En El Salvador, el tabú del aborto se sube al escenario para sanar y liberar emociones
Antes de actuar en el escenario, Egly Larreynaga pide a los demás miembros de la compañía de teatro La Cachada que se imaginen que están saliendo de una mala situación con una cuerda. "Ahí arriba está la salida", les dice. "Ahí arriba está la luz". Las representaciones comunitarias, en su mayoría para el público salvadoreño, pretenden iniciar conversaciones difíciles y proporcionar un desahogo emocional en un país en el que el estigma y los deficientes servicios para los problemas de salud mental hacen que los traumas se entierren en lugar de enfrentarse a ellos.
El telón del escenario se abre con Evelyn Chileno, una mujer corpulenta de mediana edad que lleva una camisa roja y un delantal. Está rodeada por el caos recreado del mercado central de la capital. Unas manos aparecen desde detrás de una cortina para entregarle un bebé, luego una bolsa, luego otro bebé, luego una cesta para que la equilibre sobre su cabeza.
Chileno hace una mueca pero no se queja mientras trabaja todo el día vendiendo papel higiénico y productos de limpieza por unos pocos dólares, soportando los llantos de sus bebés. Pero cuando llega a casa, todo se vuelve demasiado abrumador y cae de rodillas: "¿Y si un día me regañas, gritando: "¿Por qué me has traído a este mundo?"? se pregunta Chileno en voz alta.
Otra actriz, que interpreta a su hija adolescente, entra en escena de un salto, mira a su madre con dificultad y pregunta: "¿Por qué?".
En un acto de promoción de la autonomía de la mujer en Santa Ana (El Salvador), La Cachada representa su obra "Un día", que aborda la pobreza y la violencia a las que se enfrentan las mujeres salvadoreñas en el país y los sueños que esperan alcanzar algún día.
Antes de representar su obra "Un día", los miembros de La Cachada encienden las velas que utilizarán en el escenario. Sus actuaciones pretenden abrir un camino hacia la curación de experiencias trágicas.
Se miran en silencio. En este momento crucial de la obra, Si Vos No Hubieras Nacido, el personaje homónimo de Chileno no ha reunido el valor para responder.
Desde el público, la hija real de Chileno, Jaqueline, de 22 años, observa junto con estudiantes adolescentes, profesores y un grupo de mujeres mayores risueñas reunidas para la representación en una escuela rural una mañana de otoño. Al igual que la hija de la obra, Jaqueline se preguntaba a menudo lo mismo. Pero nunca se atrevió a preguntar a su madre, cuyo personaje está basado en la propia Chileno. Esas preguntas habrían sido respondidas con gritos o con un golpe seco.
"Tenía una personalidad muy dura", dice Jaqueline de su madre. "Era brusca, con poca paciencia".
Chileno reconoce que la relación con su hija era fría; rara vez se intercambiaban abrazos y otras expresiones de cariño. "Una vez, cuando Jaqueline tenía 12 años, me dijo que quizá yo no era su madre porque la trataba muy mal", admite.
La actriz de teatro Evelyn Chileno en su casa con su hija Jaqueline, de 22 años, en San Salvador (El Salvador). Gracias a La Cachada, Chileno pudo transformar la relación con su hija, concebida a raíz de una agresión sexual. "El teatro me dio esperanza y me ayudó a abrirme", dice.
Después de que Chileno se uniera a la compañía de teatro de mujeres La Cachada, Jaqueline empezó a entender por qué su madre se comportaba así. La maternidad le fue impuesta contra su voluntad. "No conocía su historia", dice Jaqueline.
La Cachada, que en la jerga salvadoreña significa "ganga", se basa en las experiencias personales de sus miembros para abordar temas tabúes, como la maternidad forzada, la violencia de las bandas y las condiciones de explotación laboral. Las representaciones, en su mayoría para el público salvadoreño, pretenden iniciar conversaciones difíciles y proporcionar un desahogo emocional en un país en el que el estigma y los deficientes servicios para los problemas de salud mental hacen que los traumas se entierren en lugar de enfrentarse a ellos.
"El teatro es una herramienta poderosa que puede transformar a la gente", dice la actriz salvadoreña Edith Elizondo, que ha visto las actuaciones de La Cachada. Ver a mujeres salvadoreñas representando experiencias personales puede contribuir no sólo al proceso de curación de un individuo, dice. "Puede incluso ayudar a sanar un país".
Apostar por La Cachada
Chileno oyó hablar por primera vez de La Cachada hace unos 10 años, mientras trabajaba como vendedora en el mercado central, ganando apenas unos dólares al día para mantener a Jaqueline y sus dos hermanos.
La mayoría de las mañanas, dejaba a Jaqueline y a sus hermanos menores en una guardería gratuita para madres solteras. Allí, Egly Larreynaga, actriz salvadoreña y directora de La Cachada, ofrecía a las madres lo que llamaba un taller de "autocuidado".
Chileno era escéptica. Después de largas jornadas de pie, ¿cómo podría ayudarla un taller?
Minutos antes de representar la obra "Si no hubieras nacido", los miembros de la compañía La Cachada se dejan caer en ejercicios de respiración y meditación entre bastidores. En 2013, cuando una de las integrantes se quedó embarazada de forma inesperada, la compañía decidió que quería producir una obra sobre la maternidad, concretamente sobre la maternidad forzada. Ese es el argumento de esta obra.
Los pájaros sobrevuelan una catedral en Santa Ana, El Salvador, donde La Cachada representó la obra "Un día". Egly Larreynaga, fundadora del grupo, describe la compañía como su "polo norte" a través del cual descubrió el poder transformador de trabajar en las artes. "Siempre digo que el teatro me salvó la vida y desde esa perspectiva enfoco todo lo que hago", dice.
Emma Sotelo, de 8 años, participa en un ejercicio de relajación durante uno de los talleres de teatro de La Cachada. Éste tenía como objetivo proporcionar a la comunidad una vía de expresión personal para explorar el tema de la migración y lo que significa para ellos el concepto de hogar.
"Me dije: 'Voy a perder el tiempo'", recuerda Chileno. Pero hay algo más que también le preocupaba.
"No conocía a estas mujeres", dice. "Por aquel entonces, no hablaba con nadie. Para mí, todo el mundo era una mala persona. No confiaba en nadie".
La psicóloga salvadoreña Yanileth Mejía explica que la falta de confianza es un mecanismo de defensa normal tras un acontecimiento traumático. Pero no hablar de la causa de la desconfianza puede provocar un efecto de bola de nieve. "Por eso siempre hay que ir al origen, para sanar desde la raíz", dice.
La directora de la guardería que se había ganado la confianza de Chileno acabó convenciéndola para que le diera una oportunidad a La Cachada.
Para Chileno, los ejercicios de improvisación y escritura eran un reto. No sabía qué escribir o decir. Pensó en abandonar, pero Jaqueline la convenció de que perseverara. "Cuando vas a los talleres, no vuelves a casa y nos gritas", le dijo Jaqueline a su madre.
Así que Chileno volvió.
Las otras mujeres empezaron a abrirse. Compartieron sus traumas y abusos de la infancia, sus días difíciles sin ventas y sus problemas de pareja.
Chileno empezó a sentirse más cercana a las mujeres. Pero aún no estaba preparada para compartir su mayor secreto.
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El arte y la salud mental
La Cachada no es la primera compañía que aborda el trauma en El Salvador. Al menos desde la guerra civil del país, el teatro ha proporcionado una salida para la atención a la salud mental.
Durante la insurgencia en la que la guerrilla luchó contra las tropas del Gobierno salvadoreño respaldado por Estados Unidos entre 1980 y 1992, los residentes de la provincia montañosa del norte, Chalatenango, tuvieron que huir a campos de refugiados en la vecina Honduras.
Allí es donde Irma Orellana, miembro de las fuerzas guerrilleras que actuaba como enlace con los refugiados, utilizaba la música y la danza para animar a sus compañeros mientras esperaban el fin de los combates para poder volver a casa. Un año después del fin de la guerra, en 1993, Orellana y dos colegas fundaron Tiempos Nuevos Teatro (TNT) para ayudar a los residentes de Chalatenango a procesar sus experiencias.
María Orellana del Delgado (sin parentesco con Irma), que ahora tiene 64 años, fue una de las primeras en apuntarse.
Cuando estaba embarazada de seis meses, los soldados la golpearon, provocando un parto prematuro. En 1991, durante una incursión militar, una bala perdida alcanzó y mató a su hija de 12 años mientras huían. Orellana del Delgado sostuvo a su hija mientras se desangraba. "No puedo olvidar lo que me pasó", dice. "Lo tengo muy arraigado en mi cabeza".
Su marido se negó a hablar de lo sucedido, prefiriendo beber hasta caer en el estupor para olvidar. Orellana del Delgado se distanció de sus cinco hijas e hijo supervivientes.
La preparación de la obra de TNT, basada en la vida de los antiguos refugiados en el campo, fue una distracción bienvenida. Con el tiempo, se dio cuenta de que la actuación ayudaba a aliviar el dolor que llevaba. Y finalmente le permitió compartir sus sentimientos y volver a conectar con los hijos que había estado apartando.
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Mariam Santamaría hace una prueba de sonido durante la actuación de las alumnas de La Cachada. Muchas de las mujeres que se unen a la compañía de teatro han vivido experiencias difíciles.
Las mujeres de La Cachada crean autorretratos en el Parque Maquilishuat de San Salvador, El Salvador. La fundadora del grupo, Egly Larreynaga, dice que fue a través de su trabajo con La Cachada que fue testigo del poder curativo del teatro.
Autorretrato de Mariam Santamaría, que dice que La Cachada ofrece un espacio seguro para el autodescubrimiento y las experiencias compartidas por las mujeres de El Salvador. "La Cachada me ayudó a abrir los ojos a mi realidad y a entender mejor mi país a través de la perspectiva de las mujeres salvadoreñas", dice.
En el escenario, los refugiados, los supervivientes de abusos y los excombatientes pueden "desahogarse" a través de las lágrimas, la danza, la alegría o el dolor. El teatro permite a la gente "conectar con las emociones" de una manera no intimidante, sin el estigma de la terapia, dice Elizondo.
"Cuando le dices a la gente que vaya a terapia, o incluso al autocuidado, piensan que es para locos", dice. "Dicen que no lo necesitan, pero lo hacen".
Traumas continuos
Los salvadoreños suelen decir que la paz nunca llegó ni siquiera después de la guerra civil. En cambio, la desigualdad, las pandillas y la violencia sexual se dispararon. Mientras tanto, el país tiene algunas de las leyes reproductivas más estrictas del mundo, y las mujeres, incluidas las víctimas de violación, pueden pasar años en la cárcel si son condenadas por haber abortado.
En 2013, cuando una de las integrantes de La Cachada se quedó embarazada de forma inesperada, la compañía decidió que quería producir una obra sobre la maternidad, concretamente sobre la maternidad forzada. Se trata de un tema con nueva resonancia en Estados Unidos, donde la reciente sentencia del Tribunal Supremo de retirar la protección constitucional del derecho al aborto ha preparado el terreno para las batallas legales, ya que algunos estados prohíben o restringen el aborto. Pero en El Salvador, el aborto está estrictamente prohibido desde hace más de dos décadas. Este es el argumento de Si no hubieras nacido.
Cuando surgió la idea de la obra, la compañía se había reducido a cinco intérpretes: Chileno, Ruth Vega, Magdalena Henríquez, Magaly Lemus y Wendy Hernández. Más tarde, se les unió Mariam Santamaría.
Durante meses, se reunieron para elaborar un guión y compartir sus historias personales: un hombre mayor que cortejó a una de las integrantes, entonces adolescente, y luego la golpeó después de que diera a luz a su primer hijo; un padre abusivo que golpeó a otra por estropear su cena; médicos que se burlaron de ellas como adolescentes embarazadas en el hospital.
Magdalena Henríquez se emociona durante el ensayo del grupo al recordar a su hermana, fallecida el año pasado. Dice que la vida le parecía un callejón sin salida hasta que se unió al grupo de teatro. "Para mí, La Cachada significa libertad", dice Enríquez.
Egly Larreynaga comforts Paola Sotelo during one of the theater workshops offered to families in Panchimalco, El Salvador.
Los miembros de La Cachada se reúnen frente a una casa en San Salvador para compartir un rato dentro del círculo de la amistad.
Pasaron meses antes de que Chileno compartiera cómo fue concebida Jaqueline. Sólo pensar en ello le producía náuseas y mareos. Un día, tras un ataque de vómitos, finalmente se lo contó a Henríquez.
Era tarde y estaba en su largo viaje a casa desde el trabajo una noche cuando un hombre extraño que nunca había visto antes y que nunca volvería a ver la atacó y violó. Estaba demasiado asustada para denunciar la agresión a la policía y nunca le contó a nadie lo sucedido. Tenía 22 años. Unos nueve meses después, nació Jaqueline.
Chileno había compartido por fin su tormento, pero hizo jurar a Henríquez que guardaría el secreto.
Otro salto
Poco después de contárselo a Henríquez, Chileno fue un día a la iglesia a reflexionar y decidió que era el momento de decírselo a su hija Jaqueline. Llegó a casa y las dos se sentaron a hablar. Chileno comenzó a contarle la historia de su breve y violento encuentro con el padre de Jaqueline.
"Le pedí que me perdonara", dice Chileno. "Y le dije que íbamos a ser una familia diferente".
Los inexplicables arrebatos de su madre mientras crecía tenían ahora sentido para Jaqueline. "Entendí que todo lo que ella era, era producto de lo que le habían hecho", dice Jaqueline.
"Te lo digo porque no quiero que te pase lo mismo", le dijo Chileno a Jaqueline. Ahora le tocó a la hija compartir su propio trauma, que había guardado para sí misma desde los 11 años.
"Mamá, a mí ya me pasó lo mismo", le dijo Jaqueline. Chileno solía confiar en una amiga para que cuidara a Jaqueline y a sus hermanos mientras ella trabajaba, pero un familiar de la amiga había abusado sexualmente de Jaqueline con frecuencia mientras estaba a su cuidado.
Chileno se había preparado para un posible rechazo, pero no para esto. Se sentía a la vez enfadada con el hombre que lo hizo y culpable por no haber protegido a su hija del mismo tipo de agresión como madre. Sin embargo, se sintió orgullosa de que Jaqueline, todavía una adolescente, tuviera el valor de decir las palabras que ella misma había luchado durante años para soltar.
"Nos abrazamos y nos perdonamos", dice Chileno.
"Hablar de estas cosas es la única manera de cerrar estos ciclos", dice Jaqueline.
Ese fue el comienzo de una relación madre-hija más abierta y afectuosa.
"El hecho de que ella haya ido a los talleres [de Cachada], y haya podido abrir su corazón, y luego este intercambio pudo ayudarme a sanar", dice Jaqueline. "Esto nos salvó".
Días después de confiar en Henríquez, Chileno compartió la verdad con el resto del reparto: no sabía quién era el padre de Jaqueline porque había sido violada. "Sentí que era mi culpa", dice. "Era tan horrible cargar con esa culpa y esa vergüenza y pensar siempre en lo que iba a pensar la sociedad".
Cuando Chileno compartió su historia con los demás miembros de la compañía, dice que sintió un dolor en el pecho tan fuerte que casi se ahoga con las palabras. Sabía que compartirla en el escenario sería difícil pero necesario. Guardarlo sólo le había causado angustia, y pensó que vencer su miedo a contarlo a los demás la ayudaría a superar su tristeza.
Dejando atrás el dolor
Ahora que se lo había contado a su hija y a sus compañeros de reparto, Chileno estaba preparada para compartir su historia con un público más amplio.
Ese día de septiembre, Chileno volvió a ocupar el centro del escenario de la escuela secundaria cuando la obra entraba en su escena final. Llevaba la misma carga pesada: un bebé, una bolsa, otro bebé, una cesta.
"¿Por qué?", le preguntó su hija en el escenario.
"¿Sabes por qué? Porque tenía que tenerte y ya está", respondió Chileno. "Para eso es una mujer. Al menos así me lo enseñaron", dijo mirando al público con la cabeza bien alta. "Porque me violaron, porque me obligaron, y si no te tenía a ti, me podían haber condenado a 30 años de cárcel, y tuve miedo".
Para entonces Chileno había dicho la frase docenas, tal vez cientos, de veces. Siempre será personal, pero la opresión de su pecho ya se había desvanecido cuando se enfrentó al público, incluida Jaqueline.
Había dejado entrar a sus compañeros de reparto. Había dejado entrar a su hija. La habían aceptado. Era libre de liberar el dolor.
Esta vez, no lo dijo para sí misma ni para sus compañeros de reparto ni para Jaqueline. Lo dijo para las mujeres y las niñas del público, para que escucharan su historia, se vieran reflejadas y se dieran permiso para soltarse también.
Esta historia fue apoyada en parte por la Fundación Alicia Patterson y publicada originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
Anna-Catherine Brigida es una periodista independiente que ha cubierto Centroamérica desde 2015. Fue becaria de la Fundación Alicia Patterson en 2021 informando sobre salud mental en El Salvador y Honduras. Síguela en Twitter @AnnaCat_Brigida
Cristina Baussan es una fotógrafa basada entre El Salvador y Haití. Puedes ver más de su trabajo en su página web y en Instagram.