Cuando todo reabra, ¿seguirán ahí los museos de arte?
Ante los cierres por la pandemia y la pérdida de ingresos, las galerías responden con exposiciones innovadoras, programas virtuales y protocolos de seguridad.
Los visitantes descienden por la escalera de Bramante de los Museos Vaticanos, Ciudad del Vaticano, el 8 de junio del 2020. Antes de la pandemia de coronavirus, el lugar recibía una media de 25 000 visitantes al día. En cambio, durante su reapertura en verano, los museos de antigüedades y arte solo recibieron a unas 3000 visitas al día. En el invierno del 2020, los Museos Vaticanos volvieron a cerrar por orden del gobierno.
A principios de marzo del 2020, la escultora y artista audiovisual Andrea Stanislav había planeado pasar un par de días en Pittsburgh, Pensilvania, para preparar una exposición que se inauguraría en otoño, una parada en su viaje por carretera entre su trabajo como profesora en Indiana y su estudio en Nueva York. Había programado unas charlas en la Mattress Factory, un museo de arte contemporáneo donde ese mismo año sería artista residente.
Pero el 13 de marzo, en medio de su primera reunión de negocios, Stanislav se convirtió en una artista residente desesperada en el museo, que llena varios edificios industriales de principios del siglo XX con obras de Yayoi Kusama y el alquimista de la luz James Turrell. La COVID-19 se acercaba.
«Eran las once de la mañana. De repente, durante la reunión, la gente empezó a mirar el móvil y a lanzarse miradas. Era evidente que pasaba algo», dijo. «Al final me dijeron: “Si quieres investigar en alguno de los otros museos, tienes que hacerlo hoy”.
«Así que empecé un tour maratoniano del Heinz Center, los museos Carnegie y el Warhol. Después me tomé un vodka con tónica para calmar los nervios», contó Stanislav. «Estábamos adentrándonos rápidamente en lo desconocido».
Pittsburgh, Pensilvania, que antes era un importante centro industrial, es ahora un centro cultural que alberga varias galerías de arte, entre ellas el Museo de Arte Carnegie.
Al día siguiente, los museos y otras instituciones culturales de Pittsburgh y otras partes del mundo cerraron. Stanislav acabó viviendo durante meses en un piso para artistas que mantiene la Mattress Factory, una estancia que cambió de forma radical el enfoque de su instalación. Se convirtió en una de las miles de artistas y trabajadoras de museos, galerías y salas de exposiciones que se dieron cuenta de cómo la pandemia puede repercutir en todo.
El año 2020 ha sido una época de crisis, innovación, ansiedad e introspección para todas las empresas, especialmente para los museos. Para las grandes galerías de ciudades que reciben turistas internacionales, las prohibiciones de viajar fueron casi ruinosas para sus modelos de negocio. Los museos regionales más pequeños descubrieron un aspecto positivo sorprendente cuando sus instituciones surgieron como símbolos de creatividad buena y colaborativa en sus comunidades. Así han afrontado los desafíos traídos por la COVID-19 algunos museos estadounidenses.
Innovación por necesidad
Algunos museos han visto una nueva oleada de interés por parte de los vecinos o los residentes de ciudades cercanas. «Las personas visitan los museos que tienen cerca de casa», afirma Colleen Dilenschneider, directora de participación en el mercado en Impacts Experience, una empresa de investigación que mide el comportamiento de los consumidores en 224 museos y centros culturales de Estados Unidos. «Quieren hacer excursiones de un día»
Casi todos los museos del país han ampliado sus ofertas digitales con exposiciones virtuales, videoconferencias con los comisarios de exposiciones y actividades infantiles por internet. Muchos también se han replanteado su alcance y sus colecciones en una época de cambios tecnológicos acelerados y confusión en Estados Unidos, debatiendo cómo refleja su arte la injusticia racial y social.
Por ejemplo, en diciembre del 2020, el Museo de Arte de Baltimore de Maryland anunció que solo adquiriría obras de mujeres artistas en el próximo año fiscal. Como parte de la reacción a los problemas puestos de manifiesto por las protestas del movimiento Black Lives Matter, el Museo de Arte de Nueva Orleans cerró Greenwood Parlour, el interior de una plantación de la década de 1850 que muchos consideraban que ensalzaba a los dueños de esclavos.
Desde un punto de vista práctico para combatir la COVID, directores y empleados se han especializado en la mecánica de sus lugares de trabajo, incluida la ventilación y la transmisión aérea del virus. Este conocimiento hizo que muchas instituciones se inclinaran a reabrir en verano con medidas de seguridad (mascarillas, distanciamiento social) y a volver a cerrar cuando las infecciones de coronavirus aumentaron en noviembre.
«Con la toma de decisiones, intentamos ser tan claros, justos y transparentes como podemos. Todo el mundo seguía la tasa de incidencia y sabía que era una cuestión de cuándo, no de si cerraríamos de nuevo», afirmó Hayley Haldeman, directora ejecutiva interina de la Mattress Factory. «Es un arma de doble filo y ambos lados son romos y dolorosos. En 2020 no podemos hacer mucho más».
No cabe duda de que será más fácil reabrir en el 2021, y exposiciones como la de Stanislav están programadas para primavera.
El precio del cierre
Ningún museo se ha librado de la incertidumbre ni de las dudas sobre si sobrevivirán a los cierres y a la bajada de ingresos durante la pandemia. Esta primavera, el Consejo Internacional de Museos encuestó a museos de 106 países acerca de las repercusiones de la pandemia y descubrió que más del 80 por ciento preveían reducir la programación y un 10 por ciento podrían cerrar de forma permanente.
Con el descenso y el aumento de los casos del virus, las galerías de Londres, París y Roma reabrieron a principios del verano y volvieron a cerrar en otoño durante los nuevos confinamientos. En Estados Unidos, la Alianza Estadounidense de Museos descubrió que un tercio de los 850 museos encuestados seguían cerrados en octubre y más del 10 por ciento temían no reabrir nunca. En algunas pequeñas ciudades estadounidenses, la crisis ha hecho que los directores de museos encabecen iniciativas creativas para sobrevivir.
Los visitantes de la Tate Modern de Londres rodean la Fons Americanus de Kara Walker en marzo del 2020, poco antes del cierre de la galería debido a la COVID-19. Este y otros museos de arte de todo el Reino Unido volvieron a cerrar a finales del 2020 conforme a las restricciones del gobierno por la pandemia.
Un ejemplo es Pittsburgh, una ciudad de 300 000 habitantes que alberga 50 museos y centros culturales, el legado de su riqueza industrial a principios del siglo XX. Steven Knapp, el nuevo ejecutivo de los cuatro Museos Carnegie, empezó a trabajar el 1 de febrero, semanas antes de que se declarara el confinamiento gubernamental en Pensilvania.
Durante los primeros días de la pandemia, Knapp y los líderes de otras instituciones locales (la Fallingwater de Frank Lloyd Wright, el Centro Cultural Afroestadounidense August Wilson) organizaron videollamadas de Zoom bimensuales para elaborar pautas de seguridad y protocolos de reapertura.
«Para una ciudad de su tamaño, Pittsburgh es una de las ciudades culturales más ricas del país. Queríamos que la gente volviera y sintiera que había vivido una experiencia agradable», dijo Knapp. Esto significó que, cuando los museos empezaron a reabrir durante el verano, había pegatinas de distanciamiento social en el suelo, guardias que garantizaban el uso obligatorio de mascarillas y, en la mayoría de los establecimientos, entradas programadas.
Gracias a las medidas de seguridad, los museos de Pittsburgh consiguieron índices de participación superiores a los de los museos nacionales. «En julio hubo un cuarto del tráfico normal. Ahora tenemos un 40 o 50 por ciento y hasta un 80 por ciento de la participación del año pasado», contó Knapp. «Ha sido una cuestión de gestionar el tráfico y mantener los patrones de tráfico unidireccional».
En Ohio, el Museo de Arte de Toledo —con sus impresionantes obras de arte renacentistas— ha registrado un aumento de los visitantes primerizos durante la pandemia. ¿Por qué? «Es normal, es una forma de salir de casa», contó el director Adam M. Levine. Cree que los visitantes de los museos buscan entretenimiento, estímulo y lecciones sobre cómo han soportado otras personas los momentos duros en el pasado.
Los museos se adaptan a tiempos difíciles
Los museos tienen una amplia gama de modelos de negocio; algunos dependen en gran medida de las donaciones, otros de las tarifas de entrada o de los alquileres para eventos especiales. Muchos no prevén que sus ingresos recuperen los niveles del 2019 hasta dentro de un año, como mínimo. Pero algunos museos apoyados por los impuestos locales o por grandes donaciones tienen futuros financieros menos nefastos.
Incluso los museos que no están amenazados con la extinción o por los recortes se han visto afectados por la pandemia. El Museo de Arte de San Luis (SLAM, por sus siglas en inglés), abierto desde 1879 en la ciudad junto al río Misuri, ha tenido que renovar su programa de exposiciones, ya que los prestadores internacionales se han mostrado reacios a enviar sus tesoros al extranjero sin garantías de cómo ni cuándo regresarán las obras. Sus comisarios de exposiciones decidieron «trabajar con lo que tenemos», explicó el portavoz Matthew Hathaway. Esto dio lugar a Storm of Progress («Tormenta de progreso»), una exposición de 120 obras de artistas alemanes que figuraban en las existencias del SLAM.
«Nos enorgullecemos de tener una colección alemana que podría rivalizar con cualquiera fuera de Alemania», declaró Hathaway. «Posee un vínculo directo con nuestra comunidad y nuestra cultura. Lo que podíamos hacer era obvio». La exhibición resultante muestra obras como Cristo y la pecadora (1917) del pintor Max Beckmann, una oda a la no violencia, y los irónicos diagramas de Sigmar Polke.
«Los museos echan un vistazo a sus propias colecciones y piensan: “¿Cómo reproducimos esto de una forma que no nos habíamos planteado?”», dijo Hathaway.
La pandemia como catalizador creativo
Una escultura de mármol del siglo XVI, «Reclining Pan» («Pan recostado»), es una de las obras europeas en el Museo de Arte de San Luis. El museo recurrió a su propia colección para organizar una exposición de arte alemán durante la pandemia de COVID-19.
En Pittsburgh, Stanislav descubrió que la COVID-19 condujo su arte en una nueva dirección.
Durante su residencia, había planeado grabar en vídeo los ríos y las colinas forestadas de la región con un dron, explorando el paisaje natural de Pensilvania.
Pero tras pasar meses en la zona norte de la ciudad, las calles donde en su día vivieron los obreros de las fábricas y donde vieron a sus vecinos tocar el violín o cantar desde sus entradas, recentró su obra en la comunidad local. Stanislav, cuyos antepasados inmigraron desde Praga, empezó a explorar a la población inmigrante de la ciudad y a considerar las plagas biológicas y artificiales a las que ha sobrevivido.
Tras descubrir a los Tamburitzans, un grupo de danza folclórica croata afiliado a la Universidad Duquesne, Stanislav decidió usar el movimiento para profundizar en la experiencia de los inmigrantes en Pittsburgh. Grabó al grupo en acción en los Carrie Blast Furnaces, un alto horno y Monumento Histórico Nacional que alberga las enormes ruinas de la industria siderúrgica de Pittsburgh del siglo XIX y principios del siglo XX.
El miedo al virus y la lluvia retrasaron algunas grabaciones. «Pasé mucho tiempo allí», contó Stanislav. «Eso dio al proyecto una forma de filtrarse y formarse directamente en la época que vivimos».
Un día soleado de noviembre, Stanislav se reunió con una docena de bailarines que llevaban mascarillas, túnicas bordadas y sombreros de fieltro. Los abuelos de algunos de ellos habían trabajado en las fauces ardientes de la acería. La mayoría conocía las duras condiciones de la fábrica y cómo y por qué los trabajadores se rebelaron en protesta por las jornadas de 12 horas y los salarios bajos a finales de la década de 1890. La huelga de Homestead de 1892, un conflicto sangriento entre los trabajadores siderúrgicos y una milicia dirigida por la empresa, dejó al menos 10 muertos en cada bando y numerosos heridos, paralizando este camposanto.
Mientras Stanislav grababa, los bailarines empezaron a girar en círculos cada vez más rápido entre los restos de metal oxidado, invocando una inquietante danse macabre. Entonces, apareció un caballo blanco. Lo montaba un bailarín, que se alejó al galope.
«Se convirtió en un homenaje a sus antepasados», contó Stanislav. «Tuvimos que parar para disfrutar de la belleza y del momento. Fue una descarga para todos y una metáfora de que la danza es una forma de ser visto y de seguir siendo humanos».
Christine Spolar es una escritora afincada en Londres cuyo trabajo también ha aparecido en The Washington Post y The Atlantic. Síguela en Twitter.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.