Las Fallas de Andorra
Las fiestas del fuego del solsticio de verano en los Pirineos, reconocidas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2015, son una tradición profundamente arraigada en la identidad cultural del país. En la víspera de San Juan, la llama del Canigó prende las hogueras de todo el Pirineo, convirtiéndose en un símbolo de renacimiento y unión de estos pueblos hermanos. Los fallaires, guardianes de este rito, “ruedan el fuego” por las calles de la ciudad con entrega y pasión, manteniendo viva la esencia de la festividad del solsticio de verano gracias a su esfuerzo colectivo y sentimiento de comunidad.
Una práctica ancestral que, a pesar de haber estado al borde del olvido durante un tiempo, fue recuperada en la década de los 80 por un grupo de jóvenes que, no sólo ha conseguido volver a revitalizar la festividad, sino también reafirmarla como una de las celebraciones más emblemáticas y representativas de Andorra.

En Andorra existe un sentimiento único de comunidad entre todos los fallaires, si bien es cierto que el propio ritual de las Fallas varía ligeramente entre parroquias, reflejando las particularidades geográficas, históricas y culturales de cada zona. En Ordino, por ejemplo, a diferencia de otras regiones o ciudades donde la festividad ha incorporado elementos más modernos o urbanos, las Fallas mantienen un fuerte arraigo con la tradición original pirenaica. En la parroquia ordinense la celebración se lleva a cabo el 28 de junio, durante la verbena de San Pedro, siendo uno de sus momentos más significativos la quema del mai, una figura simbólica hecha de madera y otros materiales combustibles, que representa el paso del tiempo, la conexión con la naturaleza y la purificación del fuego.
Este mismo sentimiento de unión, pese a las diferencias locales, se evidencia en la elección del fallaire major de Andorra. Una actividad que reúne a las comunidades fallaires de todas las parroquias, destacando el carácter colectivo y la diversidad de esta tradición en el país. En este juego de pistas, la cual se lleva a cabo unas semanas antes del solsticio de verano, varios equipos compiten para decidir quién se convertirá en la figura honorífica encargada de, no solo dirigir las festividades, sino también de encarnar y representar el espíritu de este patrimonio cultural.
En esencia, las Fallas son una celebración íntima y comunitaria. Un rito que se ha adaptado a los tiempos modernos, pero que ha logrado mantener sus raíces históricas. Un legado que aún sigue muy vivo y que espera perdurar en el tiempo, como parte esencial de la identidad andorrana. Tanto es así que, para iniciar a los más pequeños en esta tradición y perpetuar su folclore, en Andorra la Vella, Sant Julià de Lòria, Escaldes-Engordany y Ordino se han incorporado las denominadas “fallas de luz”. Esta versión infantil de las fallas consiste en unas pequeñas bolas que cambian de color y que también se hacen girar, con el objetivo de que las nuevas generaciones comiencen a practicar, se involucren y disfruten de la festividad junto a los adultos.




















La confección de las fallas tradicionales de Andorra es una de las etapas más importantes y cuidadosas de la festividad, pues garantiza que cada antorcha arda de forma adecuada durante la noche del solsticio de verano. Santi y Rosa, junto a sus hijos Adrià y Jana, recolectan uno de los materiales más adecuados y utilizados para la elaboración de las fallas: la corteza de abedul, un recurso natural abundante en las zonas montañosas pirenaicas.
Esta historia documental nos sumerge en la magia de las Fallas de Ordino y de Andorra la Vella, un evento social y cultural que conmemora el inicio oficial del verano con fuego, música y un profundo sentido de comunidad. A través de la familia fallaire de Santi Sánchez, su mujer Rosa, sus hijos Adrià y Jana, y el abuelo Andreu, descubrimos todo el proceso previo a la noche más corta del año: desde la recolección consciente y responsable de la madera necesaria, varias semanas y meses antes, hasta la inolvidable víspera de San Juan en la que el fuego ilumina la capital andorrana.
El relato tiene lugar en una edición incluso más especial, ya que Adrià rueda fuego por primera vez, un momento cargado de emoción para su familia y que resalta la importancia de transmitir estas tradiciones a los más jóvenes. Gracias al testimonio coral de diversas generaciones, descubrimos además cómo las Fallas han evolucionado y perdurado a lo largo del tiempo, conservando su esencia como símbolo del patrimonio cultural y parte fundamental de la identidad pirenaica.
El contenido de esta página ha sido redactado por nuestro patrocinador. No refleja necesariamente los puntos de vista de National Geographic o su línea editorial.