Vida extraterrestre y cambio climático: ¿qué tienen en común?
En su nuevo libro, Adam Frank argumenta que si estamos solos o no en el universo depende de si las sociedades extraterrestres superaron el cambio climático generado por sus avances.
¿Estamos solos en el universo? Es una de las mayores preguntas que nos planteamos. El astrobiólogo Adam Frank argumenta en su nuevo libro Light of the Stars que nunca hemos gozado de una posición mejor para responder a esa pregunta, gracias a la revolución de conocimientos obtenidos mediante potentes telescopios, como el Hubble, y sondas espaciales, como la Voyager. De hecho, las probabilidades de que nunca haya existido otra civilización en el universo son ínfimas: una entre 10.000 millones de billones. Pero si todavía existe una ahí fuera hoy es una cuestión más complicada.
Frank, a quien hemos entrevistado desde su casa de Rochester, Nueva York, explica cómo, tras haber sido rechazada por sus connotaciones de la Nueva Era, la Hipótesis Gaia ha ganado aceptación dentro de la comunidad científica; cómo el cambio climático es un fenómeno inevitable en la construcción de una civilización; y por qué necesitamos crecer como civilización si queremos sobrevivir al cambio climático.
Tu libro se centra en un ámbito de estudio relativamente nuevo, conocido como astrobiología, que describes como revolucionario. Explícanos qué significa y por qué nos aporta nueva información sobre el lugar que ocupamos en el universo.
La astrobiología es el estudio de la vida en su contexto planetario o astronómico. Hay gente que dice que solo tenemos un ejemplo de vida: el de la Tierra. Pero, si adoptas esa postura, pasas por alto tres revoluciones que han tenido lugar en los últimos 30 años.
La primera revolución es haber visitado otros planetas de nuestro sistema solar. Hemos enviado sondas a casi todo tipo de objeto de nuestro sistema solar, Marte incluido. Y a partir de eso, hemos aprendido mucho sobre el clima y el funcionamiento de los planetas en sentido general. Existe una aplicación que te dice el tiempo que hace en Marte. Tenemos modelos climáticos de Marte, Venus y Saturno y ahora sabemos un montón sobre el clima como fenómeno planetario genérico, no solo en la Tierra.
La segunda revolución es el estudio de la historia de la Tierra, remontándonos a hace 4.500 millones de años. Hemos podido desentrañar con alto grado de detalle la larga historia de la Tierra y su vida, que coevolucionó con el paso del tiempo. La Tierra ha sido muchos tipos de planetas diferentes, a veces un mundo helado, otra veces, un mundo caliente sin hielo. Al principio no existían los continentes; era un mundo prácticamente de agua.
La última gran revolución es la revolución exoplanetaria. Cuando era estudiante de posgrado, en 1985, no sabía si había otras estrellas en el universo con planetas orbitando a su alrededor. Ahora sabemos que el universo tiene 10.000 millones de billones de planetas que están en el lugar adecuado para que se forme vida. Esas tres revoluciones no solo han cambiado totalmente la forma de ver la vida y los planetas, sino que también nos hacen pensar de forma muy distinta sobre las exocivilizaciones.
La gran pregunta que todos queremos responder es: ¿estamos solos? ¿Qué opinas tú, basándote en las pruebas?
En 2016, Woody Sullivan y yo escribimos un artículo en el que recopilamos todos los datos de la revolución exoplanetaria y nos preguntamos: ¿qué podemos decir con estos datos sobre las exocivilizaciones o alienígenas, como dice la gente? En la ciencia, tienes que ajustar la pregunta a los datos que tienes. Y la pregunta que pudimos responder con estos datos era: ¿cómo de malas tienen que ser para nosotros las probabilidades de que se haya formado una civilización en un planeta cualquiera para que estemos solos, para que seamos el único momento en toda la historia del universo en el que haya existido una civilización? Ese número es uno entre 10.000 millones de billones.
Esa cifra me dice que la única forma de que seamos la única civilización en la historia del cosmos es que las probabilidades sean así de bajas, o más bajas. Siempre y cuando exista una probabilidad por encima de esa, entonces ha ocurrido antes. Así que, a no ser que la naturaleza tenga una predisposición perversa en contra de formar civilizaciones, han existido otras.
Si esas otras civilizaciones todavía existen hoy es algo a lo que no puedo responder. Todo depende de este factor importante en la Ecuación de Drake, la longevidad media de una civilización. Puede haber planetas que creen civilizaciones constantemente, pero si ninguna llega a más de, por ejemplo, 200 años, entonces ahora mismo estaríamos en una galaxia estéril. Podemos decir que sí, que probablemente han existido civilizaciones antes que nosotros. El siguiente paso es preguntarnos si alguna ha durado mucho tiempo, sobre todo si el cambio climático es una consecuencia natural de la construcción de una civilización.
Carl Sagan dijo que somos «adolescentes cósmicos». Explícanos la idea y la importancia de Sagan en nuestra comprensión del cosmos.
Crecí leyendo los libros de Carl Sagan. Tuvo una influencia enorme en mi decisión de convertirme en astrónomo y mi decisión de escribir sobre astronomía. Pero ni yo me di cuenta de lo profundamente arraigado que estaba en cada aspecto de la historia que estaba contando.
La idea del «adolescente cósmico» significa que somos una especie muy joven que acaba de alcanzar la mayoría de edad. Lo que yo argumento es que el cambio climático es nuestra mayoría de edad. Argumento que han existido muchas civilizaciones antes y, si eres una civilización tecnológica como nosotros, no puedes evitar desencadenar el cambio climático. Toda civilización joven va a provocar su versión del Antropoceno y eso nos convierte en adolescentes cósmicos. Tenemos el poder suficiente sobre nosotros mismos y el planeta como para cambiar nuestro mundo, pero todavía no está claro si tenemos la sabiduría para atravesar la difícil transición del cambio climático.
Venus ofrece un modelo de lo que se conoce como efecto invernadero. Explícanos esa idea y lo que nos puede revelar Venus sobre nuestros propios problemas climáticos.
En 1962, enviamos la primera sonda a otro planeta, que resultó ser Venus. El debate ya estaba en curso. Empleando telescopios, se había determinado que la temperatura de Venus era muy alta, más de 400 grados, que era mucho más alta de lo esperado porque, aunque está más cerca del Sol que la Tierra, no debería ser tan cálido. La sonda confirmó que esas temperaturas eran reales y fue Carl Sagan quien se dio cuenta de que la razón de que Venus fuera tan cálido es lo que denominamos «efecto invernadero desbocado».
Hay tanto CO2 en la atmósfera de Venus que las temperaturas subieron mucho y perdió toda su agua. Es un bucle de retroalimentación. El CO2 se acumuló en la atmósfera, llegando al extremo de actuar como un manto en la misma. La luz solar que llega a la superficie la calienta, y si no hubiera CO2 en la atmósfera, el calor simplemente se irradiaría de vuelta al espacio.
Esto empieza a resultarme familiar...
¡Exacto! El efecto invernadero de Venus era importante porque era la primera vez que reconocíamos que los procesos físicos que tienen lugar en la Tierra eran universales. Existen leyes planetarias genéricas, y una vez conoces dichas leyes, se aplican a cualquier planeta, planetas a 10.000 años luz de distancia o la Tierra. Esa es parte de mi historia. Debemos aprender a pensar como un planeta, ahora que conocemos las leyes planetarias, si queremos superar el cambio climático.
Una figura fundamental en estos debates es James Lovelock. Háblanos de él y de su visión de Gaia, y cómo, aunque la comunidad científica no le tomó en serio, ha ganado muchos seguidores en la cultura popular.
Lovelock es un personaje interesante porque lleva toda la vida siendo un científico independiente. No tenía puesto en ninguna universidad. Es una mezcla de inventor y científico, formado en química, que también sabía mucha física y creó un dispositivo para medir pequeñas concentraciones de sustancias químicas en el aire que le hizo ganar suficiente dinero para ser semiindependiente.
A principios de los 60, el Jet Propulsion Laboratory de la NASA le invitó a trabajar en experimentos en busca de vida en Marte. La gente del JPL pensaba que irían a Marte, tomarían muestras de tierra y buscarían microbios. Lovelock dijo: «¡No, así no se hace! Hay que buscar en la atmósfera, porque si hay vida, la atmósfera será diferente».
Locelock se basa en esa idea durante años al reconocer que la atmósfera no solo estaría modificada por la vida, sino que está regulada por la vida, que la concentración de oxígeno y otros compuestos se mantienen de la forma precisa necesaria para mantener la salud de la vida del planeta.
Al mismo tiempo que Lovelock reflexionaba sobre esto, la famosa bióloga Lynn Margulis pensaba en cómo los microbios podían regular el comportamiento de la Tierra. Resultó ser la primera mujer de Carl Sagan. El suyo no fue un divorcio feliz, pero permanecieron en contacto, y en algún momento a principios de los 70, ella contactó con Sagan y le dijo: «Oye, estoy trabajando en esta idea pero necesito un químico, ¿puedes recomendarme a alguien?». Sagan le presentó a James Lovelock y juntos elaboraron la teoría de Gaia.
Lovelock quería darle un nombre aburrido como «Teoría de dinámica de sistemas de la Tierra». Pero su vecino, William Golding, autor de El señor de las moscas, le dijo: «¡No! ¡Es un nombre horrible! Deberías bautizarla como la diosa griega de la Tierra, Gaia». Entonces, se convirtió en algo muy hippie. La gente organizaba misas en iglesias Gaia, había música Gaia y sacerdotes Gaia de la Nueva Era. Esta locura de apoyos hizo que muchos científicos se sintieran incómodos con la idea.
Finalmente, abandonaron el nombre de Gaia y se optó por el término «Ciencia del sistema Tierra». Reconocía la existencia de una serie de sistemas que funcionaban en el planeta —la atmósfera, el agua, el hielo, las rocas y la vida— y que todos eran muy independientes.
La Isla de Pascua ha obsesionado a generaciones de científicos y escritores como ejemplo de civilización fracasada. Píntamos un panorama de las teorías y lo que esta roca remota puede revelarnos sobre nuestro futuro.
La Isla de Pascua es una isla del Pacífico que está muy lejos de todas partes. En ese sentido, es la metáfora perfecta de un planeta en el espacio. En torno al 400 d.C., la isla fue colonizada por marineros polinesios y probablemente empezó con unos cientos de individuos. Pero en el apogeo de la civilización es probable que hubiera entre 10.000 y 12.000 personas en la isla.
Era una sociedad compleja, con la capacidad de extraer esas rocas gigantes del volcán central y tallar las emblemáticas estatuas. Pero más adelante, la población cayó en picado, de forma que cuando los holandeses encontraron la isla durante la Pascua de 1722, solo quedaban unas 2.000 personas que subsistían de forma precaria. Una de las ideas predominantes —es complicada— es que tuvo lugar algún tipo de ecocidio, que los habitantes sobreexplotaron los recursos de la isla y destruyeron el medio ambiente. Es una metáfora de lo que le estamos haciendo a la Tierra hoy en día.
Escribes lo siguiente: «Necesitamos adaptar la civilización de forma que pueda ser global y completamente sostenible». Explícanos los desafíos a los que nos enfrentamos, sobre todo por el cambio climático, y cómo podemos lograr ese objetivo.
Lo gracioso de esto es que, a cierto nivel, no es difícil. Uno de los mensajes que quiero que la gente entienda es que la dificultad principal de superar este reto está en nuestra mente. Porque, básicamente, el paso que debemos dar para crear un futuro sostenible es cambiar las infraestructuras energéticas. ¡Es así de simple! [Se ríe]
El problema real es nuestra forma de ver los problemas. Todavía estamos atascados en el debate de si el cambio climático está ocurriendo o no, sobre todo en Estados Unidos. Eso se debe a que carecemos de lo que yo llamo perspectiva astrobiológica. No nos reconocemos como adolescentes cósmicos. Si tienes 12 años, sabes que la adolescencia está al caer. Pero como tenemos la perspectiva equivocada sobre nosotros mismos y nuestro lugar en el universo, no vemos que, por supuesto, el cambio climático está ocurriendo. Esa incapacidad de ver la realidad de lo que significa el cambio climático —su inevitabilidad— nos impide entender la urgencia y la importancia de tomar medidas al respecto.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.