«Una crisis en toda regla»: así combaten en Kenia el envenenamiento de buitres

Una respuesta rápida impidió que se produjera una tragedia mayor en Kenia. Sin embargo, las poblaciones de buitres africanos siguen siendo precarias.

Por Haley Cohen Gilliland
Publicado 28 nov 2019, 19:03 CET
Buitres muertos
Al menos 10 buitres ingirieron veneno al alimentarse del cadáver de una hiena asesinada con plaguicidas. En colaboración con los guardabosques, Valerie Nasoita, del Peregrine Fund, pasó seis horas trabajando para salvar a los buitres supervivientes pero débiles.
Fotografía de Charlie Hamilton James, National Geographic

Cuando los guardabosques que patrullaban el área de conservación de Ol Kinyei, en Kenia, encontraron una hiena muerta y casi una docena de buitres tendidos en el suelo el 13 de noviembre, supieron de inmediato qué había ocurrido: los habían envenenado. Varias aves mostraban señales de vida, aunque estaban débiles.

Simon Nkoitoi, director del área de conservación privada dentro de la reserva nacional de Masái Mara, llamó a Valerie Nasoita, funcionaria de enlace del Peregrine Fund, una ONG dedicada a proteger aves rapaces.

«Por favor, venid a salvarlos», suplicó Nkoitoi.

Nasoita, que creció en Masái Mara, forma parte de una red de respuesta rápida formada en 2016 por varios grupos de conservación preocupados por la precaria situación de la población de buitres de África.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza considera que, de las once especies de buitre del continente, siete se encuentran en peligro crítico de extinción o en peligro de extinción. En las tres últimas décadas, ocho especies de buitres africanos han descendido una media de un 62 por ciento, según un estudio de 2015 llevado a cabo por investigadores de varias universidades y ONG, entre ellas el Peregrine Fund. El estudio determinó que más del 60 por ciento de las muertes de buitres documentadas se debían al envenenamiento.

«Es una crisis en toda regla», afirma Simon Thomsett, del Kenya Bird of Prey Trust, una organización que rescata y rehabilita aves rapaces en el valle del Rift del país.

Nasoita cuida de un buitre envenenado. Trabaja para responder rápidamente a los envenenamientos y educar a su comunidad sobre la importancia de estas aves vilipendiadas.
Fotografía de Charlie Hamilton James, National Geographic

Gracias a equipos de respuesta rápida y colaborativa como el de Thomsett y Nasoita pueden mitigarse parte de las consecuencias, pero los grupos de conservación que trabajan para proteger a los buitres siguen centrados en cómo disuadir el envenenamiento.

Buitres atacados

El envenenamiento de buitres en África puede dividirse en dos categorías. En el África meridional, los furtivos envenenan elefantes y rinocerontes muertos para matar buitres de forma intencionada, ya que estos pueden revelar sus actividades ilícitas a los guardabosques. En junio se produjo un caso bastante truculento: más de 530 buitres en peligro de extinción murieron tras alimentarse de un elefante envenenado en Botsuana.

En el África oriental, los buitres suelen ser daños colaterales en batallas entre humanos y depredadores. A veces, los pastores que pierden ganado porque lo devoran leones, hienas y otros carnívoros rocían plaguicidas tóxicos sobre los cadáveres de los animales como venganza. El veneno mata al depredador, pero también a los buitres que se abalanzan para alimentarse de los animales envenenados.

Thomsett afirma que, con el crecimiento de la población humana de Kenia, Masái Mara se ha convertido en un punto caliente de envenenamientos vengativos. El Cottar’s Wildlife Conservation Trust, que gestiona el área de conservación comunitaria de Olderkesi en Masái Mara, estima que ocurren cada dos meses aproximadamente.

Consecuencias humanas

Con picos ganchudos y cabezas y cuellos con plumas escasas, los buitres no serían los competidores idóneos en concursos de belleza aviares. Su dieta, que consiste en devorar animales que acaban de morir, tampoco despierta simpatía. Según Ralph Buij, director del programa del Peregrine Fund en África, esto hace que los buitres sean un grupo más difícil de proteger que una especie fotogénica como los elefantes y los leones.

Sin embargo, al ser los únicos vertebrados terrestres que pueden mantenerse con carroña, los buitres son fundamentales para la salud del ecosistema africano. Los buitres, que aparecen en menos de media hora tras la muerte de un animal, eliminan la carroña de forma eficaz, ya que son capaces de engullir casi un kilo de carne en un minuto. Tienen estómagos muy ácidos, lo que les permite digerir de forma segura animales tanto enfermos como sanos, reduciendo así la posibilidad de que enfermedades como el ántrax, la tuberculosis y la rabia se contagien a otros animales o a humanos.

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    Un grupo de buitres consigue robarle la comida a un guepardo

    Los conservacionistas citan la India como una historia con moraleja de lo que puede ocurrir cuando desaparecen los buitres de los cielos. En los años 90, los investigadores observaron un desplome impresionante de las poblaciones de buitres. Acabaron vinculando estas muertes al diclofenaco, un fármaco antiinflamatorio que usaban los pastores para tratar el dolor de vacas enfermizas, consideradas sagradas en la cultura hindú. Cuando las vacas fallecían, los buitres las devoraban, ingerían diclofenaco y morían.

    En 2006, la India, Pakistán y Nepal prohibieron el fármaco para usos veterinarios, pero las poblaciones de buitres más comunes de la India —el buitre dorsiblanco bengalí, el picofino y el de pico largo— ya se habían desplomado más de un 96 por ciento. Las consecuencias fueron graves para los humanos: un estudio de 2008 determinó que el descenso de los buitres estaba relacionado con un repunte de la cantidad de perros callejeros, que ya no tenían que competir con los buitres por la comida. Esto causó un incremento de los mordiscos de perros, que a su vez, según se estima, provocó unas 48 000 muertes humanas debido a la rabia.

    Iniciativas de rescate

    Desesperados por evitar una calamidad similar, los grupos de conservación de Kenia luchan por responder a cualquier envenenamiento cuanto antes.

    En cuanto la avisaron de los buitres afectados en Ol Kinyei, Valerie Nasoita se subió a una moto y acudió velozmente a la escena del crimen. «Llegué allí siete minutos después de enterarme», afirma.

    Un guardabosques enciende una hoguera para incinerar un buitre orejudo muerto. Quiere destruir el cadáver e impedir que desciendan más buitres a alimentarse de la carne envenenada. Aunque la quema es el método más común de eliminación, Thomsett sostiene que el fuego no siempre descompone todas las toxinas; él prefiere enterrar a los animales envenenados.
    Fotografía de Charlie Hamilton James, National Geographic

    Con una camiseta estampada con una imagen de un buitre cabeciblanco en peligro crítico de extinción y las palabras «Vulture Protector», Nasoita y varios guardabosques del parque pusieron a los buitres supervivientes a la sombra y les administraron atropina, un antídoto para el evenenamiento por pesticidas. Los conservacionistas de otros grupos, entre ellos el Kenya Bird of Prey Trust y el Servicio de Fauna de Kenia, los asesoraron por el grupo de WhatsApp «Vulture Protector», que incluye a 52 expertos en buitres de 22 organizaciones diferentes. Al día siguiente, Jamie Manuel y Dani Cottar, del Cottar’s Wildlife Conservation Trust, trasladaron a los buitres supervivientes a Olderkesi para seguir tratándolos.

    En total, fallecieron dos buitres orejudos en peligro de extinción y cuatro buitres moteados en peligro crítico de extinción. El equipo consiguió salvar a dos buitres moteados, un buitre orejudo y un buitre dorsiblanco en peligro crítico de extinción.

    El 18 de noviembre, Manuel y Cottar pusieron en libertad a un buitre moteado hembra al que colocaron un rastreador GPS.  «Fue increíble verla volar», recuerda Manuel.

    Pero lo más importante, según ellos, es detener los envenenamientos.

    Les gustaría que el estado mostrara más determinación. En enero, el gobierno enmendó la Ley de Fauna salvaje de Kenia de 2013 para convertir el envenenamiento de fauna en un delito individual sancionablecon una multa de cinco millones de chelines kenianos (unos 38 000 euros) o cinco años de cárcel.Sin embargo, casi un año después, no se ha acusado a nadie.

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