Retratos íntimos de las comunidades indígenas de la Amazonia
El fotógrafo Charlie Hamilton James se dispuso a fotografiar la vida diaria de estos grupos vulnerables, amenazados con ser desplazados.
Si piensas en un fotoperiodista al que se le ha encomendado la tarea de documentar los rituales más personales de una comunidad indígena, quizá imagines a alguien capaz de pasar tan inadvertido como le sea posible, camuflándose con el entorno mientras la gente se dedica a sus tareas cotidianas.
Dicha persona no es Charlie Hamilton James, el fotógrafo de National Geographic responsable de la historia de portada del número de octubre de la revista.
Aun queriendo, no había forma de que Hamilton James pasara desapercibido entre los awá. Con una imponente altura de un metro noventa, sabía que no podría encajar físicamente. «No soy solo un hombre blanco que entra [en la comunidad]», comenta, riéndose. «Soy un hombre blanco enorme».
Camuflarse era imposible, de forma que se centró en algo más importante: hacer amigos. Su aliado: un smartphone. Con la ayuda de una app, enseguida hizo reír a los niños. «No tienen las mismas barreras que los adultos», cuenta. Los adultos pronto empezaron a reírse con ellos, y Hamilton James supo que era bienvenido.
Como fotógrafo de vida silvestre convertido en documentalista de la vida indígena, Hamilton James estaba al corriente de los posibles escollos de su profesión. «Es un campo de minas étnico», afirma. «Tenemos prejuicios, seamos o no conscientes».
De forma que, en lugar de hacer hincapié en las diferencias entre los awá y su público, Hamilton James buscó las similitudes. «Si llegas con la idea de que la gente es más similar que diferente a nosotros, eso las hace más accesibles al lector», afirma. «Así, podemos empatizar con ellos. Nos damos cuenta de que sus problemas se parecen a los nuestros».
El tiempo que pasó Hamilton James con los awá no fue su primera estancia en la región. Con el paso del tiempo, su trabajo le ha llevado de vuelta a la Amazonia una y otra vez.
«Es maravilloso, pero no es un lugar de trabajo agradable», admite. Calor, insectos y una selección indeseable de souvenirs de los insectos amazónicos (como una plaga de moscardones o una fascitis necrosante) han complicado el trabajo de Hamilton James. «Tengo una relación de amor-odio con ella», explica. «No puedo abandonarla, pero en realidad no quiero ir allí».
Pese a sus reservas, Hamilton James sigue planteando reportajes sobre la región. «No puedes comprender ni te puede importar la selva sin entender a los pueblos que han vivido en ella», afirma.
Hamilton James está muy al corriente de los retos a los que se enfrentan los awá, fuerzas que literalmente invaden la diminuta isla forestal habitada por el pueblo. «Al final van a quedarse sin comida», explica. «Ya no queda tierra por la que expandirse. En un mal año, perdieron un tercio de su selva por los incendios. Es una situación desesperada».
Sin embargo, cuando los awá acuden al río para un baño matutino, dicha desesperación no existe. Durante ese momento, se relajan, se bañan y planifican su día. Cuando Hamilton James los vio bañando a sus tortugas, quedó maravillado. «Fue lo más fotogénico y hermoso», recuerda. «Poder estar ahí, fotografiarlos sin que a nadie le importara, fue precioso». Captando la paz y la belleza de esos momentos tranquilos, Hamilton James espera poner de relieve la humanidad y felicidad de los indígenas amazónicos.
El tiempo que pasó el fotógrafo con los awá es uno de los muchos factores que lo une a la región. En 2012, en un intento por proteger una parte del parque nacional peruano de Manu de los leñadores ilegales, Hamilton James compró 40 hectáreas de terreno. Finalmente, se dio cuenta de que había comprado una plantación ilegal de coca. Su intento de entender incógnitas desconcertantes sobre la pobreza, la conservación, las comunidades indígenas y la deforestación de la Amazonia —desde vivir entre leñadores ilegales hasta trabajar como ayudante de chamán— solo han hecho que su idea de la región sea más compleja.
También ha desvelado nuevas verdades personales. «Siempre pensé que la gente era el problema», afirma. «Ahora adoro a la gente».
Esa adoración es evidente en sus fotos de los awá: fotos tranquilas de niños con sus monos como mascotas, imágenes de jóvenes awá que se desplazan entre el aislamiento y la modernidad, con smartphones incluidos.
«No quiero tratar a la gente como objetos», cuenta. «Ignoramos a lso pobres del mundo por nuestra cuenta y riesgo».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.