La maravilla mecánica que alimentó las fuentes de Versalles

Esta es la historia de la máquina revolucionaria del siglo XVII que bombeó agua desde París al palacio real.

Por Ulrike Lemmin-Woolfrey
Publicado 21 ago 2020, 12:54 CEST
Fuente de Apolo en Versalles

La fuente de Apolo es una de las 55 del palacio de Versalles, un lugar Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

Fotografía de Berthold Steinhilber, Laif, Redux

Pocas maravillas del mundo son tan evocadoras como el palacio de Versalles, con sus relatos de intriga y escándalo ambientados en la opulencia. Fue allí donde los aristócratas del Grand Siècle de Francia conspiraron para ganarse los favores de los gobernantes del país, a veces haciendo o perdiendo sus fortunas en un día.

Este año es el 250º aniversario de la boda de sus residentes reales más famosos, Maria Antonieta y Luis XVI. Estos adolescentes casados fueron los últimos miembros de la realeza francesa que pasearon por sus salones áureos. Siguieron los pasos de Luis XIV, el abuelo del joven rey, que contribuyó a hacer de Versalles lo que es hoy.

Este lugar Patrimonio de la Humanidad de la Unesco es célebre por las arañas que jalonan la Galería de los Espejos, los apartamentos privados del rey y quizá más que nada por sus 55 fuentes que disparan agua hacia los cielos, llueven sobre jardines inmensos y danzan sobre los estanques. Aunque el château fue la envidia de los líderes mundiales en tiempos de Luis XIV, las fuentes no siempre han sido tan espectaculares. Harían falta un par de ingenieros belgas y una idea audaz: utilizar tecnología del siglo XVII para llevar las aguas del Sena, en el corazón de París, al campo, a una distancia de casi 18 kilómetros.

Ideas descabelladas

A finales del siglo XVII, Luis XIV tomó duras medidas contra los aristócratas rebeldes de París trasladando la sede de su gobierno a una aldea de la campiña, donde transformó el refugio de caza de su padre en una residencia de la corte apta para un «Rey Sol».

¿El problema? La zona estaba lejos de cualquier fuente que pudiera alimentar sus ornamentos acuáticos, que además de estar de moda en aquella época también «cumplían un papel político, expresando a ojos de los visitantes la vitalidad artística, el poder y la riqueza de la monarquía francesa», afirma Benjamin Ringot, auxiliar del Centro de Investigación del palacio de Versalles.

El gobernante francés que más tiempo reinó era un innovador. Fue previsor al aprobar la construcción del Canal du Midi, una idea descabellada para conectar el mar Mediterráneo con el océano Atlántico, impidiendo que los piratas amenazaran los buques de suministros y reduciendo los días, si no semanas, de viaje. Este amante de la ciencia fundó la Academia de Ciencias y el Observatorio de París. Y en 1715 celebró una fiesta de observación del eclipse solar con el famoso astrónomo Jacques Cassini.

Máquina de Marly

La máquina de Marly, diseñada por Arnold de Ville y Rennequin Sualem, se construyó a lo largo de cuatro años y costó el equivalente a 30 millones de dólares en la actualidad.

Fotografía de Pierre Denis Martin (1723), Getty Images

Para este reto hídrico, contrató a los ingenieros belgas Arnold de Ville y Rennequin Sualem, que sabían qué hacer: construirían una estación de bombeo enorme en los embarcaderos de Bougival, una localidad pintoresca a las afueras de París.

El plan consistía en conducir el agua del Sena por una elevación pronunciada hasta un acueducto a través de varios embalses hasta alimentar las fuentes y los elementos acuáticos de Versalles y del Château de Marly, una propiedad más pequeña en la actual localidad de Marly-le-Roi y que Luis XIV construyó para alejarse de los rigores de la corte en Versalles.

Cuatro años de construcción

Tras tres años de planificación, la construcción de la máquina de Marly comenzó en 1681. A lo largo de los cuatro años siguientes, 1800 ingenieros, obreros y carpinteros pusieron en acción el proyecto a un coste que hoy en día equivaldría a casi 30 millones de dólares. En total, un tercio del coste de construir Versalles se destinó a los jardines y las fuentes, según David Pendery, exresidente de Marly-le-Roi que lleva 25 años estudiando la máquina.

El Sena se desvió en dos flujos: uno para el tráfico de barcos y otro para suministrar la máquina. Catorce ruedas hidráulicas —cada una de 10 metros de diámetro— funcionaban con 251 bombas de succión y de rodamientos para impulsar el agua pendiente arriba a lo largo de un conjunto de tuberías y otras dos estaciones de bombeo para el Tour de Levant, la primera de dos torres situadas en cada extremo del acueducto de Louveciennes.

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    Basándose en los diseños de los antiguos romanos, el acueducto era una estructura enorme de ladrillo y piedra con 36 arcos y que alcanzaba una altura de 10,6 metros, casi 161 metros por encima del nivel del Sena. Cuando funcionaba a toda máquina, el acueducto de Louveciennes transportaba agua a lo largo de 800 metros y la gravedad tomaba el relevo el resto del camino.

    «La voluntad de Luis XIV posibilitó traer ideas que, por aquel entonces, aún no se habían gestado o habían quedado olvidadas desde los tiempos de los romanos, como los acueductos», señala Jean Siaud, ingeniero e historiador jubilado.

    Para el invento se necesitaron 850 toneladas de acero y plomo, 17 000 toneladas de hierro, 85 000 toneladas de madera, casi 10 kilómetros de cadenas y 5,4 toneladas de sebo para lubricar los engranajes.

    El tiempo pasa factura

    Pero la gran máquina tenía sus fallos. Con tantos componentes y partes móviles, era extremadamente ruidosa y molestaba a los vecinos de la realeza, como Madame du Barry, la última amante del hijo homónimo de Luis XIV, que describía el ruido como «infernal». Cientos de trabajadores mantenían la maquinaria en funcionamiento las 24 horas a un coste que hoy equivaldría a 55 000 dólares al año.

    Aunque, cuando bombeaba a plena capacidad, la máquina estaba diseñada para trasladar más de 3,7 millones de litros en 24 horas desde el Sena, nunca alcanzó esa meta, sino que enviaba poco más de tres millones de litros. La culpa era de la propia construcción, que provocó averías regulares. Otro problema era el exceso de agua que se desviaba para los jardines del Château de Marly, donde el rey celebraba sus fiestas de lujo con invitados como el zar ruso Pedro el Grande que, según dicen, quedó impresionado con la bomba.

    Pese a sus defectos, la máquina de Marly transportó agua suficiente para abastecer las 2400 fuentes de Versalles durante 133 años, aunque no con la potencia que emplean las fuentes del palacio hoy en día. En 1817, la máquina original de Sualem y de Ville se remplazó por un mecanismo que funcionaba con vapor, que a su vez se cambió por otro hidráulico en 1859. En la actualidad, la tataranieta eléctrica de la estructura extrae agua del vecino acuífero de Croissy y ha abastecido la zona con agua potable, no para fuentes, desde finales del siglo XIX.

    La máquina como musa

    Queda poco de la máquina de Marly salvo por una estación de bombeo en la diminuta Île aux Bernaches del Sena. El edificio que albergaba el aparato a vapor se encuentra en el Quay Rennequin Sualem, justo frente a la isla. El acueducto sigue en pie, así como un par de embalses tras él.

    Hoy en día, el acueducto marca la entrada a un parque donde antaño se alzaba el Château de Marly. En este lugar, el pequeño Musée du Domaine Royal preserva planos originales, partes, bocetos y modelos a escala de la invención revolucionaria de Sualem y de Ville.

    La máquina perdura en varias reproducciones de cuadros en esmalte que salpican el Paseo de los Impresionistas, que se extiende a lo largo de más de seis kilómetros por el Quay Rennequin Sualem. Estas obras en plein air se sitúan justo donde las pintaron artistas como Claude Monet y Camille Pissarro, revelando el panorama de una época y de un invento que, casi 350 años después, aún inspira admiración.

    Ulrike Lemmin-Woolfrey es un escritor autónomo de viajes que reside en París, Francia. Sigue sus aventuras en InstagramFacebook.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
     
    Puente colgante de Thomas Telford

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