Este esquiador fue el primero en descender el K2 en solitario
Muchos han perecido intentando esquiar la segunda montaña más alta del mundo. Te contamos cómo ha hecho historia Andrzej Bargiel, Aventurero del Año de National Geographic.
Nota: Esta semana celebramos a nuestros Aventureros del Año 2019. Para hacerlo, a partir de hoy, revelaremos cada día a un homenajeado u homenajeada. Léenos cada día para descubrir las historias de las seis personas que han sobrepasado los límites de la aventura para redefinir qué es posible.
En las gélidas profundidades de la cordillera del Karakórum, en la remota frontera entre Pakistán y China, una pirámide de granito letal se eleva a 8.611 metros: el K2, la segunda montaña más alta del planeta. Aunque es 237 metros más bajo que el Everest, el K2 es más empinado, frío, remoto y muchísimo más peligroso. Cifras macabras cuentan su historia: una de cada cuatro personas que llega a la cima muere. El estadounidense George Bell dio al pico su nombre en 1953, cuando regresó de un intento fallido de encumbrarlo y declaró: «es una montaña brutal que quiere matarte».
Con barrancos esmaltados de hielo, glaciares colgantes, avalanchas repentinas, tormentas frecuentes de intensidades huracanadas, un frío letal y una desconcertante falta de oxígeno, cuesta encontrar un lugar más peligroso donde esquiar. Con todo, en los últimos 25 años, esquiadores de travesía de élite han intentado completar el primer descenso, normalmente con lúgubres resultados. En 2004, Hans Kammerlander, la primera persona que esquió desde la cima del Everest, se rindió tras presenciar la caída al vacío de un escalador. En 2009, un resbalón le costó la vida a Michele Fait durante una carrera de entrenamiento en las laderas más bajas del K2. Su entonces compañero, Fredrik Eriksson, que vio a su amigo precipitarse por una ladera nevada y, a continuación, caer por un barranco, regresó el año siguiente y se encontraba a solo 400 metros de la cima cuando cayó y murió.
«Hay un motivo por el que nadie lo ha logrado antes», afirma Chris Davenport, bicampeón del mundo de esquí extremo y anterior Aventurero del Año de National Geographic. «Algunos de los mejores esquiadores de travesía del mundo han fallecido en el K2».
Por su parte, el ambicioso y joven esquiador de travesía Andrzej Bargiel, de 30 años, empezaba a esquiar los picos de 8.000 metros, empezando en 2013 por el Shishapangma, la decimocuarta montaña más alta del mundo, y en 2014 con el Manaslu, la octava más alta. En 2015, mientras se apuntaba el primer ascenso de Broad Peak —de 8.047 metros— por el glaciar Godwin-Austen desde el K2, pudo contemplar por primera vez la enorme y abovedada faz de la Montaña Salvaje.
«No podría haber elegido un lugar mejor desde el que admirarlo... Desde un mirador a 8.000 metros», afirma Bargiel. «Me inspiró e imaginé que era factible».
En otras palabras, vio una vía.
En 2017, Bargiel anunció su intención de esquiar el K2. El esloveno Davo Karničar, un veterano esquiador extremo que en el año 2000 se convirtió en la primera persona en descender el Everest esquiando, anunció que pretendía hacer lo mismo. En 1993, Karničar había intentado esquiar por primera vez el K2, pero abandonó cuando, a 7.894 metros de altura, el viento se llevó sus esquís sin anclar de la montaña. Podría haber sido peor. Los vientos huracanados han arrastrado a partidas de escaladores enteras en la montaña.
Ningún esquiador consiguió su objetivo ese verano, lo que no sorprendió a nadie. Pueden pasar años en los que las condiciones meteorológicas son tan peligrosas en el K2 que nadie es capaz de alcanzar la cima. Pero Bargiel, con la ayuda de un dron operado por su hermano Bartek, llevó a cabo un valioso reconocimiento y escaló la mitad de la ruta que había planificado, excavando refugios en la nieve para guarecerse durante las tormentas a gran altitud. Gracias a que estudió cómo respondían la nieve y los glaciares colgantes a los cambios de temperatura durante el día, pudo comprender la sincronización y el posicionamiento necesarios para desplazarse por la montaña y los enormes seracs (grandes bloques de hielo inestables que se acumulan en las laderas). En 2008, once escaladores fallecieron en el K2 por la caída de un serac.
«He hablado con alpinistas y guías que han estado en el K2 y me han dicho que no había manera, que no era posible», cuenta Davenport.
«Casi nadie creía que lo había conseguido», admite Bargiel. «Sobre todo después de mi primer intento fallido».
Bargiel regresó impertérrito en 2018 y recorrió los 112 kilómetros que separaban la aldea más cercana del campamento base para aguardar a que el tiempo le diera un respiro que le permitiera un segundo intento. Por suerte, era un buen año para escalar el K2. Bargiel se dispuso a alcanzar la cumbre el 19 de julio, sin oxígeno. Cuatro días después, el 22 de julio, a las 11:28 de la mañana, pisó la cima de la segunda montaña más alta del mundo, solo.
Soltó los esquís de la mochila, con cuidado de que no se los llevara el viento. El vinilo de sus esquís llevaban las iniciales de sus padres, sus tres hermanas y sus siete hermanos, pero no tenía tiempo para ponerse sentimental. Se los enganchó y empezó a descender por las laderas heladas, con inclinaciones de entre 50 y 55 grados. Bargiel admite que, estaba nervioso durante los preparativos, pero durante el descenso «todos esos miedos desaparecieron, por dentro estaba tranquilo y totalmente concentrado».
“«Si te caes, te mueres», dice Dave Watson, el único estadounidense que en 2009 intentó esquiar el K2.”
Este nivel de concentración férrea es fundamental cuando se esquía al borde del precipicio. «Si te caes, te mueres», dice Dave Watson, un estadounidense que estuvo cerca de conseguir esquiar el K2 en 2009, su segundo intento, cuando se vio obligado a abandonar a 8.351 metros por culpa de la nieve inestable, que le llegaba a la altura del pecho. «Ni siquiera pueden encontrar tu cuerpo».
Tras escoger el camino adecuado para descender a 7.688 metros, haciendo paradas para recobrar aliento en un aire con oxígeno escaso, Bargiel vivió un momento crítico. Decidió alejarse de los campamentos, las cuerdas fijas y otros humanos en la ruta de escalada principal. A diferencia de otras personas que habían intentado esquiar el K2, Bargiel no intentó descender una sola ruta de escalada. En lugar de eso, ideó una vía creativa que unía cuatro rutas de escalada separadas mediante arriesgadas travesías.
Al principio, la densa niebla de una nube envolvente detuvo el progreso de Bargiel. Sin visibilidad, sería imposible desplazarse por los numerosos barrancos, seracs y glaciares colgantes. Podía optar por la ruta más segura, aunque también peligrosa, de los Abruzzos, como había hecho Watson, pero un descenso en rápel de más de 600 metros por un barranco conocido como Black Pyramid significaba que no contaría como descenso de esquí real. Tras aguardar una tensa hora y media, la niebla se despejó lo suficiente. Bargiel se adentró en la tierra de nadie de la traicionera ladera sur del K2 y se dispuso a grabar su nombre en los libros de récords.
Aquella noche, sobre las 7 de la tarde, tras siete horas y un descenso de 3.600 metros verticales jugándose la vida, Bargiel llegó al glaciar Godwin-Austen al pie del K2 y completó uno de los descensos de esquí más arriesgados de la historia. Durante una hora y media, permaneció tumbado en la nieve, exhausto física y emocionalmente.
«Al pie, estaba tan feliz como un niño... Sentí mucho alivio y alegría», cuenta Bargiel. «Estaba contento y orgulloso por no haberme permitido perder el control. Antes había tenido mis momentos de duda, pero ahí, al pie de la montaña, sentí que todo tenía sentido y que todo lo que supuse salió bien».
Polonia tiene la fama de producir alpinistas pioneros y, aunque puede ser difícil para muchos comprender el logro que supone descender el K2 esquiando, el hito de Bargiel suscitó primero los vítores de la sociedad polaca, incluso de diputados, periodistas prominentes, exesquiadores olímpicos y el presidente de un club de fútbol.
Watson, quizá la persona que lo comprende de forma más íntima, pone en perspectiva el logro de Bargiel: «Escaló al fondo del espacio, básicamente la estratosfera, sin oxígeno, y descendió esquiando. Solo. Está al mismo nivel de logro humano que la escalada sin cuerda de Alex Honnold en la ruta de El Capitán».
«Nunca se ha conseguido nada de esta magnitud y con este nivel de compromiso», añade Davenport. «Ahora, se ha esquiado el K2».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.