¿Por qué todo el mundo quiere ir a Portugal?
Ciudades llenas de historia, playas bañadas por el sol, gente amable... por no hablar del fabuloso vino de Oporto. Todo se ilumina en Portugal.
Oporto, con sus seis puentes que atraviesan el río Duero y sus interminables barriles de vino de Oporto, deslumbra al atardecer.
Es brillante. Dolorosamente brillante.
Entorno los ojos bajo la luz del sol mientras conduzco, al final de la tarde, serpenteando hacia el norte desde Lisboa. Tras tomar un desvío de la autopista y salir de un túnel, diviso mi destino: Oporto, shimmering in the Iberian sun. Awash in faded hues and tiles, Portugal’s second largest city is a panorama of blue, yellow, brown, and green. The colors calm me; they soothe my eyes and slow me down. It’s October and the breeze is cool.
resplandeciente bajo el sol de la península ibérica. La segunda ciudad más importante de Portugal es una panorámica de azules, amarillos, marrones y verdes. Los colores me relajan; alivian mis ojos y me hacen ir más despacio. Es octubre y la brisa es fresca.
Una vez fuera del coche y después de recorrer una maraña de calles y callejones, sigo una melodía que flota en el aire y encuentro a un hombre con su viejo órgano callejero. Tiene un pollo erizado picoteando semillas sobre una mesa, casi como si bailara al ritmo de la música. Detrás de él, el sol ha proyectado, sobre el muro de un edificio, trazada en la luz, la silueta del organillero. Parece un cuadro de la Escuela de La Haya. Echo un euro en la cesta del hombre, saco una foto y continúo caminando, aunque no muy lejos.
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Ahora soy uno de ellos, cámara en mano, buscando algo escurridizo: una iluminación que dure, una forma de aferrarse a los momentos fugaces que experimentamos cuando viajamos. La luz se filtra entre las calles como un arroyo entre los juncos: juega engañosamente con los lugares en los que cae, con salpicaduras, reflejándose en hermosos ángulos multifacéticos. Clic, a las baldosas azules y blancas; clic, a los reflejos de los pasteles en una vitrina; clic, al polvo levantado por los trabajadores que restauran edificios centenarios. Más escenas: el monasterio de Serra do Pilar, clasificado por la UNESCO como Patrimonio Mundial, la iglesia gótica de San Francisco, un hombre con un sombrero fedora verde. La gente se reúne en el puente Dom Luís I para ver la puesta de sol. En un café a orillas del río, una familia conversa y ríe mientras come el famoso plato de bacalao salado de Oporto, el bacalhau. Clic.
Al faro: Nazaré
Durante el vuelo, me senté junto a un viajero que compartió conmigo un secreto no muy bien guardado: Nazaré es una de las ciudades con playa más atractivas de Portugal, con algunas de las mayores olas del mundo. La temporada de olas grandes transcurre de octubre a mayo, y en noviembre de 2017 el surfista brasileño Rodrigo Koxa hizo historia al montar una ola de 24,38 m, batiendo el récord mundial de la ola más alta jamás surfeada.
El sol se pone sobre el faro construido en un pequeño fuerte en el promontorio más alejado de un acantilado en Nazaré.
Semejante dominio de los mares tiene un precedente. Desde principios del siglo XV hasta el XVII, los marinos portugueses dominaron las olas, iniciando una era europea de descubrimientos. El príncipe Enrique el Navegante instó a sus capitanes a seguir adelante en busca de una ruta hacia la India, lo que condujo al establecimiento de un vasto imperio comercial que se extendía desde África y la península arábiga hasta Sudamérica y el Caribe. Los marineros navegaban orientados por las estrellas y confiaban en los faros para guiarse con seguridad lejos de las rocas.
El faro de Nazaré funciona desde 1903, y es el mejor mirador de la zona, un asiento de primera fila para divisar cómo se practica surf. Desde la perspectiva de la luz en un antiguo fuerte, veo las amplias arenas blancas que se extienden a ambos lados del promontorio. A mi lado, unos corpulentos surfistas, cervezas en mano, otean el agua examinando sus próximas olas. Se percibe un frío otoñal en el ambiente, pero puedo imaginar estas arenas rebosantes en verano.
Ciudad de instrospección: Lisboa
Esta ciudad es fresca como una camisa almidonada. El olor a pan y a adoquín fregado me atrae a través de los pasajes y las calles estrechas de la capital. Un espresso, un saludo cordial y un pastel de nata (un pastel de flan de huevo) para comenzar el día. Los clientes se apoyan en el mostrador de cristal de la cafetería Leitaria Académica y son atendidos por un único camarero que se desenvuelve a la perfección, acostumbrado a esta coreografía matutina.
La plaza Luís de Camões, que lleva el nombre del gran poeta portugués, es un popular punto de encuentro en Lisboa situado entre los vibrantes barrios de Chiado y Bairro Alto.
Mientras camino por las calles, el Castelo de São Jorge se erige como un gigante cuya presencia en la historia es indeleble. Celtas, romanos, moros... todos llamaron hogar a este lugar en algún momento, y cada uno de ellos dejó una parte de su civilización para que los futuros residentes la descubrieran. Lo que más me sorprende es la vitalidad de la ciudad, antigua y descolorida, pero animada. Absorto por la inmensidad, sigo perdiendo los detalles. Deambulo a la deriva entre el pasado y el presente. Pero salgo de mi introspección cuando avisto una iglesia seductora u observo cómo los estudiantes universitarios se mojan unos a otros en una fuente, o me detengo para contemplar el cambio de guardia frente al Palácio de Belém. De repente, vuelvo al presente y me dispongo a buscar la siguiente calle por la que girar, la siguiente visión que acaparar.
Relámpagos en el horizonte: Alentejo
Me desplazo de colina en colina por la región del Alentejo, un paisaje suave para los ojos y los sentidos. La luz del sol atraviesa los alcornoques. Un toro blanco, durmiendo en un campo, se asemeja a una aparición fantasmal. Los cerdos van hurgando de una bellota a otra, buscando el sabor a nuez que da al jamón ibérico su riqueza. Castillos e iglesias salpican las cimas de las colinas; son reliquias del pasado, y sin embargo conservan un cierto influjo en la actualidad. Es temporada baja y las calles están vacías, salvo por un par de hombres fornidos, con caras y manos curtidas, que vuelven a casa desde el bar.
São Lourenço do Barrocal es una finca agrícola familiar convertida en hotel, bodega y complejo turístico ecológico en el corazón de la región del Alentejo, que ofrece paseos a caballo, catas de vino, un balneario y un monolito en la propiedad que data del período neolítico.
En la finca de São Lourenço do Barrocal, a los pies del castillo de Monsaraz, crecen olivos de más de 200 años.
Los olivos flanquean el camino de entrada a la finca São Lourenço do Barrocal, en las afueras de Monsaraz. Los propietarios me cuentan que algunos tienen más de mil años. Un árbol nudoso, pero que todavía produce aceitunas, crece a pocos metros de una piedra neolítica que ha sido testigo del paso de más de 5000 años. Imagino las conversaciones que estos dos monumentos han compartido a lo largo de los siglos. Se cierne una tormenta y la ciudad de Monsaraz emerge espectral ante un cielo lavanda. Caen relámpagos y los últimos rayos del día luchan por penetrar en la siniestra tormenta.
La hora dorada: Sagres
Estoy cansado pero el conserje del hotel dice que vaya: marca una X en el mapa y me pone el plano en las manos. "No te arrepentirás", me dice. Conduzco rápidamente por el pueblo de Sagres y cojo la salida de las tres en la rotonda. Enseguida el terreno se aplana y veo que hay coches aparcados junto a la carretera. Sigo conduciendo hasta que encuentro un lugar donde meterme. La gente camina, ríe y habla animadamente mientras el viento agita su pelo. La euforia de la multitud aumenta con la expectación. Algo espectacular está a punto de suceder.
Con los rayos del atardecer, los viajeros se bañan en el Cabo de Sao Vicente en Sagres, el punto que se halla más al suroeste de Europa.
Llego al final del trayecto, al punto más occidental de Portugal. Las olas del Atlántico chocan contra los acantilados de Sagres, las gaviotas se impulsan con las térmicas, volando cada vez más alto. Me coloco en un grupo de alrededor de un centenar de personas mientras un resplandor naranja irrumpe entre las nubes. Al principio, un silencio se apodera de nosotros mientras presenciamos el final del día en el fin del mundo. Entonces alguien levanta una copa de vino para hacer un brindis. El cielo cambia de naranja a púrpura y a tonos pastel de rosa y azul. Regresamos a nuestros coches lentamente mientras las sombras ocultan los últimos destellos de luz.
A continuación, le explicamos cómo planificar un viaje a este radiante destino.
Comida y bebida
La cocina portuguesa ha resistido durante mucho tiempo la invasión de la gastronomía fusión o molecular. Abundantes hasta la saciedad, los restaurantes familiares preparan satisfactorias variantes de bacalhau (bacalao salado), pollo piri-piri y pasteles ultradulces. No obstante, he aquí algunos intentos recientes de revolucionar el paladar portugués.
Belcanto/Bairro do Avillez: Las dos mecas gastronómicas del chef José Avillez, en el barrio lisboeta de Chiado, comparten su amor por la comida portuguesa reinventada. Belcanto cuenta con dos estrellas Michelín y platos exquisitos con nombres como "El jardín de la gallina de los huevos de oro". Bairro do Avillez es un espacio amplio que alberga una taberna informal, un mercado y un cabaret.
O Paparico: En un ambiente rústico e íntimo, un chef jefe alsaciano trasciende el clásico y esperado plato de marisco bacalhau, jugando con los colores y las combinaciones, pero manteniéndose fiel a la "portugalidad", título de un menú degustación. Como corresponde a una de las principales capitales mundiales de la viticultura, la bodega parece infinita y el bar merece una visita prolongada.
Peixaria da Esquina: Vítor Sobral, otro de los puntales de los libros de cocina portugueses, ha abierto en Lisboa y Brasil tascas informales con precios asequibles que se acercan a los sabores tradicionales pero con claridad y estilo, como el atún de las Azores con mango, pimientos y poleo. De la vitrina de mariscos de Peixaria da Esquina, pruebe los calamares salteados con hongos shiitake, habas y cilantro.
Epur: Inaugurado hace un año, este restaurante es un referente del futuro de la cocina portuguesa. El chef es francés, el menú y la decoración, minimalistas. Los platos hacen honor al nombre del restaurante al apostar por ingredientes locales esenciales. Desde el conejo hasta el atún, pasando por el preciado "cerdo negro", estos platos no gritan, sino que tararean suavemente. Situado frente a la escuela nacional de arte, el comedor también ofrece de una de las mejores panorámicas de la ciudad.
Majestic Café: Si se cansa de experimentar y busca un final adecuado para la comida, o si está hambriento después de una tarde de paseo, este palacio de la pastelería es un clásico del sector, junto con la Pastelaria Versailles de Lisboa. A punto de cumplir su centenario, ambos son ejemplos resplandecientes del apogeo de las bellas artes. Haga lo que hacen los lugareños: acompañe un pastel de flan de huevo con un bica fuerte (café espresso).
Lugares donde alojarse
Las habitaciones en Portugal disponen de vistas, así de como un considerable bagaje histórico y arquitectónico. Si bien las pousadas (posadas) administradas por el estado, enclavadas en antiguos palacios o conventos, siguen siendo una experiencia única, muchos alojamientos más recientes las superan con balnearios de vanguardia y la posibilidad de participar en el agroturismo.
Complejo familiar Martinhal Sagres Beach: Este complejo de lujo en el Algarve está concebido para viajeros multigeneracionales. Los adultos pueden tomar cócteles mientras los niños aprenden a surfear. Un conserje proporciona cochecitos, tronas o esterilizadores de biberones.
Verride Palácio Santa Catarina: Esta mansión recientemente renovada, con 19 habitaciones, tiene uno de los mejores miradores de toda Lisboa, encaramado sobre las empinadas callejuelas empedradas del barrio de Bica.
Hotel vinícola Quinta Do Vallado: Para disfrutar de la quintaesencia del mundo del vino de Portugal, este hotel vinícola de 13 habitaciones es el marco perfecto para contemplar el magnífico valle del Duero. Los huéspedes duermen en la casa solariega que data de 1733 o en una nueva ala terminada en 2012; ambas opciones se hallan en medio de las terrazas inclinadas de vides maduras.
São Lourenço do Barrocal: Sorprendentemente, es en el campo donde muchos de los arquitectos más vanguardistas de Portugal han desplegado su magia minimalista. Una humilde granja de trabajo cerca de Monsaraz transformada por Eduardo Souto de Moura, el São Lourenço do Barrocal mima con sobria sencillez.
El reportero de viajes John Krich proporcionó la información para este artículo. Sígalo en Twitter en @krichyland.
Anne Farrar es la directora de Fotografía de National Geographic Travel. Síguela en Instagram @afarrar.
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.