A las puertas de la UE, un país marcado por la guerra relega a los migrantes a los márgenes de la sociedad
En un viaje conocido como «el juego», miles de migrantes afrontan condiciones peligrosas en Bosnia mientras buscan asilo.
Un grupo de pakistaníes sentados frente a su cocina exterior improvisada en Bihac, Bosnia y Herzegovina, poco antes de cruzar a Croacia. Bihac, en la parte noroeste del país, alberga a la mayoría de los migrantes que intentan utilizar Bosnia como vía hacia Europa occidental.
Lo llaman «el juego»: un intento peligroso y furtivo de atravesar miles de kilómetros a pie, evadiendo a la policía y a los delincuentes, para finalmente llegar a Europa occidental.
Miles de migrantes empezaron a llegar a Europa en 2015, en un camino labrado desde Grecia por Serbia y hasta Hungría. Pero cuando Hungría incrementó el control fronterizo, la ruta se desplazó al oeste, a Bosnia y Herzegovina, en 2017. Su frontera larga y porosa con Croacia —donde montañas y ríos obstaculizan el control estricto— convirtieron a Bosnia en la zona de tránsito clave a lo largo de la ruta. Desde ahí, los migrantes esperaban cruzar a Croacia, el único país de los Balcanes miembro de la Unión Europea y entrada a Europa occidental.
«El juego», dice el fotógrafo Ziyah Gafic, que ha pasado el último año documentando la experiencia de los migrantes en su Bosnia natal, «se refiere a este proceso de alcanzar una vida mejor».
Decenas de hombres pakistaníes empiezan a caminar hacia Croacia por la montaña de Plješevica. La frontera entre Bosnia y Croacia es más porosa que en cualquier otra parte de los Balcanes, con montañas y ríos que permiten que los migrantes pasen.
Un amigo corta el pelo a un compañero de viaje en medio del campo bosnio mientras se dirigen hacia Croacia y, desde ahí, a países como Alemania para solicitar asilo.
Las lonas de plástico y las mantas son la única protección frente a los elementos que tienen los viajeros desplazados. En los Balcanes, los inviernos pueden ser muy fríos y la nieve y el viento hacen que el viaje sea peligroso.
Desde entonces, unos 70 000 refugiados y migrantes han pasado por Bosnia. Gafic ha conocido a personas que han caminado desde Bosnia hasta Italia varias veces, sin dejarse amedrentar por la idea de que los detengan y los devuelvan, o por los peligros y el elevado precio del transporte. Ahora, mientras el país sufre un tercer repunte de las infecciones de COVID-19, aumenta la tensión política y pública por la población migrante y refugiada.
«A lo largo de la historia, este país ha sido un lugar del que se sale y ahora, de repente, nos hemos convertido en el portero de la Unión Europea», afirma Gafic. «Es poético en cierto modo. Pero creo que estamos haciendo un trabajo pésimo a la hora de proporcionar seguridad básica a estas personas. Es como un purgatorio. Simplemente te quedas aquí y aguardas la oportunidad de cruzar».
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el número de llegadas se redujo a la mitad entre 2019 y 2020 debido a la pandemia. Con todo, los cinco centros de recepción del país están llenos y albergan a unos 4700 migrantes, refugiados y solicitantes de asilo (que entran en categorías diferentes del derecho internacional).
Yassir, un joven migrante de Algeria, reza en un edificio abandonado en Sarajevo, que antes era un asilo. El edificio estuvo en el frente durante la guerra de la década de los 90 y ya no tiene electricidad, calefacción ni agua potable.
Un grupo de migrantes lava la ropa y se baña en un pequeño arroyo contaminado. No muy lejos, en una fábrica abandonada, han construido un asentamiento improvisado. Como los centros oficiales de tránsito de migrantes suelen estar llenos, algunos se ven obligados a vivir al aire libre sin acceso a agua potable, servicios sanitarios y comida.
Solicitantes de asilo marroquíes preparan la comida en la fábrica que ocupan actualmente. Un gobierno fracturado ha dificultado la respuesta de Bosnia a la crisis migratoria y abandonado a muchos a su suerte.
Dos migrantes cruzan el río Drina entre Bosnia y Serbia. Cuando se acerca el invierno, cruzar el Drina es peligroso, pero es la ruta más habitual de Serbia a Bosnia.
Las cifras son pequeñas, pero en Bosnia la crisis se ve agravada por un sistema de gobierno complejo. Desde la disolución de Yugoslavia en los años noventa, el país se ha dividido en dos entidades prácticamente autónomas, cada una con su propio presidente y organismo legislativo. La presidencia rota cada ocho meses entre los miembros de los tres grupos étnicos principales. Este sistema de distribución de poder, que se estableció con un acuerdo de paz en 1995, ralentiza acciones fundamentales.
«La complejidad de la situación en Bosnia dificulta la respuesta», afirma Laura Lungarotti, jefa de misión de la OIM en Bosnia y Herzegovina. «Las personas la llaman erróneamente crisis migratoria, pero no es una crisis como tal. Lo que hace que sea algo urgente y apremiante es que, a día de hoy, no existe un sistema claro ni una estrategia integrada que garantice que se abastezcan las necesidades de todo el mundo».
Todo, desde la ubicación de los centros de recepción de migrantes hasta la atención médica ofrecida, ha incrementado las tensiones políticas y aumentado las divisiones. «En lo que se refiere a este tema, es algo tan dividido como el propio país», afirma Lungarotti.
Una tercera ola de infecciones de COVID-19 en Bosnia ha puesto al límite la capacidad de los hospitales. Con 7000 muertes en una población de 3,3 millones de personas, es uno de los países más afectados de Europa. A pesar de las medidas de prevención estrictas establecidas en los centros de recepción, 147 residentes dieron positivo en COVID-19 el mes pasado en un periodo de dos semanas, según Associated Press. Casi todos eran asintomáticos y fueron puestos en cuarentena.
Lungarotti teme que el reciente brote ponga la opinión pública en contra de los recién llegados. «No deberíamos ver a los migrantes, refugiados ni solicitantes de asilo como portadores del virus», dice. «El virus les afecta como a cualquier otra persona del país».
Muchos de los migrantes que pasan por Bosnia son hombres, sobre todo jóvenes de países como Pakistán, Afganistán y otras partes de Oriente Medio. Recorren grandes distancias a pie, a veces países enteros, para llegar a la Unión Europea.
Los voluntarios de la Cruz Roja Internacional proporcionan primeros auxilios a los migrantes que caminan por la frontera con Croacia. La respuesta estatal está fracturada y depende en gran medida de la ayuda proporcionada por organizaciones internacionales.
Un activista llamado Azra Velagić Macić distribuye comida a un grupo de personas de Marruecos y Algeria. A pesar de su propio pasado de conflicto y desplazamiento, Bosnia no ha acogido a las personas desplazadas tan bien como esperaban algunos, entre ellos el fotógrafo Ziyah Gafic.
Para las casi 1700 personas que viven fuera de los centros, la vida en Bosnia es aún más precaria. Acampan en edificios abandonados, se bañan en ríos y cocinan en fogatas. Las condiciones —y el fracaso de las autoridades a la hora de abordarlas— han sido muy criticadas por organizaciones de derechos humanos. Para Gafic, que ha fotografiado crisis de refugiados en todo el mundo, estos campamentos escuálidos y, en invierno, helados, se parecen a los campamentos de refugiados afganos en Peshawar, en Pakistán, o Cox’s Bazaar en Bangladés.
Gafic tenía 12 años cuando Yugoslavia empezó a fracturarse a principios de la década de 1990. Sus padres huyeron de Bosnia con él y toda la familia viajó como refugiados a Macedonia, Croacia, Hungría e Italia durante 18 meses. Unos 2,7 millones de bosnios como Gafic se vieron desplazados de sus hogares durante esa época. Pero ve que, incluso entre sus amigos, escasea la empatía hacia aquellos que huyen de la pobreza y los conflictos lejanos.
«Es muy difícil deshacerse de esta sensación de estar desprotegidos», afirma Gafic. «Se convierte en parte de tu mentalidad, estar en un viaje constante. Algunas de estas personas llevan 6, 7 u 8 años en movimiento. Para mí, es una situación con la que me resulta fácil identificarme. Esperaba que este país respondiera de la misma forma».
La policía bosnia obliga a migrantes y refugiados a bajar del tren de Sarajevo a Bihać, la región donde se alojan muchos de ellos, pese a que tenían billetes. Según el fotógrafo Ziyah Gafic, los migrantes y refugiados que pasan por Bosnia suelen ser expulsados de autobuses y trenes.
Los migrantes musulmanes rezan en un campamento donde viven mientras intentan llegar a Europa occidental, donde creen que les aguarda la promesa de una vida mejor. Llaman al viaje «el juego».
Los migrantes se congregan alrededor de un punto de carga en un centro de recepción temporal en Lipa, una aldea de montaña abandonada encima de la localidad de Bihac. Cientos de ellos se alojan en estas tiendas, pero apenas los protegen de los duros inviernos en esta parte del país.
Un joven pakistaní descansa junto a su bolsa y airea los pies mientras cruza la montaña de Plješevica en camino a Croacia.
En un centro de recepción, Gafic conoció a Safi, un joven de 28 años que abandonó Afganistán cuando su padre, agente de policía, fue asesinado por los talibanes en Kunduz. En Bosnia, estaba ayudando a traducir del inglés a los otros cuatro o cinco idiomas que habla.
Safi es uno de los pocos migrantes que ha decidido quedarse en Bosnia y solicitar asilo. Bosnia sigue siendo un país de tránsito para la mayoría. Lungarotti afirma que esto se debe a que tiene la reputación de ser lento y desorganizado, y los migrantes se desilusionan. En su lugar, se aferran a sus sueños de llegar a Italia, Alemania o Suecia. Para ellos, esos países son la forma de ganar el juego.
No hace mucho, los bosnios tenían aspiraciones similares. Con la hambruna, la limpieza étnica y la violencia sexual, la guerra de los años noventa desató la mayor crisis de refugiados de Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
«Este siempre fue un lugar del que las personas se marchaban, tanto porque históricamente hemos tenido guerras como por motivos económicos», explica Gafic. «Ha sido así desde el siglo XV. Debido al esfuerzo realizado por otros países, que nos ayudaron cuando estuvimos en apuros, me esperaba que este país lo devolviera».
Ziyah Gafic es un fotoperiodista galardonado asentado en Sarajevo. Puedes ver su trabajo en su página web o en Instagram @ziyahgafic.
Artículo apoyado en parte por el COVID-19 Emergency Fund for Journalists de la National Geographic Society y el Pulitzer Center for Crisis Reporting.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.