La vida de los solicitantes de asilo en Estados Unidos: una espera larga y peligrosa
Familias de todo el mundo viven en condiciones duras mientras esperan el permiso para solicitar asilo.
Samrwt Tesfey caminó desde Asmara, Eritrea, a Jartum, Sudán, con su hija Malhri antes de volar a Dubái y, finalmente, a México. En abril de 2019, llegó a Reynosa, al otro lado de la frontera de McAllen, Texas. Vladimir Patrushev, su mujer Mila y su hijo Matthew llegaron a Reynosa desde Kiev, Ucrania, y han recorrido continentes enteros para solicitar asilo, al igual que la familia de Tesfey. Figuran entre los cientos de migrantes de todo el mundo que llegan a esta localidad fronteriza con la esperanza de que les sirva de puerta de entrada a una nueva vida en Estados Unidos.
Para gestionar a los miles de solicitantes de asilo en Reynosa, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza estadounidense (CBP, por sus siglas en inglés) y las autoridades de inmigración mexicanas, que trabajan con el pastor Héctor Silva, director del refugio para migrantes Senda de Vida, habían puesto en marcha una lista de espera, una solución local para responder a los cambios en el proceso de solicitud de asilo. Los migrantes tienen el derecho de solicitar asilo en un puerto de entrada a Estados Unidos; sin embargo, este último año, la CBP ha empezado una dosificación (metering) casi constante de los solicitantes de asilo y ha limitado la cantidad de migrantes a quienes les permiten cruzar la frontera.
Cada mañana, cuando los Tesfey, los Patrushev y otras familias salían de sus habitaciones compartidas en el refugio Senda de Vida, entraban en un mar de tiendas rojas, azules, amarillas y verdes habitadas por familias de Venezuela, Cuba, Honduras, México, Guatemala, El Salvador y otros lugares. El refugio tiene capacidad para 260 personas, pero albergaba 470. Debido al hacinamiento, los migrantes de Reynosa se ven obligados a elegir entre pagar un hotel o vivir en las calles de una ciudad cada vez más violenta. Hicieron cola frente a los baños compartidos para duchar a sus hijos con agua fría, con la intención de evitar insolaciones en un lugar donde, al mediodía, las temperaturas pueden alcanzar los 38 grados. Tras desayunar, los niños jugaron a la sombra con algunos juguetes. Las niñas, conversando entre ellas, preguntaron: «¿cómo se dice Hello Kitty en español?». Los niños convertían láminas de papel naranja y amarillo en grullas.
No hay datos oficiales sobre el uso de la dosificación, pero los migrantes de Reynosa contaron que habían pasado días o semanas sin que la CBP permitiera a nadie inscribirse en la lista para solicitar asilo. Casi dos meses después de haber escrito sus nombres en la lista de espera, las familias Tesfey y Patrushev escucharon sus números el mismo día. Las puertas del refugio se abrieron de par en par y un agente de inmigración mexicano llegó en furgoneta para recoger a aquellos que se dirigían a la tierra prometida. Los migrantes que se quedaron en el refugio permanecieron inmóviles, mirando fijamente la furgoneta como si observaran al mismísimo Dios, hasta que las puertas se cerraron.
El fotógrafo John Stanmeyer pasó ocho días en Reynosa, México, narrando las experiencias de los solicitantes de asilo internacionales que esperan que llamen sus números.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.