Los pepinos de mar, amenazados por la sobrepesca
Estos animales marinos son alimentos preciados que denotan posición social en China, lo que aviva la desastrosa sobrepesca.
Dos buceadores marroquíes contemplan el Atlántico gris sobre las rocas una hora antes del amanecer. No pueden permitirse cinturones de buceo adecuados y llevan gruesas bandas de goma encordadas con pesos de plomo. Cada uno transportaba una enorme rueda negra para flotar en el mar.
Los buceadores se pusieron las aletas, se metieron en el océano y nadaron hasta convertirse en puntos en la distancia. Recogían algas fuera de temporada, una actividad ilegal en Marruecos, pero ampliamente tolerada por el gobierno. Cada uno ganaría unos 53 euros al día, una quinta parte del salario mínimo mensual en Marruecos.
Ibrahim Morsli, de 35 años, cazaba ilegalmente pepinos de mar, un manjar chino cada vez más escaso vendido en el mercado negro. Estas criaturas blandas y protuberantes son víctimas de una epidemia de caza furtiva que se ha extendido.
Los pepinos de mar son muy nutritivos: son ricos en proteína y compuestos orgánicos complejos. Desempeñan un «papel ecológico primordial», explica Hakima Zidane, bióloga marina del Instituto Nacional de Investigación Pesquera.
Las criaturas, que se alimentan de restos de alimentos, pasan la vida inhalando agua salada y expulsando líquidos y sedimentos limpios. En muchas zonas, su disminución ha provocado aguas costeras más turbias o contaminadas. En hábitats de arrecifes de coral, su pérdida ha convertido los fenómenos de blanqueamiento masivos en una amenaza más grave.
Alarmado por las poblaciones descendentes de Marruecos, el Ministerio de Pesca prohibió todas las exportaciones de pepinos de mar en 2010 y empezó a intensificar los esfuerzos para detener el comercio ilegal.
Pese a los riesgos, Morsli estaba orgulloso de su duro trabajo para sustentar a su familia. «Pon mi nombre real en el artículo», insistió poco después de conocernos. Su compañero de buceo, más precavido, me pidió que utilizara el pseudónimo Omar. Evitaba los pepinos de mar porque, si lo pillaban cazándolos, podría pasar seis meses en la cárcel.
Su pequeña comunidad pesquera, Moulay Abdallah, se encuentra a 96 kilómetros al suroeste de Casablanca y, desde abarrotados apartamentos grises, más gente empezaba a dirigirse al mar.
Algunos pasarían el día en barcos de madera, esperando capturar pulpos, langostas, sardinas y otros peces. Otros se unirían a Morsli y Omar con flotadores similares. Muchos más, entre ellos mujeres y niños, vadearían las aguas poco profundas para sacar algas —conocidas como oro rojo— y algún que otro pepino de mar.
Morsli y Omar estaban a más de un kilómetro mar adentro cuando Daniels y yo nadamos hasta ellos para observar cómo trabajaban. Los dos llevaban trajes de buceo. Se colocaron las gafas y tomaron aire por los tubos antes de volver a sumergirse.
Densas franjas de algas rojas crecían en el fondo, siguiendo el ritmo de la marea. Aquí y allá, bajo las algas, yacía una captura lucrativa e ilícita, gorda e inmóvil como salchichas.
Cada vez que Morsli veía un pepino de mar, lo metía en una bolsita fijada a su flotador. Dos horas después, había recogido menos de 10. «Esta ya no es una región de pepinos de mar», me contó más tarde. «Son víctimas de la sobrepesca».
«Objetos raros»
Los pepinos de mar —de los que existen unas 1.700 especies en todo el mundo— son equinodermos, como los erizos de mar y las estrellas de mar. Solo unas cuantas especies poseen órganos sensoriales; ninguna tiene cerebro, solo ganglios de nervios para coordinar el movimiento. Es fácil capturar a los animales, sobre todo en aguas poco profundas, lo que los hace vulnerables a la sobrepesca para el mercado negro.
Algunas especies reptan con patas tubulares; otras se entierran en el lecho marino como gusanos. Muchas tienen la capacidad de aflojar las paredes de sus cuerpos, lo que les permite pasar por espacios estrechos o destriparse de repente —un mecanismo de defensa contra los depredadores— y desarrollar de nuevo sus órganos internos, un proceso que los científicos estudian para su uso en medicina regenerativa. Sacarlos de los océanos restringe las futuras oportunidades de estudio.
Ante el aumento de la demanda en Asia, las poblaciones están agotadas en un tercio de los más de 80 países de origen. Los científicos han clasificado a 16 especies como amenazadas, entre ellas aquellas con mayor valor comercial. Otras siete se clasifican como especies en peligro de extinción.
«El ginseng del mar»
Los pepinos de mar, que se secan y se envasan en cajas adornadas, son un alimento que representa categoría social en la cocina China y se sirven para celebrar ocasiones especiales o para honrar a los invitados. También son populares en la diáspora: Singapur, Vietnam y las Chinatown de los Estados Unidos, entre otros lugares.
Al principio, se consideraba que los pepinos, conocidos como haishen —algo así como «ginseng del mar»—, eran medicinales y que su aspecto fálico les imbuía de poder para combatir la impotencia y la fatiga. Más adelante, los consideraron uno de los cuatro tesoros marinos de la cocina cantonesa, junto a la aleta de tiburón, los abulones y las vejigas natatorias de algunos peces, como la totoaba.
La demanda de pepinos de mar se ha disparado en las últimas décadas, alimentada por el aumento de la clase media china. Entre 1996 y 2011, según un estudio de 2015, la cantidad de países exportadores pasó de 35 a 83.
«Los mercados globalizados conectan fuentes de suministro distantes con áreas metropolitanas de demanda», escribió Hampus Eriksson, autor principal del estudio y científico de pesca en WorldFish, un grupo de investigación sin ánimo de lucro con sede en Malasia. «La explotación se expande tan rápidamente por el mundo en estas redes de suministro modernas que la sobrepesca puede suceder antes de que se considere que la fuente se encuentra amenazada».
Advirtieron que «la velocidad y conectividad global de la red de comercio mundial» planteaba una amenaza creciente a nivel mundial, dando lugar a un nuevo término para describir el fenómeno: «explotación contagiosa».
Para principios de la década del 2000, los comerciantes de la costa oriental de África exportaban miles de toneladas de pepinos de mar al año. A medida que las poblaciones descendían, pasaron a explotar las aguas de África Occidental, entre ellas las de Marruecos.
En todo el mundo, el comercio cayó en manos de «mafias de pepinos de mar», según explica Marcel Kroese, de Traffic. En Asia, la famosa mafia japonesa Yakuza se introdujo en el mercado. Los traficantes de marfil de la ciudad del sur de China de Shuidong establecieron sus redes comerciales importando pepinos de mar. En México, grupos enfrentados de cazadores furtivos empezaron a luchar: al menos un barco prendió fuego y se registraron disparos en el mar.
El primer registro oficial de exportaciones de pepinos de mar de Marruecos, que data del 2001, se basa en la información de los registros de importación de Hong Kong, un importante centro del comercio de marisco salado en China.
La próspera pesquería sin regular trajo consigo una nueva fuente de ingresos para los lugareños, pero poco después las poblaciones se desplomaron en lugares como Moulah Abdallah y Sidi Abed.
La recompensa de la jornada
Al final de su jornada, Morsli y Omar habían conseguido unos 158 kilos de algas, a juzgar por las gigantescas redes bajo sus flotadores. Morsli también llevaba en la bolsa unos 30 pepinos de mar que pesaban más de dos kilos.
En la playa, donde ha llegado el calor ahora que las nubes matutinas se han despejado, la mujer y la madre de Morsli meten las algas en grandes sacos y los cargan en un carrito en la carretera. Enseguida ocultan los pepinos de mar, que valen menos de siete euros.
Ambas familias vuelven a un complejo de viviendas inacabado a las afueras de Moulay Abdallah. Allí tienden las algas a secar en la calle, entre las parcelas vacías, y pronto parece que del asfalto ha crecido pelo rojo.
Las algas de Omar serán procesadas en agar, un gel insípido e inerte empleado para desarrollar cultivos microbianos y en una serie de industrias, como el procesado de alimentos y la cosmética.
Para cuando llegamos a la casa de Morsli, los pepinos de mar que aumentarán mínimamente sus ingresos han desaparecido en una nevera, donde se quedarán hasta que su comprador lo llame. Aunque es «difícil y peligroso», vale la pena arriesgarse para recolectar pepinos, afirmó Morsli. Para sostener a su familia, todo ingreso adicional es necesario.
«Una oportunidad comercial importantísima»
Hakima Zidane es la encargada de determinar un nivel sostenible de explotación de pepinos de mar en Marruecos. Los pepinos de mar se consideran «una oportunidad comercial importantísima», según me contó, y el gobierno pretende aumentar la industria. «Nuestra labor es fomentar una explotación equilibrada».
Pero no es tarea fácil. Para 2012, cuando comenzaron las evaluaciones de las poblaciones, los pepinos de mar ya habían alcanzado una etapa de agotamiento avanzada.
El año pasado, el departamento pesquero elaboró un plan de gestión de pepinos de mar que incluye un programa piloto de cultivo. Según el plan, solo se puede pescar del amanecer al atardecer, y está prohibido bucear desde cualquier barco o con cualquier dispositivo de respiración. Una normativa estricta establece quién puede comprar, procesar y exportar la captura.
Sin embargo, la pesca ilegal sigue ocurriendo. En los pasillos del edificio del departamento de pesca en Casablanca, un agente responsable de las patrullas marinas explicó la dificultad de aplicar la ley. Como no tiene permiso formal para hablar conmigo, ha insistido en permanecer en el anonimato.
«Cuando ves la situación de los pescadores y sus familias, sabes que sería mucho peor si los metieras en la cárcel», afirmó. Recientemente, intentó confiscar los peces que se vendían ilegalmente en un abarrotado mercado al aire libre en Casablanca y el comerciante se enfrentó a él con un cuchillo. En otra ocasión, el pescador de pepinos de mar que pilló en el agua se había rociado con gasolina —como el vendedor de frutas tunecino que provocó la Primavera Árabe en 2010— y amenazó con prenderse fuego.
«La gente es pobre y está enfadada», me contó el agente. «Debes saber cuándo hacer la vista gorda. No puedes presionarlos demasiado».
Este artículo se ha producido en colaboración con la Food & Environment Reporting Network, una organización periodística independiente sin ánimo de lucro.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.