¿Por qué España no entró en la Primera Guerra Mundial?
Una neutralidad forzada sumada a una fuerte fractura social y política llevaron a España a quedarse al margen de la Gran Guerra. Sin embargo, su posición fue también protagonista a través de espionajes y exportación de armas.
Alfonso XIII de visita en París en 1913, un año antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. Sentado a su lado el presidente de la Tercera República francesa Raymond Poincaré.
El 7 de agosto de 1914, la Gaceta de Madrid anunció la neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial, cubriendo las funciones del actual Boletín Oficial del Estado. El rey Alfonso XIII consideraba que el país no estaba preparado para una guerra ni a nivel militar, ni político, ni económico. En los primeros años del siglo XX, España estaba inmersa en una de las mayores crisis existenciales de su historia con una fuerte fractura social y política que arrastraba de la últimas décadas del siglo XIX.
En este contexto, la posición que toma España en la Primera Guerra Mundial “es una neutralidad un poco forzosa. España no está dentro de las alianzas ni de los bloques que llevan a desencadenar la Primera Guerra Mundial, pero indirectamente sí forma parte de ella”, explica a National Geographic Gutmaro Gómez Bravo, doctor en historia y profesor de la Universidad Complutense.
“Esa neutralidad que aparentemente se vendió como un punto positivo porque España queda fuera de un conflicto de estas dimensiones, en realidad es una debilidad. Desde las crisis marroquíes, o antes de la Guerra de Cuba, España pasó a ser segunda o tercera potencia. La dimensión colonial que tiene España prácticamente queda reducida a la Guerra de Marruecos", continúa el experto en historia contemporánea de España.
El aliado natural de España durante el inicio del siglo XX era Francia, pero era un apoyo con unas condiciones que los franceses rechazaron. A nivel internacional, se dudaba de si España estaba preparada militarmente para afrontar una guerra de trincheras como la que se estaba fraguando en el corazón de Europa. “Los franceses rechazan el apoyo porque su aliado al sur de los Pirineos podía ser otro frente para ellos, suponía un lastre en ese tipo de guerra”, explica Gómez Bravo.
Por tanto, el cuadro general para entender todos los procesos que determinan que se mantenga al margen se resumen en la situación política y militar de la nación. Durante los 100 años previos al conflicto, España había sufrido una invasión, varios pronunciamientos militares, un cambio de dinastía, el asesinato de un primer ministro y una corta experiencia republicana. La pérdida de las últimas posesiones de ultramar en 1898, con la emancipación de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, fue la gota que colmó el vaso.
La neutralidad no eximió a España de las consecuencias
A lo largo del conflicto, existieron determinados sucesos puntuales que acercaron peligrosamente la guerra a España, pero que finalmente no tuvieron la suficiente entidad como para que España declarase la guerra a ninguno de los bloques. En ese punto, “la monarquía también quiere jugar un papel de árbitro, de intermediario internacional. Hay un cambio en la imagen, algo que también es interesante”. La monarquía intenta por tanto no posicionarse, pero sí aparece como garante de la neutralidad y de los derechos humanos, la búsqueda de los desaparecidos y como apoyo a la Cruz Roja.
En el plano ideológico, “somos neutrales, pero tomamos partido, porque las élites políticas estaban posicionadas en torno a su apoyo a los germanófilos, a Alemania, al bloque central continental, o al mundo anglosajón. No es exactamente una división izquierda derecha porque eso es posterior, y en España está muy marcado por la guerra, pero sí que tiene que ver con una división dentro de las élites políticas y el conservadurismo español. Lo que vemos a partir de ahí, claramente, es el miedo a lo que está por venir después de la Primera Guerra Mundial, que es un mundo totalmente distinto, donde Estados Unidos empieza a mandar, los imperios desaparecen y surge algo completamente novedoso como la Unión Soviética. Eso tiene un impacto ideológico en España fundamental”.
España, hervidero del espionaje
En el plano práctico, sin embargo, los servicios de información demostraron que ciudades españolas como Madrid se alzaron como un hervidero del espionaje. “Y ahí se ve esa división, unos pasan información a un bando o al otro, apoyándoles indirectamente. La transformación de los servicios de información nace de ahí”, apunta Gómez Bravo. Cuenta el experto, como a través de las embajadas se ponen en marcha distintas redes de "intercambio" de información que a la postre cambiarán los ejércitos para siempre.
Al mantenerse al margen, Madrid fue el escenario ideal para hacer negocios y chantajes. Una guerra secreta se libraba en España y se traducía después en el frente. A nivel político, el prestigio de España podría cuestionarse, pero “a nivel industrial sí se veía a España como un país en gran expansión con todo el material producido en el norte y en Cataluña. Sin embargo, tras ese primer impulso modernización, debido al descontento popular por la inflación y la subida de los precios – consecuencia directa de la guerra -, esos intentos de modernización quedaron ahogados".
“Si ese frenazo industrializador no hubiera ocurrido, tendríamos otro tipo de historia y diríamos que España es un país neutral y que eso tuvo efectos positivos para el país, pero en la historia posterior ha llevado a otra interpretación”, explica Gutmaro Gómez.
Consecuencias a corto, medio y largo plazo
Quizá la primera consecuencia posterior a la Primera Guerra Mundial para España sea que aprovechó la debilidad de Francia para intentar ampliar su influencia en Marruecos. “Eso tendrá una consecuencia interna para España bastante importante: crece el descontento popular hacía el sistema y el ejército toma un papel protagonista en la vida pública, fundamentalmente en la dictadura de Primo de Rivera”.
A su vez, la neutralidad de España tuvo varias consecuencias a medio y largo plazo para el país. “La más conocida y comentada es la económica. En el plano económico, lo que hace España es vender a todo el mundo, desde armas, material de guerra y derivados de la industria a los dos bandos, lo que marca la configuración industrial del siglo XX español. Pero ese aspecto positivo tiene un reverso tenebroso: la inflación. La subida de los precios, al no ser todos derivados de materias primas y tener que exportarlos a un precio muy elevado, hizo que subiera la inflación en España y se tradujo en el aumento del precio de los consumibles básicos; el pan, la sal, el tabaco o el café, que ya en algún momento eran un lujo”.
Este descontento se tradujo finalmente en un movimiento de las capas populares, que en el siglo XX viven una transformación importante con el auge el movimiento obrero. “Ahí tenemos la huelga de 1917, en plena Guerra Mundial y la influencia de la Revolución de Octubre de los soviéticos. No es algo que cristalice en el momento pero es un impacto de la Primera Guerra Mundial muy evidente”.
Además, “hubo otros aspectos derivados de eso, que a medio plazo van a acabar también integrándose en el escenario español. Ya hemos hablado del movimiento obrero, la dimensión colonial en el ejército es conocida y siempre se ha mencionado. Pero lo que quizá no se ha incorporado es cómo se transforman los servicios de información después de la Primera Guerra Mundial, de la que hemos hablado antes. Esos servicios, que nacen tras la guerra, también llegaron a España. Por lo tanto, queda claro que España no se queda fuera de las consecuencias simplemente por ser neutral”, continúa Gómez Bravo.
Aunque las investigaciones sobre la Primera Guerra Mundial son amplias, aún quedan puntos ciegos a nuestro conocimiento. Las negociaciones con Francia y con Estados Unidos, por ejemplo, no se han estudiado ni eran de dominio público. Tampoco algunos de los puntos sobre las reparaciones de guerra, que también España intentó llevar a su terreno para la cuestión colonial. “Cuando fue el centenario, se publicó mucho material de cartas de familiares y de combatientes, de las cuales muchas se conservan en el archivo del Palacio Real. Si esos archivos se digitalizasen, se podrían poner a disposición de la investigación y de quienes quieran verlo para poder divulgar la historia”, reivindica Gómez.