Los árboles de incienso, sobreexplotados por sus aceites esenciales
La resina aromática que regalaron los tres Reyes Magos al Niño Jesús podría correr el peligro de desaparecer.
La narración bíblica sostiene que en una noche estrellada hace mucho tiempo, tres Reyes Magos llevaron presentes al Niño Jesús, que había nacido en un establo. Uno llevó oro, otro mirra y otro incienso. El incienso, al igual que la mirra, era muy preciado —se cree que vale su peso en oro—, pero encontrarlo no habría sido difícil: los árboles que contienen esta resina aromática estaban muy extendidos por los terrenos de la Biblia y más allá.
Dos milenios después, Anjanette DeCarlo y un equipo de somalilandeses pasaron un día abrasador caminando por lo que creían que era un rodal virgen de árboles productores de incienso en las montañas cerca de Yubbe, una localidad de Somalilandia. Sin embargo, DeCarlo cuenta que, al llegar tras haber viajado durante más de cuatro horas en coche y otras cuatro horas a pie, «nos quedamos estupefactos».
DeCarlo, ecóloga y directora de un proyecto llamado Save Frankincense con sede en Somalilandia —una región autónoma al noroeste de Somalia no reconocida por gobiernos extranjeros—, no esperaba encontrar árboles con los troncos llenos de cortes de arriba abajo.
El incienso, que tiene un aroma dulce a madera, es uno de los productos comerciales más antiguos: abarca más de 5000 años. En la actualidad, se comercian miles de toneladas cada año para su uso en incensarios de iglesias católicas o para fabricar perfumes, medicinas naturales y aceites esenciales que se inhalan o se aplican en la piel por sus supuestos beneficios para la salud.
La mayor parte del incienso procede de cinco especies de árboles del género Boswellia, que se distribuyen por el norte de África y la India, pero también por Omán, Yemen y el oeste de África. Los árboles tienen un aspecto nudoso y retorcido, como un bonsái desértico. Para cosechar incienso, se hacen incisiones en los troncos y se raspa la savia que rezuma, que se endurece y forma resina de incienso.
Según DeCarlo, para que conserven su salud, los árboles no deben cortarse más de 12 veces al año. Pero en aquel bosque de montaña de Somalilandia, contó hasta 120 incisiones en un solo árbol. La resina que rezuma de los cortes es como una postilla, ya que protege la herida para que pueda sanarse. DeCarlo explica que ocurre lo mismo en nuestros cuerpos. Si te cortas una vez, «no te pasa nada, ¿no? Te pones una tirita... Pero si te cortas, y te cortas, y te cortas, y te cortas... vas a estar abierto a infecciones. Tu sistema inmune va a recibir un golpe para intentar salvarte y tu inmunidad desciende. Ocurre exactamente lo mismo con el árbol del incienso».
Durante la última década, más o menos, el mercado de aceites esenciales —con un valor de más de 7000 millones de dólares en 2018 que se espera que se duplique para 2026— ha experimentado un auge, lo que somete los árboles de incienso a más presión. La aromaterapia es convencional, pero antes era un «nicho de curanderos», afirma Tim Valentiner, vicepresidente de abastecimiento global estratégico de la empresa de aceites esenciales doTERRA. Valentiner sostiene que la empresa, fundada en 2008, duplicó su tamaño año tras año al principio. (DoTERRA financia gran parte de la investigación de DeCarlo sobre la recolección de incienso sostenible.)
Se desconoce la gravedad de la situación de los árboles del género Boswellia, ya que los estudios de población son difíciles en las zonas remotas y conflictivas donde suelen crecer estas especies. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que evalúa el estado de conservación de plantas y animales, ha clasificado una de las principales especies de árboles de incienso, Boswellia sacra, como casi amenazada. Pero dicha evaluación se produjo en 1998.
Los árboles de incienso no están contemplados en el Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre, el tratado internacional que regula el comercio trasfronterizo de plantas y animales, pero los expertos sostienen que las especies del género Boswellia cumplen los criterios de protección.
Las legislaciones nacionales varían mucho. En Somalilandia, por ejemplo, la sobreexplotación de estos árboles está prohibida conforme al xeer, el sistema jurídico tradicional. Algunos de los árboles de incienso de Omán se encuentran en un lugar Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y están protegidos por la ley. Sin embargo, Bongers explica que en otros países las leyes que contemplan el incienso son escasas o inexistentes.
Valentiner afirma que, incluso en los lugares donde existen, podrían no surtir efecto debido a que la ubicación remota de los árboles de incienso imposibilita su aplicación. «Estos son los confines de la Tierra. Son zonas extremadamente rurales e irregulares de difícil acceso», afirma.
Primeras señales de peligro
En un estudio de 2006, Frans Bongers, ecólogo de la Universidad de Wageningen en los Países Bajos, dio la voz de alarma. Su estudio ponía de manifiesto que, a finales de los años 90, costaba cada vez más encontrar árboles Boswellia papyrifera en Eritrea. Este verano, Bongers fue el coautor de un nuevo trabajo que prevé una disminución de un 50 por ciento de las poblaciones de Boswellia papyrifera en las dos próximas décadas. Esta especie —que se distribuye principalmente por Etiopía, Eritrea y Sudán— representa casi dos tercios de la producción de incienso internacional.
Su equipo descubrió que los árboles no están regenerándose. Es más, no hallaron ni un solo árbol joven en más de la mitad de las poblaciones evaluadas. Los culpables son el pasto del ganado bovino que se alimenta de plántulas, los incendios descontrolados y la sobreexplotación, es decir, cortar el árbol demasiadas veces. «Los árboles viejos tienen una tasa de mortalidad muy alta», afirma. Esto debilita los árboles, que producen menos semillas y de menor calidad.
Aunque el estudio se centra en una sola especie, el trabajo advierte que todas las especies de Boswellia están amenazadas por la pérdida de hábitat y la sobreexplotación. Bonger explica que los Boswellia se distribuyen casi exclusivamente por regiones con un clima adverso y árido afectadas por los conflictos y la pobreza, donde la venta de la resina puede ser la única fuente de ingresos para muchas personas, lo que lleva a la sobreexplotación. «Los lugareños quieren ganarse la vida. Cuando hablo con ellos, creen que no hay problema porque los árboles están ahí y si los aprovechan, sacan dinero, así que ¿a quién le importa? Se trata del corto plazo, de cuidar de la familia».
Para el aldeano que trata de ganarse la vida a duras penas con los árboles de incienso, el «problema principal», según Ahmed Dhunkaal, recolector e investigador de Somalilandia, es el intermediario que compra la resina y se la vende a las grandes empresas. A menudo, estos comerciantes explotan la vulnerabilidad de los recolectores. Dicen que compran el incienso en préstamo, pero no lo pagan y empobrecen a las familias. «La gente está enfadada», afirma Dhunkaal.
Osman Degelleh, exdirector general y actual asesor de desarrollo del Ministerio de Comercio de Somalilandia, sostiene que el gobierno anterior pensaba crear un organismo dedicado a gestionar el incienso y las resinas, pero los planes no llegaron a materializarse. Sostiene que la clave es estimular a los proveedores de incienso a pequeña escala, que recolectan la savia de forma sostenible y sustentan sus comunidades.
«Tenemos grandes empresas que son como tiburones», afirma Degelleh. En la cadena de suministro de recolectores, intermediarios y vendedores, la riqueza no está distribuida equitativamente. «La responsabilidad de hacer algo al respecto es del gobierno». Explica que, aunque las grandes empresas son muy adineradas, los recolectores «ganan una miseria».
En busca de soluciones
Gerben Boersma, consejero delegado de Three Kings Incense, un proveedor de incienso holandés para iglesias católicas de todo el mundo, sostiene que los precios del incienso han aumentado en los últimos años, pero la calidad de la resina ha descendido. Los fabricantes de productos con resina de incienso compensan la escasez mezclando aceites esenciales de alta calidad con otras cosas, como sándalo y flores.
Boersma afirma que la solución a largo plazo para estos déficits consiste en regresar a formas antiguas y más sostenibles de recoger resina de incienso. «Cuando cultivas un árbol, creo que tarda 25 años en empezar a suministrar incienso. Así que tienes que encontrar a alguien lo bastante loco para invertir todo ese tiempo y que tenga paciencia para trabajar así. Y eso es cada vez más difícil».
Bongers contribuyó al desarrollo de pautas para explotar los árboles de forma sostenible, como permitir que se recuperen por completo durante un año por cada pocos años de explotación. También recomienda colocar cercas y cortafuegos para proteger los bosques de los incendios forestales y las vacas que devoran las plántulas. Reconoce que animar a personas que viven en circunstancias difíciles a que apliquen dichas medidas no es tarea fácil. «No estoy seguro de que estas pautas estén bien estudiadas, por así decirlo», afirma.
Como aplicarlas es tan difícil en las áreas remotas y con falta de recursos donde crecen los árboles de incienso, Bongers cree que la demanda de los consumidores de productos de origen sostenible propiciará un cambio a mejor en los bosques de árboles de incienso.
Algunas empresas —como doTERRA, que vende 36 productos con incienso y la empresa de cosméticos Lush, que vende 16— satisfacen a clientes más informados. De hecho, publicitan que su incienso es de origen ético. (National Geographic no ha verificado de forma independiente las prácticas empresariales ni las cadenas de suministro.)
Según Kevin Wilson, director de relaciones públicas de doTERRA, se invierte tanto esfuerzo en la fabricación de aceites esenciales que los clientes deben comprender que el incienso puro y de origen sostenible no será barato. «Si una botella de incienso se vende por nueve o diez dólares en el supermercado local, es probable que no sea el producto puro», afirma. Las botellas de 15 mililitros de doTERRA se venden a unos 90 dólares la unidad.
Para Gabbi Loedolff, coordinadora del equipo de compras de Lush en África, seleccionar proveedores a los que les importe la sostenibilidad gira en gran medida en torno al cultivo de árboles nuevos. «Nuestra mentalidad es avanzar hacia la regeneración, es decir, cómo crear un superávit. Eso es lo que intentamos lograr con el incienso». Loedolff sostiene que ella y otros representantes empresariales insisten en visitar los bosques para comprobar cómo se lleva a cabo la recolección y seleccionan proveedores comprometidos con la sostenibilidad.
Algunos investigadores y recolectores, entre ellos DeCarlo y Dhunkaal, sostienen que cultivar árboles de incienso en plantaciones a nivel comercial sería de gran ayuda, ya que no se dependería exclusivamente de árboles silvestres.
Dhunkhaal ha creado un vivero de Boswellia carterii en Somalilandia. Con dinero propio y donaciones de doTERRA y Lush, ha construido un invernadero, recoge esquejes de árboles silvestres, los planta en su vivero y paga a unos trabajadores para que rieguen las plántulas a mano. «La propagación es la mejor solución», afirma. También ofrece formación a los recolectores de incienso para disuadir la sobreexplotación de árboles silvestres.
DeCarlo afirma que, si no cambia nada, los clientes tendrán que preguntarse si están dispuestos a perder los árboles de incienso en unas cuantas generaciones. «Nos ha encantado el incienso durante mucho tiempo. Lo que no queremos es amarlos hasta matarlos», afirma.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.