Conoce a los escaladores que acudieron al rescate en la «montaña asesina»
Adam Bielecki y Denis Urubko, Aventureros del Año de National Geographic, sacrificaron su oportunidad de hacer historia en el K2 para ayudar a unos escaladores en un pico cercano.
Celebramos a los seis Aventureros del Año 2019, personas que han superado los límites de la aventura para redefinir qué es posible.
Al pie del K2, un equipo de élite dirigido por polacos estaba preparado para realizar el primer ascenso invernal en la única montaña del mundo de más de 8.000 metros que no se había escalado en invierno. En el equipo estaba Adam Bielecki, una superestrella polaca de 34 años, y el imparable alpinista kazajo Denis Urubko, de 45. El campamento base recibió un mensaje: había un equipo en apuros en el Nanga Parbat, a solo 200 kilómetros. Procedía de la escaladora francesa Elisabeth Revol. Ella y su compañero polaco, Tomasz Mackiewicz, habían encumbrado el Nanga Parbat, pero el mensaje era claro: Mackiewicz estaba en apuros, ya no podía moverse y debían evacuarlo.
Revol y Mackiewicz no eran novatos en el Nanga, también conocido como la «montaña asesina» porque se cobra la vida de uno de cada cinco escaladores. Hasta ahora, Revol y Mackiewicz habían desafiado esas probabilidades. Era el cuarto intento de Revol y el séptimo de Mackiewicz. Su objetivo siempre había consistido en lograr el primer ascenso invernal, algo que ya no era posible porque Muhammad Ali Sadpara, Simone Moro y Alex Txikon lo consiguieron en 2016. Pero, tras llegar a la cima el 25 de enero de 2018, lograron el primer ascenso invernal de estilo alpino y el primer ascenso invernal femenino. En la cumbre, cuando Revol preguntó a Mackiewicz cómo se sentía, él respondió: «No te veo. No veo nada». La fotoqueratitis indicaba que sufría mal de altura. Al llegar a una grieta a 7.280 metros, Mackiewicz fue incapaz de avanzar más. Tenía dificultades respiratorias, le salía sangre por la boca y tenía la nariz blanca por congelamiento. A las 23:10, Revol envió mensajes de texto a su marido, Jean-Christoph, a la mujer de Mackiewicz, Anna, y a su amigo Ludovic Giambiasi.
En el K2, al frente del equipo polaco estaba Krzysztof Wielicki, integrante original de los famosos «Ice Warriors» de Polonia, pioneros del alpinismo en invierno. Wielicki se había hecho con los primeros ascensos invernales de tres de los 14 picos de más de 8.000 metros del planeta, entre ellos el Everest, y había reclutado al equipo y planificado la expedición que se haría con la última cumbre invernal de 8.000 metros: el K2.
Tras enterarse de la situación de los otros escaladores, Wielicki supo que eran las únicas personas en todo el mundo que estaban lo suficientemente aclimatadas a la altitud y en el lugar adecuado para intentar rescatar a Mackiewicz y Revol. Todos estaban en el campamento base.
Pero no fue solo su decisión. Preguntó a su equipo si alguien estaría dispuesto a interrumpir la escalada del K2 para ayudar con el rescate. «Todos dijeron que sí», recuerda. Escogió a Bielecki, Urubko, Piotr Tomala y Jarosław Botor. Los cuatro habían sido participantes importantes en la preparación para el K2, pero todos creían que Bielecki y Urubko eran los que tenían más posibilidades de alcanzar la cima. Escoger a Bielecki y Urubko para acudir al Nanga supondría un revés devastador para su intento en el K2.
Bielecki era un candidato obvio para el primer equipo, ya que había escalado el K2 en verano y había conseguido los primeros ascensos de Broad Peak y Gasherbrum I en invierno. Cuando Bielecki supo de la situación en el Nanga, se sintió aterrorizado. Se había encontrado en suficientes situaciones de riesgo como para comprender lo grave que era. Conocía a Mackiewicz y Revol de una expedición previa en el Nanga y sentía especial admiración por Revol. Cuando surgió la oportunidad de rescatarlos, Bielecki no dudó un instante pese a las posibles consecuencias de su intento en el K2. «En aquel momento, el K2 no me importaba», contó. Quizá también pensara en la debacle que se produjo tras su escalada invernal en Broad Peak. Cuando dos de los cuatro escaladores murieron durante el descenso, se produjeron acusaciones. Bielecki había asumido la mayor parte de la culpa por no haber encontrado un modo de salvar a sus compañeros de escalada y no cabía duda de que no estaba dispuesto a repetir la experiencia.
Urubko, un escalador kazajo con entrenamiento militar y 19 «ochomiles» encumbrados en su currículo —entre ellos dos en invierno—, era una de las armas más potentes en el arsenal del equipo del K2. Todos lo sabían. Urubko encumbraba montañas o rescataba a gente que intentaba escalar montañas. Su impresionante intento de rescatar a Iñaki Ochoa en el Annapurna en 2008 era legendario. Urubko no tuvo reparos en darle la espalda al K2, al menos temporalmente, para ayudar a sus amigos en el Nanga. «Sentí que, para mis amigos, mi equipo, sería necesario que usara mi esfuerzo y mi experiencia en rescates a gran altitud», dijo.
Dos helicópteros recogieron a los cuatro rescatadores en el campamento base del K2 el 27 de enero y los dejaron justo por debajo del Campamento 1 del Nanga, a las 17:10. «El piloto del helicóptero arriesgó su vida en esta misión», contó Urubjo a Alpinist más adelante. «Me salvó a mí y a Bielecki, y a otros miembros del equipo de rescate, tras cinco o seis horas de una complicada carrera sobre la nieve profunda del glaciar». Los hombres enseguida elaboraron una estrategia: Piotr y Jarosław se quedarían en el lugar de aterrizaje como respaldo mientras Bielecki y Urubko empezaban a escalar. A las 17:30, la montaña asesina estaba envuelta en la oscuridad. Los hombres encendieron sus linternas frontales y empezaron a ascender la ruta Kinshofer.
Mientras tanto, ante la insistencia de Mackiewicz, Revol había empezado a descender sin él. Lo dejó en un saco de dormir con la mayor parte de su equipo y empezó a descender por la ruta Kinshofer. «No sé si Tomek me presionó para que descendiera para salvarme la vida», manifestó más adelante. «Solo sabía que debía descender para salvarlo. Y supe que si bajaba por la ruta Kinshofer, podría llegar sana y salva al Campamento 3. En ese tramo no hay grietas y es bastante fácil. Pero, tras el Campamento 3, también supe que no podría seguir avanzando. El Campamento 3 fue una cárcel. A partir de ahí, necesitaría que me rescatasen. Fue una decisión arriesgada».
Bielecki y Urubko subieron la montaña a toda prisa, a un ritmo casi sobrehumano de 150 metros por hora durante ocho horas. Urubko explicó su velocidad extraordinaria. «Adam y yo estábamos bien entrenados y, claro, ya estábamos aclimatados. Eso nos ayudó a invertir mucho esfuerzo en poco tiempo». Ambos conocían la ruta, pero escalarla durante la noche era completamente diferente. Viajaron todo lo ligero posible: sin equipo para vivacs, sin saco de dormir, solo comida y bebida, un saco, un hornillo, gas y guantes de repuesto. Por el camino, rompieron una de las reglas fundamentales del alpinismo: no agarrarse a cuerdas fijas viejas, que podrían estar cortadas o deterioradas. Por suerte, todas resistieron.
Urubko encontró a Revol en torno a medianoche. «En un momento dado, la escuché gritar: “¡Adam, puedo oírla!”», dijo Urubko.
«Un instante después gritó: “¡Adam, la tengo! ¡La tengo!”». Sus manos estaban tan congeladas que ni siquiera podía manipular sus mosquetones. La movieron a una cornisa donde pudieron sentarse juntos, remplazar sus finos guantes con otros más calientes, calentar agua y darle pastillas para estimularle la circulación. Revol les habló de su ascenso en solitario, de la noche que pasó en una grieta a 6.100 metros, de sus alucinaciones, de que se había quitado las botas porque el fantasma de una mujer se las había pedido y del preocupante estado de Mackiewicz.
Abrieron el saco y pusieron a Revol entre ellos. «Puso las piernas sobre mí y se tumbó al lado de Adam», explicó Urubko. La observaron mientras dormía y hablaron de qué harían a continuación. ¿Debían llevar a Revol a un lugar seguro, colocarla en un lugar protegido de la montaña y continuar para llegar a Mackiewicz, al que tendrían que bajar de alguna forma? Revol había explicado que Tomasz era incapaz de moverse. «Comprendimos que, si abandonábamos a Revol y ascendíamos para llegar a Mackiewicz, ella moriría», y Mackiewicz estaba a demasiada altura como para que lo rescatara un helicóptero.
«Decidimos rescatar a Elisabeth», explicó Urubko.
Con las manos lesionadas, estaba claro que sería incapaz de descender en rápel el escarpado terreno a sus pies. La bajaron por turnos, haciendo rápels en paralelo y escalando junto a ella las laderas nevadas. A las 11:30 de la mañana, 18 horas después de haber descubierto a Revol, llegaron hasta sus compañeros de equipo y los helicópteros del Campamento 1. La transportaron al hospital de Skardu y, al día siguiente, a Islamabad. El 30 de enero, volvió en avión a Francia para comenzar su tratamiento. Durante todo este tiempo, Revol asumió que aún estaban intentando rescatar a Mackiewicz. «No supe que había muerto hasta que volví a Francia», explicó más adelante. «Estaba convencida de que sobreviviría. Siempre sobrevivía. Estaba segura de que seguía vivo». Esta vez no.
El equipo de rescate regresó al campamento base del K2. A partir de ese momento, les sobrevino una avalancha de llamadas, emails, peticiones de entrevistas. Pedían todos los detalles del rescate. Entonces estaba en Varsovia y vi el apetito insaciable del público por la historia, sobre todo hacia Bielecki y Urubko. Adam intentó explicar la totalidad del rescate. «Nosotros escalamos hasta Eli, pero fue posible porque estuvieron implicadas muchas personas», afirmó.
Su intento de escalar el K2 pronto se esfumó. Se debió a una combinación de factores: mal tiempo, un equipo distraído, desprendimientos de rocas y heridas, letargo en el campamento base, descontento con el líder y un intento rebelde en solitario de Urubko. Pero, tras reflexionar al respecto, Bielecki duda que su rescate fuera la causa del fracaso en el K2. «No creo que supusiera diferencia alguna», afirmó.
Cuando se habló de que el equipo de rescate podría recibir la Legión de Honor de Francia, el mayor premio civil de Francia, los rescatadores se negaron. «Creo que no hicimos nada extraordinario», explicó Bielecki. «Cualquiera lo habría hecho. Ayudar a los demás es la obligación de todo escalador. Es el deber de todo hombre».
Quizá. Pero tuve la oportunidad de observar la respuesta del público hacia Urubko y Bielecki, Tomala y Botor, varias veces en los últimos 12 meses. En festivales de montaña polacos en Zakopane, Lądek y Cracovia, vi cómo 2000 personas se ponían en pie para homenajearlos, para darles las gracias. Vi a la pequeña Revol subir al escenario, sufriendo aún un terrible estrés postraumático, frágil y emocional, envuelta en el abrazo de Urubko y Bielecki. Y, finalmente, vi a Anna, la viuda de Mackiewicz, acercárseles: la última compañera de escalada de su marido y sus rescatadores, que al final tuvieron que dejarlo en la montaña de sus sueños. Una reunión dolorosa, llena de cariño, gratitud y dolor compartido, una recompensa adecuada para un valiente equipo de rescate.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.