El cambio climático ha alcanzado este pueblo de Alaska
«A muchas personas les disgusta tener que abandonar el lugar que han conocido durante toda su vida». El permafrost lleva dos décadas derritiéndose y los residentes de Newtok se ven obligados a mudarse.
Han empaquetado su ropa en cajas, las han apilado en barcos y se han despedido de sus vecinos, por ahora.
Este mes, un grupo precursor de residentes de la aldea alaskeña de Newtok ha empezado a asentarse en una localidad nueva. En el proceso, se han convertido en una de las primeras aldeas norteamericanas trasplantadas debido al cambio climático.
La aldea yupik, que alberga unos 380 habitantes en el río Ninglick, cerca del estrecho de Bering, ha pasado más de dos décadas preparando la mudanza. El derretimiento del permafrost y la erosión han incrementado los riesgos de inundación y provocado el derrumbe y hundimiento de la tierra que rodea sus casas. El vertedero comunitario ha sido arrastrado, los tanques donde se almacena combustible están peligrosamente inclinados y algunas casas ya han sido derribadas por el riesgo de derrumbe.
Tras años de planificación y construcción, hace dos semanas las familias empezaron a llegar a la nueva aldea de Mertarvik, a casi 16 kilómetros al sudeste en la isla Nelson. Cuando los vientos fuertes y las lluvias intensas que azotaron el delta del Yukon la semana pasada les dieron un descanso, 18 familias se mudaron y empezaron a desempaquetar sus pertenencias en sus nuevas casas de bajo consumo energético.
«Literalmente nos mudamos en la calma en medio de las tormentas», afirma Andrew John, administrador tribal de la aldea de Newtok.
Se prevé que esta semana se muden más familias, pero es improbable que se construyan casas suficientes para todos hasta 2023. Hasta entonces, Mertarvik-Newtok operará desde dos ubicaciones separadas por el agua.
«Será difícil, pero esta es una comunidad muy fuerte», afirma Gavin Dixon, director de desarrollo del Consorcio de Salud Tribal Nativa de Alaska que ayuda a los residentes de Newtok con la mudanza.
El gran deshielo
Durante miles de años, hasta principios del siglo XX, los yupik han sido cazadores nómadas estacionales que se han trasladado entre campamentos mientras cazaban focas, alces y bueyes almizcleros y recogían bayas y verduras silvestres. Aunque esta comunidad aún mantiene un estilo de vida de subsistencia, en 1949 se obligó a los residentes a asentarse en Newtok cuando la Oficina de Asuntos Indígenas escogió este emplazamiento para construir una escuela sin pedir la opinión de los residentes.
Desde entonces, conforme el cambio climático calentaba el planeta, el subsuelo congelado que se encuentra bajo la superficie de los 23,3 millones de kilómetros cuadrados del lejano norte ha empezado a derretirse. Esto provoca el derrumbe de carreteras, oleoductos y cimientos de edificios y libera más gases de efecto invernadero, con los que la temperatura global aumenta aún más. Por su parte, como la banquisa se derrite y se desplaza mar adentro, las marejadas invaden los ríos y devoran las orillas, alcanzando las comunidades. El aumento del nivel del mar acelera esta erosión.
Como consecuencia, los residentes de Newtok han presenciado durante años cómo enormes fragmentos de tierra se derrumban en el Ninglick, lo que acerca las aguas a las casas, a veces hasta 25 metros al año. A menudo, las inundaciones dejan hogares aislados. Un estudio de principios de la década de los 2000 demostraba que vastas secciones del pueblo podrían pasar a formar parte del río en 2027.
Ante la similitud de los problemas a los que se enfrentan muchas más comunidades alaskeñas aisladas, conseguir un hogar alternativo y encontrar dinero para mudarse ha sido un proceso largo. Debido a la situación de temporalidad de Newtok, las autoridades no se han mostrado dispuestas ha invertir en infraestructura por el momento. Por eso los residentes han tenido que vivir durante décadas sin tuberías, así que recogen agua potable en jarras y usan váteres portátiles para tirar los desechos. La falta de saneamiento adecuado ha provocado problemas de salud, sobre todo entre niños pequeños.
En 2003, el Congreso estadounidense finalmente acordó crear la nueva aldea de Mertarvik en un suelo volcánico más alto. A cambio, Newtok finalmente renunciará a sus tierras en el refugio nacional de fauna silvestre del delta del Yukón.
Desde entonces, agencias estatales y federales han enviado dinero a cuentagotas para construir carreteras, un centro comunitario, un vertedero y una central eléctrica. En unas semanas se terminará de construir una planta de tratamiento de aguas y el nuevo colegio abrirá sus puertas en noviembre. Poco después, se creará una pista de aterrizaje.
Pero hasta ahora solo se ha construido un tercio de las casi 60 casas nuevas que se necesitan. Tienen electricidad pero carecen de acceso al agua pública y a sistemas de alcantarillado, ya que primero la comunidad quería construir y ocupar tantas casas como fuera posible. Obtener financiación para instalar agua corriente y alcantarillas podría llevar unos años más.
Así que, por ahora, los residentes han empezado a transformar Mertarvik en una comunidad nueva al mismo tiempo que mantienen la antigua a varios kilómetros.
Una mudanza difícil
No será sencillo. Por ahora, algunas autoridades tribales vivirán en Mertarvik y otras se quedarán en Newtok. Habrá profesores en cada aldea y un director en cada lugar. Parte de la educación se impartirá por vídeo.
Pero con 40 alumnos en una comunidad y 60 en la otra, «la mitad de sus amigos se encontrarán a 16 kilómetros», cuenta Dixon.
Este cambio genera sentimientos encontrados. La casa de Martha Kasiuli, residente de Newtok de 19 años, ya ha sido demolida. Su familia se mudó a Mertarvik la semana pasada, pero prefiere quedarse al otro lado del agua con sus amigos durante unos meses. Expresó sus ideas en un poema:
Aumentan los sentimientos indeseados por mudarme.
Sin embargo, tampoco resulta divertido quedarme.
Nos trasladaremos a un lugar desconocido.
Pero este lugar, con el paso de los años, quedará vacío.
Dixon lo explica de este modo: «A muchas personas les disgusta tener que abandonar el lugar que han conocido durante toda su vida». Pero les entusiasma poder mudarse a un lugar con mejores servicios.
John afirma que algunos residentes se sienten aliviados y otros nerviosos, y unos pocos ya han experimentado ansiedad por separación. Algunos están demasiado ocupados reuniendo alimentos para el invierno como para reflexionar sobre el tema.
La mudanza podría alejar a algunos residentes de los terrenos de caza tradicionales, «pero francamente es un precio pequeño a cambio de la seguridad que tenemos ahora», afirma John.
«Creo que, como pueblo, nuestro mayor atributo ha sido nuestra capacidad de adaptación. Nuestro pueblo ha sido flexible. Siempre encontramos una vía», afirma John.
O, en palabras de Kasaiuli, «nuestra historia se acerca a un final mejor, aunque no queramos abandonar este lugar».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.