Las tortugas marinas sobreviven pese a los obstáculos que les ponemos
Estos reptiles han surcado los mares durante cien millones de años. Los hemos puesto en peligro, pero están recuperándose con un poco de ayuda.
Este artículo aparece en el número de 2019 de la revista National Geographic.
Para ver las facetas esperanzadoras y atroces de la forma en que tratamos a las tortugas marinas, el mejor lugar donde comenzar es el hotel Burj Al Arab Jumeirah. Esta torre resplandeciente de vidrio azul y blanco tiene la forma del foque de un barco que se dirige hacia la orilla. Se erigió hace dos décadas en una isla artificial en medio de la selva de acero plagada de grúas que es Dubái, parte de los Emiratos Árabes Unidos. Una suite real de 780 metros cuadrados incluye un cine privado y 17 almohadas entre las que elegir. Una estancia de fin de semana puede superar los 45 000 euros. Sin embargo, yo he venido aquí para visitar a los huéspedes que no pagan.
Tras atravesar una flota de Rolls-Royce blancos, me reúno con el inmigrante británico y biólogo marino David Robinson. Bajamos en ascensor al aparcamiento y pasamos junto a Lamborghinis de camino a nuestro destino: un laberinto de tuberías y piscinas de plástico, la unidad de cuidados intensivos de un elaborado hospital para tortugas marinas. En una bañera, una tortuga verde trata de recuperarse de daños orgánicos internos. Un piso más arriba, tortugas carey enfermas y en peligro crítico de extinción nadan en varios acuarios.
El hotel que alberga este centro de rehabilitación es propiedad de un holding cuyo impulsor es el emir de Dubái. Su alteza el jeque Mohamed bin Rashid Al Maktum, arquitecto del rápido crecimiento de la región, quiere que la ciudad se convierta en un modelo de gestión medioambiental. Pero las miserias de los reptiles en este epicentro de consumo revelan mucho sobre los males que afligimos los humanos a estas criaturas. Los trabajadores han visto tortugas con globos alojados en el intestino, tortugas con aletas rotas tras haberse quedado atrapadas en redes de pesca, una tortuga golpeada en la cabeza y arrojada por la borda de un barco. Una tortuga verde hembra fue golpeada por un barco cerca del noveno puerto más concurrido del mundo. El impacto le rompió el caparazón y de él se desprendió un fragmento irregular de 1,3 kilos del tamaño de una plancha.
«La gente hace estas cosas», afirma Robinson, exdirector operativo del centro. «Todo —cada aspecto, cada especie de tortuga, cada peligro al que se enfrentan— es antropogénico».
No se refiere exclusivamente a Dubái. Seis de las siete especies de tortugas marinas se consideran vulnerables, en peligro de extinción o en peligro crítico de extinción, desde las tortugas bastardas a las tortugas laúd. Se desconoce la situación de la séptima, la tortuga franca oriental.
Con todo, estas criaturas perseveran pese a los obstáculos que les ponemos. De las colonias de anidación de tortugas marinas analizadas recientemente, aumentaban más del doble de las que menguaban. Este año, se descubrió que las poblaciones de tortugas protegidas por la Ley de Especies en peligro de extinción estadounidense estaban en alza. Las tortugas verdes de Hawái, que durante años corrieron peligro, están recuperándose más rápido de lo previsto. Una tortuga liberada del centro de Robinson tras 546 días de tratamiento por una lesión en la cabeza recorrió el trayecto más largo documentado en una tortuga verde. Viajó 8281 kilómetros, de Oriente Medio hasta casi llegar a Tailandia, donde el dispositivo de rastreo dejó de funcionar.
Parece que las tortugas marinas son más resilientes de lo que pensábamos. «He visto todo tipo de lesiones, deformidades y enfermedades raras y ellas siguen adelante», afirma Bryan Wallace, que supervisa las evaluaciones de tortugas para la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). «¿Dónde están el dodo o la paloma migratoria americana del mundo de las tortugas marinas?». Aunque unas pocas poblaciones locales corren un peligro real de desaparecer —por ejemplo, las tortugas laúd de Malasia—, las siete especies aguantan a nivel regional y global.
Hemos saqueado los mares, construido en los litorales y provocado el calentamiento del planeta; es lógico preguntarse si estamos condenando a estos animales a la extinción. Pero tras meses cubriendo la situación de las tortugas marinas en varios países, creo que deberíamos considerar otra cuestión: ¿cómo podría ser la situación de estos reptiles con un poco más de ayuda?
Pasa el tiempo suficiente observando tortugas marinas y te costará no ver lo asombrosas que son. Surcan los mares con aletas delanteras que parecen alas, excavan nidos con apéndices traseros que cogen y tiran la arena como si fueran manos y expulsan agua salada, como lágrimas, por unas glándulas cerca de los ojos. Sus bocas son similares a los picos de las aves, quizá porque las tortugas comparten un ancestro común con los pollos. Todas salvo las tortugas laúd, con su capa de piel gruesa, tienen exoesqueletos óseos cubiertos de escudos de queratina, el material que compone los cuernos de los rinocerontes y nuestras propias uñas. Pero cada especie es diferente. Las tortugas carey son beneficiosas para los arrecifes, ya que comen esponjas que pueden asfixiar los corales. Las tortugas bobas utilizan sus fuertes mandíbulas para aplastar cangrejos herradura. Las tortugas laúd se alimentan de medusas y ascidias y pueden migrar fácilmente de Japón a California.
Las tortugas marinas se separaron de sus parientes terrestres hace más de cien millones de años. Sobrevivieron al asteroide que mató a los dinosaurios y a una extinción marina que redujo a sus poblaciones a la mitad hace dos millones de años. En la actualidad, las tortugas marinas están presentes en playas de todos los continentes salvo la Antártida y nadan en aguas tropicales y templadas.
Es posible que su ubicuidad explique los numerosos papeles que han desempeñado para las personas. Cuentan nuestras historias: en la mitología china, las patas de tortuga marina sostienen el cielo. Recurrimos a ellas en busca de curación: en África occidental, se creía que la carne de tortuga combatía la lepra y se consideraba que bañarse en caldo de plastrón—la estructura aplanada bajo el caparazón— de tortuga boba era un tónico para afecciones pulmonares. Incluso hoy, sus huesos y escudos se venden como medicina de China a México.
En la mayor parte de esta historia compartida, las tortugas no solo han sobrevivido, sino que han prosperado. «El mar estaba plagado de tortugas y eran de las más grandes, tan numerosas que parecía que los barcos encallarían sobre ellas», escribió un sacerdote español sobre la visión de Cristóbal Colón de las tortugas marinas de Cuba en 1494, durante su segunda travesía.
Hoy en día, algunos científicos creen que solo el Caribe precolombino podría haber albergado 91 millones de tortugas verdes adultas. Esa cifra es casi 10 veces superior a la de tortugas marinas adultas de todas las especies vivas en la actualidad. En el siglo XIX, había tantas en las islas Caimán que los colonos ingleses las utilizaron para suministrar carne a Jamaica. No mucho después, las tortugas de las Indias Occidentales se servían en pubs londinenses y John Adams sorbía sopa de tortuga marina durante el Primer Congreso Continental. Sin embargo, en cuestión de un siglo, las poblaciones de tortugas caribeñas se habían desplomado. Los cazadores de tortugas buscaron nuevas costas, presagiando una gran transición.
Acababa de empezar a llover una oscura noche costarricense cuando Helen Pheasey y yo atravesamos una playa con una linterna roja. Pheasey, candidata a doctora que estudia el mercado negro de reptiles, colabora con la organización de conservación estadounidense Paso Pacífico. Lleva en el bolsillo un huevo de tortuga falso con un transmisor GPS y estamos buscando a una posible madre. Señala una tortuga olivácea, sola, moviendo arena en la oscuridad. Mientras la tortuga pone los huevos, Pheasey se acerca gateando por detrás, llega al montón de huevos del tamaño de una pelota de pimpón y coloca el cebo en medio de la pila. Espera que los cazadores furtivos de huevos cojan el huevo falso junto al resto del botín.
Los huevos de tortuga son mercancías muy codiciadas en algunas partes de Asia y Latinoamérica. Pueden hervirlos en una sopa, prepararse en tortillas o echarse crudos en vasos de chupito acompañados de limón, zumo de tomate y pimienta. Los huevos no generan grandes beneficios, pero como la mayoría de las tortugas ponen entre 50 y 100 cada vez y dejan rastros largos del mar al nido sobre la arena, es fácil encontrarlos y robarlos «al por mayor».
En la mayoría de los países, la venta de huevos de tortuga ha sido ilegal durante años. Con todo, en 2018, la policía incautó una camioneta en Oaxaca, México, cargada de bolsas de basura con 22 000 huevos de tortuga. Dos años antes, las autoridades malayas habían interceptado a cuatro filipinos en barcos de madera transportando 19 000 huevos. Los 6700 euros que podrían haber ganado aquellos marineros casi triplicaban el salario anual medio de su comunidad. Según Pheasey, el robo de huevos suele estar vinculado a la pobreza o al consumo de alcohol y drogas. Pero espera que los huevos falsos contribuyan a detener a los traficantes organizados.
Hace poco, un sábado cerca de Guanacaste, Costa Rica, los ladrones robaron en 28 nidos, un botín que incluía los huevos falsos de Pheasey.
A las 7 de la mañana del lunes, Pheasey observó el trayecto del huevo desde la península hasta la parte trasera de un edificio en tierra firme en una aplicación para smartphone. Tras una breve demora, el huevo volvió a moverse a un barrio de San Ramón, a 137 kilómetros de la playa. Pheasey siguió la ruta en su coche. El huevo había hecho una parada en la zona de carga de un supermercado. Una vez allí, es probable que cambiara de manos y que fuera transportado a la casa de alguien.
Pheasey y Paso Pacífico siguen mejorando sus tácticas, pero aunque los huevos son prometedores en la lucha contra los contrabandistas, ese es solo uno de los problemas que asedian a las tortugas. Hemos reducido las playas de anidación al construir rascacielos, hoteles y subdivisiones frente al mar. Hemos iluminado el litoral con farolas que las desorientan. Cuando las tortugas logran encontrar arena donde poner huevos, la luz las hace vagar de forma errante. Algunas son atropelladas por coches. La contaminación, como los productos tóxicos oleosos o los plásticos, se filtra al mar. Pajitas y tenedores de plástico se quedan atascados en las narices de las tortugas. Las tortugas laúd hambrientas confunden bolsas de plástico con medusas.
Una nueva investigación sugiere que en los últimos 150 millones de años nueve millones de tortugas carey han sido asesinadas, principalmente por sus caparazones rojos y dorados, que se convierten en pinzas para el pelo, gafas, joyeros y muebles.
La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES) empezó a prohibir la venta de artículos de tortuga en los 70, pero no siempre ha funcionado. En 2012, un equipo de investigadores descubrió miles de artículos de tortuga carey a la venta en Japón y China. Pese a que no disponían de cifras sólidas, los científicos calculan que solo quedan entre 60 000 y 80 000 tortugas carey hembra anidadoras en todo el mundo.
Por otra parte, algunos países aún permiten la caza de subsistencia de carne de tortuga. Pero incluso en los países donde se ha ilegalizado la práctica, las prohibiciones son inútiles si no se aplican, si los residentes locales no las aceptan o si no existen formas alternativas de obtener ingresos o alimentos. Por ejemplo, solo en Mozambique y Madagascar, los cazadores matan cada año decenas de miles —y quizá cientos de miles— de tortugas verdes adultas y jóvenes.
Hay cierta esperanza en los lugares donde los residentes se han sumado a las iniciativas de conservación de tortugas. Una mañana en Costa Rica, viajo en un camión de reparto mientras el mar resplandece entre las palmeras. Transporta 80 bolsas con 96 000 huevos de tortugas. Unos kilómetros más adelante, aparcamos en un cobertizo abierto. Los hombres descargan la delicada mercancía en una mesa de clasificación donde las mujeres colocan los huevos en bolsas más pequeñas. Pronto los habrán envasado y los venderán a bares y restaurantes de lugares alejados, como la capital, San José. Aquí, esto es legal y es posible que incluso ayude a las tortugas.
Cada mes, esta playa de Ostional, en una península del litoral pacífico de Costa Rica, alberga una de las anidaciones más multitudinarias del mundo. Este fenómeno, conocido como arribada, suele comenzar en plena oscuridad, como esta mañana. Miles de tortugas oliváceas hembra se congregan mar adentro; sus siluetas se recortan sobre el cielo estrellado. A continuación, como siguiendo una señal misteriosa, empiezan a llegar a la orilla. Vienen en olas, tropezándose y avanzando a empujones, ignorando los peligros que las rodean: buitres, perros callejeros, mapaches hambrientos. Empiezan a excavar, desenterrando y aplastando los huevos de otras, llenando nuevos agujeros de futuras crías antes de regresar al mar.
Los humanos llegan al amanecer. Los hombres descalzos dan pasos en una danza extraña, pisando con cautela desde talón a la punta del pie, sintiendo la arena suelta con los pies. Cuando la encuentran, se agachan y excavan hasta alcanzar los huevos. Después, los adolescentes y las mujeres empiezan a llenar las bolsas.
Ostional no se convirtió en una comunidad hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Pero en los 70, los colonos ya habían empezado a depender de las tortugas. El suelo no era bueno para la agricultura y el trabajo escaseaba, así que los residentes recogían huevos de tortuga para alimentar a sus cerdos. «Entonces, las tortugas no eran más especiales que los pollos», cuenta María Ruiz Avilés, que ha dejado de etiquetar bolsas de huevos para tomarse un descanso.
Costa Rica intentó prohibir la recolección de huevos en los 70, pero la aplicación de la ley era laxa. Finalmente, los investigadores recomendaron una solución: un comercio regulado, legal y doméstico. Durante una arribada aparecen tantas tortugas que excavan muchos más nidos de los que caben en la playa. Aunque no hubiera caza furtiva, hasta la mitad de los huevos quedaban destrozados, normalmente por otras tortugas. El gobierno nacional de Costa Rica permite a los pocos residentes de Ostional recoger legalmente parte de los huevos.
Hoy, muchos consideran que la recolección de huevos de Ostional es un éxito. Los residentes recogen una pequeña cantidad de huevos y algunos biólogos creen que sacar de la playa los huevos excesivos impide que los microbios maten más. El dinero de las ventas financia las patrullas en la playa y la aplicación de la ley para mantener a raya a los furtivos. Tras cada venta, se emite documentación para que los compradores sepan que los huevos son legales. Los residentes ahuyentan a los depredadores para ayudar a las crías restantes a llegar al mar. «Hacemos un buen trabajo», afirma Ruiz Avilés.
Esto no significa que deba exportarse este modelo. La demanda de huevos de Costa Rica es solo una fracción de la de México, por ejemplo. Aquí, las arribadas aportan una gran abundancia de riquezas, porque la selección de huevos podría ayudar a que sobrevivan más crías de tortuga. «En mi opinión, Ostional nunca debería adoptarse como ejemplo de conservación en ninguna otra parte, nunca», afirma el costarricense Roldán Valverde, profesor de la Universidad del Sudeste de Luisiana. Aunque algunos expertos sugieren que esta recogida legal previene la recolección ilegal de huevos, otros temen que legitimar este comercio perpetúe el mercado negro. Por desgracia, solo podemos tomar decisiones a partir de información imperfecta.
De hecho, no está claro cuántas tortugas marinas de cada especie quedan ni cuántas son suficientes para garantizar su supervivencia. Una nueva investigación sugiere que algunos recuentos de poblaciones basados en las playas de anidación podrían ser demasiado generosos. Pero los recuentos de nidos también pueden subestimar las poblaciones de tortugas. «Debemos saber mucho más sobre qué ocurre en el agua, donde las tortugas marinas pasan el 99 por ciento de sus vidas», afirma Nicolas Pilcher, biólogo experto en tortugas marinas que trabaja para gobiernos y ONG.
Pilcher pilota un barco sobre praderas marinas poco profundas a unos 80 kilómetros al oeste de Abu Dabi. Está en un rodeo de tortugas, persiguiendo a una tortuga verde que zigzaguea bajo la superficie del agua. Cerca de la proa, Marina Antonopoulou, del Emirates Nature-World Wildlife Fund, se coloca sobre la borda. Cuando Pilcher grita, se lanza hacia el caparazón para intentar sacar a la tortuga del agua y subirla a la superficie del barco. Pero el animal se escabulle. Antonopoulou se queda en el agua, frustrada pero entretenida. Pilcher continúa.
Antonopoulou y un equipo de científicos, entre ellos algunos del gobierno de Abu Dabi, recorren la reserva de la biosfera marina de Marawah en los EAU para saber a dónde se dirigen estas velocistas. Cerca de los pies de Pilcher hay media docena de tortugas. Un rápido procedimiento quirúrgico revelará si estos animales son macho o hembra y si están listos para aparearse y anidar. El equipo colocará dispositivos de rastreo a algunas y, a continuación, las pondrá en libertad. «Intentamos vincular el lugar donde viven estas tortugas, que es aquí, al lugar donde ponen los huevos», afirma Pilcher. Esta labor es fundamental para salvar a las tortugas.
Las tortugas acostumbran a alimentarse en aguas controladas por un gobierno y a anidar en playas controladas por otro. Esto se aplica en Oriente Medio, donde las tortugas de los EAU ponen huevos en Omán, Arabia Saudí, Kuwait, Irán o incluso Pakistán. Los conservacionistas y el gobierno de Abu Dabi no pueden negociar con países vecinos para protegerlas sin saber qué tortugas van a qué lugares. Esto es de gran importancia porque el desarrollo de Oriente Medio está en auge y «el hábitat de anidación de las tortugas mengua constantemente», afirma Pilcher.
La conservación de las tortugas marinas ha avanzado mucho en las últimas décadas en muchos lugares del mundo. En Florida y Hawái, los resorts y los hoteles costeros están reduciendo la iluminación frente al mar. El uso de dispositivos que permiten a las tortugas salir de las redes de pesca ha salvado a tortugas bastardas en México y a tortugas bobas en el Atlántico y se está probando en otras zonas. Hemos clausurado pesquerías y cambiado los anzuelos de pesca comercial para impedir las capturas incidentales. Unas cuantas flotas pesqueras cuentan con observadores que documentan las interacciones con tortugas.
Con todo, aunque estamos progresando, también surgen retos nuevos y complejos. La temperatura de la arena donde se gestan los huevos determina el sexo de las tortugas. Las arenas más cálidas producen más hembras, por eso conforme el cambio climático incrementa la temperatura de la arena en los trópicos, nacen más tortugas hembra.
Una tarde cálida en la bahía de San Diego, California, observo cómo un grupo de científicos sostiene una tortuga verde mientras Camryn Allen saca rápidamente un vial de sangre. Durante años, Allen, de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica estadounidense, ha empleado hormonas como la testosterona para saber el sexo de las tortugas marinas. Aquí ha aumentado ligeramente la proporción de hembras respecto a la de machos, pero su reciente experiencia trabajando en Australia la ha alarmado.
La isla Raine, una medialuna de arena de 21 hectáreas al borde de la Gran Barrera de Coral, es la mayor isla de anidación del mundo para tortugas verdes. Más del 90 por ciento de las tortugas verdes del norte de la Gran Barrera de Coral ponen los huevos aquí y en el cercano Moulter Cay. Pero Allen y sus colegas descubrieron que, con el aumento de las temperaturas, las tortugas verdes hembra que nacen en Raine han superado a los machos por 116 a uno.
«Ver estos resultados me dio un susto de muerte», afirma Allen.
No es el único peligro que plantea el cambio climático. El aumento de la intensidad de los huracanes arrasa con cada vez más nidos de tortugas. El aumento del nivel del mar inunda los puntos de anidación y ahoga los huevos.
A pesar de todo, hay señales de esperanza. Las tortugas no han sobrevivido cien millones de años sin desarrollar estrategias para resistir épocas difíciles. Pueden ralentizar su metabolismo y pasar meses sin comer. Algunas hembras se han saltado las temporadas de anidación durante años y han aparecido una década después. Una nueva investigación sugiere que los machos podrían aparearse con hembras de poblaciones reducidas. Además, las tortugas marinas pueden cambiar de playa de anidación en épocas de estrés.
Allen ha ido perdiendo ese miedo inicial al observar la versatilidad de las tortugas. «Quizá perdamos poblaciones pequeñas, pero las tortugas marinas no desaparecerán por completo», afirma. «Creo que es posible que las tortugas, entre el resto de las especies, tengan una oportunidad». Pero no pueden lograrlo solas.
El escritor Craig Welch cubrió el derretimiento del permafrost en el número de septiembre. Este es el décimo encargo del fotógrafo Thomas P. Peschak para National Geographic.
La cobertura fotográfica de este reportaje ha contado con el apoyo de Hussain Aga Khan, la Paul M. Angell Family Foundation y la Save Our Seas Foundation.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.