¿Qué pasará cuando este país insular del Pacífico desaparezca por completo?
Tuvalu, una nación insular del Pacífico en primera línea de la crisis climática, lucha por conservar su tierra y su identidad.
Una pareja en moto pasa por el punto más estrecho de la isla de Fongafale, en el atolón de Funafuti, parte de la nación insular Tuvalu. A la izquierda, el océano Pacífico; a la derecha, una laguna. Este atolón coralino es una de las islas más vulnerables del mundo al cambio climático.
Cuando nació Taukiei Kitara, sus padres cortaron su cordón umbilical en dos trozos, como es tradición en su país natal, Tuvalu. Plantaron un trozo en la base de un cocotero a unos 10 metros de la orilla y ofrecieron el otro al mar. Durante toda su infancia, Kitara volvió al cocotero para comprobar su salud y retirar las hojas caídas. Pero ya de niño se dio cuenta de que la costa se acercaba cada vez más a su cordón umbilical. "El mar está cada vez más hambriento", pensaba.
Tuvalu es una nación insular de menos de 12 000 habitantes, situada a medio camino entre Hawái y Australia. La elevación media del país es inferior a 3 metros sobre el nivel del mar, lo que lo hace especialmente susceptible a los efectos del cambio climático. La comunidad científica calcula que para 2050, el 50% de Funafuti, la capital donde vive más de la mitad del país, habrá quedado inundada por las mareas.
Muchos ven en Tuvalu un ejemplo de lo que otras comunidades costeras tendrán que afrontar en los próximos años. Los investigadores predicen que, para 2050, más de 216 millones de personas en todo el mundo podrían verse obligadas a emigrar debido al cambio climático. La precaria situación de Tuvalu le ha obligado a plantearse una cuestión existencial: ¿qué le ocurre a un país si deja de tener tierra?
Al igual que en el castellano, la palabra "tierra" en tuvaluano (fenua) se refiere tanto a la tierra física como al sentido de pertenencia arraigado en la identidad de cada uno. En Tuvalu, la tierra es propiedad comunal y se transmite por línea familiar. Los tuvaluanos entierran a sus antepasados en mausoleos junto a la puerta de sus casas. La tierra alberga a sus parientes, su historia y su tradición, lo que hace que la cuestión de si marcharse o no sea irresoluble.
"No podemos mantener la perspectiva de que la migración es [un hecho]", me dijo Maina Talia, ministro de Cambio Climático de Tuvalu; "pero ¿y si nos levantamos por la mañana y la mitad de la población ha sido aniquilada por el océano? ¿A quién debemos culpar?".
A la sombra de esta inmensa amenaza existencial yace una pregunta personal para los tuvaluanos: ¿Me quedo o me voy? Algunos tuvaluanos se plantean marcharse para buscar más seguridad, pero la mayoría de aquellos con los que hablé piensan quedarse.
"Es cierto que el cambio climático nos afecta, pero queremos quedarnos", me dijo Fenuatapo Mesako, responsable de programas de la Asociación de Salud Familiar de Tuvalu. "No queremos ser tuvaluanos en otro país. Queremos ser tuvaluanos en Tuvalu".
Vista aérea del extremo sur de la isla de Funafuti, en Tuvalu. En todo el mundo, el aumento del nivel del mar está invadiendo las regiones costeras. Las naciones insulares como Tuvalu son especialmente vulnerables. Las regiones más pobladas del país podrían quedar sumergidas a finales de siglo.
La primera línea del cambio climático
Al llegar en avión, el atolón de Funafuti aparece como una luna creciente verde en un vasto cielo acuático.
En total, las nueve islas que componen Tuvalu tienen una masa terrestre de unos 25 kilómetros cuadrados. Además de estar en primera línea de la crisis climática, Tuvalu es conocido por dos cosas: es uno de los países menos visitados del mundo y posee el sufijo de dominio .tv, que es la segunda mayor fuente de ingresos del país tras la venta de los derechos de sus territorios pesqueros.
Unos minutos antes de que un avión aterrice en el aeropuerto internacional de Funafuti, suena una sirena en la ciudad para solicitarle a la gente a despeje la pista. La pista de aterrizaje es un lugar privilegiado, con sólo cuatro vuelos semanales, por lo que se convierte en autopista de varios carriles, pista de voleibol y lugar de picnic, según la hora del día.
El cambio climático está presente en casi todos los aspectos de la vida cotidiana. El agua del mar se ha infiltrado en el suelo de la isla y ha dificultado el cultivo de alimentos básicos como el taro, el árbol del pan y el coco. Las mareas vivas, cada vez más intensas en los últimos años, barren la isla una vez al mes, inundando la pista de aterrizaje y las casas.
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"Cuando era más joven, la vida era diferente", me dijo Menimei Melton, de 25 años; "aprendí sobre el cambio climático cuando era un bebé, pero no vi realmente cómo nos afectaba hasta que fui mayor".
Aunque el cambio climático contribuyó a elevar el perfil del país en la escena internacional, los lugareños quieren asegurarse de que Tuvalu no se defina únicamente por su relación con una crisis en la que ellos tuvieron poco que ver. Según Climate Watch, Tuvalu es uno de los 25 países con menor huella de carbono per cápita del planeta.
"En mi opinión, las noticias asustan innecesariamente a la gente", me dijo Afelle Falema Pita, ex embajador de Tuvalu ante las Naciones Unidas, que dejó su vida en Nueva York para abrir con su esposa un complejo turístico ecológico sin lujos. "Podemos hacer un taller tras otro, pero si nos pasamos 365 días al año hablando del cambio climático, no estamos atendiendo a nuestras vidas aquí", explica.
Es un equilibrio difícil de alcanzar. Por un lado, el cambio climático no es un fenómeno lejano en Tuvalu; exige atención hoy. Pero Tuvalu es mucho más que sus mareas crecientes.
Al pasear por las calles de Funafuti, las melodías de los himnos de las iglesias se mezclan con las voces de las familias que cantan karaoke. Puede que te tropieces con 40 ancianos jugando al bingo bajo el techo de paja de la sala de reuniones de la comunidad, o con un grupo de veinteañeros practicando fatele, la danza tradicional tuvaluana en la que los bailarines se mueven a un ritmo cada vez más rápido hasta que les invade una risa contagiosa.
En Tuvalu, los valores no sólo se hablan, se viven. Por ejemplo, el falepili, la idea de "buena vecindad". El falepili se manifiesta de muchas maneras: desde la ausencia de delincuencia y de personas sin hogar, pasando por las frecuentes comidas comunitarias, hasta su política exterior. La cultura que hace que Tuvalu sea Tuvalu no puede transportarse fácilmente a otro continente.
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Comportarse como islas
El pasado noviembre, Tuvalu y Australia firmaron un tratado bilateral sobre clima y migración (el Tratado Falepili) que ofrece a Tuvalu 11 millones de dólares para proyectos de restauración costera y visados para que 280 tuvaluanos se conviertan cada año en residentes permanentes en Australia. Los residentes de Funafuti tienen opiniones encontradas sobre el acuerdo. Algunos creen que es una vía de bienvenida para quienes quieran marcharse. A otros les preocupa que invada la soberanía de Tuvalu.
"Lo mejor que podría hacer Australia para apoyar a países como Tuvalu es poner fin a sus industrias de combustibles fósiles", afirma Richard Gorkrun, director ejecutivo de la Red de Acción Climática de Tuvalu.
El Gobierno intenta garantizar que Tuvalu pueda conservar su soberanía y los derechos sobre sus territorios pesqueros incluso si el cambio climático hiciera inhabitables las islas. El pasado septiembre, el Parlamento de Tuvalu aprobó por unanimidad una enmienda para consagrar su condición de Estado a perpetuidad, que ahora pide a otras naciones que reconozcan formalmente.
El país también está llevando a cabo dos proyectos de infraestructuras a gran escala. El primero es una iniciativa de recuperación de tierras, financiada principalmente por el Fondo Verde para el Clima de la ONU, que consiste en transportar arena desde el centro del océano para construir cinco kilómetros cuadrados de nuevas tierras protegidas en Funafuti. El segundo es el Proyecto Future Now, una "migración digital" de los servicios gubernamentales y los artefactos históricos al metaverso, que permitirá a Tuvalu conservar su identidad cultural aunque su tierra deje de existir.
Un proyecto de recuperación de tierras en el centro de Funafuti tiene por objeto construir nuevos edificios para el Gobierno local. La arena transportada desde el centro del océano ha creado cinco kilómetros cuadrados de tierra en Tuvalu.
En la medida de sus posibilidades, Tuvalu intenta que sus valores orientados a la comunidad guíen su forma de navegar por la incertidumbre del futuro. Cuando los mortíferos incendios arrasaron Australia en 2020, por ejemplo, el Gobierno de Tuvalu donó 300 000 dólares para apoyar los esfuerzos de socorro, a pesar de que, en ese momento, era una donación mayor, en proporción al PIB, de lo que Australia había dado nunca a Tuvalu. Algunos funcionarios se opusieron. 300 000 dólares es sólo una gota en el océano para un país tan grande como Australia, pensaron. ¿Qué diferencia habría?
Pero el importe de la donación era lo de menos. "No puede haber una desconexión entre cómo actuamos en el Gobierno y cómo vivimos a nivel comunitario", afirma Simon Kofe, que en aquel momento era ministro de Asuntos Exteriores de Tuvalu; "si es así, nos estamos comportando como cualquier otra nación, movidos únicamente por nuestro interés nacional".
Así que mientras la comunidad internacional puede mirar a Tuvalu con lástima dada su susceptibilidad a la subida del nivel del mar, tal vez sean los tuvaluanos quienes deberían compadecerse de los países occidentales desarrollados, que, en la búsqueda de una riqueza material y un crecimiento sin fin, han perdido de vista en gran medida la acción colectiva que será necesaria para hacer frente a la crisis climática.
"Cada nación pensando en su propio interés es lo que nos ha metido en este lío", me dijo Kofe; "tenemos que dejar de comportarnos como si todos fuéramos islas".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.