Esto es lo que dejan a su paso las armas nucleares
En el pasado, en una zona remota de Kazajistán se produjeron un cuarto de los ensayos nucleares del mundo. El impacto sobre sus habitantes ha sido devastador.
La degradación y la desolación marcan el paisaje de un remoto rincón de la estepa kazaja. Los lagos artificiales formados por las explosiones de bombas nucleares salpican de hoyos un terreno antes plano, interrumpido por los cascarones de edificios vacíos. Parece inhabitable. Sin embargo, los fantasmas —de vivos y muertos— rondan la tierra, que todavía soporta los efectos del programa de ensayos nucleares que finalizó hace casi 30 años.
En este lugar, conocido como el Polígono, se produjeron casi un cuarto de los ensayos nucleares del mundo durante la Guerra Fría. La zona se escogió por estar desocupada, aunque varias aldeas agrícolas pequeñas salpican el perímetro. Aunque algunos residentes fueron trasladados durante los ensayos, la mayoría se quedó. Los daños, que persisten hoy en día, son viscerales.
El fotógrafo Phil Hatcher-Moore pasó dos meses documentando la región y le sorprendió «el derroche inútil de locura del hombre».
Su proyecto, Nuclear Ghosts, une el paisaje perdido y los retratos íntimos de los aldeanos que todavía experimentan las consecuencias.
Las cifras son pasmosas: unas 100.000 personas de la zona todavía se ven afectadas por la radiación, que puede transmitirse a lo largo de cinco generaciones. Pero con estas imágenes íntimamente desgarradoras, Moore pretende convertir los números abstractos en algo tangible.
«La contaminación nuclear no es algo que podamos ver necesariamente», afirma. «Y podemos hablar de las cifras, pero creo que es más interesante centrarse en los individuos, que condensan la historia».
Moore entrevistó a todas las personas a las que fotografió antes de coger su cámara y aprendió que el secretismo y la desinformación plagaban gran parte de su experiencia.
«[Durante los años 50] enviaron a un hombre con su tienda de campaña a vivir en las colinas durante cinco días con su rebaño. En realidad, lo usaron como conejillo de indias para ver qué ocurriría», afirma Moore. «Nunca les dijeron qué estaba pasando, ni los peligros que podrían estar corriendo».
Aunque las historias humanas fueron fundamentales, Moore también documentó los laboratorios de pruebas científicas que todavía desvelan los daños. La yuxtaposición de estos laboratorios con los retratos de personas desfiguradas por la radiación es una visión desagradable. Pero esta proximidad es deliberada.
«Hubo una historia de humanos usados como sujetos vivos», afirma Moore. «Quiero unir estas ideas; la forma en que los investigadores usaron a las personas en aquella época y cómo eso se filtra a la vida cotidiana, su aspecto, su significado».
Aunque algunos de los sujetos de Moore tenían graves deformaciones, muchos sufren problemas de salud menos visibles, como el cáncer, las enfermedades sanguíneas o el trastorno por estrés postraumático. Y la naturaleza oculta e insidiosa de esto es quizá más perturbadora. «Durante mucho tiempo, no se ha producido mucho desarrollo nuclear, pero es un problema muy real ahora mismo», afirma Moore. «Pero no hablamos de lo que hace falta para renovar estas armas. Estas personas son el legado y la prueba de lo que se hizo para alcanzar ese fin».
Puedes ver más fotografías de Phil Hatcher-Moore en su página web y seguirlo en Instagram.