El apartheid terminó hace 29 años. ¿Cómo ha cambiado Sudáfrica?
La primera generación que ha crecido sin restricciones económicas ni segregación racial aprobada por el gobierno revela un país que lidia con el cambio.
Sibonisile Tshabalala solo tenía 18 días de vida cuando su madre Thandeka Sidya la dejó con su abuela Roseline en el municipio de Katlehong, Johannesburgo.
Pero Thandeka no se dirigía a su trabajo de baja categoría en una oficina o restaurante en el centro de la ciudad. El 27 de abril de 1994, Thandeka Sidya quería acudir a las urnas en cuanto abrieran a las ocho de la mañana para votar al hombre cuyo valiente activismo y sus 27 años de encarcelamiento derribaron un sistema legal y económico que maltrató a los sudafricanos no blancos durante medio siglo y estimuló décadas de condenas y protestas internacionales. Thandeka hizo cola durante horas, votó a Nelson Mandela como primer presidente negro de Sudáfrica y volvió con su recién nacida para que Roseline Sidya también pudiera votar.
«Para ellas era demasiado importante dejar escapar la oportunidad de votar por primera vez», afirma la graduada en ingeniería industrial de 25 años. «Querían ser capaces de decir que ayudaron a poner fin al apartheid».
El nacimiento de Tshabalala en el amanecer de la Sudáfrica posterior al apartheid la sitúa directamente en la vanguardia de la que el legendario clérigo y teólogo sudafricano Desmond Tutu denominaba la «nación arcoíris». Son la primera cohorte moderna de personas negras, birraciales y de otros grupos étnicos que no vivirán bajo el sistema legal y político diseñado por la minoría blanca de Sudáfrica —principalmente descendientes de los colonos neerlandeses del siglo XVII conocidos como afrikáneres o bóeres— que aprobaron la segregación racial y la discriminación económica contra los no blancos.
De ahí la ironía de que una mujer neerlandesa de 34 años criada en un barco en los Países Bajos acabara convirtiéndose en una defensora de los sudafricanos post-apartheid. Cuando el libro de la fotógrafa Ilvy Njiokiktjien, Born Free: Mandela’s Generation of Hope, se publique el 1 de mayo, será el final de un viaje que comenzó cuando asistió a su primera clase de fotografía a los 16 años durante un programa de intercambio entre institutos en Dakota del Sur. Njiokiktjien había experimentado más diversidad cuando estudiaba en Utrecht, con compañeros de Marruecos, Turquía y Sri Lanka.
Cuando en 2004 participó en un programa de intercambio universitario en la Universidad Rhodes de Grahamstown, Sudáfrica, Njiokiktjien sabía muy poco de la historia del apartheid y no estaba preparada para presenciar sus dolorosos restos.
«Recuerdo que la división entre blancos y negros me resultó bastante impactante. El centro de Grahamstown es precioso y limpio y parece un cuento de hadas. Pero si observas la calle principal, ves un gran municipio lleno principalmente de negros pobres, que acudían al centro de la ciudad durante el día para trabajar o buscar trabajo. Quizá parezca ingenua, pero me chocó que todo estuviera tan distintivamente separado».
En 2007, a Njiokiktjien se le ocurrió la idea del libro cuando era becaria en el Star Newspaper en Johannesburgo.
«Me daban encargos de artículos a diario y empecé a observar que había muchas protestas. En cierto modo, eso me enseñó una faceta completamente diferente de Sudáfrica, esa mentalidad de “defiende tus derechos” a la que no estaba acostumbrada. Vi a estudiantes luchando por sus derechos y trabajadores que demandaban un sueldo mejor, y caí en que quizá ocurriera más a menudo por el fin del apartheid».
La segregación racial existía en Sudáfrica mucho antes del siglo XX. Pero en 1948, el Partido Nacional de Sudáfrica, compuesto principalmente por los descendientes de dichos colonos, desarrolló una política oficial de segregación racial. La Ley de Agrupación por áreas de 1950 también designaba zonas residenciales y comerciales en las ciudades para cada grupo racial, y otras razas no podían vivir ni ser propietarias de tierras en dichas zonas. Para finales de los años 50, más del 80 por ciento de las tierras de Sudáfrica eran propiedad de blancos y los no blancos debían llevar documentación para que les permitieran entrar en las zonas restringidas.
Aunque esa política ya se ha eliminado, su impacto continúa. Por ejemplo, Darshana Govindram, de 24 años, vive en Chatsworth, un barrio a las afueras de la ciudad portuaria de Durban. Se creó para segregar a personas de ascendencia india y aún alberga una mayoría india.
Govindram contó a Njiokiktjien que quiere convertirse en piloto de avión, pero no puede permitírselo. Las protestas estudiantiles por los costes de las matrículas la han animado, pero aún cree que no alcanzará su meta en el futuro próximo. También recuerda que su difunta abuela decía que la vida era mejor en Sudáfrica con el apartheid porque había menos crimen y corrupción, una idea que ella rechaza.
Con todo, muchos sudafricanos jóvenes no blancos hablan de encontrarse en un callejón sin salida, una situación que dificulta que se sientan totalmente libres.
Sibonisile Tshabalala, que se graduó en ingeniería el 9 de abril, el día de su 25º cumpleaños, dice que obtiene un salario por su trabajo con una empresa de Johannesburgo. Pero es mucho inferior del que pagan a algunos egresados blancos por puestos de plantilla.
En cierto modo, según Tshabalala, la situación post-apartheid sigue siendo difícil. «Cuando miro a mis compañeros blancos, me doy cuenta de que, aunque hayamos trabajado mucho para labrarnos una educación, no hemos partido con las mismas oportunidades. Mis padres, mis abuelos, mis tatarabuelos, todos sufrieron. Y yo aún sufro las consecuencias como joven sudafricana negra».
Esta situación es habitual entre muchos aspirantes a formar parte de la «nación arcoíris» que se ven afectados por lo que se ha acuñado como «Black Tax», la obligación de mantener a un amplio círculo familiar que no tuvo tanta suerte como ellos. Muchos jóvenes viven con limitaciones por tener que apoyar a padres y abuelos desempleados y pagar las matrículas de sus hermanos, y carecen de tiempo para pensar en sus objetivos.
Njiokiktjien explica que el amplio abanico de sujetos y experiencias vitales que presenció mientras recopilaba estas imágenes la llevaron en una montaña rusa de emociones. Muchos jóvenes compartieron con ella sus sueños y esperanzas, pero a veces existía cierta desesperación por el desempleo, los delitos, la xenofobia y la violencia contra la comunidad LGTBI. Solo en este último año ha empezado a sentir más esperanza en el futuro de la generación que ha nacido libre.
Uno de los motivos de esa epifanía llegó después de conocer a Wilmarie Deetlefs, una afrikáner blanca de 24 años, y a su novio Zakithi Buthelezi, de 27, en Johannesburgo.
Buthelezi es el hijo del famoso líder zulú Mangosuthu Buthelezi, que ejerció como ministro del Interior en Sudáfrica durante los gobiernos de Nelson Mandela y Thabo Mbeki. Buthelezi contó a Njiokiktjien que no había vivido situaciones hostiles por tener una novia blanca, pero Deetlefs contó que, en una ocasión, un taxista le gritó: «Búscate un hombre de tu propio color».
A pesar de todo, la joven pareja, que ahora vive en Ciudad del Cabo, cree que forma parte de un «nuevo comienzo» en Sudáfrica. Deetlef afirma que cree que su generación encabezará los esfuerzos hacia la verdadera reconciliación, y eso es lo que quiere fomentar Njiokiktjien en su libro.
«Quiero demostrar al país y al resto del mundo que existe una generación de sudafricanos jóvenes con una voluntad increíble de alcanzar sus metas, a veces incluso sin tener trabajo y, aunque no se lo den todo mascado, están logrando hacer cosas porque lo intentan con todas sus fuerzas. Creo que crearán un futuro positivo para Sudáfrica».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.