Estas cotorras desarrollaron nuevos dialectos en cautividad. ¿Pueden entenderlas sus parientes salvajes?

La cría en cautividad salvó a las cotorras o amazonas portorriqueñas de la extinción, pero también cambió su forma de comunicarse. ¿Supondrá un obstáculo en el futuro?

Por Erica Tennenhouse
Publicado 25 sept 2020, 12:18 CEST
Cotorra puertorriqueña

Una cotorra o amazona puertorriqueña liberada recientemente come la fruta del camasey. Quedan unas 600 aves de esta especie en el mundo.

Fotografía de Tanya Martinez

En la actualidad, los graznidos, chillidos y silbidos de los loros reverberan por la selva de Puerto Rico. Pero hace unas décadas estos sonidos estuvieron a punto de desaparecer.

La deforestación ha pasado factura a las cotorras o amazonas portorriqueñas (Amazona vittata). Antes de la colonización europea en el siglo XVI, se estimaba que había un millón de ejemplares. Para la década de 1970, solo quedaban 13 cotorras portorriqueñas en estado silvestre, confinadas en una de las últimas zonas de bosque de la isla, El Yunque.

En un último esfuerzo para evitar la extinción de la especie, los conservacionistas empezaron a criarla en cautividad. La jugada salió bien: aunque estas aves parlanchinas de color verde esmeralda aún son una especie en peligro crítico de extinción, en la actualidad existen más de 600.

Ahora, según los conservacionistas, podría haber un nuevo obstáculo para su supervivencia. Las cotorras cautivas han desarrollado un dialecto totalmente nuevo, un fenómeno que nunca se había observado en otras poblaciones de aves cautivas, según señala la líder del estudio Tanya Martínez, bióloga de conservación del Proyecto para la reproducción en cautiverio de la cotorra puertorriqueña del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales de Puerto Rico.

En torno al 2013, Martínez, que entonces era estudiante de máster en la Universidad de Puerto Rico, se dio cuenta de que no todas las cotorras puertorriqueñas sonaban igual. «Si te adentrabas en el bosque de El Yunque para trabajar con la población salvaje, sonaban casi como una especie diferente» de las aves cautivas, cuenta Martínez, cuyo artículo se publicó en la revista Animal Behaviour.

Como le había picado la curiosidad, decidió escuchar a las cuatro poblaciones de cotorras que existen —dos salvajes y dos cautivas— y grabarlas. Lo que escuchó confirmó sus sospechas: las vocalizaciones no eran iguales.

Esta posible barrera lingüística es un tema preocupante, señala Timothy Wright, biólogo de la Universidad del Estado de Nuevo México que no participó en la investigación. Para que la reintroducción sea un éxito, las cotorras deben poder comunicarse con sus compañeras, sobre todo para fortalecer las relaciones en cada comunidad.

Huevos de cotorra puertorriqueña

Tres huevos de cotorra puertorriqueña dentro de un árbol hueco.

Fotografía de Tanya Martinez

«Si no puedes indicar a los demás que formas parte de su grupo, quizá formar parte de ese grupo no te aporte ventajas» como unirse a las bandadas para evadir a los depredadores y colaborar para encontrar comida, explica Wright.

Una población en aumento

El Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre estadounidense creó el primer proyecto de cría en cautividad de cotorras puertorriqueñas en 1973, no muy lejos del territorio aislado de las amazonas salvajes de El Yunque.

Como la población salvaje había quedado muy reducida, los científicos recurrieron a la creatividad. Trajeron amazonas de la Española —que son lo bastante abundantes en sus países autóctonos de Haití y la República Dominicana— a Puerto Rico y las utilizaron como padres y madres subrogados de polluelos de cotorras puertorriqueñas.

El programa fue un éxito. Para 2006, había cuatro poblaciones de cotorras puertorriqueñas: una bandada cautiva en El Yunque, una cautiva y otra reintroducida en el bosque estatal de Río Abajo, y la población salvaje original en El Yunque.

Tras grabar a las cuatro poblaciones sobre el terreno, Martínez convirtió más de 800 horas de grabaciones en visualizaciones denominadas espectrogramas. Con la ayuda de su supervisor, David Logue, que ahora está en la Universidad de Lethbridge en Canadá, clasificó las vocalizaciones según su similitud.

Se centraron en las dos vocalizaciones más comunes, intercambiadas entre los miembros de una bandada para mantenerse en contacto. La investigación reveló que las aves cautivas emiten vocalizaciones con al menos dos sílabas diferentes, mientras que las aves silvestres de El Yunque emiten vocalizaciones totalmente distintas, que serían el equivalente a repetir una sola sílaba.

Martínez explica que es probable que el haber estado expuestas desde una edad temprana a las vocalizaciones de las amazonas de la Española y separadas de las cotorras ancianas de su propia especie haya creado el marco para que las aves cautivas desarrollaran vocalizaciones nuevas.

Pero esos no eran los únicos cambios vocales. El estudio también descubrió que cada vez que los conservacionistas dividían a las aves en grupos nuevos, aparecían novedades ínfimas en sus vocalizaciones. El grupo cautivo de Río Abajo empezó a sonar distinto a su grupo originario de El Yunque. Y cuando las aves cautivas de Río Abajo fueron liberadas en el bosque de Río Abajo, las vocalizaciones cambiaron de nuevo.

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    Una pareja de cotorras puertorriqueñas

    Una pareja de cotorras puertorriqueñas con collares de rastreo por radio se asoma de su nido en el hueco de un árbol. Los collares ayudan a los científicos a controlar la ubicación de las aves.

    Fotografía de Tanya Martinez

    Resulta que Martínez completó su investigación justo a tiempo. En 2017, justo después de acabar las grabaciones, se produjo una tragedia en el bosque de El Yunque: el huracán María aniquiló a las casi 50 cotorras que componían la bandada silvestre.

    «Este era el último refugio de la cotorra silvestre», afirma. «De no haber sido por este bosque, la especie se habría extinguido», pero ahora queda conservada en las bandadas cautivas y reintroducidas cuyas antepasadas fueron sacadas de ese bosque hace casi 50 años.

    Profesoras de idiomas

    Wright, que estudia los cambios en las vocalizaciones de la amazona nuquigualda en Costa Rica, explica que los cambios en las vocalizaciones pueden afectar al comportamiento de estos loros. Cuando, como parte de un experimento, introdujo a varias cotorras en una población con un dialecto desconocido, las aves más jóvenes enseguida aprendieron el idioma, pero las mayores no lograron dominarlo. «Las adultas no parecían dispuestas a aprender el nuevo dialecto; solo se juntaban con aves con el mismo dialecto».

    Aunque algunas cotorras puertorriqueñas han adquirido un nuevo dialecto tras ser trasladadas a una población diferente, no todas las aves tienen esa capacidad, señala Thomas White, biólogo de fauna silvestre que lleva más de 20 años trabajando en el programa de recuperación de la cotorra puertorriqueña del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos.

    «Es como cuando los humanos tienen que aprender un idioma extranjero. Algunas personas lo hacen mucho más rápido y con mucha más facilidad que otras», dice White.

    Así que, para ayudar a las aves cautivas a aprender las vocalizaciones silvestres, el programa de recuperación ha reintroducido a algunas cotorras para que hagan las veces de profesoras.

    Antes de ser reintroducidas en el bosque de El Yunque, algunas aves pasarán un tiempo en un lugar donde puedan observar, escuchar y aprender de sus futuras compañeras. Los conservacionistas también han dejado de utilizar a las amazonas de la Española como padres y madres subrogados, ya que hay suficientes cotorras puertorriqueñas para criar a sus propios polluelos.

    Además, a principios de este año, el equipo liberó a 30 cotorras cautivas en el bosque de El Yunque para remplazar la población que murió durante el huracán. Aunque sus dialectos no son exactamente iguales, volverán a llenar el bosque de una cacofonía de vocalizaciones.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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