Estos elefantes están atrapados debido al mayor campo de refugiados del mundo
Entre los rohinyá desplazados a Bangladesh encontramos la tragedia de un grupo desplazado que desplaza a otro involuntariamente.
Durante miles de años, los elefantes asiáticos cerca de la ciudad de Cox’s Bazar, en el sureste de Bangladesh, han recorrido los mismos senderos forestales una y otra vez en sus rutas migratorias hacia y desde Birmania.
Pero el año pasado, empezaron a llegar los refugiados.
Entre agosto y diciembre de 2017, 600.000 refugiados musulmanes rohinyá han salido de Birmania y han cruzado la frontera bangladesí. Los refugiados, que huyen de violaciones, asesinatos y de lo que las Naciones Unidas han descrito como un «ejemplo de manual de limpieza étnica», se han establecido en campos dispuestos sobre ocho corredores migratorios fundamentales para los elefantes.
«No hubo tiempo para planificarlo de forma adecuada», afirma Raquibul Amin, representante bangladesí de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la autoridad mundial que determina el estado de conservación de los animales salvajes.
Cuando los elefantes intentaron migrar en septiembre del año pasado, se encontraron con un mar de personas, la trágica ironía de un grupo desplazado que desplaza a otro involuntariamente.
Elefantes y personas se asustaron por igual. Los elefantes huyeron de forma desordenada en busca de una salida, mientras que las personas intentaron buscar refugio y evitar que las aplastaran. Algunas intentaron ahuyentar a los elefantes tirándoles basura, creando aún más pánico. Después, sobrevino la tragedia.
Cuando Amin llegó al campamento principal, Kutupalong, a mediados de enero, encontró a una mujer sollozando. «Me enteré de que su marido había sido asesinado [por un elefante] aquella mañana, a la 1 o las 2 de la mañana». El elefante se había desviado 500 metros de la ubicación anterior de un corredor en busca de una salida. «Demuestra lo desesperado que estaba el elefante de encontrar un camino».
En total, los elefantes mataron a 13 personas entre septiembre de 2017 y febrero de 2018.
En marzo, las muertes cesaron, en gran parte gracias a los esfuerzos de la UICN y la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Estas organizaciones colaboraron para enseñar a las personas que viven en la zona y cerca de los corredores a enfrentarse a futuros encuentros con elefantes y a entender mejor a los propios animales.
También han creado un equipo de respuestas ante elefantes compuesto por 550 refugiados rohinyá que viven cerca de los corredores. Se turnan en 98 torres de vigilancias en torno a los campos y usan matracas y luces para ahuyentar a los elefantes que se acerquen. Las torres de vigilancia cuentan con personal las 24 horas del día y los vigilantes reciben un sueldo a cambio de su tiempo.
Desde marzo, el programa ha conseguido evitar que 28 elefantes entrasen en el campo.
Aún en estado de emergencia
Según Ehsanul Hoque, de la oficina de medio ambiente de ACNUR Bangladesh y que trabaja en el campo, explica que la iniciativa actual es una mera solución temporal. «Pero los elefantes siguen intentando acudir al campo. Hay escasez de alimento y llevan la migración en sus genes».
Hay problemas por partida doble: los senderos migratorios están llenos de refugiados e infraestructuras, pero conforme los campos crecen, la gente tala más bosque para obtener leña y crear espacios habitables, disminuyendo aún más el hábitat de los elefantes. Unos 38 elefantes se encuentran atrapados en una franja de bosque menguante junto al campo principal de Kutupalong.
«El propio campo disminuye el hábitat de los elefantes día tras día», afirma Amin, de la UICN.
A corto plazo, es un problema de seguridad y bienestar tanto para elefantes como para humanos. Los elefantes atrapados se arriesgan a quedarse sin comida. Y aunque el equipo ha evitado más muertes, existe un riesgo real de que se produzcan más enfrentamientos entre humanos y elefantes.
Según Mohammed Abdul Aziz, profesor de zoología en la Universidad de Jahangirnagar en Bangladesh que ha trabajado con la UICN para evaluar la situación, las implicaciones a largo plazo son más complejas. Al no poder migrar, dice que los elefantes podrían recurrir a la endogamia, lo que perjudicaría el acervo genético de esta población. Aziz explica que podría provocar la extinción local de la población.
«Si se quedan en una franja aislada, no ocurrirá ni mañana ni pasado mañana, pero perderán su diversidad genética», afirma Amin.
El problema se ve agravado por el hecho de que la población de elefantes de Bangladesh se encuentra en peligro crítico de extinción, ya que se enfrenta a problemas como la pérdida de hábitat y la escasez de alimento. Los 38 elefantes atrapados en el bosque son unos de los 268 elefantes salvajes que quedan en todo el país.
Una meta ambiciosa
La meta es reabrir el sendero. Puede parecer sencilla, pero en realidad se trata de una pesadilla logística descomunal.
El equipo de la UICN de Amin acaba de completar un estudio que ha determinado el área mínima de terreno necesaria para restablecer un corredor migratorio funcional. Como mínimo, tendría que tener 0,5 kilómetros de ancho y 3,5 kilómetros de largo.
Actualmente, el espacio alberga a 100.000 personas en 24.000 hogares, así como una serie de infraestructuras, como oficinas de visados y almacenes de suministros. Y desplazar a todas esas personas implicaría despejar aún más bosque para proporcionarles un hogar.
A esto se suma el hecho de que nadie sabe mucho acerca de estos elefantes en particular: cómo viven, cuándo migran ni por qué migran.
Hoque, de ACNUR, afirma que antes de que pase nada de esto, los grupos deben intentar comprender cómo viven estos elefantes. ACNUR y la UICN pretenden colaborar con el Asian Elephant Specialist Group —una red global de especialistas afiliada a la UICN y centrada en el estudio, la supervisión, la gestión y la conservación de los elefantes asiáticos— para colocar collares GPS a unos cuantos miembros de la población de elefantes asiáticos para poder rastrear sus movimientos y comprender su comportamiento.
Pero, aunque todo vaya según lo planeado —si el rastreo por GPS resulta un éxito; los grupos son capaces de desplazar a 100.000 personas y edificios y trasladarlos sin diezmar el bosque restante; y los elefantes usan el corredor reparado—, la frontera entre Bangladesh y Birmania sigue planteando un problema.
Para evitar que los rohinyás regresen a sus hogares, Birmania ha levantado largas vallas fronterizas y ha colocado minas terrestres —más invisibles y temibles—, según la información de los medios de comunicación. A Amin y su equipo les han informado de que las minas ya han asesinado a dos elefantes en el lado birmano. «Significa que, si queremos abrir el corredor, debemos empezar a hablar con el gobierno birmano para que también abra la frontera internacional», afirma Amin.
Amin afirma que el destino de los elefantes depende en parte de la distensión de una situación geopolítica y humanitaria tan profundamente tensa, compleja y sumida en la tragedia que, para superarla, sería necesaria una gran cooperación por parte del gobierno. Él y el equipo de ACNUR trabajan para reunir a gente de ambos gobiernos para debatir las opciones, pero es el primero en admitir que queda un largo camino por delante.
Un rayo de esperanza
Mientras tanto, Amin, Hoque y muchos más mantienen su compromiso de hacer lo que puedan. Además del éxito registrado por el grupo de vigilancia de elefantes, ACNUR ha empezado a dar combustible para cocinar a los refugiados para evitar que talen el bosque en busca de leña. A principios del año siguiente, su objetivo es empezar a suministrar combustible a todos los hogares de los campamentos.
Y aunque siguen existiendo muchos riesgos a largo plazo y se necesitará una cantidad enorme de diplomacia, cooperación y apoyo financiero para resolverlos, Amin se enorgullece del trabajo que han llevado a cabo todas las partes hasta la fecha. Sobre todo, está orgulloso del grupo especial para elefantes.
«Los 550 hombres rohinyá que han sido formados están bastante seguros de que el sistema funciona», afirma. «Son una hermandad».
Y mediante su iniciativa para proteger tanto a elefantes como a personas, el equipo también ha generado involuntariamente un rayo de esperanza. Se han convertido en los protectores de animales de los campos de refugiados de Cox's Bazar y han informado al departamento forestal de decenas de casos de capturas ilegales de animales salvajes cerca de los campos y educado a otros refugiados sobre el bienestar de los animales. Han salvado a un grupo de estorninos cautivos, un par de tortugas de hoja asiáticas a las que los niños maltratan y muchos monos, pitones y pequeños mamíferos.
Para Amin, esto es importante. «Se han convertido en la conciencia medioambiental de facto de los campamentos», afirma.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.