La Primera Guerra Mundial dio a las científicas una oportunidad de destacar

De inventar explosivos a llevar los rayos X al frente, las mujeres de la Gran Bretaña de la Primera Guerra Mundial valían tanto como los hombres a los que habían remplazado.

Por Simon Worrall
Publicado 26 mar 2018, 17:41 CEST

Este año se conmemorará el centenario del final de la Primera Guerra Mundial, uno de los conflictos más sangrientos de la historia humana, que dejó casi 20 millones de víctimas. Pero como demuestra Patricia Fara en su nuevo libro, A Lab of One’s Own, la Gran Guerra también dio a algunas mujeres la oportunidad de surgir de entre las sombras y demostrar su valía como científicas, ya fuera excavando trincheras experimentales para investigar el pie de trinchera, sacando rayos X de soldados heridos en el frente de batalla o inventando explosivos.

Desde el Claire College, en Cambridge, donde es miembro y presidenta de la British Society for the History of Science, Fara explica cómo la teoría de la evolución de Darwin planteaba la idea de que las mujeres eran intelectualmente inferiores a los hombres; cómo la científica americana Ray Costelloe se convirtió en líder del Círculo de Bloomsbury de Virginia Woolf; y cómo aún hoy las científicas se enfrentan a grandes desafíos, sobre todo por la falta de guarderías.

Portada de «A Lab of One’s Own»
Portada de «A Lab of One’s Own», de Patricia Fara.
Fotografía de Oxford University Pres

Patricia, pónganos en contexto y descríbanos la posición de las científicas en Gran Bretaña antes de la Gran Guerra y cómo el conflicto la cambió.

La posición de las mujeres en la ciencia en Gran Bretaña antes de la guerra era desoladora. Solo las mejores escuelas proporcionaban a las niñas educación científica y, aunque recibieran esa educación en el colegio, para ir a la universidad tenían que conseguir el permiso de sus padres, quienes normalmente preferían que tuvieran una vida convencional. Así que había muy pocas mujeres estudiando ciencia en la universidad. Después llegó la guerra y cambió mucho el panorama. Muchos hombres tuvieron que partir para luchar, así que en los museos, por ejemplo, se quedaron las mujeres para cuidar de todo. Dorothea Bate, por ejemplo, se convirtió en una gran experta en fósiles y quedó a cargo de las colecciones del Museo de Historia Natural. Pero le pagaban como si fuera una trabajadora temporal. Ese era otro problema. Cuando las mujeres asumieron los trabajos de los hombres, ganaban mucho menos dinero. Cuando los hombres se marcharon, las mujeres también pudieron dar clase por primera vez porque antes se pensaba que era inapropiado que enseñaran una clase frente a un público mixto.

En el Imperial College London había una mujer llamada Martha Whitely que había estudiado farmacología, pero cambió de área de investigación durante la guerra. Cavó una trinchera experimental en los jardines del Imperial College y llevó a un equipo de siete mujeres a la trinchera. Incluso nombraron un explosivo en su honor, DW por Doctora Whitely, y fue la primera persona que ensayó con gas mostaza.

Muchos de los prejuicios y estereotipos sobre las mujeres en aquella época nos parecen ridículos hoy en día. Descríbanos algunos de los más indignantes y cómo frenaron a las mujeres.

El más indignante es probablemente el más famoso. Charles Darwin, el gran héroe científico británico por su trabajo sobre la evolución y la selección natural, sostenía que, a lo largo de milenios, los hombres habían sido seleccionados positivamente por su capacidad para luchar y construir casas y hacer todo aquello que requiriese inteligencia, mientras que las mujeres habían sido seleccionadas progresivamente para engendrar hijos, cocinar y hacer la colada. Con el paso de los milenios, las diferencias entre hombres y mujeres no han hecho más que aumentar, así que las mujeres, según él, son intelectualmente inferiores a los hombres. Fue su ideología imperante. Se investigaron aspectos como el tamaño del cerebro y las hormonas. Muchos médicos afirmaban que existían razones fisiológicas y anatómicas por las que las mujeres nunca podrían ser tan inteligentes como los hombres.

Una de las grandes pioneras de las que escribe fue Marie Stopes. Háblenos de esta impresionante mujer y de cómo revolucionó nuestra relación con el sexo.

Es un ejemplo interesante porque ahora es famosa por haber abierto clínicas de control de la natalidad y por enseñar a las mujeres cómo se crea la vida, algo que ahora se enseñan en la escuela primaria. Hubo muchas mujeres que, cuando se casaron, ni ellas ni sus maridos sabían donde estaba cada cosa, cómo hacerlo, ni las cuestiones relacionadas a la salud de la mujer, como la menstruación y la menopausia. Eran total y absolutamente ignorantes.

Pero, aunque Marie Stopes es más conocida hoy en día por enseñar a mujeres y hombres cómo funciona el cuerpo, antes de eso tuvo una carrera diferente como primera profesora de ciencias de la Universidad de Manchester. Era una gran experta en plantas fósiles e investigó mucho sobre el carbón durante la guerra. Y de repente tuvo un momento de inspiración. Un estudiante de medicina le habló de una mujer que había acudido a él con un bebé. Todos los bebés que tenía morían y no sabía por qué. El médico de esta mujer la rechazó y le dijo que «saliera a tener más bebés». Pero de lo que se dio cuenta el estudiante de medicina fue que el marido padecía sífilis y por eso los bebés morían.

Otra mujer fascinante, Ray Costelloe, se convirtió en una figura olvidada en el famoso Círculo de Bloomsbury de Virginia Woolf. Tenía parientes estadounidenses, ¿no?

Sí. Procedía de una familia puritana estadounidense y estaba emparentada con Logan Pearsall Smith, el famoso crítico literario. Pero su abuela la trajo aquí. A Costelloe le apasionaban las matemáticas y fue a estudiar a Cambridge, algo inusual por aquel entonces. No le fue especialmente bien en matemáticas, porque pasaba la mayor parte del tiempo organizando un grupo de sufragistas.

Ray Costelloe y su hermana estuvieron en el corazón del Círculo de Bloomsbury. Su hermana se casó con un miembro de la familia Stephens —lafamilia de Virginia Woolf—, mientras que Ray se casó con un miembro de la familia Strachey. Virginia y ella se conocían bastante, pero se miraban con recelo. Virginia pensaba que era una vergüenza que a Ray Costelloe no le interesara la ropa, que estaba un poco gorda y que era una torpe, mientras que Ray no soportaba el hecho de que Virginia y sus amigas no hicieran nada. Solo se quedaban sentadas, riéndose, hablando y soñando mientras Ray salía, organizaba comités, abría una escuela de soldadura e incluso construía su propia casa.

Algunas científicas sirvieron en el frente, ¿no? Cuéntenos la extraordinaria historia de Helena Gleichen.

Me enteré de la figura de Helena Gleichen porque el abuelo de alguien que sigue con vida le dio una máquina de rayos X portátil, y esa persona me llamó, me habló de ella y me dejó leer su correspondencia. Era una de esas mujeres de clase alta, nacida con seis apellidos y prima lejana de la reina Victoria. Pero aprendió a hacer radiografías y ella y una amiga se fueron al frente en Italia. Fue una parte muy peligrosa de la guerra de la que todavía no se ha hablado mucho en las conmemoraciones de 2014-18. Mientras estaba en Italia, hizo rayos X a miles de soldados que tenían balas en el cerebro y en otras partes del cuerpo.

Al igual que otras mujeres que trabajaban en la guerra y que Marie Curie, prestó poca atención a su propio bienestar y sufrió quemaduras por radiación bastante graves. Tras la guerra, regresó para seguir siendo artista pero, como ocurrió con muchas de estas mujeres, la guerra fue la época más emocionante de sus vidas, lo más cerca que pudieron llegar de experimentar cómo era ser un hombre. Podían tomar sus propias decisiones, actuar por iniciativa propia, ir a donde quisieran. Así que, aunque era un trabajo peligroso, duro y extenuante, también era muy estimulante y emocionante.

Dos mujeres médicos se convirtieron en leyendas en la Gran Bretaña de la guerra. Cuéntenos la historia de Louisa Garret Anderson y su compañera Flora Murray.

Ambas eran sufragistas, algo bastante inusual, así que formaron parte de acciones bastante violentas hasta que comenzó la guerra, cuando las sufragistas dejaron de hacer campaña. Fueron a París y dirigieron un hospital. La Home Office (Ministerio del Interior de Reino Unido) se mostraba muy reacia a reconocer que las mujeres podían contribuir en el frente. Pero lo hicieron y finalmente dirigieron un hospital militar de mujeres en Endell Street, Londres, donde trataron a miles de soldados. También llevaron a cabo investigaciones en heridas de guerra y sobre cómo protegerlas. Fueron un par de mujeres extraordinarias.

«Compañera» suele ser un eufemismo para lesbiana, ¿no?

Lo es. Y pasaba lo mismo con otras personas, como Ray Costelloe. Pero no quería escribir chismes sobre quién se acostaba con quién, porque no creo que sus vidas privadas fueran relevantes para la historia que cuento. Mucha gente también quiere que sus vidas privadas sigan siéndolo. Quizá deberíamos respetarlo.

Dorothy Parker tenía un dicho sobre Bloomsbury: «Vivían en cuadrados, pintaban en círculos y tenían relaciones en triángulos». Pero las mujeres de la época normalmente ignoraban el tema. Era bastante normal que las mujeres compartiesen una casa o un piso y que nadie hiciera preguntas. Esto fue cuando Marie Stopes tenía que enseñar a hombres y mujeres cómo mantener relaciones, así que la gente no pensaba que las mujeres mantuvieran relaciones entre sí. De forma similar, muchas parejas de hombres gays vivían juntas y la gente miraba hacia otro lado.

Háblenos del chauvinismo masculino en el Cuerpo Femenino del Ejército (WAAC, por sus siglas en inglés) y el extraño debate por los uniformes.

Lo que debería llevar una mujer siempre ha sido motivo de controversia. La ropa que llevabas indicaba tu clase y muchas personas criticaban a las mujeres por llevar uniforme. Pero para las mujeres de la WAAC, mostraba su patriotismo y devoción al deber, y que estaban haciendo el trabajo de un hombre. Muchas de ellas sentían la necesidad de llevar uniforme para que las identificaran como miembros legítimos de la organización, especialmente si estaban en el extranjero. También se las acusó de ser prostitutas y de que la única razón de que llevasen uniforme era para infiltrarse en los campos y poder mantener relaciones con todos los hombres.

Hubo debates interminables sobre lo larga que podía ser la falda, qué tipo de placa debían llevar y si deberían tener bolsillos en el pecho porque, aunque eran muy útiles, les parecían indecorosos. La cuestión de qué ropa llevar siempre ha sido un tema importante para las mujeres. También era muy importante físicamente. Hay varias referencias a mujeres que llevaban enaguas y ropa engorrosa, y a la idea de que, si te quitabas esta ropa limitadora, ibas a liberarte no solo físicamente, sino también emocionalmente.

Escribe: «Los techos de cristal y las tuberías que gotean siguen presentando grandes desafíos para las científicas». Explíquenos esa idea y qué podemos hacer para cambiar las cosas.

Las «tuberías que gotean» son la idea de que ahora mismo, aunque un número casi igual de hombres y mujeres vienen a la universidad para estudiar ciencias, cuando vas subiendo por el mundo académico, de estudiante, posgraduado, a profesor y a catedrático, el porcentaje de mujeres se reduce cada vez más.

También han llevado a cabo experimentos con equipos entrevistadores falsos a quienes se les da una serie de solicitudes de hombres o mujeres. Al parecer, sin importar si los seleccionadores son hombres o mujeres, todos eligen a los solicitantes masculinos. Da miedo, porque hace que te des cuenta que hasta las mujeres tienen prejuicios internos contra las mujeres y están más seguras de que un hombre será mejor para el puesto.

En el tiempo que llevo viva, han cambiado muchas cosas. Hemos progresado mucho. Pero todavía hay prejuicios ocultos. Por ejemplo, cuando entras en un edificio universitario y miras a tu alrededor, en las paredes solo hay imágenes de hombres. O si ves la lista de lectura de un estudiante de ciencias, los autores son predominantemente masculinos. Y luego está el problema de las guarderías. La mayoría de mujeres que conozco dicen que es la razón principal por la que todavía hay desigualdad entre hombres y mujeres.

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