Este es el país con más castillos de Europa
De fortalezas militares a casas señoriales: los castillos de Gales adoptan formas y tamaños muy diversos.
El puente colgante de Thomas Telford, construido en 1826, es uno de los primeros del mundo y conduce hacia la ciudad de Conwy, en Gales, donde se encuentra el castillo de Conwy.
Desde que la pandemia provocó el cierre temporal de las fronteras de muchos países, los iconos del continente europeo resultan aún más atractivos de lo normal, en parte debido a su inaccesibilidad. Y pocas atracciones europeas aparecen tanto en las postales y en publicaciones de Instagram como los castillos.
En España, centenares de castillos, torres y fortalezas se elevan sobre el horizonte según recorres nuestra geografía, como por ejemplo los castillos medievales de Alicante. Entre sus muros esconden la historia de siglos de batallas, guerras y asaltos que perviven en este patrimonio. Sin embargo, el lugar europeo idóneo para los amantes de los castillos no es la Costa Blanca, la región francesa del Loira ni la región alemana de Bavaria. El verdadero epicentro es Gales, que alberga más castillos por kilómetro cuadrado que cualquier otro país de Europa.
Desde las montañas de Snowdonia, en el norte, hasta la bahía de Swansea en el sur, hay castillos que recuerdan a la legendaria Camelot. ¿A qué se debe tal densidad? En parte, a la historia de Gales como territorio disputado. Los normandos, los galeses autóctonos y los ingleses, dirigidos por el expansionista Eduardo I, lucharon por el territorio y construyeron fortalezas épicas en un auge de la construcción de castillos que dominó los siglos XIII y XIV.
La cantidad de castillos galeses es tan grande como su variedad. «Para un país pequeño, tenemos prácticamente todos los tipos y formas, incluso castillos concéntricos con fosos, castillos con torres de entrada gigantescas y fortificadas, castillos que aprovechan las defensas naturales y castillos diseñados para ser residencias lujosas y preciosas», explica la historiadora Kate Roberts.
Para los aficionados a los castillos, puede que el de Kidwelly resulte familiar, ya que aparece en la película de Monty Python Los caballeros de la mesa cuadrada.
El castillo de Coch, construido como un decadente retiro campestre para el adinerado lord Bute, se encuentra en las colinas del sur de Gales.
La historia en la piedra
La amplia variedad de castillos sugiere hasta qué punto reflejan estas fortalezas la historia tumultuosa y cambiante de Gales. Un ejemplo es el castillo de Chepstow, que corona un acantilado en el río Wye. En un principio, este bastión del siglo XI fue uno de los primeros puestos de mando normandos construido por William FitzOsbern, un aliado de Guillermo el Conquistador. Pero fue su comandante posterior, William Marshall, quien convirtió el castillo en una fortaleza normanda formidable y construyó las primeras torres gemelas de entrada de Gran Bretaña.
El castillo tenía una doble función: también sirvió de depósito para el oro y la plata que consiguió Marshall. La parte más asombrosa de Chepstow es su portón de madera —el más antiguo de Europa—, que originalmente se revistió de placas de hierro para repeler a los invasores y mantener a salvo los tesoros expoliados por Marshall.
Carreg Cennen, en el sur de Gales, sobresale de un cantil rocoso y ofrece otra lección de la historia regional. «Lord Rhys disfrutó de un reinado largo y exitoso como príncipe. Expandió su territorio por el sudoeste de Gales y se ganó el respeto de sus coetáneos, entre ellos Enrique II», explica Roberts. «Pero sus últimos años de vida se vieron afectados por los conflictos familiares, ya que sus hijos competían por la supremacía y acabaron encarcelándolo», lo que sugiere que incluso los príncipes más astutos pueden correr destinos aciagos.
Castell y Bere, que se encuentra sobre un afloramiento remoto en un valle de Snowdownia, es un gran ejemplo de un castillo galés construido por un príncipe galés, el formidable Llywelyn el Grande. Aunque los príncipes autóctonos no contaban con los mismos recursos arquitectónicos y artesanales que poseía el rey inglés, la fortaleza del siglo XIII, construida para proteger la frontera meridional de Llywelyn, resistió.
«A pesar de las incorporaciones de Eduardo I tras capturar el bastión en 1283, el castillo es fundamentalmente un castillo principesco galés y exhibe varios rasgos característicos, como dos torres en forma de herradura», señala el historiador Bill Zajac. Aunque los caballeros anglonormandos diseñaron sus fuertes a modo de almacenes para sus botines, a Llywelyn le preocupaba más proteger sus reses y pastos, que simbolizaban la divisa medieval real para la aristocracia autóctona.
Si Castell y Bere representa una fortaleza galesa clásica, el castillo de Conwy es el ejemplo estrella de los castillos opulentos que construyó el rey Eduardo. El rey ofreció al maestro masón James of Saint George un generoso presupuesto para erigir un círculo de torreones altos, murallas, un salón central monumental y almenas enormes.
«Es una de las ciudades medievales más completa del mundo», indica Roberts. Además, desde él se ven las montañas irregulares de Snowdonia y la ciudad medieval de Conwy. A pesar de haber invertido una suma enorme en el castillo y las murallas de la ciudad, Eduardo I solo residió allí en una ocasión: cuando los galeses se rebelaron en 1284, pasó unas Navidades muy tristes emborrachándose en el castillo, reconfortado con un solo barril de vino.
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De bastión a mansión
Con el paso del tiempo, los castillos galeses cambiaron de forma. Con el fin de las guerras internas, pasaron poco a poco de fuertes de piedra y puestos de mando a casas señoriales decoradas con las mejores obras de arte y los tesoros más extravagantes de Gales, rodeadas de jardines elaborados.
El castillo de Raglan es un gran ejemplo de dicho cambio. «Las partes más antiguas del castillo se remontan a los siglos XIII y XIV, pero lo que ven los visitantes en la actualidad data del siglo XV, cuando Raglan se convirtió en una gran casa señorial, con aposentos lujosos que rodeaban un patio con una fuente», cuenta Roberts. «Las incorporaciones posteriores del siglo XVI incluían una conversión en una casa de campo isabelina magnífica rodeada de jardines en terraza y de un lago». Un ejército de gárgolas y grabados heráldicos enmarcan los patios del castillo, pruebas de las florituras artísticas que empezaron a adornar los fuertes originales.
En el siglo XV, el castillo de Raglan se convirtió en una casa señorial para varios condes.
Entre las partes más espléndidas del castillo de Powis figura la tienda ceremonial intacta de un sultán, tapices tejidos a mano y un jardín en terrazas.
El castillo de Caerphilly representa otro ejemplo de una fortaleza en evolución continua. Este gigante del siglo XIII en el sur de Gales, erigido por el barón normando Gilbert el Rojo para bloquear el avance de un príncipe galés, pretendía ser imponente, y lo ha logrado. Es el segundo castillo más grande, por detrás del castillo de Windsor, el mayor de Gran Bretaña.
Para resistir las invasiones, esta fortaleza modelo contaba con una serie de fortificaciones concéntricas, tres puentes levadizos y cinco conjuntos de portones dobles. Pero cuando el castillo, que quedó reducido a escombros tras la guerra civil inglesa, pasó a manos de los marqueses de Bute a finales del siglo XVIII, el fuerte se reacondicionó como mansión.
El castillo de Penrhyn se construyó en el siglo XIX como residencia para el dueño de una mina, que lo llenó con una de las colecciones de arte más impresionantes del país.
Entre las renovaciones que llevaron a cabo los marqueses a lo largo de los dos siglos siguientes figuran un techo de madera tallado en el gran salón y una serie de molduras elaboradas que enmarcan las ventanas. En la actualidad, su lago lleno de patos y su coto de caza son el sueño estético de todo amante de los castillos.
El castillo de Powis, ubicado cerca de la frontera con Inglaterra, es otra fortaleza medieval que se reinventó como galería de arte cuando se convirtió en el hogar de la familia aristócrata Clive en el siglo XIX. El lugar de honor de la colección del castillo lo ocupa la amplia gama de artefactos que trajeron de la India Robert Clive y su hijo Eduardo como botín colonial y que incluye la tienda ceremonial de un sultán, aún intacta.
En las galerías del castillo hay obras para todos los gustos: tapices tejidos a mano, muebles barrocos, un retrato de lady Henrietta Clive del pintor Joshua Reynolds y una preciada figura de mármol romana de un gato que lucha contra una serpiente. El espectáculo continúa fuera, en las 10 hectáreas de jardines en terraza italofranceses que rodean el castillo. El paisaje frondoso incluye tejos podados, macetas con flores y un invernadero.
Almacenes de tesoros
En algunos casos, los castillos galeses más recientes se concibieron desde un principio como lugares de ocio. El castillo de Penrhyn, una estructura neonormanda con torres y almenas imponentes, puede parecer una fortaleza, pero nunca albergó acciones militares.
La versión actual se construyó a principios del siglo XIX para un minero adinerado del norte de Gales como una especie de fantasía de fuerte medieval. Se diseñó específicamente para celebrar una clase magistral de arte. El castillo contiene una de las mejores colecciones de cuadros de Gales, que incluye paisajes holandeses del siglo XVII, retratos españoles y obras maestras venecianas, como un lienzo de Canaletto en el que aparece el Gran Canal. El jardín amurallado aporta un toque más al exceso artístico que rebosa el lugar.
El castillo de Coch, otro diseñado como obra de arte, es más un capricho arquitectónico que un castillo en toda regla. El adinerado lord Bute erigió «Castillo Rojo» de estilo neogótico en el siglo XIX en el emplazamiento de un fuerte normando del siglo XI. Como el dinero para el retiro campestre en el sur de Gales era ilimitado, el arquitecto William Burges se decidió por una exuberancia decadente.
El resultado —idóneo para las bodas y para los rodajes— es un castillo de cuento de hadas, que incluye torres cónicas y un puente levadizo muy romántico. Los interiores no se quedan atrás: los techos abovedados incluyen grabados de mariposas aleteando. «Mi habitación favorita es la sala de dibujo, que tiene unos murales preciosos basados en las Fábulas de Esopo», cuenta Roberts. «Esta era la versión del siglo XIX de la Edad Media, una explosión de color y fantasía».
Hay una característica más de los castillos galeses que los hace atractivos. Si bien evocan tanto la historia turbulenta de Gales como su sentido artístico en evolución, también permiten observar la belleza natural del país. Como suelen estar situados en terrenos altos, como atalayas defensivas impenetrables, revelan vistas panorámicas de las carreteras rurales, ríos, valles y montañas de Gales. El castillo de Rhuddlan se encuentra sobre un tramo del río Clwyd. El castillo de Harlech está encaramado sobre un acantilado casi vertical, con vistas a las dunas subyacentes y con los picos de Snowdonia de fondo. Y el fotogénico castillo de Kidwelly —que aparece en la escena inicial de Los caballeros de la mesa cuadrada de Monty Python— se sitúa cerca de la desembocadura del río Gwendraeth Fach.
Estos baluartes, que ya forman parte del paisaje local, son emblemas de una Gales que ha seguido cambiando, pero que ahora por fin puede vivir en paz.
Raphael Kadushin es el editor de tres antologías de viajes. Hasta hace poco, era el editor ejecutivo de University of Wisconsin Press.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.