Coronavirus: qué ocurre cuando un crucero se convierte en una «zona caliente»
Los pasajeros españoles del crucero Costa Deliziosa ya han desembarcado en Barcelona, pero en las costas de Estados Unidos hay más de 100 barcos a la espera de poder volver a casa.
El 15 de abril, el crucero Queen Mary II de Cunard llegó Southampton, Inglaterra, desde Australia con pasajeros que no podían volar por problemas médicos. La pandemia de coronavirus se ha propagado a muchos países del mundo, se ha cobrado más de 120 000 vidas y ha infectado a más de dos millones de personas.
El último lugar donde uno quiere estar durante la pandemia de coronavirus es atrapado a bordo de un crucero, donde la enfermedad puede propagarse a la velocidad del rayo.
Esta semana por fin podrán desembarcar los últimos 3500 pasajeros a bordo de tres cruceros que seguían en el mar. El Pacific Princess y el MSC Magnifica atracaron en California y Francia con 1880 pasajeros que serán puestos en cuarentena. La semana pasada, el Costa Deliziosa tuvo que evacuar a una pasajera con problemas de salud en el puerto de Marsala, Italia. Se informó de que pusieron en cuarentena a los casi 2000 pasajeros del barco hasta que recibieron el resultado negativo de un test de coronavirus y ayer los pasajeros españoles desembarcaron en Barcelona antes de volver a Génova, Italia, con los 453 ciudadanos italianos restantes. Todavía hay 124 cruceros más en aguas estadounidenses con 95 000 trabajadores de diversas nacionalidades a bordo y sin una fecha clara de cuándo y cómo regresarán a sus países, algunos de los cuales han cerrado sus fronteras.
Los pasajeros del crucero Grand Princess observan la bahía de San Francisco el 9 de marzo mientras se dispone a atracar en el puerto de Oakland con 21 personas a bordo que dieron positivo en coronavirus.
Los miembros de la Guardia Costera de Estados Unidos cargan equipo de protección individual en un helicóptero en San Francisco.
Desde la orden de no navegar que emitieron el 14 de marzo los Centros para el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), la agencia ha ayudado a aislar en sus casas a más de 12 000 ciudadanos estadounidenses y extranjeros. Los pasajeros de al menos 17 cruceros han dado positivo en COVID-19. «Hasta ha habido gente que ha vuelto con un positivo de cruceros por el río Nilo», afirma Cindy Friedman, epidemiólogo médico que dirige el equipo de cruceros de los CDC.
Joacim Rocklöv, un epidemiólogo de la Universidad de Umeå, en Suecia, indica que aunque estén en cuarentena dentro de su camarote los pasajeros no están protegidos de la infección necesariamente. Rocklöv estima que una sola persona a bordo del crucero Diamond Princess infectó a otras 15 en enero, una tasa cuatro veces más alta que la observada en Wuhan, China, donde surgió el coronavirus. Sugiere que esto podría haberse debido a un evento con un «supercontagiador», como un acontecimiento social a bordo donde el primer pasajero o pasajeros infectados se mezclaron con los sanos.
El 10 de marzo, los pasajeros empezaron a desembarcar del crucero Grand Princess en el puerto de Oakland, California.
El virus se transmite principalmente a través de las gotitas respiratorias, que pueden propagarse por las superficies, el contacto cercano y posiblemente el sistema de ventilación del barco. El hecho de que haya hasta ocho miembros de la tripulación por habitación y la entrega de comida a los pasajeros también pueden acelerar su propagación. La enfermedad ha sido especialmente insidiosa porque hasta un cuarto de las personas que la padecen podrían no mostrar síntomas y las personas infectadas pueden contagiar el virus a los demás antes de mostrar síntomas. Como los pasajeros de los cruceros suelen ser mayores que la población general, también son más susceptibles a enfermar de gravedad o fallecer.
Michael Callahan , médico y experto en enfermedades infecciosas del Hospital General de Massachusetts en Boston, participó en las evacuaciones médicas del Diamond Princess y el Grand Princess. Callahan señala que, si hubiera dependido de él, los cruceros de todo el mundo deberían haberse evacuado de inmediato y debería haberse puesto en cuarentena en hoteles a la tripulación y a los pasajeros durante 14 días. «Hay que romper la cadena de infección», afirma.
La evacuación del Diamond Princess
La escala real de la amenaza de la COVID-19 se hizo patente con el brote a bordo del Diamond Princess. Se cree que quien trajo la infección fue un hombre chino de 80 años que había desembarcado para cuando su test dio positivo el 1 de febrero. Aunque los huéspedes fueron aislados en sus camarotes y el barco atracó en Yokohama, Japón, la enfermedad siguió extendiéndose entre los 2666 pasajeros y los 1045 miembros de la tripulación. Los diez primeros casos se confirmaron el 5 de febrero. Las autoridades japonesas retiraron a los enfermos uno a uno y los trataron en un hospital local, pero por lo demás los pasajeros se quedaron confinados a bordo.
Los miembros del Centro Comunitario Filipino protestan porque consideran que hay una falta de protecciones sanitarias para los trabajadores filipinos del Grand Princess cuando el barco paró en San Francisco para reponer existencias antes de volver a alta mar.
Un trabajador que lleva una mascarilla limpia un pasamanos a bordo del Miracle, anclado en el puerto de Long Beach en California.
Ante el aluvión de correos y llamadas de los pasajeros y sus familiares, los CDC esperaron una semana para autorizar una operación de cuarentena. Para entonces ya habían dado positivo en coronavirus más de 200 pasajeros y 20 miembros de la tripulación, entre ellos muchos en el servicio de comidas. Sin embargo, las pruebas contradictorias y los retrasos de los resultados se tradujeron en más infectados.
Estados Unidos nunca había llevado a cabo una misión a una escala tan grande para evacuar a ciudadanos extranjeros en pleno brote de una enfermedad infecciosa, y menos en un crucero. «No había un código normativo», afirma Callahan.
Una agencia poco conocida que forma parte del Departamento de Salud y Servicios Humanos conocida como Secretaría Adjunta de Preparación y Respuesta se puso manos a la obra. Sus empleados improvisaron equipos de médicos, enfermeros y farmacéuticos y trajeron a Callahan y a otro experto en enfermedades infecciosas, ambos veteranos en las zonas de peligro del ébola en países africanos.
James Lawler, médico y codirector ejecutivo del Global Center for Health Security del Centro Médico de la Universidad de Nebraska, recibió la llamada un martes y al día siguiente ya estaba en un avión de camino a Japón, no sin haberse gastado una beca del gobierno de 35 000 dólares para comprar 21 trajes de biocontención presurizados. «Son un montón de maletas de mano», afirma.
Debido a la alta tasa de letalidad del virus (de un uno a un dos por ciento), el equipo trató a todo el crucero como «zona caliente», es decir, que tenían que aplicar los procedimientos de control de infecciones más estrictos. Se usó una tienda montada en el extremo más lejano del muelle para retirar y descontaminar o desechar su equipo tras salir de la embarcación.
Los médicos estudiaron el manifiesto del Diamond Princess para identificar a los ciudadanos estadounidenses y los examinaron a todos empezando con los pasajeros más vulnerables, como las personas mayores y quienes tenían patologías como la diabetes o problemas de movilidad. Un farmacéutico que trabajaba desde la biblioteca del barco mantuvo contacto por radio y obtuvo las recetas pertinentes de las farmacias japonesas.
Una vez autorizados, 329 estadounidenses con mascarillas fueron transportados en autobús hasta aviones de carga y los pusieron en cuarentena en bases militares en Estados Unidos. Once pasajeros acabarían dando positivo para cuando llegaron y los trasladaron a Nebraska. Otros tres caerían enfermos más adelante. Otros 111 estadounidenses fueron ingresados en Japón o se quedaron allí por diversos motivos.
En total, el brote del Diamond Princess infectó a 712 pasajeros y mató a nueve. Si los pasajeros hubieran sido aislados y se les hubiera puesto en cuarentena el 3 de febrero, quizá dichas acciones habrían evitado al menos 76 infecciones, según un análisis del Journal of Travel Medicine.
Un pasajero saluda mientras el personal médico empieza a trasladar a los pasajeros del Grand Princess a aviones en el Aeropuerto Internacional de Oakland.
«Fue la medida adecuada para que bajaran los estadounidenses», afirma Lawler.
La evacuación del crucero Grand Princess del 8 de marzo, que empezó a 80 kilómetros de la costa de California, fue aún más angustiosa para los servicios de rescate. En aguas turbulentas, el equipo médico tuvo que pasar de un pequeño barco de la Guardia Costera a un barco salvavidas y después a una escalera que colgaba del crucero, todo mientras llevaban los incómodos trajes de biocontención.
«Un error habría acabado en una lesión grave o en una muerte por ahogamiento o por un choque entre ambos barcos», dice una carta del gobierno enviada a Bryan Lovejoy, enfermero de esa misión.
Todos a bordo
En las seis semanas transcurridas desde la evacuación médica del Grand Princess, los procedimientos de cuarentena en cruceros han cambiado conforme la COVID-19 se volvía endémica en las comunidades estadounidenses y conforme varios estados y localidades han aplicado medidas de distanciamiento social.
Bajo la supervisión de los CDC, los cruceros son responsables de poner en cuarentena a los pasajeros mediante vuelos chárter o autobuses. Se separa a los pasajeros sintomáticos y asintomáticos y la Guardia Costera y las ambulancias gestionan a quienes necesitan evacuación médica. Como no se prevé que haya una vacuna hasta el año que viene, no está claro cuándo estarán a salvo los cruceros. El 15 de abril, la orden de no navegar de los CDC se amplió a 100 días o hasta que la agencia la rescinda. «Con esta pandemia, no recomendamos ir de crucero», afirma Friedman, de los CDC.
Princess Cruises, Holland America y Carnival Cruises han cancelado todas sus reservas de verano, aunque supuestamente ya aceptan reservas para 2021. En un comunicado, la Asociación Internacional de Líneas de Crucero (CLIA) declaró que «los cruceros no son ni la fuente ni la causa del virus ni de su propagación» y que «sería una premisa falsa vincular la mayor frecuencia y la visibilidad en los medios a una mayor frecuencia de infección».
Carolyn Wright, una fotógrafa de Santa Fe, que estuvo en cuarentena en el Grand Princess en Oakland el mes pasado, cuenta que ella y un amigo tenían una reserva para un crucero en Alemania este otoño.
«Ahora mismo no tengo las mismas ganas de ir al Crucero Vikingo», afirma. «No sé si pasará».
Brendan Borrell vive en Los Angeles y escribe sobre lugares y personas salvajes. Síguelo en Twitter.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.