Los niños ucranianos que entrenan para el combate

En las regiones separatistas de Ucrania oriental, los jóvenes se preparan para defenderse a sí mismos y a su nación.

Por Laurence Butet-Roch
fotografías de Diego Ibarra Sánchez
Publicado 14 mar 2019, 12:49 CET
Yelena Shevel
Yelena Shevel, de 10 años, que sueña con ser veterinaria, aprende a ponerse una máscara de gas durante el entrenamiento en LIDER, un campamento de verano a las afueras de Kiev, Ucrania. Cree que «es importante defender tu patria porque, si nosotros no lo hacemos, entonces Rusia capturará Ucrania y nos convertiremos en Rusia», algo que teme «porque entonces ya no podremos hablar, leer ni escribir en ucraniano».
Fotografía de Diego Ibarra Sánchez

En países devastados por la guerra, la educación de los jóvenes se ve profundamente afectada. Los bombardeos indiscriminados destruyen los colegios, o los convierten deliberadamente en puestos militares. Los niños y los profesores se quedan en casa por miedo a pisar una mina o quedarse atrapados en el fuego cruzado de las partes beligerantes. La casa del aprendizaje, concebida como un lugar seguro, se convierte en un objetivo.

Durante casi una década, el fotógrafo Diego Ibarra Sánchez ha examinado cómo el conflicto interrumpe, interfiere y obstruye el aprendizaje. «Se supone que la educación es la forma de avanzar, de construir o reconstruir una nación», explica. ¿Qué ocurre con ese objetivo cuando las instituciones académicas no pueden desempeñar su papel?

Tras explorar esa cuestión en Pakistán, Siria, Irak, Líbano y Colombia, Ibarra Sánchez ha acudido a la región de Donbáss, en Ucrania oriental. Desde 2014, los combates en la zona entre los separatistas prorrusos y las fuerzas del gobierno ucraniano han exacerbado el sentimiento nacionalista y sembrado el caos en los sistemas educativos y entre sus alumnos.

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    Marina
    Marina, de 12 años, que vive en Zaitsevo, en la República Popular de Donetsk, una ciudad dividida por el frente, tiene que asistir a la escuela en otra aldea porque los grupos armados están utilizando la suya.
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez
    Svetlodarskaya
    Los alumnos van a clase en la escuela de Svetlodarskaya, Ucrania. Esta, ubicada en la frontera, ha sido atacada en varias ocasiones.
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez

    Ibarra Sánchez explica que, cuando pierden meses e incluso años de clases, los alumnos se quedan cada vez más atrás y ponen en peligro su futuro. Pero cuando sí van a la escuela en zonas de guerra, es posible que se encuentren con currículos manipulados y enseñanzas transformadas para reflejar las intenciones de la facción que ostenta el poder.

    En Donbáss, Ibarra Sánchez cuenta que las organizaciones juveniles patrióticas que documentó entrenan activamente a niños no solo para sobrevivir y manejar armas, sino que también les enseñan «a odiar “al otro”, a defenderte contra tu vecino y matarlo si es necesario para tu país».

    Nikita
    Nikita, de 12 años, en el interior de una escuela bombardeada en 2014 y abandonada desde entonces en Nikishino, en la República Popular de Donetsk. «Al principio tenía mucho miedo, pero con el tiempo me acostumbré», admite. «Siempre vengo aquí para jugar entre los escombros. A veces me siento solo. Casi todos mis amigos se han ido de Nikishino».
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez

    En LIDER, un campamento de verano para niños de entre seis y 17 años a las afueras de Kiev, la capital ucraniana, los jóvenes se levantan y escuchan el himno nacional durante la ceremonia de izado de bandera antes de participar en diversos ejercicios de instrucción militar. Aprenden a arrastrarse por las trincheras, a ponerse máscaras de gas, a montar y desmontar rifles de asalto y a disparar, entre otras cosas. Ibarra Sánchez cuenta que, durante todo ese tiempo, escuchan retórica antirrusa y supervivencialista.

    En el tiempo que pasó en LIDER, el fotógrafo pidió a los jóvenes que respondieran a tres preguntas escribiendo y dibujando en un cuaderno: por qué estaban en el campamento, por qué querían proteger su país y qué sueños tenían. Sus respuestas reflejan influencias conflictivas: el adoctrinamiento del campamento, su comprensión de la realidad de la guerra y también su juventud y su deseo de tener una infancia normal.

    Mykhailo Deinikov
    Mykhailo Deinikov, de 8 años, que asiste al campamento LIDER, escribió: «Me gusta el horario, la disciplina militar, los ejercicios militares y los ejercicios matutinos. Creo que es importante defender la patria porque el enemigo puede capturarla muy fácilmente y pueden tomarnos como rehenes y matarnos. De mayor quiero ser investigador de peces. No quiero ser soldado porque da miedo. Mi sueño es que no haya más guerras en el mundo».
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez
    Yelena Shevel
    Yelena Shevel, de 10 años, que asiste al campamento LIDER, escribió: «En el campamento LIDER me gusta la piscina y la pista de tiro porque me gusta nadar y disparar. Todos en mi familia saben disparar: mi madre, mi padre, mi abuela, etc. Creo que es importante defender la patria porque, si no lo hacemos, entonces Rusia capturará Ucrania y nos convertiremos en Rusia. Eso sería malo porque ya no podríamos hablar, leer ni escribir en ucraniano. De mayor quiero ser veterinaria. Me encantan los animales. He tenido un hámster, una tortuga, cinco ratas y cuatro loros. Ahora tengo dos chinchillas y un gato».
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez

    En su página del cuaderno, Yelena Shevel, de 10 años, cuenta que le gusta ir a la piscina y a la pista de tiro por igual. Mykhailo Deinikov, de 8 años, escribió que cree que «es importante defender la patria porque el enemigo puede capturarla muy fácilmente y pueden tomarnos como rehenes y matarnos». Pero también escribió que sueña con tiempos de paz y con convertirse en investigador de peces: «No quiero ser soldado porque da miedo. Mi sueño es que no haya más guerras en el mundo».

    Al otro lado del frente de este conflicto, las academias militares instan a los cadetes a unirse a las fuerzas armadas separatistas respaldadas por el Kremlin. Se ha informado de que en el Liceo Militar G.T. Beregovoj, en la República Popular de Donetsk —el estado autoproclamado por las fuerzas separatistas en Ucrania oriental— se han graduado más de 300 alumnos desde que empezó la guerra en 2014. Ibarra Sánchez cuenta que allí también existe un énfasis constante en demonizar al enemigo: «Tener un enemigo es una forma eficaz de reforzar la idea de una nación con un objetivo común».

    Denis
    Denis, de 13 años, miembro del club militar patriota DND Mospino en Jartzyzsk, Donetsk, practica tiro con un rifle con Sergey, su director, que le enseña disciplina, a utilizar armas pequeñas, a montar y desmontar un AK, a disparar y a luchar con cuchillos.
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez
    Liceo Militar G.T. Beregovoj
    Los jóvenes cadetes estudian en el Liceo Militar G.T. Beregovoj en Donetsk. Además del currículo escolar básico, los alumnos aprenden competencias diseñadas para prepararlos para el servicio militar o público.
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez
    Un joven cadete
    Un joven cadete saluda a su superior en el Liceo Militar G.T. Beregovoj en Donetsk. Desde el comienzo de la guerra en Donbáss, en 2014, más de 300 graduados han recibido diplomas de la República Popular de Donetsk, el programa estatal fundado en suelo ucraniano y apoyado por Rusia.
    Fotografía de Diego Ibarra Sánchez

    La ONU estima que, desde 2014, se han perdido más de 10.000 vidas en Ucrania oriental. Para Ibarra Sánchez, el conflicto —y la forma en que reclutan a los jóvenes— no tiene nada que ver con el patriotismo.  «El amor por la patria consiste en tener el corazón en paz», afirma. «Cuando intentas imponerle a otro tus ideas y te consideras superior a los demás —cuando piensas que tu bandera, tu historia, tu política o tus valores son mejores—, ahí es cuando se vuelve peligroso».

    Diego Ibarra Sánchez es un fotógrafo documental que trabaja desde Líbano. Explora su trabajo en su página web o síguelo en Instagram.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

    Anastasia Sarancha

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