Exclusiva: Así busca Robert Ballard el avión de Amelia Earhart
Se ha intentado descubrir el paradero de la famosa aviadora en muchas ocasiones, pero nunca con las herramientas tecnológicas de las que dispone Robert Ballard.
No te pierdas el estreno de Expedición Amelia Earhart el domingo a las 22:00, en National Geographic.
Es una cálida noche tropical al sur del ecuador en el océano Pacífico, pero dentro de la sala de control del E/V Nautilus hace frío y reina la oscuridad y la tranquilidad. La única fuente de luz procede de los monitores. Moverse por la sala resulta traicionero; hay cables colgando de las paredes y el espacio entre las estaciones de trabajo es estrecho. A pesar del calor que hace fuera, los miembros de la tripulación llevan chaquetas polares para protegerse del aire gélido. Sus voces apenas se oyen cuando hablan en voz baja por los auriculares.
Las pantallas montadas sobre las paredes pintadas de negro nos permiten ver otro mundo. Una muestra un vehículo remoto (ROV, por sus siglas en inglés) que flota en una fantasmagórica luz azul, eclipsado por la que parece la enorme pared de un acantilado. Otra pantalla proporciona una imagen más cercana; restos del lecho rocoso y del coral oscurecidos de vez en cuando por un aluvión de nieve marina.
«Buscamos colores que no sean naturales del fondo», afirma Robert Ballard mientras mira atentamente las pantallas desde su posición en la fila trasera. El hombre que descubrió el Titanic tiene una misión: descubrir qué le ocurrió a Amelia Earhart cuando desapareció durante su intento de convertirse en la primera mujer que volaría alrededor del mundo.
Es probable que Earhart se hubiera quedado embelesada ante el aspecto espacial del buque. La aviadora siempre había mirado hacia el futuro, ya fuera por los récords batidos en los cielos o por los nuevos caminos que forjarían las mujeres. Incluso se aventuró bajo el agua en una versión primitiva de un traje de buceo.
Con todo, le hubieran sorprendido las maravillas tecnológicas reunidas para descubrir su paradero.
Ballard ha dirigido su buque de última generación, el E/V Nautilus, a las aguas de Nikumaroro, un anillo aislado de coral y arena que rodea una laguna turquesa. La isla, de solo 7,2 kilómetros de largo y 2,4 de ancho, aparece en todos los mapas como una mera mota en el vasto océano Pacífico.
«Existen diversas teorías sobre dónde aterrizó el avión de Amelia y algunas de ellas son un poco descabelladas», afirma Ballard, explorador de National Geographic. Algunos creen que Earhart y su copiloto Fred Noonan acabaron en las islas Marshall, otros que acabaron en Saipán o incluso en Nueva Jersey, y otros, que el avión se estrelló y se hundió. «Optamos por la teoría de que aterrizó».
El 2 de julio de 1937, Earhart y Noonan se dirigían hacia la isla Howland, que es aún más pequeña que Nikumaroro. Tras despegar de Lae, en Nueva Guinea, en la antepenúltima etapa del intento de Earhart de circunnavegar el planeta, no consiguieron localizar Howland y desaparecieron sin dejar rastro.
El Grupo Internacional para la Recuperación de Aeronaves Históricas (TIGHAR, por sus siglas en inglés) ha pasado las últimas décadas investigando la hipótesis de que Earhart y Noonan aterrizaron con su Lockheed Electra 10E en Nikumaroro al no poder encontrar Howland.
La hipótesis de los investigadores se basa en las últimas transmisiones por radio de Earhart. A las 8:43 a.m. del 2 de julio, Earhart envió una transmisión por radio al Itasca, el patrullero de los guardacostas estadounidenses que esperaba a Earhart en Howland: «KHAQQ [las letras de llamada de la Electra] a Itasca. Estamos en la línea 157 337». El Itasca recibió la transmisión, pero no consiguió obtener el rumbo de la señal.
La «línea 157 337» indica que el avión volaba en una línea de navegación noroeste-sudeste que atravesaba la isla Howland. Si Earhart y Noonan no localizaron Howland, habrían volado al noroeste o al sudeste de la línea para encontrarla. Al noroeste de Howland hay mar abierto durante miles de kilómetros; al sudeste, está Nikumaroro.
El mensaje por radio sobre la línea de posición fue la última transmisión confirmada de Earhart, pero los operadores de radio recibieron 57 mensajes que podrían haber sido del Electra. Las estaciones inalámbricas captaron el rumbo de siete de ellos. Cinco se cruzaban cerca de Nikumaroro, que entonces se llamaba isla Gardner.
En el momento de la desaparición de Earhart, la marea de Nikumaroro estaba bastante baja, lo que revelaría una superficie de arrecife a lo largo de la orilla lo bastante larga y plana para que aterrizara un avión. Si Earhart envió alguna de esas 57 transmisiones, al avión debería haber aterrizado relativamente intacto.
Los investigadores del TIGHAR tienen la teoría de que Earhart y Noonan enviaron un mensaje por radio por la noche para evitar el abrasador calor diurno dentro de su avión de aluminio. Finalmente, la marea se llevó al Electra del arrecife y se hundió o se rompió en el oleaje. La última transmisión creíble se escuchó el 7 de julio de 1937.
Los miembros del TIGHAR han viajado a la isla en 13 ocasiones, pero nunca con las herramientas tecnológicas de las que dispone Ballard. El casco del Nautilus cuenta con un sónar multihaz, dos ROV con cámaras de alta definición, un vehículo autónomo en superficie (ASV, por sus siglas en inglés) y varios drones. A todo ello se suman los años de experiencia de Ballard encontrando tesoros bajo el mar.
En esta expedición, su objetivo es descubrir dónde acabó el avión de Earhart tras haber sido barrido del arrecife.
Es un trabajo laborioso. El Nautilus no se acercó directamente a la isla, sino que adoptó una trayectoria panorámica que permitió que el sónar cartografiara el terreno submarino. Pero el barco no pudo acercarse mucho; el arrecife es peligrosísimo, como demostró el naufragio del S.S. Norwich City, que todavía domina la orilla nordeste de la isla.
Cuando el Nautilus llegó a la isla, enseguida se estableció una rutina: enviar el ASV (un barco robótico, básicamente) para cartografiar el terreno cerca de las olas. Cuando vuelva, analizar los datos para comprobar, en palabras de Ballard, qué «sale de la sopa». Ballard y sus colegas buscan objetivos —anomalías—, aunque su ausencia no significa que no haya nada interesante bajo las olas.
Ballard pone mucho énfasis en utilizar los ojos para su búsqueda. «Todo lo que he descubierto ha sido mediante la vista», afirma.
Ahí es donde entran los ROV. Normalmente, los lanzan de noche y pueden descender hasta 4000 metros. El Hércules, una caja amarilla con una base metálica, ofrece una vista en primera persona, mientras que el pequeño Argus apunta su cámara hacia el Hércules.
Los pilotos del ROV lo controlan en turnos de cuatro horas día y noche, y no suelen ven gran cosa. Pero la primera noche hallaron restos de un naufragio —objetos que parecían ser una hélice, un calentador y un cigüeñal, entre otros—, todos del Norwich City.
No era el naufragio que buscaba Ballard, pero respondía a una pregunta importante. ¿A qué profundidad podría haber descendido el avión? Los restos del Norwich City estaban acumulados a profundidades de entre 100 y 300 metros. «Cualquier cosa de masa similar —parte de un avión o parte de un buque— habría circulado ladera abajo en esa zona», explica Allison Fundis, líder de la expedición. «Nos centramos en esa zona con las inmersiones de los ROV».
Cuando los pilotos avistan algo, sus reacciones suelen ser silenciosas. En una observación reciente, apareció un objeto metálico con forma de tubo. El piloto del Hércules murmuró: «Parece artificial. ¿Debería recogerlo?».
La respuesta fue afirmativa. Tras un momento de duda, el Hércules extendió el brazo y, muy lentamente, cerró las pinzas alrededor del tubo y colocó con delicadeza el objeto en un recipiente de almacenamiento blanco que lleva a un lado.
¿Qué era? Para conseguir la respuesta, tendrían que esperar a recuperar los ROV y abrir la caja, que no sería hasta el día siguiente.
Ojo, que viene un destripe: no formaba parte del avión de Earhart. En realidad, parecía ser un fragmento de equipo oceanográfico, una señal de la presencia de otros exploradores antes que Ballard.
Ballard resta importancia a las falsas alarmas, sobre todo en las primeras fases de la búsqueda. «Para el Titanic, hicimos esto durante nueve días», cuenta.
Amelia Earhart tenía pensado utilizar su Electra para probar el instrumental de aviación de última generación, y llegó a apodarlo «laboratorio volador». Cuando haya terminado esta expedición de búsqueda de la piloto y su avión, se habrán puesto a prueba los límites del equipo del Nautilus y la pequeña isla de Nikumaroro habrá sido cartografiada minuciosamente. Independientemente de si descubren su paradero, quizá Earhart estaría satisfecha con ese resultado.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
Expedición Amelia Earhart, estreno en otoño en National Geographic.