Antes de la bomba atómica, esta colosal explosión cambió para siempre el rumbo de la humanidad
El 7 de junio de 1917, las fuerzas británicas detonaron 19 enormes minas bajo las trincheras alemanas, haciendo saltar por los aires toneladas de tierra, acero y cadáveres.
La detonación de 19 minas al comienzo de la batalla de Messines en la Primera Guerra Mundial fue una de las mayores explosiones provocadas por el hombre en la era prenuclear. Hasta 10 000 soldados alemanes murieron en las explosiones.
En una tarde tranquila y fresca de principios de junio de 1917, el general de división británico Charles Harington se reunió con un grupo de periodistas en el Frente Occidental para hablar de un ataque masivo que planeaban lanzar en breve contra las fuerzas alemanas. Hacía semanas que corrían rumores de una gran ofensiva planeada cerca de la ciudad belga de Messines, y los periodistas estaban ansiosos por conocer los detalles.
Por aquel entonces ya habían transcurrido tres años desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, el conflicto más espantoso de Europa, y ni los británicos ni sus aliados habían logrado grandes progresos contra el enemigo. Los alemanes, por su parte, habían sido incapaces de asestar un golpe decisivo. Los ejércitos de ambos bandos estaban agotados, desmoralizados y debilitándose poco a poco a lo largo de la ennegrecida franja del frente que se extendía desde el Mar del Norte hasta Suiza. Los reporteros apiñados con Harington estaban en la misma situación que millones de personas en todo el continente: a la espera de una señal, un espectáculo, una noticia, cualquier cosa que pudiera sugerir un cambio en la terrible suerte de la guerra.
Los corresponsales se habrían quedado sin habla si hubieran sabido la magnitud y ambición de las violentas ofensivas que estaban a punto de desencadenarse (y cómo estas determinarían el curso de la guerra). Pero parece ser que Harington, un hombre delgado, cuidadoso y de meticuloso bigote, sólo ofreció una seca insinuación de lo que les esperaba:
"Caballeros, no sé si mañana cambiaremos la historia", dijo antes de añadir: "Pero sin duda alteraremos la geografía".
Los zapadores británicos pasaron casi dos años excavando bajo las líneas alemanas cerca del pueblo belga de Messines. Su red de túneles era intrincada y profunda, con algunos pasadizos que descendían más de 30 metros hasta cámaras repletas de miles de kilos de explosivos.
Varias horas más tarde, a partir de las 3:10 a.m. del 7 de junio, los ingenieros británicos detonaron 19 enormes minas enterradas profundamente bajo las posiciones alemanas a lo largo de una cresta en las afueras de Messines. Cada una de las minas fue disparada por soldados, por lo que estallaron con pocos segundos de intervalo a lo largo de la cresta, lanzando al aire géiseres de tierra, acero, hormigón y cuerpos, y abrasando el oscuro cielo con llamas anaranjadas.
Se cree que las minas, con un total de casi medio millón de toneladas de explosivos, crearon una de las mayores explosiones provocadas por el hombre antes de la era nuclear. En el lado británico del frente, los hombres cayeron fulminados por la explosión. Más lejos, en Francia, la onda expansiva fue confundida con un terremoto. Y se dice que el estruendo de la detonación fue tan tremendo que incluso llegó a oídos del Primer Ministro británico en Londres.
Para los alemanes, algunos de guardia en las trincheras, y otros durmiendo en búnkeres subterráneos, el mundo mismo pareció partirse en dos. Según estimaciones posteriores, hasta 10 000 soldados murieron en las explosiones; de algunos se encontró el cuerpo enterrado y, de otros, ni eso.
"Para mí, el aspecto más destacado de la detonación de las minas de Messines es que cambió literalmente la faz de la tierra", afirmó Nigel Steel, historiador jefe de los Museos Imperiales de Guerra de Londres y coautor de Passchendaele: The Sacrificial Ground [Passchendaele: El campo de los sacrificios].
"Tuvo un efecto devastador sobre los alemanes. Con tantas minas estallando, una tras otra, ninguno de ellos sabía cuántas más estaban por llegar y si ellos también estaban a punto de morir por una explosión cataclísmica desde lo más profundo de las entrañas de la tierra", explicó.
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Orquestando el ataque
Aunque las minas fueron un éxito devastador, sólo fueron el primer acto de un ataque que se había estado debatiendo, redactando y perfeccionando durante meses.
El Segundo Ejército Británico, bajo el mando del General Sir Herbert Plumer, había intentado incorporar duras lecciones aprendidas anteriormente en la guerra y superar viejas tácticas que en su mayoría habían conducido a un sangriento estancamiento. El Estado Mayor de Plumer coreografió los movimientos de casi todas las ramas del ejército, incluyendo artillería, fuerzas aéreas, infantería e ingenieros, y concentró su poder a lo largo de una estrecha sección de la línea del frente.
Mientras que las batallas anteriores fueron caóticas (y embarradas) ofensivas caracterizadas por la lenta marcha de la infantería hacia las ametralladoras, el ataque de Plumer fue multifacético, flexible y rápido. En una semana, la batalla de Messines se dio por concluida. Los Aliados habían ganado una franja de terreno nuevo y, lo que es más importante, habían obtenido una victoria rara e inspiradora.
"Siempre es difícil calificar de victoria cualquiera de las grandes operaciones de la Primera Guerra Mundial", dijo Steel. "Pero estoy de acuerdo en que la toma de Messines Ridge fue un gran éxito para los ejércitos británico e imperial. Tuvo lugar en un momento crítico, contrarrestando la desintegración de la moral de los ejércitos franceses y demostrando que era posible llevar a cabo un ataque con éxito".
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Campos de curación
Más de un siglo después, el recuerdo de la batalla de Messines se ha desvanecido. Otras batallas más grandes y quizás más trágicas, como las del Somme, Passchendale y Verdún, ocupan un lugar más destacado en la mayoría de los debates sobre la Gran Guerra. El paisaje del suroeste de Bélgica que fue escenario de la batalla también se ha suavizado y cicatrizado, al menos a simple vista. Los bosques astillados han vuelto a crecer, los pueblos antaño arrasados han sido restaurados. Grandes autobuses recorren ahora las granjas y los amplios campos verdes, llevando a los turistas a los monumentos conmemorativos de la guerra y a los cementerios.
Hay pocas pruebas evidentes de que la línea del frente pasara una vez por esta región. Apenas que rastro de los esfuerzos de excavación de túneles que permitieron a los zapadores británicos, trabajando en secreto y en la oscuridad, colocar toneladas de explosivos de gran potencia en cámaras profundas. Y la cresta que antaño estaba erizada de fortificaciones alemanas es ahora una ondulación verde en un país por lo demás llano y fértil.
Pero justo debajo de la superficie, la evidencia de esta tremenda historia es rica y, si sabes dónde y cómo buscar, abundante.
Durante la guerra, los ejércitos alemán y aliado no dejaron de perforar bajo las posiciones del otro. Esta ilustración, de la revista francesa Le Pays, muestra a un zapador perforando bajo las líneas alemanas. Los equipos de tuneladores enfrentados a veces tropezaban entre sí en los estrechos pasadizos y libraban breves y brutales batallas a la luz de las lámparas.
Es un poderoso señuelo para el arqueólogo Martin Brown, uno de los pocos investigadores europeos que se dedican a investigar los campos de batalla de la Gran Guerra, y que lleva 20 años excavando en Messines.
"Para mí, es la gran batalla olvidada de la guerra", afirma: "Pero Messines merece ser recordada. No fue como las otras batallas, en la que todo era barro y catástrofe".
Hace varios años, Brown y algunos de sus colegas crearon una organización sin ánimo de lucro, llamada The Plugstreet Project, para utilizar la arqueología para comprender mejor a los soldados que vivieron, lucharon y murieron a lo largo de este sector del Frente Occidental, concretamente en el periodo que rodeó a la batalla de Messines. El nombre del proyecto procede de la jerga británica de la época (plug significa bloqueo o enchufe) para referirse al pueblo belga de Ploegsteert, situado al sur de Messines y donde se llevaron a cabo intensas operaciones mineras.
Durante sus excavaciones en trincheras, túneles derruidos y en partes del antiguo campo de batalla, Brown y sus colegas han encontrado trozos de uniformes y armas, secciones de trincheras y objetos que ofrecen una visión más íntima de los hombres, como una pequeña armónica que llevaba un soldado alemán.
Los arqueólogos también han encontrado granadas y proyectiles de artillería sin detonar, restos oxidados que, incluso después de un siglo enterrados en la tierra húmeda, pueden seguir matando. Sin embargo, algunos de los hallazgos más inquietantes apuntan a la eficacia y el poder brutal de las grandes minas.
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Grabados en la tierra
La minería había sido una característica de la guerra casi desde el principio, con unidades alemanas, francesas y británicas excavando bajo la tierra de nadie que separaba las líneas del frente. A veces los túneles se derrumbaban y los hombres que se encontraban en su interior quedaban enterrados vivos. En otros momentos, los zapadores irrumpían de repente en pasadizos excavados por equipos enemigos, y el combate cuerpo a cuerpo se sucedía a la luz de las lámparas.
Aunque algunas operaciones de excavación de túneles fueron de gran envergadura, ninguna se acercó a la escala (ni igualó el éxito destructivo) de las obras de Messines. No sólo alteró la geografía, sino que cambió permanentemente el registro arqueológico.
"Lo que hay en Messines es material que fue levantado por esas enormes explosiones y luego volvió a caer, enterrándolo todo", dice Brown: "Se puede ver un horizonte de sucesos a partir de las 3:10 a.m., una capa de tierra que cayó por la explosión... es algo parecido a la erupción volcánica de Pompeya, donde se ha conservado este momento de increíble destrucción".
Pero a diferencia de los moldes limpios que dejaron los cuerpos de las víctimas en Pompeya, Brown y sus colegas encontraron trincheras llenas de huesos pulverizados, testimonio de las ondas de choque desatadas por las minas.
"Los soldados quedaron reducidos a fragmentos diminutos", explica Brown. "Puedes leer los informes oficiales e hipotetizar sobre estas cosas académicamente, pero luego, sobre el terreno, de vez en cuando hay algo que te deja descolocado y piensas 'Dios mío'".
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"Demasiado conmocionado para luchar"
Aquella mañana de 1917, justo antes de que se dispararan las minas, unos 80 000 soldados aliados se habían puesto en posición, preparándose para atacar. Tras la explosión, se pusieron en marcha y pronto se vieron envueltos en polvo y humo. Los planificadores militares habían intentado calcular el tiempo exacto que tardarían los escombros en despejarse del aire, pero se equivocaron. Durante un tiempo, gran parte del Segundo Ejército Británico, compuesto por tropas canadienses, neozelandesas, australianas y británicas, avanzó a trompicones y casi a ciegas.
Afortunadamente, la resistencia era escasa, y sólo cuando la primera luz apareció en el horizonte, los hombres pudieron empezar a comprender por qué: la tierra estaba destrozada en todas direcciones, surcada por cráteres de unos 60 metros de profundidad y sembrada de trincheras destrozadas y montones de cadáveres. Los supervivientes alemanes surgían de entre los escombros como fantasmas, con las manos temblorosas y la boca abierta, demasiado conmocionados para luchar.
Los soldados aliados, eclipsados por la destrucción, observan el cráter de una mina durante la batalla de Messines.
Entre las oleadas de tropas que avanzaban se encontraba un soldado raso del 33 Batallón de la Fuerza Imperial Australiana llamado Alan Mather. Tenía 37 años, era de Inverell, Nueva Gales del Sur, hijo del alcalde local. Un antropólogo forense lo describiría más tarde como un hombre corpulento, moldeado por el trabajo duro, y aquella mañana de junio entre las cosas que llevaba había 150 cartuchos de munición, un par de granadas y un fusil con una bayoneta sujeta bajo el cañón.
Varios soldados informaron más tarde de que Mather había cruzado la línea alemana y estaba saliendo de una trinchera cuando murió por los disparos de los obuses. Ninguno de los supervivientes supo qué ocurrió con su cuerpo. Como miles de otros soldados de la Gran Guerra, sus restos nunca se recuperaron. En los documentos oficiales se le describía con frases huecas de tres palabras: “muerto en combate” y “sin tumba conocida”. Durante más de 90 años no hubo nada más que decir.
Entonces, en 2008, Brown y su equipo estaban excavando cerca del pueblo de Ploegsteert, justo al norte de uno de los enormes cráteres de la mina, cuando encontraron un esqueleto. Estaba boca abajo en la tierra oscura, con el torso destrozado por una explosión. Todavía llevaba una mochila atada a los hombros y en su interior había un casco alemán, probablemente tomado como recuerdo, posiblemente recogido mientras el soldado cruzaba el páramo destrozado por las minas.
Los arqueólogos recogieron cuidadosamente el cadáver y pronto empezaron a buscar su identidad. Ciertos detalles ayudaron: los adornos de latón del uniforme, por ejemplo, identificaban al soldado como australiano. Otros científicos realizaron pruebas isotópicas para medir los niveles de oxígeno, estroncio y nitrógeno en los huesos del hombre. Comparando estos niveles con mapas geológicos, los investigadores pudieron rastrear su origen hasta dos posibles zonas, ambas en Nueva Gales del Sur.
“Del 33 Batallón hay unos 40 hombres desaparecidos”, dijo Brown. “De algunos de ellos, por supuesto, no quedará nada. Pero la prueba de isótopos nos redujo básicamente a cinco hombres. Y a partir de ahí hicimos una prueba de ADN”.
La prueba confirmó la identidad de Mather. Sus familiares fueron notificados, y en 2010 Mather fue finalmente enterrado con honores militares, entre camaradas, en un cementerio no muy lejos de donde cayó. Esta semana, las sobrinas nietas de Mather viajarán a Bélgica para visitar la tumba durante las conmemoraciones del centenario de la batalla.
“Yo mismo estuve allí más tarde y entré en el cementerio para saludar”, dijo Brown. “Es una cosa emocional extraña que va más allá de lo que normalmente hago con mi otro trabajo arqueológico. Esto no ocurre con los romanos, por ejemplo. Cuando tratas con enterramientos de esa época, mantienes un diálogo interno con ellos. Piensas: '¿Quién eres?' Pero nunca lo sabrás de la misma manera que con estas excavaciones de campos de batalla. Es mucho más reciente. La historia sigue su curso”.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.