Las mujeres trans indígenas que han encontrado un refugio en las plantaciones de café de Colombia

Las plantaciones proporcionan a las mujeres un lugar para expresar abiertamente sus identidades de género, libres del acoso que suelen sufrir en sus propias comunidades.

Por Heather Brady
fotografías de Lena Mucha
Publicado 13 abr 2018, 14:52 CEST
Angélica
«Empecé a sentirme diferente con 12 años. Me gustaba llevar vestidos y jugar con las niñas», afirma Angélica, una de las trabajadoras de la plantación. Con 15 años, abandonó su aldea natal para trabajar en las plantaciones de café de Risaralda.
Fotografía de Lena Mucha

En las profundidades de las exuberantes montañas verdes del Eje Cafetero, la región occidental de Colombia llena de plantaciones de café, un singular grupo de mujeres trabaja en los campos.

Cuando estas trabajadoras indígenas emberá acaban su jornada, vuelven a sus residencias. Allí, se maquillan, se ponen joyas y ropa tradicionalmente de mujer que coinciden con su verdadera identidad de género.

Como estas mujeres son transgénero, no son aceptadas en sus propias comunidades. Suelen ser castigadas o las obligan a abandonar sus aldeas, aunque tengan familia e hijos. Pero en estas plantaciones de café, las mujeres dicen sentirse reconocidas por quienes son.

Yuliana y sus compañeras vuelven a sus residencias tras trabajar en los campos de café.
Fotografía de Lena Mucha

Un periódico colombiano contactó con Lena Mucha, fotógrafa de Berlín que también ha estudiado antropología social, con la idea de hacer una historia sobre las mujeres.

«Ya había trabajado antes con comunidades indígenas, pero nunca había oído hablar de este tema y me pareció muy interesante», afirma Mucha.

Cuando investigó a las mujeres trans de Colombia, encontró muy poca información —apenas un par de artículos cortos escritos sobre ellas— y no había ninguna organización sin ánimo de lucro u organización internacional que las defendiera.

«Es algo totalmente nuevo hasta para las organizaciones que trabajan con comunidades indígenas», afirma.

Se dispuso a encontrar a estas mujeres y a contar sus historias, y recorrió la región en moto mientras las buscaba. Al principio fue difícil, por su relativo aislamiento y su tendencia a ir de plantación en plantación, buscando trabajo donde pudieran encontrarlo.

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    «Sé que ser transgénero en Colombia es bastante duro», afirma Mucha. «Es un país muy conservador. La [concienciación] LGBTQ es algo que va apareciendo poco a poco y en las grandes ciudades como Bogotá. En las aldeas y comunidades indígenas lo ven como una enfermedad procedente del hombre blanco. No entienden cómo puede pasar esto ni que es algo normal».

    Las plantaciones de café son una vía de escape para estas mujeres trans indígenas. Trabajan en los campos durante el día y pueden vestirse como quieran en su tiempo libre sin castigos ni acoso. Mucha explica que los agricultores dicen que les gusta contratar a las mujeres porque no se quejan. Son fuertes, trabajadoras y contratarlas no es caro, ya que la mayoría gana unos 100.000 pesos colombianos a la semana, equivalentes a unos 30 euros.

    Francy, Angélica y Mariana se relajan por la tarde con sus compañeras.
    Fotografía de Lena Mucha

    La mayoría de estas mujeres procede de regiones directamente circundantes a las plantaciones o de departamentos vecinos. Este trabajo suele ser el único que pueden encontrar y en las plantaciones tienen residencias básicas y comida.

    «En sus comunidades, no pueden vivir sus identidades [de género], por lo que buscan una forma de salir de allí», explica Mucha.

    Angélica, una de las mujeres a las que conoció Mucha durante su estancia en la plantación, dice que no puede volver a su comunidad.

    «Aquí por fin puedo ser yo misma y vivir mi identidad», contó Angélica a Mocha.

    Son muy reservadas y guardan las distancias de otros trabajadores indígenas de las plantaciones. Muchas de ellas no hablan español y son socialmente reservadas por los prejuicios a los que se han enfrentado, por eso Mucha dice que fue difícil conocerlas.

    «Pasé un par de días en una plantación», afirma. «Era una de las plantaciones [de café] más grandes. Fui el primer día, saqué algunas fotos, las imprimí y se las llevé. Esto abrió la relación que teníamos e hizo que confiaran en mí».

    Angélica, Francy y otra trabajadora pasan la tarde del sábado en Santuario. La gente de la aldea está acostumbrada a verlas cada fin de semana.
    Fotografía de Lena Mucha

    Un sábado, acompañó a algunas de las mujeres a Santuario, una aldea cercana donde suelen gastar parte de su dinero ganado con esfuerzo en cosas como maquillaje y joyas. Allí vio de primera mano el acoso que sufren las mujeres por parte de las personas de sus propias comunidades.

    «Se produjo una situación en la que otros indígenas empezaron a hablarles, mofándose y burlándose de ellas, diciéndoles “¿qué hacéis aquí?”», cuenta Mucha. «Pude ver cómo las habían tratado en sus aldeas».

    Durante su tiempo libre, cuando las agricultoras hacen la transición para adoptar aspecto de mujeres, Mucha dice que se transforman por completo.

    «Son mujeres fuertes», afirma. «Creo que están disfrutando de su vida aquí. Para ellas, es libertad, es poder expresarse. Nadie las molesta».

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