los alimentos; las tuberías de PVC o los vertederos pueden contaminar el agua con BPA. "La otra vía principal es la dérmica", dice, "se absorbe a través de la piel". Las sustancias químicas de la familia del BPA están omnipresentes en los productos de cuidado personal. "Los ponemos directamente sobre nuestra piel, a veces en lugares donde vamos a absorberlos fácilmente, como los labios".

Los recibos de las tarjetas de crédito y las cajas registradoras llevan una dosis considerable. Están recubiertos de BPA a niveles entre 250 y 1000 veces superiores a los que se encuentran en una lata de comida. La Comisión Europea prohibió el BPA en el papel térmico para recibos en 2020; todavía se usa ampliamente en Estados Unidos.

Hunt menciona otra vía de exposición: respiramos estas sustancias químicas a través del polvo de microplásticos.

El BPA existe desde hace más de un siglo. El químico ruso Aleksandr Dianin sintetizó una nueva sustancia química derivada del petróleo, el BPA, en su laboratorio de San Petersburgo en 1891. Nunca podría haber imaginado que, 70 años más tarde, lanzaría una revolución en la fabricación y, finalmente, desencadenaría graves problemas de salud en todo el mundo.

En la década de 1950, los científicos combinaron el BPA con otros compuestos, creando un plástico transparente, ligero y lo suficientemente resistente como para sustituir al vidrio. En una resina epoxi, podía recubrir latas de alimentos y bebidas. Al final, todas las industrias imaginables encontraron usos para el BPA. Se convirtió en una gallina de los huevos de oro: la producción se valoró en 23 000 millones de dólares en 2023.

Mientras tanto, ya en 1936 se sabía que el BPA imitaba al estrógeno: investigadores británicos investigaron la sustancia química como posible tratamiento farmacológico para los problemas de salud reproductiva de las mujeres. Aunque el futuro del BPA estaba en los plásticos, no en la medicina, no debería sorprender que sea un disruptor hormonal. Las hormonas, segregadas por las glándulas, actúan como mensajeros químicos que transportan información e instrucciones entre las células, influyendo en el funcionamiento celular, orgánico y corporal.

Patricia Hunt fue una pionera al exponer los daños potenciales cuando documentó los efectos perniciosos para la salud en ratones de laboratorio en 2003. En aquel momento, la sustancia ya circulaba por las venas del 93% de los estadounidenses.

Pero las alarmas no sonaron con fuerza hasta que un artículo del Washington Post, "EE. UU. teme la presencia de sustancias químicas en los plásticos", llegó a los quioscos en abril de 2008. En él se daba cuenta de un impactante informe del Programa Nacional de Toxicología de EE. UU. que relacionaba el BPA con el cáncer de mama y de próstata, la pubertad precoz y los cambios de comportamiento en animales de laboratorio.

Una laguna jurídica

La prohibición de la FDA sobre el BPA en los envases de alimentos infantiles no se extendía a todos los bisfenoles. Eso dio carta blanca a la industria para formular sustitutos. "Los fabricantes pueden retocar infinitamente esta molécula", dice Hunt, y añade que la investigación no puede seguir el ritmo para analizar la seguridad de docenas de nuevos bisfenoles.

En 2017, investigadores de la Universidad de Nápoles probaron siete "nuevos" bisfenoles (BPAF, BPB, BPE, BPF, BPM, BPS y éter diglicidílico de bisfenol A (BADGE) en células de cáncer de mama. Todos imitaban al estrógeno natural; tres eran más potentes que su progenitor BPA.

Terrence Collins, profesor de química ecológica de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh (EE. UU.), afirma que ninguno de estos bisfenoles de sustitución puede considerarse seguro sin pruebas rigurosas. "El BPA es un producto químico industrial fabricado a partir de acetona y fenol, que son moléculas muy fundamentales de la industria petrolera". Los bisfenoles son "disruptores endocrinos muy potentes... que actúan a concentraciones extremadamente bajas".

Las similitudes entre el BPA y sus primos son sorprendentes. Vandenberg compara su forma con el símbolo de Batman, señalando que "la única diferencia entre el BPS y el BPA es que éste tiene las "orejas' más grandes". Los químicos suelen decir que la estructura determina la función de una molécula, "por lo que no debería sorprender que estas moléculas actúen de forma similar", afirma. Los sustitutos del BPA se hacen pasar por estrógenos naturales, los amplifican, los bloquean o, en general, interfieren con ellos, distorsionando el equilibrio hormonal normal del organismo.

En un informe de 2017, el Programa Nacional de Toxicología concluyó que estos bisfenoles necesitan más investigación y deben ser "reconsiderados como sustitutos apropiados del BPA en productos de consumo."

Hunt cuestiona la necesidad de más investigación. El BPA es una de las sustancias químicas alteradoras endocrinas más estudiadas del mundo, con más de 20 años de datos que documentan sus efectos sobre la salud.

Los bisfenoles no provocan enfermedades inmediatas. Ejercen una causa y efecto lentos, a lo largo de meses, años o décadas. Estudios de laboratorio en peces cebra, gusanos nematodos, ratas, ratones y monos, junto con estudios epidemiológicos en humanos, han relacionado el BPA y sus sustitutos con la obesidad, la diabetes de tipo 1 y 2, la pubertad precoz, el aumento del riesgo de cáncer de mama y próstata, el crecimiento de tumores, e interfieren con determinados tratamientos de quimioterapia. La ciencia también ha documentado posibles daños en el cerebro, el hígado, la tiroides, el corazón y otros órganos.

Hunt afirma que la exposición temprana conlleva un riesgo significativo. "Y cuanto más aprendemos, más aterrador es porque los bisfenoles tienen efectos muy diferentes, dependiendo del momento de la exposición y del tejido que se esté analizando".

Hunt y otros han acumulado lo que ella llama "pruebas realmente sólidas" de que la exposición in utero puede afectar al feto en desarrollo, reduciendo el peso al nacer, influyendo negativamente en el comportamiento y el aprendizaje , y aumentando la susceptibilidad a las enfermedades. El feto puede estar en contacto directo con los microplásticos en el útero: un nuevo estudio ha hallado microplásticos en las 62 muestras de placenta examinadas por los investigadores.

Estas sustancias químicas pueden afectar a la maternidad aumentando el riesgo de aborto y endometriosis o reduciendo el recuento de espermatozoides. En la actualidad, la infertilidad afecta a 1 de cada 6 personas en todo el mundo.

Collins afirma que, de los más de 1000 compuestos que alteran las hormonas en nuestro mundo moderno, cree que la clase del bisfenol A es una de las peores. No sólo afectan al desarrollo y las funciones neurológicas, la reproducción, la tiroides y el sistema inmunitario: "Afectan a casi todo".

Hunt cita un problema básico del sistema normativo estadounidense: la carga de la prueba del daño recae en el Gobierno, y no en los fabricantes que se benefician de sus productos. Todas las miradas están puestas actualmente en la Comisión Europea para ver cómo actúa (y si actúa) en relación con las recomendaciones de seguridad sobre el BPA drásticamente rebajadas por su agencia de seguridad alimentaria.

Mientras tanto, el coste del tratamiento de problemas médicos derivados del contacto con sustancias químicas alteradoras endocrinas en Estados Unidos se estimó en 340 000 millones de dólares en 2016.

Los expertos afirman que las elecciones personales pueden reducir la exposición al bisfenol. Sus recomendaciones: evita el plástico siempre que sea posible. No cojas los recibos de las tiendas a menos que realmente los necesites. Intenta consumir alimentos frescos o congelados, limitando los enlatados. Investiga los ingredientes de los cosméticos y productos de cuidado personal. Elige recipientes de acero inoxidable o vidrio. Nunca cocines en el microondas alimentos de plástico ni laves artículos de plástico en el lavavajillas. "El calor es una invitación a que estas sustancias químicas migren al exterior", afirma Hunt.

No podemos evitar por completo estas sustancias químicas, lo que significa que en realidad no se trata de una cuestión científica, dice Vandenberg. "Es una cuestión de sociedad". En Estados Unidos, la responsabilidad recae en la FDA y/o el Congreso.

A pesar de los volúmenes de información sobre esta sustancia química, "seguimos sin conseguir que se tomen medidas", afirma Hunt. "La única forma de que eso ocurra es que un número suficiente de personas alce la voz y diga: "No estáis protegiendo mi salud".

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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