«Fantasmagórica y melancólica»: la cuarentena ha silenciado la bulliciosa Estambul
La ciudad atemporal turca, que normalmente es un hervidero de actividad, se ha convertido en un puerto silencioso.
Las gaviotas sobrevuelan Estambul, en Turquía, vista desde el barrio de Karakoy.
El Bósforo, el estrecho que atraviesa el corazón de Estambul, fluye en la intersección de Europa y Asia. Es una vía acuática y una metáfora que une la vida social en esta ciudad de 15 millones de habitantes. En un día normal de primavera, los estambulís (de estudiantes en sudadera a abuelas con velo) acuden a los parques municipales que hay junto al agua para tomar el sol rodeados del canto de las aves marinas. En hora punta, una cacofonía de coches resuena en la sahil yolu (la carretera costera).
Pero en 2020, la vida junto al Bósforo es radicalmente diferente. La COVID-19 se ha adentrado en Turquía, que ya ha confirmado más de 110 000 casos y más de 2900 muertes, un alto porcentaje de ellas en Estambul. La ciudad, que ha observado el auge y la caída de los imperios romano, bizantino y otomano en sus 2500 años de historia ha sido conquistada temporalmente por una nueva fuerza.
«Normalmente, verías a miles de personas disfrutando del pescado fresco que cocinan en los barquitos y los restaurantes del puente de Gálata, y cientos de pescadores en las orillas del Bósforo», afirma el fotógrafo Emin Özmen, que vive y trabaja en Estambul.
Sí, los ciclamores en flor, un símbolo de la ciudad desde Bizancio, aún ostentan sus flores moradas en los parques y las ezans (llamadas a la oración) resuenan en un perfil urbano de minaretes. Pero la pandemia de coronavirus ha provocado el cierre de los restaurantes frente al mar y la desaparición de los vendedores de serbet que se apiñan frente a la mezquita Azul con su zumo de frutas helado y picante, y convertido los vapurs (ferris) en barcos fantasma prácticamente vacíos.
En una estación de autobuses de Estambul, un hombre con una mascarilla pasa frente a un cartel que publicita una serie de televisión sobre Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la Turquía moderna.
La pandemia desafía el alivio y la solidaridad que representa el Bósforo para los residentes de Estambul. «La vida no puede ser tan mala –pienso a veces– cuando, al menos, uno siempre puede ir a darse un paseo por el Bósforo», escribió el novelista turco y premio nobel Orhan Pamuk en sus memorias, Estambul: ciudad y recuerdos. Pero no es tan fácil.
Un ramadán tranquilo
La pandemia ha silenciado la celebración del ramadán, el mes de ayuno y oración musulmán que comenzó la noche del 23 de abril. Los rezos colectivos se han cancelado, aunque las mezquitas siguen abiertas para orar en solitario. «Aún prefiero ir a la mezquita para rezar, pero sin la comunidad tiene muy poco significado», afirma Halil Coskun, que dirige una tienda de fruta desecada en Kurtulus, un barrio del centro cerca de la plaza Taksim, el centro de la Estambul moderna. Los animados iftar, las cenas comunales que rompen el ayuno diurno del ramadán, han dejado de serlo. Se celebrarán en casa en familia, no de la forma tradicional de Estambul, en los parques públicos llenos de comida callejera, mercados y espectáculos de teatro de sombras.
El coronavirus también ha silenciado el turismo. El año pasado, la ciudad más grande de Turquía recibió una cifra récord de 15 millones de visitantes, atraídos por la bulliciosa vida callejera, los coloridos mercados de artesanía y especias y lugares Patrimonio de la Humanidad de la Unesco como Hagia Sofia, la iglesia bizantina convertida en mezquita y museo, y el palacio de Topkapı repleto de joyas, donde los sultanes otomanos mantuvieron sus harenes hasta el siglo XIX.
Pero el turismo se detuvo en seco entre el 10 de marzo, cuando se notificó el primer caso de COVID-19 en Turquía, y el 24 de marzo, cuando el gobierno cerró los principales museos, bazares y mezquitas de la ciudad. «Sabía que la pandemia afectaría a los negocios, pero ni siquiera se me pasó por la cabeza cerrar el hotel justo una semana después de las primeras cancelaciones de reservas», cuenta Yenal Toprak, dueño del Hotel Darüssaade cerca de la mezquita Azul, que cerró temporalmente su negocio debido al coronavirus. Por ahora, se ha prohibido entrar y salir de la ciudad hasta el 4 de mayo, igual que en las otras 30 provincias turcas. «Normalmente, la temporada turística en Estambul es de abril a noviembre», afirma Toprak. «Este año la hemos perdido».
Un espíritu resistente
Las orillas del Bósforo, en Estambul, suelen estar llenas de paseantes. Pero este día de marzo de 2020, solo había un hombre cantando una canción triste.
En el barrio de Beyoglu de Estambul, los residentes toman el sol en el balcón.
«Estambul es conocida por ser una fiesta», afirma Özmen, que describe a «el ruido de la gente tomando té al aire libre, los vendedores callejeros, las terrazas de cafeterías y restaurantes siempre llenas y muchos paseantes y turistas».
Pero ahora, la plaza de Sultanahmet de la ciudad vieja, que alberga Hagia Sophia y la mezquita Azul, está vacía salvo por unos cuantos lugareños que la fotografían al pasar. La mayoría de las tiendas de alfombras y recuerdos se han quedado sin luz; los pocos vendedores que quedan están frente a sus tiendas y solo se apartan las mascarillas blancas y finas de la cara para tomar té o fumar.
Al oeste, en el barrio de Eminonu, el Gran Bazar del siglo XV, que alberga a 2500 comerciantes de alfombras, vendedores de sandalias y buhoneros de antigüedades, permanecerá cerrado hasta el 24 de marzo. Su restauración, que llevará varios años y costará más de 17 millones de euros, se retrasará aún más. Los residentes rumorean que el repunte del precio del oro se debe al cierre de los mercados de metales del bazar.
No cabe duda de que Estambul está pasando por un mal momento, pero es una ciudad que siempre ha vuelto a levantarse tras los terremotos, los ataques terroristas y (en su época de Constantinopla en el siglo XIII) los saqueos de los soldados de las cruzadas. Como sus residentes, Estambul es una superviviente.
Los restaurantes de Estambul, como este con vistas al Cuerno de Oro del Bósforo, están cerrados y vacíos. El gobierno turco ha suspendido temporalmente visitar restaurantes, pastelerías y cafeterías debido a la pandemia de la COVID-19.
«La ciudad marca a todas las personas que pasan por ella, que la visitan, que viven aquí. Estambul hechiza», afirma Özmen. «Desde la COVID-19, todo eso ha desaparecido prácticamente. Pero la ciudad sigue siendo magnífica, fantasmagórica y melancólica de una forma hermosa».
Los turcos tienen una palabra para este tipo de melancolía que muestra tristeza y esperanza: hüzün. El novelista Pamuk lo describe como «una actitud mental que en última instancia afirma la vida tanto como la niega». Hüzün y resiliencia se entremezclan en las calles y callejones de la ciudad hoy, mientras sus habitantes hacen cola con mascarillas (a dos metros de distancia) frente a los mercados de alimentos y los repartidores de los supermercados transportan los productos a los pisos mediante sistemas de poleas anticuados con cuerdas y cestas. Los residentes recogen su compra por la ventana o el balcón y mandan el pago y la propina en la cesta.
Aunque se insta a los ciudadanos a #evdekal («quédate en casa»), la tradición local de cuidar de los gatos callejeros (kedi) perdura. Algunos residentes mayores que suelen dejar croquetas y agua frente a sus pisos han dejado de dar comida a los miles de felinos callejeros (pero normalmente amistosos) de la ciudad. Pero han intervenido otros residentes y trabajadores municipales con trajes de protección.
«Siempre doy de comer a los gatos, con pandemia o sin ella», afirma Hasan Doğruyiğit, agente inmobiliario de Kurtuluş. «Tengo un cuenco dentro de la oficina para que las gaviotas no roben la comida. Estos gatos me conocen y vienen y van según les place. Siempre dejo la puerta abierta para ellos».
Onur Uygun es escritor en Estambul y director gerente de National Geographic Traveler Turquía. Síguelo en Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.