Los niños ucranianos que entrenan para el combate
En las regiones separatistas de Ucrania oriental, los jóvenes se preparan para defenderse a sí mismos y a su nación.
En países devastados por la guerra, la educación de los jóvenes se ve profundamente afectada. Los bombardeos indiscriminados destruyen los colegios, o los convierten deliberadamente en puestos militares. Los niños y los profesores se quedan en casa por miedo a pisar una mina o quedarse atrapados en el fuego cruzado de las partes beligerantes. La casa del aprendizaje, concebida como un lugar seguro, se convierte en un objetivo.
Durante casi una década, el fotógrafo Diego Ibarra Sánchez ha examinado cómo el conflicto interrumpe, interfiere y obstruye el aprendizaje. «Se supone que la educación es la forma de avanzar, de construir o reconstruir una nación», explica. ¿Qué ocurre con ese objetivo cuando las instituciones académicas no pueden desempeñar su papel?
Tras explorar esa cuestión en Pakistán, Siria, Irak, Líbano y Colombia, Ibarra Sánchez ha acudido a la región de Donbáss, en Ucrania oriental. Desde 2014, los combates en la zona entre los separatistas prorrusos y las fuerzas del gobierno ucraniano han exacerbado el sentimiento nacionalista y sembrado el caos en los sistemas educativos y entre sus alumnos.
Ibarra Sánchez explica que, cuando pierden meses e incluso años de clases, los alumnos se quedan cada vez más atrás y ponen en peligro su futuro. Pero cuando sí van a la escuela en zonas de guerra, es posible que se encuentren con currículos manipulados y enseñanzas transformadas para reflejar las intenciones de la facción que ostenta el poder.
En Donbáss, Ibarra Sánchez cuenta que las organizaciones juveniles patrióticas que documentó entrenan activamente a niños no solo para sobrevivir y manejar armas, sino que también les enseñan «a odiar “al otro”, a defenderte contra tu vecino y matarlo si es necesario para tu país».
En LIDER, un campamento de verano para niños de entre seis y 17 años a las afueras de Kiev, la capital ucraniana, los jóvenes se levantan y escuchan el himno nacional durante la ceremonia de izado de bandera antes de participar en diversos ejercicios de instrucción militar. Aprenden a arrastrarse por las trincheras, a ponerse máscaras de gas, a montar y desmontar rifles de asalto y a disparar, entre otras cosas. Ibarra Sánchez cuenta que, durante todo ese tiempo, escuchan retórica antirrusa y supervivencialista.
En el tiempo que pasó en LIDER, el fotógrafo pidió a los jóvenes que respondieran a tres preguntas escribiendo y dibujando en un cuaderno: por qué estaban en el campamento, por qué querían proteger su país y qué sueños tenían. Sus respuestas reflejan influencias conflictivas: el adoctrinamiento del campamento, su comprensión de la realidad de la guerra y también su juventud y su deseo de tener una infancia normal.
En su página del cuaderno, Yelena Shevel, de 10 años, cuenta que le gusta ir a la piscina y a la pista de tiro por igual. Mykhailo Deinikov, de 8 años, escribió que cree que «es importante defender la patria porque el enemigo puede capturarla muy fácilmente y pueden tomarnos como rehenes y matarnos». Pero también escribió que sueña con tiempos de paz y con convertirse en investigador de peces: «No quiero ser soldado porque da miedo. Mi sueño es que no haya más guerras en el mundo».
Al otro lado del frente de este conflicto, las academias militares instan a los cadetes a unirse a las fuerzas armadas separatistas respaldadas por el Kremlin. Se ha informado de que en el Liceo Militar G.T. Beregovoj, en la República Popular de Donetsk —el estado autoproclamado por las fuerzas separatistas en Ucrania oriental— se han graduado más de 300 alumnos desde que empezó la guerra en 2014. Ibarra Sánchez cuenta que allí también existe un énfasis constante en demonizar al enemigo: «Tener un enemigo es una forma eficaz de reforzar la idea de una nación con un objetivo común».
La ONU estima que, desde 2014, se han perdido más de 10.000 vidas en Ucrania oriental. Para Ibarra Sánchez, el conflicto —y la forma en que reclutan a los jóvenes— no tiene nada que ver con el patriotismo. «El amor por la patria consiste en tener el corazón en paz», afirma. «Cuando intentas imponerle a otro tus ideas y te consideras superior a los demás —cuando piensas que tu bandera, tu historia, tu política o tus valores son mejores—, ahí es cuando se vuelve peligroso».
Diego Ibarra Sánchez es un fotógrafo documental que trabaja desde Líbano. Explora su trabajo en su página web o síguelo en Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.