El mundo místico del turismo de los círculos en los cultivos
La Inglaterra rural es el epicentro de los círculos en los cultivos.
Todo empezó con una fotografía.
En abril de 2007, Monique Klinkenbergh se tropezó con una imagen que pondría su mundo patas arriba. Su composición —anillos de triángulos y diamantes en círculos concéntricos trazados a la perfección en un maizal— evocaron una profunda respuesta visceral.
Esta exeditora de una revista se quedó sorprendida con el diseño y la integridad de las matemáticas entre las formas. «Tengo formación en bellas artes y me surgió una pregunta racional: “¿Cómo es posible?”. Era un círculo en plena noche trazado en medio de un campo, que no es un lienzo recto», afirma. «Era geometría de 13 lados, muy difícil de construir en papel. Intenta dividir un pastel en 13 trozos perfectos. No se puede».
Entonces supo que debía averiguar el fenómeno que había producido unos diseños tan congruentes. «Pensé que este era mi destino», recuerda Klinkenbergh. De ese modo, acudió a Wiltshire, Inglaterra, el epicentro de los círculos de los cultivos. Allí, según cuenta Klinkenbergh, enseguida se sintió «como en casa».
Croppies y embaucadores
Probablemente no sea ninguna coincidencia que en Wiltshire también se encuentren Stonehenge y el extenso círculo de piedra de Avebury, que completa este lugar Patrimonio de la Humanidad. De hecho, la zona alberga otros «henges», o monumentos circulares prehistóricos de piedra o madera, que se consideran asociados a los rituales del solsticio. En este contexto, tiene sentido que este condado inglés rural se convierta en el foco de los aficionados a los círculos de los campos de cultivo, o croppies.
La repentina aparición nocturna y la precisión de sus diseños dieron pie a toda una serie de teorías sobre la creación de los círculos. Hay quien cree que fueron creados por ovnis o formados tras el aterrizaje de naves espaciales, o que son obra de fuerzas inexplicables. Otros insisten apasionadamente en que los diseños son artificiales. Los verdaderos croppies rechazan a estos últimos considerándolos «embaucadores».
Por supuesto, muchos se atienen a un término medio: creer que queda mucho por saber y que las fuerzas que crean los fenómenos son místicas. Pero las tensiones dentro de este espectro de personas son intensas, a veces incluso feroces.
Independientemente de su origen, los diseños se crean aplanando los cultivos, que suelen ser cereales y grano. Los primeros informes sobre los diseños circulares se remontan a hace cientos de años en Europa, pero la reciente ola de turismo a Wiltshire empezó en los años 70 y se ha arraigado.
La zona está llena de plantaciones agrícolas en funcionamiento y el turismo puede alterar la privacidad de los agricultores y provocar pérdidas económicas. Miles de croppies la visitan cada verano sin darse cuenta de que no todos los agricultores permiten el paso. «En el pasado, la situación de Wiltshire era propia del Salvaje Oeste. Miles de personas entraban sin permiso, pisoteaban los cultivos y preocupaban a los agricultores», explica Klinkenbergh.
Durante este auge turístico, el documentalista Chris Carter, como Klinkenbergh, vio la fotografía de un círculo. «No me podía creer lo que veía», afirma Carter. «El detalle y los patrones eran impresionantes».
Durante 40 años, Carter ha observado los círculos desde lejos, por fotografías y los medios de comunicación. El pasado mayo, finalmente acudió a Inglaterra para visitar un círculo en persona por primera vez. Al igual que otros visitantes, dice que ha sentido y visto la energía del círculo.
Junto a otras tres personas, «nos arrodillamos de la mano», cuenta. «Pudimos ver cómo las manos se nos volvían blancas con manchas rojas y teníamos un hormigueo en la punta de los dedos. Cuando nos levantamos, nuestras manos volvieron a la normalidad. Nos tumbamos de nuevo y ocurrió lo mismo».
Haber experimentado estas sensaciones no acerca a Carter a una explicación de lo inexplicable. «Me cuesta creer que estemos solos en este vasto conjunto de estrellas de nuestro universo. Esta podría ser la expresión de la mismísima conciencia o quizá un mensaje de la vida inteligente, que nos hace saber que no estamos solos», afirma.
«Los círculos de los cultivos han despertado mi interés porque indica que hay algo más en esta vida de lo que podemos ver, sentir, oír, oler o tocar. Veo y reconozco una inteligencia creativa que opera a mi alrededor», afirma Carter. «Es obvio en la naturaleza y en toda la vida que hay algo más grande de lo que podemos entender. Y creo que esa energía es benévola, afectuosa y sustenta toda la vida».
Levantando el velo
Para personas como Dene Hine, existe una respuesta clara. Todos los círculos son obra de artistas como él, que los crean con cuerdas y tablas y una cinta métrica de agrimensura. «Para los diseños más complejos necesitamos un láser para crear los puntos a partir de los que trabajamos. Se disponen las líneas de construcción y, a continuación, aplanamos el campo con tablas. De esta forma podemos crear una serie infinita de diseños», cuenta sobre el proceso, que empieza identificando un lienzo.
Entiende la polémica y la afronta directamente. «Hay quien odia que muestre mis planos y mis diseños porque quieren creer que son obra de algo de otro mundo. Algunos me acusan de destruir el mito», escribió en un email.
Sin embargo, la mera admisión o afirmación de haber construido un círculo no es suficiente. Si no hay dibujos anteriores o vídeos del proceso de elaboración, no es fácil demostrar la autoría. Como los círculos suelen aparecer en propiedad privada, los «artistas» muestran reticencia a grabarse siendo vándalos.
Esta tensión atrajo al fotógrafo Robert Ormerod a Wiltshire. De niño le fascinaban el espacio y la ciencia ficción antes de que «pasaran de moda», cuenta. Hace poco, decidió trabajar explorando subculturas, como la de los astrónomos amateur que fabrican sus propios telescopios, los cazadores de auroras, los constructores de cohetes amateur y la gente que vive durante meses en simuladores de Marte. Documentar la experiencia de los croppies le pareció un paso natural.
«Empecé a buscar cosas que tuvieran que ver con el espacio, cómo reaccionamos a las cosas relacionadas con el espacio como sociedad. Cuanto más sabes, más te obsesiona. Me he sumergido de lleno en la historia», afirma Ormerod.
Independientemente de su origen, la experiencia de estar en un círculo de un campo de cultivo puede abrumar a cualquiera, aunque no seas un apasionado. «Entras y existe un sentido de paz claro», afirma Ormerod. «El viento sopla sobre el trigo o el centeno de una forma suave y hermosa, creando ondas, casi como si lo movieran con las puntas de los dedos».
Quizá los propios círculos tengan algo intrínsecamente agradable. Un estudio publicado en Neuropsychologia en 2007 comparó la reacción humana ante formas angulares y redondeadas. «Nuestros hallazgos indican que a los humanos les gustan los objetos de ángulos pronunciados mucho menos que los objetos con contorno curvo, y esta tendencia podría deberse a la sensación aumentada de amenaza y peligro que transmiten estos elementos visuales afilados», dice el estudio.
Desmontando mitos
Otras personas se han comprometido a observar los círculos de forma neutral. «Es una vergüenza que exista tanto antagonismo entre los investigadores de círculos de cultivos y los embaucadores. Podrían aprender mucho si se escucharan los unos a los otros y colaboraran», afirma Klinkenbergh.
Klinkenbergh, que vive en Ámsterdam, vendió su empresa editorial de arte y se comprometió con su nueva pasión. Pasó de «vivir y trabajar en una zona pija a pasar innumerables veladas nocturnas en los campos y en los vuelos de reconocimiento diarios sobre la zona de Wiltshire en busca de nuevos círculos», escribió en un email. «Nunca me he arrepentido de cambiar la ropa de diseñadores famosos por una mochila y unas botas de agua. Fue, y todavía es, un viaje fascinante».
Klinkenbergh dedica su tiempo a estudiar los círculos. Ha sido comisaria de una exposición que presenta la información disponible para el público hasta la fecha. También ha recopilado recursos para los turistas y dirige un centro de información en Honeystreet, Wiltshire.
Sabe que su búsqueda incondicional de lo que podría ser incognoscible plantea preguntas a algunos. «No soy una persona poco realista. Tengo los pies en la tierra. Hay mucho que preguntarse y creo que hacerse preguntas es la base de la ciencia», afirma.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.