Incendio de Park en los condados de Butte y Tehama en el norte de California

Sequía, inundaciones, sequía otra vez... ¿el "latigazo meteorológico" ha venido para quedarse?

Las catástrofes naturales se suceden cada vez con mayor rapidez, planteando nuevas amenazas basadas en campios rápidos entre climas extremos.

La sequía sin precedentes, el calor y las inundaciones crean unas condiciones que hacen más probables los grandes incendios forestales, como el de Park, visto aquí en agosto.

Fotografía de Fred Greaves, Reuters, Redux
Por Gabe Castro-Root
Publicado 19 sept 2024, 12:52 CEST

Cuando Kamie Loeser asumió el cargo de directora de conservación de agua y recursos en el condado de Butte, en el norte de California (Estados Unidos), inmediatamente se le encomendó la tarea de lidiar con una de esas sequías que sólo aparecen una vez en la vida.

Era octubre de 2021. California acababa de registrar el segundo año más seco de su historia, y el lago Oroville, uno de los principales embalses del condado de Butte, se encontraba en su nivel más bajo: apenas el 22% de su capacidad.

Pero a finales de ese mes, una ciclogénesis explosiva, a veces llamado “ciclón bomba” atmosférico, había vertido tanta agua que el nivel de la superficie del lago Oroville subió 9 metros en una semana. Algunas zonas del norte de California experimentaron las mayores precipitaciones jamás registradas en un solo día.

“Lo que se ve año tras año es: embalse vacío, embalse desbordado que casi se lleva por delante el aliviadero, embalse vacío, embalse lleno, embalse que se incendia en sus márgenes, embalse vacío”, dijo Daniel Swain, un científico del clima de la universidad UCLA y del Centro Nacional de Investigación Atmosférica  de Estados Unidos que estudia el clima extremo.

Aún permanece muy reciente el recuerdo del incendio Park, que se declaró este verano cerca de Chico, la ciudad más grande del condado de Butte. Creciendo rápidamente hasta convertirse en el cuarto incendio forestal más grande en la historia del estado, el Park quemó 170 000 hectáreas y revivió los recuerdos del incendio Camp de 2018, que destruyó casi toda la ciudad cercana de Paradise. También hubo otro incendio forestal, independiente y más pequeño, a lo largo de las orillas del lago Oroville en julio, poco después de que el embalse alcanzara su capacidad máxima por segundo año consecutivo.

En menos de tres años de trabajo, Loeser se ha enfrentado a sequías, inundaciones e incendios en una sucesión rápida y devastadora. Es un patrón que se repite en California y en todo el mundo a medida que el cambio climático intensifica los fenómenos meteorológicos extremos y, cada vez más, impulsa la rápida transición de un fenómeno meteorológico extremo a otro.

(Relacionado: La relación entre los fenómenos meteorológicos extremos y el cambio climático es más clara que nunca)

Cómo California se convirtió en la tierra de los extremos

Este fenómeno, que la comunidad científica denomina latigazo climático o meteorológico, es provocado por los gases de efecto invernadero emitidos por la quema de combustibles fósiles, que calientan la atmósfera. El aire caliente puede retener más vapor de agua que el aire frío, por lo que la atmósfera se vuelve más sedienta cuando hace calor y absorbe más humedad del suelo.

Así afecta al calentamiento global la quema de combustibles fósiles

La vegetación seca se queda atrás, preparada para arder si se produce un incendio.

Toda esa evaporación también significa que cuando llueve, diluvia, aumentando el riesgo de inundaciones y corrimientos de tierra mortales. Al mismo tiempo, esos aguaceros pueden acelerar el crecimiento de las plantas y dejar más combustible para quemar cuando el calor extremo vuelva a secar el paisaje.

“El peor clima para los incendios forestales no es el que se vuelve cada vez más seco de manera constante. [Lo peor es] si se alterna entre momentos más húmedos y otros más secos y, además, hace más calor, hay suficiente agua en el sistema, al menos cada pocos años, para que vuelva a crecer todo y luego se vuelva a quemar”, afirma Swain.

Los recientes incendios forestales en California han seguido en gran medida ese patrón. Después de años récord de incendios en medio de una intensa sequía en 2020 y 2021, las condiciones húmedas trajeron temporadas de incendios suaves en 2022 y 2023. El incendio Park, junto con múltiples incendios cerca de Los Ángeles, echó por tierra las esperanzas de otro año tranquilo en 2024.

Los incendios forestales también aumentan el riesgo de que se produzcan corrimientos de tierras e inundaciones tras su paso. La vegetación quemada tiene una capacidad disminuida para mantener el suelo en su lugar o absorber agua y la ceniza que cubre una zona quemada permite que el agua se deslice cuesta abajo sin hundirse en la tierra.

“No hay árboles ni vegetación que frenen la escorrentía, y aumentan los sedimentos. Como consecuencia, las inundaciones aumentan tras los incendios forestales”, explica Loeser.

Este efecto yoyó ha empapado y agostado California repetidamente en los últimos años. Las lluvias torrenciales inundaron el estado en diciembre de 2021, seguidas inmediatamente por los meses de enero, febrero y marzo más secos en más de 100 años. El invierno siguiente trajo fuertes precipitaciones y, en abril de 2023, el manto de nieve de todo el estado aumentó hasta el 237% por encima de la media.

Estas rápidas transiciones entre fenómenos meteorológicos extremos no se limitan a California. Y distintas partes de Estados Unidos son un buen ejemplo. El sureste de Texas fue azotado este verano por el huracán Beryl, al que siguió inmediatamente una fuerte ola de calor. Nueve de las 22 muertes atribuidas a Beryl en el condado de Harris, que incluye Houston, estuvieron relacionadas con las consecuencias del calor: la tormenta dejó a más de un millón de residentes sin electricidad ni aire acondicionado cuando las temperaturas superaron los 37 grados, según el Departamento de Salud y Servicios Humanos del Gobierno federal.

La comunidad científica prevé que las temperaturas más cálidas harán que en invierno caigan más precipitaciones en forma de lluvia en lugar de nieve. Frances Davenport, investigadora de la Universidad Estatal de Colorado que estudia las precipitaciones extremas, afirma que más lluvias en invierno (la estación húmeda de California) podrían traducirse en más inundaciones.

“La nieve es como una reserva anual que libera agua durante el verano, cuando hay una mayor demanda de agua pero no hay lluvias”, dice Davenport, autora de un estudio de 2019 sobre la relación entre el tamaño de las inundaciones y la nieve o la lluvia en el oeste de Estados Unidos.

El aumento de las precipitaciones invernales no sólo significa que el verano será más seco debido a la reducción de la capa de nieve, sino que más agua fluirá directamente a los arroyos y ríos, aumentando las posibilidades de que se desborden.

California siempre ha sido una tierra de extremos, afirma Diana Zamora-Reyes, científica del Servicio Geológico de EE. UU. que estudia el agua y el cambio climático en California. La diferencia ahora, afirma, es que el estado está oscilando “de más extremo a más extremo y ya no hay término medio”.

La investigación ha descubierto que la precipitación media anual de California puede mantenerse prácticamente igual a medida que el planeta se calienta, pero que el cambio climático ya está haciendo que esa precipitación caiga en ráfagas más cortas e intensas, con periodos secos más largos.

La intensidad de las precipitaciones recientes ha obligado a los responsables de medio ambiente del Estado a hacer cuentas.

“Nos hemos acostumbrado a pensar que tenemos que prepararnos para el peor de los casos en circunstancias de sequía”, dijo Yana García, secretaria de Protección del Medio Ambiente de California. “Estas inundaciones han cambiado radicalmente nuestra forma de pensar sobre el futuro”, añadió.

(Relacionado: Cómo prepararse para el clima extremo que se nos avecina)

Una amenaza multicéfala

El latigazo climático también tiene consecuencias sorprendentes para la salud pública.

La fiebre del valle, una enfermedad fúngica potencialmente mortal que vive en el suelo y se propaga en el polvo, prospera en medio de oscilaciones extremas de las precipitaciones y la sequía.

Esta enfermedad, que antes se limitaba a Arizona y al bajo valle de San Joaquín en California, se ha extendido por todo el oeste de Estados Unidos, en gran parte, según los científicos, por culpa del cambio climático.

Jennifer Head, epidemióloga de la Universidad de Michigan que estudia la fiebre del Valle, afirma que las transiciones cada vez más drásticas entre extremos húmedos y secos aumentan el riesgo de infección.

“La concentración de las precipitaciones en periodos específicos (inviernos más húmedos, veranos más secos) es la condición primordial para que se propague la fiebre del Valle”, asegura Head. “Darle más humedad durante el periodo de crecimiento y más sequedad durante su periodo de transmisión puede potenciar ambos procesos”.

California vio un récord de 9280 casos de fiebre del Valle en 2023, según el departamento de salud del estado, casi un 300% más que en 2014. Y los funcionarios han informado sobre más de 5000 casos preliminares hasta la primera mitad de este año, poniendo al estado camino de otro récord.

En el condado de Butte, Loeser debe enfrentarse a diario a todas estas amenazas, al tiempo que se asegura de que siempre haya agua suficiente para beber, cultivar y divertirse. Las aguas subterráneas proporcionan cierto alivio en los años secos, pero también deben gestionarse con cuidado para evitar que el acuífero se seque.

En medio de la volatilidad del clima actual, también se prepara para un futuro en el que los extremos de humedad y sequía sean aún más intensos.

“No hemos tenido recientemente ninguna sequía de cinco o seis años”, afirma. “Creo que será entonces cuando las cosas se pongan realmente interesantes”.

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    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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