Alice Ball, la mujer que descubrió un tratamiento para la lepra

La hija de unos pioneros del daguerrotipo empleó su pasión por la química para desarrollar una inyección que se usó durante 20 años.

Por Carisa D. Brewster
Publicado 1 mar 2018, 18:09 CET
Alice Ball
Alice Augusta Ball desarrolló una forma inyectable de aceite de chaulmoogra que se empleó durante 20 años para tratar la enfermedad de Hansen, también conocida como lepra.

En 1916, Harry T. Hollmann, cirujano adjunto del hospital de Kalihi en Hawái, tenía un problema que necesitaba resolver.

Kalihi era una de las instalaciones en Hawái que trataba a pacientes con la enfermedad de Hansen, también conocida como lepra, una dolencia de intensidad variable: de lesiones cutáneas casi imperceptibles a terribles desfiguraciones.

Las bacterias que provocan esta enfermedad se habían identificado en 1873 y, para principios del siglo XX, los tratamientos habían evolucionado ligeramente gracias al aceite de chaulmoogra, una sustancia derivada de las semillas de un árbol tropical de hoja perenne. Cuando el aceite se aplicaba sobre la piel o se tomaba por vía oral o intravenosa, los pacientes con la enfermedad de Hansen observaban cierta mejoría, pero los resultados eran incoherentes. También sufrían efectos secundarios molestos, como náuseas y abscesos subcutáneos.

Un tratamiento ideal sería una solución elaborada a partir de los principios activos del aceite que pudiera inyectarse sin efectos secundarios. Así que Hollmann pidió ayuda a una profesora de química del College of Hawái (ahora Universidad de Hawái) cuyo trabajo le había dejado impresionado.

Alice Augusta Ball pronto dejaría huella en la historia de la medicina, culminando en un tratamiento para la lepra que se emplearía durante más de dos décadas.

«El descubrimiento de Ball fue muy beneficioso para aliviar el dolor que sufrían los pacientes», explica James P. Harnisch, médico en la Hansen’s Disease Clinic en el centro médico Harborview en Seattle, Washington, que se especializa en enfermedades infecciosas y dermatología. «Y que una mujer negra pudiera lograr lo que ella logró y avanzar en ese área durante esa época es algo impresionante en sí mismo».

Nacida para ser química

Ball nació el 24 de julio de 1892 en Seattle, Washington, la tercera de cuatro hijos. Varios miembros de su familia eran fotógrafos, entre ellos su abuelo, J.P. Ball, Sr., uno de los primeros afroamericanos en Estados Unidos que aprendió el arte del daguerrotipo, la primera forma efectiva de fotografía. Es fácil imaginarse a la joven Alice observando el complejo proceso de daguerrotipo durante su infancia y desarrollando su interés por la química.

En 1902, con la esperanza de que la mala salud de su abuelo mejorase en un clima mejor, la familia se mudó a Honolulu, Hawái. Sin embargo, el anciano falleció dos años después y la familia regresó a Seattle, donde Ball se graduó en química farmacéutica y en farmacia en la Universidad de Washington.

Para continuar sus estudios, Ball decidió regresar a Hawái, donde se convirtió en la primera mujer y la primera afroamericana en conseguir un máster en química en el College of Hawái. El tema de su tesis deja claro por qué Hollmann buscó específicamente su ayuda: identificar los principios activos de otra planta, la kava.

Casi perdida

Sin lugar a dudas, Ball trabajó con ahínco, haciendo malabarismos entre dar clases todo el día y resolver el problema de la chaulmoogra en su tiempo libre. En menos de un año había descubierto una forma de crear una solución hidrosoluble de los principios activos del aceite que podía inyectarse de forma segura con efectos secundarios mínimos.

Por desgracia, Ball no tuvo la oportunidad de publicar sus hallazgos. Poco después de su descubrimiento, enfermó. En el otoño de 1916 regresó a su hogar en Seattle, donde murió el 31 de diciembre de 1916 a la edad de 24 años. Un artículo en un periódico de 1917 en el Honolulu Pacific Commercial Advertiser afirma que «mientras daba clase en septiembre de 1916, la señorita Ball sufrió envenenamiento por cloro». En aquella época, las campanas extractoras no eran obligatorias en los laboratorios.

Tras su muerte, el presidente de la universidad Arthur L. Dean continuó con su trabajo, y las inyecciones de chaulmoogra pronto estuvieron muy solicitadas y se vendían por todo el mundo para tratar la enfermedad de Hansen. Las inyecciones se convirtieron en la forma más fiable de mantener bajo control la enfermedad hasta que estuvieron disponibles nuevos medicamentos en la década de 1940.

Sin embargo, Dean nunca concedió a Ball el mérito que se merecía por el descubrimiento inicial. Su nombre podría haberse perdido en la historia si no fuera por una breve mención en una revista médica de 1922, en la que Hollmann deja claro que fue Ball quien creó la solución de chaulmoogra, refiriéndose a ella como «el Método Ball».

Sin embargo, en los últimos 20 años, Ball ha recibido el reconocimiento que se le debía desde hace tiempo. En el año 2000, la Unviersidad de Hawái colocó una placa conmemorativa de Ball bajo el único árbol de chaulmoogra, y el vicegobernador Mazie Hirono declaró el 29 de febrero Día de Alice Ball. En 2007, el consejo rector de la universidad le concedió a título póstumo su Medalla de Distinción. Y este mismo año, Wermanger ha creado la beca Alice Augusta Ball para estudiantes de la Universidad de Hawái graduados en química, bioquímica o microbiología que «suponen un ejemplo perfecto de los rasgos mostrados por Ball en sus estudios y su investigación».

Del tratamiento a la prevención

En la actualidad, la enfermedad de Hansen puede curarse con una serie de tratamientos farmacológicos empleando tres antibióticos, además de otras medicinas para evitar complicaciones.

Pero el público todavía tiene ideas equivocadas sobre la enfermedad de Hansen, según dice Harnisch, ideas que él y su personal en Harborview ayudan a eliminar entre sus pacientes.

«Algunas personas todavía tienen la imagen bíblica de la enfermedad de Hansen y el estigma que se le asocia. Podrían estar acostumbradas a que las personas enfermas se queden aisladas», afirma Harnisch. «Así que les aconsejamos que no se preocupen, que no pasa nada si tocan a los demás, si tienen hijos o si besan a alguien. Aproximadamente el 95 por ciento de la población mundial es resistente a la bacteria, por lo que se necesita un contacto muy cercano durante un largo periodo de tiempo para transmitir la enfermedad».

En última instancia, para prevenir la enfermedad de Hansen se necesita una vacuna.

«Ha habido muchos intentos de crear vacunas que han fracasado, pero ahora mismo hay una vacuna en fase 1 de ensayo en Brasil, fabricada por una empresa biotecnológica local, y parece prometedora», afirma Harnisch.

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